jueves, 23 de diciembre de 2021

Lecturas de la semana. Criando malvas




 De algún modo, los últimos libros que he terminado tratan sobre la muerte. Más que como algo inevitable, como la consecuencia de un acto violento, o bien como un lugar de descanso. Después de todo, el silencio que es posible imaginar en un campo de batalla devastado y un cementerio con siglos a sus espaldas es bastante similar.



Alexander Lernet-Holenia. Marte en Aries. Cuando el teniente Wallmoden es llamado de nuevo para incorporarse a filas en unos ejercicios militares de rutina, , no sospechaba que ese sería el comienzo de la invasión de Polonia, y el final de unos años de paz que el propio Lernet definiría como un interludio. La novela, además de no hacerle ninguna gracia a Goebbels, es capaz de describir la guerra con toda la crudeza que merece para sumir a sus personajes en un entorno fantasmagórico donde  no queda nada claro  cuál es la frontera entre la realidad y lo fantástico.  El protagonista acompaña su avance en el ejército con la búsqueda de una misteriosa mujer con la que puede, o no, volver a reunirse en algún momento. Aunque él mismo aquejado de un estado físico que un médico define como “un estado de consciencia alterado”, no parece un narrador muy fiable.

Aunque la definición más habitual de una guerra sea la del infierno, el frente descrito por Lernet-Holenia es más cercano a un purgatorio: un escenario desolado, de personas huyendo, mansiones vacías y caminos cubiertos de polvo que envuelven todo, incluso a los soldados. Este entorno viene acompañado por diálogos entre sus protagonistas donde se plantean la naturaleza real de lo vivido, o el haber podido sobrevivir a lugares donde la posibilidad de esto era tan remota como el salir vivo de una trinchera.

A medio camino entre la narrativa bélica y el fantástico, el mejor resumen que puede ofrecer este, es precisamente, la conversación entre Wallmoden y el capitán von Sodoma:

-        Aún así, quizá los relatos más auténticos sean aquellos que no son del todo fantásticos ni del todo lógicos (..). porque toda nuestravida transcurre precisamente en ese interregno.




Mariana Enriquez. Alguien camina sobre tu tumba. Enriquez se define a sí misma, con sorna, como “necrófila”, dado su amor por los cementerios de los que es visitante habitual y dedica un libro a aquellos que ha conocido personalmente en los últimos años. Lugares tan dispares como Cuba, Perú, Savannah, Perth o sitios con solera como los de Genova o Los Inocentes de París, el libro, más que una guía exhaustiva (en realidad los datos están disponibles en cualquier web), es una recopilación de sus impresiones y lo que significa para ella cada lugar. Unos lugares donde la vida y la muerte están muy mezcladas y  donde cada visita viene acompañada por detalles sobre su estancia, anfitriones y gente que conoce durante sus viajes, a veces tan extraña y peculiar como la que podría encontrarse en sus relatos, o incluso a la vuelta de cualquier esquina: a veces, el mundo de los vivos es tan desconcertante como el ficticio.

La colección de visitas se cierra con un entierro, en el cementerio de Buenos Aires, de una de las víctimas de la dictadura y una lista de los lugares que le gustaría visitar en el futuro. Lejos de considerarse una guía, o como no ficción, acaba siendo un viaje donde la narración y lo verdadero se convierte en algo difuso, tanto como cualquiera de sus narraciones ¿qué pudo pasar con el joven que conoció en las calles de Genova? ¿Realmente un hueso de los Inocentes vive ahora, feliz, en su casa, entre calacas y otras ofrendas? Aunque quizá esto último sea un reflejo de lo que a muchos nos gustaría atrevernos en una visita a un cementerio ilustre.

jueves, 16 de diciembre de 2021

El sirviente (1963). Upstairs, Downstairs

 


El orden establecido en una sociedad es el entorno menos estático y fiable cualquiera que sea el lado del que haya correspondido vivir. Las cosas, para unos, están bien y son así por algo. Para otros, generalmente  los que tiene la porción más pequeña del pastel, considera  que es injusta y  debe cambiar. Esto se ha reflejado de muchas manearas en la ficción, bien como algo esperanzador o como un giro de 360 grados en el que todo sigue igual. Otras aproximaciones emplean esta situación para presentar una visión mucho más retorcida, muy vinculada a la psicología de los personajes, haciendo que la comedia, negra, el suspense o el drama psicológico tomen un matiz mucho más complejo. Y que, si bien hace unos años Parásitos llevó a los Oscars lo que cualquiera está dispuesto a hacer  para ascender el escalafón, una novela de Robert Maugham trasladada al cine en los 60 y guionizada por Harold Pinter, abordaba el mismo tema.




Una mañana a comienzos de invierno en Londres, un hombre acude a una mansión, lujosa pero todavía sin habitar, dispuesto a presentarse al puesto de servicio ofrecido por Rony, un joven rico y con intenciones de aumentar su fortuna mediante una operación especulativa de la que no duda en hablar en todo momento. Hubo Barrett, su nuevo sirviente, se encargará desde ese momento de todas las cuestiones relacionadas con la casa. Desde su decoración inicial hasta las tareas domésticas…incluso entender a su jefe durante un resfriad. Poco después se incorporará su hermana Vera como parte del servicio, pese a las protestas de Susan, a novia del propietario. Esta considera que hay algo inquietante en un solícito criado que parece seguirles a todas partes y del que Tony se ha vuelto excesivamente dependiente.



La historia, limitada en gran parte por los escenarios de una mansión gigantesca, quizá excesiva para un solo habitante pero que refleja su personalidad, y en menor medida, por escenarios reducidos, como un pub o un restaurante, así como su carga psicológica, ha hecho que resultara sencillo adaptarla a obra de teatro, un montaje que se hace patente en la película: esta parece irse componiendo de diversas escenas, que conducen a un segundo acto donde se pone de manifiesto la brusquedad del cambio en los personajes, en el que el lapso de tiempo se intuye por el público a partir de los cambios en el mobiliario (donde parece que este ha sido retirado o vendido) y por las referencias al exterior  donde la nieve da paso a la lluvia. Un entorno  inclemente donde el único resguardo consiste en un lugar cerrado, que lejos de convertirse en claustrofóbico, sirve para que los personajes se desplacen con cierta libertad y se aprecie como su personalidad se transforma.





El cambio entre ambos protagonistas constituye la trama principal. El personaje de Hugo Barret resulta perturbador desde su llegada, frente a la indolencia y actitud caprichosa  de su jefe. Alguien que parece esconder algo sin que esto quede claro (como se muestra en el drástico cambio de actitud frente a las jóvenes que interrumpen su llamada telefónica) y cuyo  desarrollo va transformándose desde un plan con tintes ambiciosos o un posible chantaje a una relación cuyo matiz sentimental, un tanto malsano, se convierte en la principal dinámica entre patrón y sirviente. El blanco y negro sin apenas escala de grises con el que se filma esta convivencia, y más evidente hacia la segunda parte, llega a recordar los escaso momentos de camaradería que Robert Pattinson y Willem Dafoe mantenían en El faro.




El retrato del resto de personajes tampoco muestra una visión favorable: Susan, la novia relegada a l segundo plano. Vera, como parte del plan de Hugo y una extraña mezcla entre vulgaridad y falsa inocencia. Las conversaciones que se escuchan de pasada en un restaurante o la expresión desolada de los clientes habituales del pub, que jugarán un papel en el desenlace. Y sobre todo, el retrato breve pero despiadado de una clase alta estancada, cómoda con la situación y ajena a todo lo que n o les interesa o beneficia. Un diálogo, corto y absurdo sobre la confusión entre una prenda  y los vaqueros de la pampa complementan  el entorno donde los personajes se mueven.

Entre el suspense, y a veces, muy poco, lo irreal, la mejor forma de definir el sirviente es como drama psicológico: no hay en ningún momento, un objetivo claro a las maquinaciones de Barrett ni las aspiraciones de Tony, sino una extraña inversión del orden establecido





jueves, 9 de diciembre de 2021

Lecturas de la semana. Vampiros, aniversarios y portadas horribles

 


Desde que hice como en aquella película, dejé de preocuparme y aprendí a amar la bomb…digo.., a volver a visitar librerías de segunda mano sin miedo a llevarme de allí lo que me gustara o lo que me llamara la atención. Olvidándose de cuestiones de espacio y otras preocupaciones, me ha servido para encontrar algunas cosas que, o bien en su momento se me escaparon, o que entonces estaban muy lejos de lo que me interesaba.



John Steakley. Vampiros. Más conocido por la versión al cine que llevó a cabo Carpenter en 1999, esta novela de 1990 tiene poco que ver con el guion que se desarrollaría, salvo su punto de partida: un grupo de seguridad privado, avalados por la iglesia católica, realiza tareas de eliminación de los distintos grupos de vampiros que se extienden por los lugares recónditos del interior de Estados Unidos. El rupo, liderado por Jack Crow y dirigido por Annabele, a la que sus trabajadores dedican una devoción casi filial, es consdiente de los peligros de su trabajo y que muchos de ellos no saldrán de la próxima misión. Pero esta se complica cuando, tras perder a varios de sus mejores hombres, descubren que uno de los vampiros conoce el nombre e identidad de Crow, convirtiéndolo en un blanco para el resto de no muertos y sus siervos. 

El estilo del libro es más cercano al de una novela de cazarrecompensas que a una de terror, dedicando mucho tiempo, más que a caracterizar, a describir la  vida de unos personajes de los que en todo momento  se habla de la necesidad de ser duros y encallecidos. Tanto, que a veces parece que va a salir la testosterona de entre las páginas. Estos, con su sentido del deber y su insólita caballerosidad con los personajes femeninos (dos, en realidad), recuerda mucho a los héroes del western clásico. Que, el autor parece haber tenido en cuenta a la hora de narra, porque la parte sobrenatural, además de en comparación, más escasa, es lo más rutinario y los vampiros que describe no parece tenerlos muy claros: a ratos son criaturas hambrientas e irracionales que se ocultan en edificios vacíos, y a otros, genios del mal y el hipnotismo. 

En este caso, la versión cinematográfica sí que se aproxima más al terror, aunque no se esté completamente de acuerdo con los cambios realizados y la mitología de aportación propia llevados a cabo. En cambio, estos Vampiros de John Steakley son una lectura entretenida, al menos alejada de la tendencia romántica que imperaba  cuando se editó (en España andábamos por el quinto o sexto libro de Lestat) pero que se queda en algo anecdótico y que pudo ser editado gracias a contar con un poster cinematográfico que poner en la portada. O peor, uno de los fotogramas más feos que se utilizaron como cubierta en una de las ediciones.



Robert E. Weinberg y Martin H. Greenberg. El legado de Lovecraft. Aunque la presencia de los mitos de Cthulhu y las antologías de esta temática no fueran algo raro (ahí están los primeros cuentos de Campbell y la antología Horror 6 de Bruguera), el libro publicado en la colección Gran Super Terror de Martínez Roca tenía algo especial. No solo ser de los pocos de esta línea que no llevara a Stephen King en mayúsculas, ni el haberle tocado una de las portadas menos horribles, sino el tratarse de una recopilación editada en 1990, en el centenario del nacimiento de H. P. L. la idea consistía en pedir a los autores que aportaran un relato en el que se pusiera de manifiesto su influencia, o si se pudiera hablar de deuda, que estos pudieran tener con Lovecraft, bien como su primera lectura fantástica, o bien como referente.

El resultado, pese a lo señalado de la fecha, es bastante desigual: hay relatos buenos, pero que tienen más cercano el pulp que el horror cósmico, otros son un pastiche de Poe y Loveraft, otros hacen su interpretación de los mitos con su particular estilo, como hace Brian Lumley (aunque después de la locura de Titus Crow o Necroscope, su cuento El gran C es hasta discreto), y otros, como Ray Garton, poco pintan  sino es por el cheque que les psieron, a partir del cual seguramente decidió meterle un par de tentáculos a algún relato que tenía en el cajón.

Aunque las aportaciones de Gene Wolfe o Gahan Wilson sean las mejores, por su calidad, atmósfera, o en el último caso, por hacer un homenaje más sentido a la figura del autor, el conjunto se queda en una antología correcta, pero que no parece estar a la altura de la fecha que intentaban conmemorara. Hay colecciones posteriores con propuestas más acertadas, y…bueno, cuando años después es posible leer algunos cuentos cortos de Laird Barron, o El Tsalal de Thomas Ligotti, hace pensar que no hace falta ninguna fecha para celebrar el legado de Lovecraft.

jueves, 2 de diciembre de 2021

Nosferatu (1979). Bajo el aleteo de un murciélago


 

Aunque la base literaria  de determinadas películas esté más que reconocida, estas cuentan con una identidad propia, hasta el punto de que muchos cineastas se propongan   hacer un remake, y no una nueva adaptación del material original. Se llegó a hacer, fotograma a fotograma, un rodaje nuevo de Psicosis, y no de la novela de Bloch. Se habla de un remake de El cuervo de Proyas, y no del comic de James O´Barr...y a finales de los setenta Werner Herzog decidió hacer su propia versión no de vampiro creado por Bram Stoker, sino  de la película de Murnau que en 1922 había adaptado la historia del no muerto al que, por motivos de unos derechos de autor todavía vigentes, no podían nombrar. Una visión tan personal  e influyente en el fantástico y el cine que era inevitable que  se le quisiera rendir homenaje. 



Han pasado los suficientes años para que el Nosferatu de esta película sea llamado Conde Drácula, el joven abogado  que acude a Transilvania  a cerrar una venta sea Jonathan Harker e incluso para que el profesor Van Helsing haga una aparición en la trama que ya conocemos: Harker se quedará atrapado en el casillo mientras el Conde inicia un viaje hacia la Europa civilizada, llevando consigo la enfermedad, la muerte, y movido por una extraña obsesión por la esposa de Harker, en cuyas manos quizá esté el poder de detener al vampiro .Pero también como para que los elementos de la película de 1922 estén presentes: Renfield será el abogado qeu envía a Harker a su perdición, el destino del vampiro no es Londres, sino la Europa continental (Bremen o Delft) y en este caso no es Mina, sino Lucy Harker. 

El resultado tiene tan poco que ver con el Drácula de Bram Stoker como con el Nosferatu de Murnau, y sin embargo, sería imposible entender la película sin la existencia de la que versiona. Esta parece querer optar a veces a un estilo muy similar a su original muda, con largos planos sin diálogo, interpretaciones forzadas y un tanto extrañas (especialmente la teatralidad y expresión hierática de Isabelle Adjani), o utilizando directamente frases empleadas en el guión original. Otras, en su gran mayoría, prefiere una aproximación nueva, y un enfoque surrealista que acompaña a toda la película. Se habla de Bremen, Wismar y Transilvania, pero gran parte de la acción transcurre en Delft y los créditos se abren con una hipnótica secuencia de las momias de Guanajuato. A las referencia a los escenas antiguas y los escasos diálogos los acompañan frases aportación propia, como "me vendrá bien salir de esta ciudad surcada por canales, siempre en círculos, sin llegar a ninguna parte", o la pronunciada por Dracula: "la ausencia de amor es el dolor más intenso" (ahí lo siento, pero le da mil vueltas a los océanos de tiempo). Estas son solo una muestra en una producción donde el vampiro es algo secundario ante la atmósfera y los escenarios: éstos recorren unos exteriores donde los figurantes caracterizados  dan más la sensación de una recreación que de una película realista, y donde la amenaza del no muerto se convierte en  la llegada de una plaga que diezma a una ciudad ya de por si irrealmente vacía. Y que sirve para desarrollar una secuencia que evoca la idea de las danzas de la muerte a través de los ataúdes llevados en medio de la plaza, junto a grupo de bailarines e incluso una última cena rodeados por una colonia de roedores. 




Aunque los rostros más recordados sean los de Isabelle Adjani y Klaus Kinski, es interesante el enfoque del resto de papeles principales. Roland Topor poniendo cara a Renfield es una aparición menor en comparación, pero lo más destacable es el Harker de Bruno Ganz: frente a la interpretación en otros casos de víctima involuntaria, salvador en último momento, y un tanto pelele en comparación a Mina o Lucy Harker, aquí se le dota de un matiz distinto, mucho más oscuro e incluso con un atisbo de humor negro  en su tarea final de sustituir al Conde, haciendo que su primer diálogo acerca de abandonar la ciudad tenga un matiz premonitorio. 


..Y los años que me quedan todavía para poder jubilarme...


Y sobre todo, la figura del conde Drácula. Con todo lo que supone contar con un actor tan excesivo como Kinski, este poco tiene que ver con el Drácula elegante e incluso con el Orlok original: la similitud termina en su caracterización, y este sea aleja del aspecto de cadáver amenazador de Shreck para adoptar una actitud que roza el patetismo: este Drácula parece arrastrarse, mendigar y suplicar sustento de forma similar a un yonki, parece costarle dar cada paso en sus interacciones con los vivos y sin embargo, sigue resultando igual de peligroso. 

Nosferatu, el vampiro de la noche, como se tituló originalmente, es a partir de un remake de la película de Murnau, una visión del vampiro a través de una estética fantasmagórica con la que el público  no va asustarse, pero sí asistirá a su desarrollo con la extrañeza con la que se ve un producto fuera de su tiempo. 

jueves, 25 de noviembre de 2021

Este muerto está muy vivo (1989). Rascayu, cuando mueras qué harás tú.

 


Quizá sea cosa de la nostalgia que se ha enquistado desde hace años, pero a veces parece que sería posible pasar todo el tiempo viendo cine de los ochenta y encontrando algo nuevo. O mas bien, que había quedado olvidado como "una de esas películas que ví en la tele hace mucho". Además de eso, muchas son todo un ejemplo de inventarse un título creativo de forma que este sea mucho más recordado que el original. En el caso de esta comedia, que en la que haya un muerto de por medio, de negra tiene muy poco, recurre a resumir directamente lo que le pasa a sus protagonistas durante un fin de semana. 


El cambio desde Weekend at Bernie´s original, que hacía referencia al accidentado fin de semana de sus protagonistas, se convirtió en un adelanto de  de lo que les pasaría a Larry y Richard, los empleados d euna compañía de seguros, cuando su jefe el señor Lomax los invita a pasar un fin de semana en su casa de la palay como   recompensa por descubrir un importante agujero en las cuentas de la  compañía. Esperando unas merecidas vacaciones, y con que una invitación personal sea  la señal de un ascenso, no se dan cuenta de las verdaderas intenciones de su jefe: la casa de la playa es el escenario perfecto para que sus contactos de la mafia se encarguen de los descubridores de un desfalco del que él es el responsable. Aunque  Lomax se ha hecho más enemigos de los  que sospechaba, y al llegada de Larry y Richard supondrá encontrarse con su cadáver, despachado por un asesino a sueldo que todavía se encuentra por los alrededores...y con un montón de gente con tantas ganas de fiesta  que no se han dado cuenta que su anfitrión ha pasado a mejor vida. 



Lo más recordado  hoy es haber conseguido organizar más de una hora a base de gags con un cuerpo inerte y todo tipo de enredos y esto supone. Salvo el factor macabro y tener que saltarse un poco la leyes de la biología (en un sitio con calor y humedad, a las 24 horas los protagonistas  no estarán muy comodos al lado de los restos mortales de su jefe), el humor era muy básico: malentendidos, picaresca, dobles sentidos muy simples, y sobre todo, mucha gestualidad. la mayor parte del trabajo le corresponde a Terry Kiser, que en su papel de finado acaba teniendo que ejecutar todo tipo de posiciones desmañadas y mantener una expresión completamente satisfecha. Y, aunque la actuación más recordada sea la de quien tiene que  permanecer más tiempo inmóvil, también destaca la de Don Calfa como asesino a sueldo, un tanto breve pero da un repaso a varios tópicos sobre sicarios, disfraces y asesinatos por encargo. Además de  aportar uno de los dos mejores gags sobre equivocaciones de toda la trama: una versión cómica de la víctima que persigue a su asesino. 


Si como comedia, salvo su reclamo principal, se queda dentro de los estándares  de enredo, desenlace optimista e incluso trama romántica donde  uno de los protagonistas consigue a la chica, uno de los aspectos más divertidos es el adquirido con el paso del tiempo:  esta muestra muchos aspectos de la mentalidad de los ochenta. el Nueva York de derribo, la mentalidad yuppie, cierta crítica, muy poca, a la falsedad de la cultura del esfuerzo, donde la recompensa por las horas extra es un intento de asesinato, la visión idealizada de la vida de los privilegiados...y también más de un chiste que sin duda hoy no pasaría el corte a base de meter con calzador estereotipos negativos. Y donde, incluso más que todos los gags  sobre muertos inquietos, resulta mucho más rescatable la secuencia donde los asistentes a una fiesta conversan y bromean con un cadáver sin ser conscientes de ello. Una situación donde la comicidad da paso a una lectura más seria. 

De Este muerto está muy vivo, además de su gag principal, se recuerda un título que se acabaría convirtiendo  en frase recurrente para cualquier situación donde algo no termina de quedarse quieto, siendo una comedia más de la década que muchos recordaremos haber visto. Aunque lo cierto es que más allá de sus gags mortuorios, cuenta con otras situaciones igualmente hilarantes e incluso con alguna que es fácil reconocer actualmente. 


jueves, 18 de noviembre de 2021

Jack Vance: Trilogía de Lyonesse Cuando frente al golfo de Vizcaya había hadas



Durante los ochenta, una gran parte de la fantasía seguía arrastrado recursos y arquetipos que tras el señor de los Anillos se habían convertido en canon. Algunos de forma flagrante (todavía me estoy reponiendo del batiburrillo de tópicos que supuso Dragones de fuego de Richard A. Knaak), otros con mejores resultados pero todos en su mayoría parecían haber decidido recorrer un camino marcado recientemente. Aunque la tradición fantástica va mucho más atrás, y Jack Vance optó por basar la suya en fuentes más antiguas y que parecían haber quedado desfasadas desde hacía años: la novela de caballerías, la mitología y la las leyendas celtas, e incluso los primeros mitos artúricos.




 

En la trilogía de Lyonessse, formada por El jardín de Suldrun, La perla verde y Madouc, narra la historia de uno de tantos reinos de las Islas Elder, situadas en algún lugar entre Inglaterra y las costas de Vizcaya (esto último y las menciones a Galicia fueron algo que me hizo mucha gracia), y cuya  existencia no difiere de la de otros lugares: hay reinos en guerra, alianzas formadas mediante pactos y matrimonios, traiciones e invasiones de pueblos nórdicos. El cristianismo intenta abrirse camino, poco a poco, donde todavía se cree en los antiguos dioses. Y donde tienen motivos para hacerlo, ya que las hadas son una realidad más  en sus vidas, así como la magia, aunque sus practicantes, conscientes  del poder que ostentan, han acordado no inmiscuirse en los asuntos de los mortales. Es en Lyonesse donde nace Suldrun, primogénita del rey Casmir y la reina Sollace, cuya rebeldía desespera a un monarca que la ve como una oportunidad de hacerse con más señoríos mediante un matrimonio ventajoso. Su terquedad ante las decisiones reales la lleva a ser recluida en las ruinas de un antiguo jardín, donde el destino la llevará a encontrar a un príncipe víctima de una traición, y donde comenzará una historia que a través de más de una década llevará a sus protagonistas a la pérdida, la desesperación, viajes a través del mundo y del de las hadas, pero también a través de la sutil lucha de poder entre magos, así como a conocer la vida de los niños que han sido raptados por las hadas. Mientras, el rey Casmir continúa sus planes de reinar sobre las islas Elder, atormentado por la profecía que escuchó poco antes de la desaparición de su hija: el heredero de Suldrun se sentará en el trono.


La continuidad entre los libros se basa en la coincidencia de personaje y un hilo conductor centrado en la trama planteada desde El jardín de Suldrun, de modo que hay cierta independencia entre ellos, convirtiendo cada tomo en una historia autoconclusiva, …donde también hay cabos sueltos que se resuelven de forma tan apresurada hacia el final que hace pensar que Vance no la concibió como una trilogía desde el principio.


El prólogo en la edición de Gigamesh menciona su similiaridad con las novelas de aventuras caballerescas, un estilo que consigue dominar  para esta trilogía haciendo que más que una obra continuada, sea similar a la narrada en un ciclo, con todo lo que lo caracteriza. Hay una fuerte presencia del azar, haciendo que muchos personajes entren y salgan sin que su  motivación sea resuelta ni afecte a la trama principal. Estos solo so una parte más del viaje de los protagonistas, que tiene mucho de iniciático, hasta el punto de incluir referencias al Grial en Madouc, el último libro de la serie. Y el enfoque de lo fantástico se basa en una concepción de la magia como algo incomprensible, cuyos hechiceros son conscientes de su condición sobrehumana y su forma de comportarse, muy similar a la de dioses menores. Y sobre todo, la presencia del mundo féerico, que tiene una gran importancia y constituye una de las partes más extensas de las aventuras de los personajes. Casi podría considerarse una novela de hadas más que de fantasía épica, al describir con detalle las reuniones, su comportamiento y su particular forma de ver el mundo y de relacionarse con los mortales.

Al tomar como referencia principal este tipo de novelas, supone que la serie flaquee en cuanto a continuidad de los hilos de cada personaje. Durante muchas páginas se pierde la pista a unos para pasar a hablar de otros durante varios capítulos. Y la caracterización de estos  no es la más profunda, siendo una sucesión de príncipes muy valientes, doncellas muy hermosas y forajidos muy malos, haciendo que las historias de algunos de ellos resulten aburridos:  avanzar a través de los primeros años de Suldrun resulta pausado y tedioso, y salvo servir como desencadenante de lo que moverá al resto de personajes durante los años posteriores, su carácter y actuaciones no son precisamente memorables, haciendo que el comienzo resulte muy estático. Y que por comparación, el antagonista tenga muchos más matices:  Casmir no es un villano. Al menos no más que el resto de nobles y reyes de las islas, y su maldad proviene de una rencilla personal y la venganza que deberá asumir. Sus otras acciones tienen una ambición puramente política y es fácil imaginar cómo hubieran sido las simpatías del lector si Vance hubiera decidido narrar las vicisitudes de Casmir a la hora de unificar las islas, y no la tragedia de Aillas y Suldrun. Es a partir de Madouc donde parece querer corregir esto y desarrolla con su protagonista y un personaje con más profundidad, que se aleja de las limitaciones de los presentados anteriormente y donde aprovecha todo lo descrito acerca de las hadas para caracterizar a una protagonista con mucha rebeldía y un particular sentido de la lógica, en el que está presente su naturaleza no del todo humana. Aunque este último sea el que adolezca de una mayor prisa a la hora de atar todos los cabos sueltos que fueron apareciendo previamente, llegando a tirar de soluciones que parecen sacadas de la manga en el último momento.

Entre las estanterías de la sección de género en aquella época en la que los mundos fantásticos parecían idénticos entre sí, la Trilogía de Lyonesse, con sus aciertos y fallos supuso un enfoque distinto donde la fantasía, a veces y lógica y un tanto arbitraria, le ganaba terreno a la épica y la descripción de grandes batallas.

viernes, 12 de noviembre de 2021

Halloween Kills (2021). El (eterno) retorno de Michael Myers



Desde que el 31 de octubre de 1978 un peligroso maniaco aterrorizase a los habitantes de Haddonfield y dejara varias víctimas a su paso, la figura del asesino enmascarado, imparable y sin motivo aparente se ha hecho un hueco en el cine. En el que, su primera aparición, el implacable y silencioso Michael Myers, también ha tenido varios regresos. Tantos, que ha resultado imposible seguir creyendo que un ser humano fuese capaz de reaparecer tantas veces tras ser apuñalado, tiroteado y churruscado. Un progresivo fallo de credibilidad que fue eliminado en 2018 cuando se estrenaba una secuela que optaba por borrar de la continuidad (por llamarlo de algún modo) las anteriores y retomar lo sucedido 40 años después, con un pueblo todavía marcado por la tragedia y una superviviente principal, Laurie Strode, que arrastraría lo sucedido durante toda su vida.




Pero es difícil mantener quieto por mucho tiempo a un asesino mitificado, porque tres años después se estrena la secuela de esta secuela. Halloween Kills continúa inmediatamente después de lo sucedido a los Strode en 2018, un poco antes de una nueva noche de Halloween donde algunos supervivientes recuerdan entre escalofríos lo que vivieron hace décadas y mientras Laurie, su hija y su nieta, conducidas al hospital, descubren que una vez más Michael ha escapado. Salvo que esta vez los que  huyeron de él por muy poco están dispuestos a cobrarse venganza. Y un solo hombre, por peligroso que sea, no puede hacer mucho contra una turba enfurecida. O si. Porque, ¿qué se puede hacer frente al auténtico hombre del saco?


La continuidad entre ambas películas es casi inmediata, de forma similar a lo que se llevó a cabo en Insidious y de manera que podría tomarse como una sesión doble. Salvo que si bien su primera parte se plantea como una actualización realista de la figura del asesino, insistiendo en las secuelas psicológicas que arrastra su personaje principal, esta es mucho más referencial y con un intento de tener una mayor carga metafórica. Los primeros minutos dan paso a un flashback de lo sucedido hace 40 años,  que viene adelantado por unos títulos de crédito idénticos a los originales, y donde se dan a conocer los personajes que tendrán un papel coprotagonista: policías, niños que se salvaron por poco e incluso quienes solo conocieron los hechos años después, y que hace que estos cuenten con un trasfondo, intentando que la historia tenga un carácter más coral: no es solo la de la final girl, sino la de todos aquellos (incluso el pueblo en conjunto) que vieron sus vidas afectadas…y que pese a sus intenciones, a Michael no le duran ni un asalto.


Porque, aunque el guion intente salirse del slasher habitual y desarrollar algo más ambicioso, como el efecto de las olas de pánico en un grupo de gente, la actuación de la masa buscando un culpable e incluso las referencias a las patrullas de vigilancia vecinal, este trabajo acaba sirviendo para poner cara, nombre y dar empatía  a unos personajes que mueren muy rápido ante un Michael Myers cada vez más invencible, al que es imposible superar en fuerza, velocidad ni número, y al que de forma definitiva convierten en la personificación del hombre del saco, dando una explicación casi sobrenatural sobre su naturaleza e invencibilidad adquiridas de la noche a la mañana. Pero que acaba chocando con el intento de la entrega anterior de normalizar la saga devolviendo a l asesino su condición de ser humano, no de criatura capaz  de regresar una y otra vez. Y que en todo caso, parece una explicación un poco traída por los pelos para justificar que este pueda levantarse y acabar con la docena de personas que hace un momento le estaban dando la paliza de su vida.

Halloween Kills, intentando separarse de lo derivativo de la franquicia, se arriesga a caer en ella de nuevo, convirtiendo a su antagonista en una figura imparable y dispuesta a aparecer una y otra vez. Tiene a su favor al menos el contar con Jamie Lee Curtis una vez más para retomar el personaje que la dio a conocer en 1978, y que Blumhouse sea mucho más eficiente a la hora de hacer películas de terror efectivas o que no caigan en la desgana absoluta. Y sobre todo, el intento de dar a la figura de Michael Myers un enfoque más global, como algo que marca a toda una comunidad y no como un mounstro aislado que persigue a la heroína repetidamente sin más consecuencias. Que, teniendo en cuenta el desenlace, es probable que si las haya, y que todavía haya algo más que  contar sobre esa noche de Halloween de 2018. Aunque, como hicieron en su día con Halloween 3, y dado el guiño que hacen a esta en un momento dado, me gustaría que esta se olvidara por un momento de Michael y volviera a contar que es lo que estaría pasando con las máscaras de Silver Shamrock.


jueves, 28 de octubre de 2021

Pesadilla diabólica (1976). El Airbnb de los horrores

 


Partiendo de la idea del fantasma, o de la casa embrujada como algo que está ahí, pero no puede verse, hay películas que de algún modo, consiguen reflejar esta situación sin mostrar nada.  Un recurso que puede parecer extraño cuando lo habitual es ver objetos flotando o espectros de aspecto amenazador, pero que funcionaba perfectamente cuando se optaba por no contar con otra cosa que no fuera  el talento a la hora de transmitir lo que mora en una casa familiar…perteneciera  o no a los protagonistas, como en este caso, en el que  debería hablarse más bien de una casa de huéspedes embrujada.


Pesadilla diabólica es la adaptación cinematográfica de la novela de Robert Marasco Burnt Offerings, Holocausto en su versión impresa pero que prefirieron optar por un título más espectacular. Al menos, si que alguien tiene pesadillas, pero no son necesariamente diabólicas y solo son una parte más de lo que empieza a experimentar una familia poco después de empezar el que sería un verano de ensueño. Tras alquilar a un precio  irrisorio una gigantesca mansión, Ben y Marian se trasladan junto a su hijo y Tía Elizabeth a la casa de los Allardyce, una extravagante pareja de hermanos que parecen más que satisfechos de ceder su hogar con dos condiciones: cuidarlo como si fuera suyo y ocuparse de la anciana señora Allardyce, que habita sin abandonarlo, el piso superior y a la que basta con subirle sus comidas diarias, que extrañamente nunca toca. A partir de este acuerdo, la familiar empezará a experimentar cambios en su conducta: Marian se convierte en la cuidadora de una anciana a la que no ha visto y se ocupa hasta la obsesión de mantener la casa y sus enseres limpios. La tía Elizabeth, una anciana llena de vitalidad, acusa la fatiga cada vez más y a notar sutilmente  los estragos de la edad en su mente. Y Ben, además de mostrarse cada vez más irritado con su entorno, sufre una serie de pesadillas donde se encuentra con un siniestro personaje de su infancia. A pesar de todo, el esfuerzo parece valer la pena: la casa tiene cada vez mejor aspecto e incluso las plantas que se marchitaban en el invernadero han vuelto a florecer.



La película adapta de una forma bastante fiel la novela de Marasco, obviando  los escenarios previos como el apartamento de los Rolfe y su vida cotidiana, presentándolos ya  en la Mansión Allardyce y caracterizándolos de una manera breve pero efectiva: una esposa fascinada por la oferta y el lujo de una casa, pero también por la posibilidad de sentirse como la dueña y encargada de esta. Así como un papel  de guardiana de esas matriarca a la que no puede ver pero cuida con un celo sacerdotal. La breve aparición de los hermanos, especialmente el personaje de Burgess Meredith (¡Es el Pingüino del Batman de los sesenta!), confinado en una silla de ruedas y cuya jovialidad roza lo inquietante, y sobre todo, la interpretación de Bette Davis quien en un lapso breve se transforma de anciana marchosa a una figura marchita y asustada.


A partir de ese momento, el metraje toma un cariz sobrenatural sin mostrar nada más que accidentes cotidianos enfocados desde una perspectiva siniestra: una pelea de broma en la piscina que se va de las manos, la enfermedad repentina del miembro más anciano de la familia, la discusión de pareja causada por  el entorno malsano. No hay efectos especiales vistoso más allá de la tormenta que anuncia el desenlace, y sobre todo, las pesadillas de su protagonista: el conductor de un coche fúnebre anunciando lo que sucederá. Una figura llamativa y muy recordada dentro de una película minoritaria en comparación con otros clásicos del cine de casas embrujadas, pero que quizá por el montaje (en este caso la versión disponible era la de una hora y cuarenta), parece no tener mucho que ver con el resto de la trama. En este caso, esta enfoca de manera más directa lo que narraba el material original: situaciones como el deterioro de la anciana o las canas que aparecen en el pelo de la protagonista, así como la revelación de lo que oculta el cuarto de la matriarca, sintetizan muy bien la idea de “casa hambrienta”, donde la amenaza no es lo fantasmal sino la naturaleza casi vampírica del entorno. Así como la bandeja de comida intacta se asemeja a una ofrenda presentada ante una fuerza invisible.


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Pesadilla diabólica, además de contar con las interpretaciones de Oliver Reed y Bette Davies como rostros memorables, y junto a la química de sus personajes, es una película que consigue contar todo lo que quiere sin mostrar nada. Sin un solo golpe de efecto, es posible saber lo que sucede en sus muros, del mismo modo que pudimos comprender el embrujo de la casa Belasco sin enfrentar a Emeric, o lo que le sucedía a Elinor en Hill House: solo es necesario saber que está allí.


jueves, 21 de octubre de 2021

Lecturas de la semana. Y ahora dos cosas completamente diferentes

 



Desde que recuperé la costumbre de ir por librerías de segunda mano (de qué hacer con una estantería menguante nos preocupamos más adelante), es probable que salga de allí con algún libro. La última vez la mezcla fue de lo más variada, por temática, y como comprobaría después, por calidad.


Alain Fournier. El gran Meaulnes. Cada vez es menos habitual que lea narrativa que no sea de género, pero cuando empieza alguna, es habitual que tenga algo que las aleje del realismo estricto. Es el caso de una de las consideradas piezas clave de la visión de la adolescencia y la entrada en el mundo adult. El gran Meaulnes, la única novela de  Fournier, quien desaparecería poco después e una fosa común de Verdún, contrasta con el final de su autor al reflejar de una manera minuciosa la vida  de los escolares de la Francia rural. Vida, la de François, el narrador, que cambiará con la llegada a la escuela de Agustin Meaulnes, apodado el gran Meaulnes por sus compañeros, y de personalidad extrañamente carismática y soñadora. Es a partir de su escapada a un ruinoso palacio, el encuentro con una boda frustrada cuya puesta en escena roza lo teatral, cuando empezará la búsqueda que continuará a lo largo de su vida adulta: el amor a primera vista, concebido como algo único, la lealtad y las promesas juveniles, que contrastan con la vida del narrador, vinculado a un país que, pese a lo reducido en extensión y habitantes, no resulta opresivo sino acogedor, un reflejo del lugar a lo que los adultos atesoran en su memoria e intentan regresar.

La novela describe paisajes y escenarios con una minuciosidad capaz de envolver al lector en un entorno que desconocía, volviéndolo algo familiar, impregnado de una atmósfera extrañamente onírica. Situaciones como la boda en el castillo, revelada a posteriori como el capricho de un primogénito introspectivo y sumergido en un mundo imaginario, resultan más propias de la novela romántica que del realismo o el costumbrismo. Sus personajes buscan algo que ni ellos tienen claro: un ideal, sea el del amor romántico, la amistad o la camaradería, y la obsesión por dar una conclusión a lo empezado.

Por su ritmo y su temática, a veces se la ha comparado con El gran Gatsby o incluso El viejo y el mar, bien por el carácter y determinación de sus personajes, por la naturaleza de la narración o incluso, por la intención de dotar a la historia de cierto carácter iniciático. En cualquier caso, Fournier fue capaz de condensar la nostalgia en su aspecto más puro a través de una  novela capaz de acercar a l lector a un entorno casi tan lejano como pueden serlo hoy los muros y el patio de una escuela unitaria en algún lugar perdido del campo francés.


Richard A. Knaak. Dragones de fuego.  Empezaré reconociendo que el libro llamo mi atención  por la edición en tapa dura y una portada desde la que un dragón mira al  lector con expresión malintencionada. No hay nada malo en volver a la fantasía derivativa que durante los ochenta ocupaba la sección de ficción fantástica, y una novela (la primera de una serie) que hablaba de ejércitos de dragones de distintos colores según sus poderes, capaces de transformarse en humanos, y el joven descendiente de un mago que debe enfrentarse a un malvado nigromante, conseguir el apoyo de una hechicera malhumorada y salvar el reino del ataque de unos dragones clasificados cromáticamente, no era nada original, pero al menos sería entretenido.

No puede decirse que acertara con este, porque en realidad el libro es una colección de varios tópicos de la fantasía entonces reciente, como la figura del elegido, el padre en el lado oscuro, y sobre todo, una selección de dragones de varios colores  que van sirviendo para establecer las pautas  de una saga en la que se van mezclando estos clichés con otras aportaciones, como alguna que otra referencia al Multiverso y paradojas temporales.

El conjunto se queda en un libro de fantasía más, otro de tantos que se escribieron en la década recurriendo a los temas más demandados, pero que en este caso, carece del punto necesario con el que una narración, por repetitiva que sea, llegue a enganchar pese a sus defectos. Al menos, una cosa había que decir a favor de Timun Mas, especializada en este tipo de fantasía: esta editorial era responsable de algunas de las portadas más vistosas y llamativas de los ochenta.


jueves, 14 de octubre de 2021

Animales fantásticos: Los crímenes de Grindelwald (2018). La trama se complica

 


El desenlace de Harry Potter supuso  el final de una saga, pero no de la franquicia. En 2016, con la excusa de los estudios de zoología fantástica de Newt Scamander, se estrenaba una película pensada para un público  que si bien había crecido con los libros, ya no eran niños. Esta estaba centrada en el pasado del mundo mágico  donde los personajes que se dieron a conocer en Hogwarts todavía eran muy jóvenes o no habían nacido, pero sus acciones tendrían repercusión en lo que sucedería años después con la entrada en Gryffindor de Harry. La precuela solo ponía en marcha los acontecimientos que como era de esperar, necesitarían una entrega más para poder desarrollarse. 


Poco después de lo sucedido en Nueva York, Newt Scamander ha vuelto a casa. Gellert Grindelwald se encuentra en prisión y han comenzado los preparativos  para su traslado. Pero la sociedad mágica todavía se encuentra dividida entre aquellos que pueden utilizar la magia y los que no, dificultando la posibilidad de convivencia. Esto es algo que Scamander comprueba tras la visita de Jacob y Queenie, a quienes conoció tras su aventura en Estados Unidos, y cuya situación se ha complicado desde entonces. Pero esto es solo una parte muy pequeña de todo lo que Newt tendrá que enfrentarse. Grindelwald ha escapado, ocultándose en las calles de Paris, donde planea llevar a cabo sus planes. Credence, el mago que desconoce sus orígenes y su verdadero poder, se oculta en un circo de donde planea huir con Nagini, el maledictus serpiente. Y muy pronto será la boda entre el hermano de Newt y Lita Lestrange, aunque parece que ella también esconde un secreto que puede cambiar el curso de la historia. 


Al igual que su primera parte, la película es capaz de enganchar desde el primer momento por su puesta en escena. Ya en la anterior el hacer retroceder la acción a los años 20 sirve para recrearse mucho mas en el aspecto anticuado de la sociedad de los magos, que ahora parece no tener límites mostrando no solo Londres, sino también las calles ocultas de un París solo conocido por ellos, donde no dudan en rodar secuencias como un circo de seres míticos o una conspiración oculta en el cementerio de Père Lachaise (algo me dice que había por ahí algún guionista que se leyó muchos folletines. Aunque a mí me ganaron como público desde el momento en que el ministerio francés de la magia estaba vigilado por gaticos gigantes). 

En este caso, es más interesante el desarrollo que realizan del mundo de los personajes que su propia historia: este va orientándose a un público más mayor, de modo que esta es más cercano a una fantasía urbana con toques anacrónicos  que a las aventuras de internado británico que sirvieron de origen. Los vestuarios, entre lo antiguo y lo intemporal, así como los escenarios, tienen un tono muy oscuro, y parecen haber conseguido que los hechizos que se lanzan con una varita resulten algo amenazador. 




La fascinación que puede despertar esta recreación juega en contra de un guion y personajes que se quedan en segundo plano. Aunque el Newt de Eddie Redmayne siga resultando entrañable, este poco hace que ir de un lado a otro junto a un Jacob que queda lejos de aquel no mago fascinado por un mundo desconocido. Johnny Depp resulta mejor parado como un Grindelwald más comedido y extrañamente ajeno a  lo excesivo de los personajes que interpretó con anterioridad. Es el desarrollo de la historia lo que sale peor parado, salvo el hacer avanzar partes de esta de cara a la tercera película. Los animales fantásticos que aparecen solo sirven para ser útiles en un momento en que  los protagonistas deben salir de un problema, y la mayor parte de giros consisten en personajes descubriendo hechos inesperados de sus pasado: "¡Soy tu hermano! ¡No! Mi hermano murió en un naufragio ¡Yo vengo a vengarme de tu hermano! ¿Pero no e acaban de decir que su hermano se ha muerto? ¡Bueno, pero sacamos otro hermano perdido por ahí!". Así, durante un buen rato  hasta el punto en que parece un culebrón de los ochenta en lugar de la saga de fantasía con la que muchos crecieron. Junto al uso continuado de personajes  que se mencionan en los siete libros, donde parece que todo el rato hay que encontrarse con Dumbledores, Lestranges, Naginis y todo lo que hubiera sido canon, de modo que el guion acaba  con cierto punto de fanfic demasiado intenso. 




Los crímenes de Grindelwald termina con un cliffhanger que evidencia que ha funcionado bien y que habrá una tercera parte, guste o no. Esta es probable que ofrezca la misma escasez de sorpresas y novedades en la trama que sus predecesores, aunque al  menos está la certeza de que mantendrá una bonita puesta en escena. 

jueves, 7 de octubre de 2021

Nada (1944) de Carmen Laforet. Eixamples borrascosos

 


Desde que salieron las notas de las Pruebas de Acceso a la Universidad, decidí no volver a acercarme a ningún libro que hubiera estado incluido en un plan de lecturas obligatorias. Tardaría mucho en empezar Aventuras, inventos y mixtificaciones de Silvestre Paradox, y todavía miro de reojo el ejemplar de  Poeta en Nueva York por miedo a tener que señalar las figuras y recursos estilísticos empleados en El rey de Harlem. Entre ellos, ninguno hacía rechinar los dientes como la novela de posguerra. Pero cualquier lectura se aprecia de forma distinta si no hay una fecha de examen por medio, y este año se cumple el centenario del nacimiento de Carmen Laforet, quien obtuvo reconocimiento con su primera novela durante los años más difíciles.


Nada es el desolador título  que narra la llegada de Andrea, una joven de 18 años, a Barcelona, done cursará los estudios en la universidad de una ciudad que parece ir recuperándose poco a poco de la guerra. Huérfana, sin más pertenencias que una maleta, una exigua pensión y la ilusión por regresar a la casa familiar que recordaba de su niñez, se encontrará  en una vivienda fragmentada, literal y figurativamente, que ha sido parcialmente vendida y donde los antiguos muebles se acumulan de forma caótica en las estancias de sus parientes: la abuela, una figura casi beatífica en la que se empieza a adivinar los estragos de la demencia y sus tres hijos: Angustias, Roman y Juan, enzarzados permanentemente en una red de peleas, acusaciones y reproches que a menudo recaen sobre Gloria, la mujer del último. Completan el cuadro la extraña figura de una criada, que parece tener más control sobre  lo que queda de la mansión que sus propietarios, y como vestigio de lo que fue una casa de bien, y loro que farfulla incesantemente, y un gato de aspecto escuálido. A partir de entonces, la vida de Andrea transcurrirá entre las paredes de una casa desvencijada, atrapada entre  reproches que no comprende y aislada de la vida que anhelaba en Barcelona.


La novela es en principio lo que se tiene asimilado como narrativa de posguerra. no se esconden las referencias al conflicto, que se mencionan como trasfondo del pasado con la misma cotidianeidad que se podría hablar del tiempo, lo que este ha supuesto en un entorno familiar y las menciones a quienes debieron esconderse para salvar sus vidas. Su autora, a través de las descripciones, ha sido capaz de captar una atmósfera completamente gris y pesada: es el único color con el que es posible imaginarse el hogar de su protagonista e incluso los muros dela universidad donde parece existir un resquicio de libertad. Pero también cuenta con una cualidad, vista en perspectiva, casi inesperada: esa misma atmósfera resulta  sorprendentemente gótica, donde es posible establecer  ciertos paralelismos entre  esa heroína huérfana y unos personajes atormentados hasta la exageración. Incluso es posible encontrar, más que en lo anterior, una similitud mayor entre la casa de carrer de Aribau y las atmósferas de Shirley Jackson o la  residencia en Londres a la que se traslada la protagonista de La juguetería mágica de Angela Carter.




Es posterior pero no se puede hablar de Barcelona sin que aparezca la estatua de un gatico


Un personaje principal que parece deambular impotente en un escenario donde todos parecen ajenos a su forma de percibir las cosas. La familia de Aribau, desquiciada pero fascinante de un modo grotesco, el hambre persistente, convertido en un personaje más.  y el entorno exterior,  formado en su mayoría por personajes de clase alta cuya hipocresía se revela de forma más insidiosa, especialmente en la figura de Ena, amiga de la protagonista y una figura manipuladora y obsesiva que hace sospechar que ese desenlace esperanzador con el que se cierra la historia no lo será por mucho tiempo.

Nada, además de su papel como referente de la novela de la época, es también una muestra que la mejor forma de reflejar una realidad que supera a la ficción es mediante la aproximación a su vertiente más oscura y enloquecida, con unos personajes que deambulan en ese microcosmos agobiante  que es la casa familiar que se deteriora por momentos.