lunes, 30 de septiembre de 2013

RIPD (2013). Policías que persiguen fantasmas



Hay unas cuantas películas que me han demostrado un par de cosas importantes: una de ellas es que exceptuando los superhéroes, los cómics menos conocidos no están teniendo mucha suerte a la hora de adaptarse al cine: Kick Ass se va defendiendo gracias a sus fans y a no contar con un presupuesto desorbitado, Jonah Hex fue un descalabro de los sonados, y a RIPD, no le ha ido mejor. La otra, que estoy leyendo cada vez menos comics, porque no leí el primero, y de los otros solo supe por las referencias a su correspondiente película.



RIPD, el comic, recurre a un género muy popular en el cine: las buddy movies o películas de policías de métodos opuestos. Su versión en cine empieza como tantas otras del género: un agente muere, asesinado por un compañero. En su ejemplo más típico, al agente se le enviaría un sustituto que no le gustan, y después de varios enredos y explosiones, resolverían el caso. La diferencia en este caso es tener como protagonista al fallecido, que pasa a trabajar para un cuerpo de agentes llamado Departamento de Policía Mortal. Su labor consiste en detener a todos los que prefieren quedarse en la tierra en lugar de marcharse a donde les corresponda (sea cielo, infierno o Delegación de Hacienda). Además, esto le será bastante útil para borrar un pecadillo que cometió quedándose con unas piezas de oro que encontró durante un caso, aunque estas solo fueran para tener una vida mejor con su mujer. Aunque durante su vida hubiera trabajado 15 años como policía, ahora es un novato, al que le asignan como compañero a un antiguo Marshall que no tiene muchas ganas de trabajar en equipo, como debe pasar en toda buddy movie. Además, el oro que sirve de comienzo a la historia forma parte de un aparato que los muertos pretenden utilizar para volver a la tierra, y que los protagonistas deben impedir…aunque hayan sido suspendidos del caso.



Hacía tiempo que no veía una película de policías que juntara casi todos los tópicos posibles: el carácter de los protagonistas no pega ni con cola, hasta que van acostumbrándose a trabajar juntos. Tampoco faltan los policías traidores, y por supuesto, las autoridades que se sacan de la manga lo de separar del caso a los personajes, cosa que se pasan por el forro. Aparecen tantos, y tan seguidos, que da la impresión de ser algo intencionado y pensado para parodiar un poco un género muy determinado y basado en un tipo de clichés fijos. Y viendo algunas secuencias y elementos que aparecen, no me extraña que muchas críticas la crucificaran alegando demasiado parecido con Hombres de Negro: la entrada del protagonista a la oficina del RIPD es calcada a la llegada de Will Smith, y muchos de los locales de tapadillo que aparecen, también recuerdan bastante a los que estos utilizaban para perseguir alienígenas. Esto no se queda ahí, porque también hay por ahí un par de cosillas que había visto en la serie Dead Like Me e incluso en la penúltima entrega de Harry Potter. Entre los clichés propios de las películas de policías, y todo esto, parece que no se han cortado a la hora de recurrir a situaciones vistas antes.



No hay mucho que decir de los actores, porque no hay ninguno que llame la atención excepto por ser caras conocidas. Ryan Reynolds, después de su papel en Linterna Verde y Turbo, ya tiene experiencia en el tema de las películas fallidas. La palma se la lleva Jeff Bridges como Marshall reconvertido a agente de policía, con un personaje un poco pasado de vueltas y que me hizo gracia principalmente por haberlo visto hace tres años como Rooster Coburn en Valor de Ley. Hasta me sorprendió un poco encontrar a Kevin Bacon, que últimamente trabaja bastante en televisión y creo que la última película suya que ví fue El último escalón (aunque la mejor sigue siendo Temblores).

Su parecido con Hombres de Negro ha sido una de las causas de las malas críticas y probablemente, de ser uno de los fracasos en taquilla de este verano, pero no soy muy exigente con el cine de entretenimiento y confieso que a mí me gusta más el tema de los fantasmas que el de los alienígenas (además, la segunda de Men in Black no me gustó y la tercera no llegué a verla). También tiene sus detalles simpáticos, e incluso el que está sacado directamente de Dead Like Me lo aprovechan con bastante gracia, y el guión procura ceñirse a una trama simple sin recurrir a giros cósmicos inesperados, como las de Will Smith. He visto películas bastante mejores, pero también he visto alguna que otra de las que no me explico cómo pudieron recaudar tanto.

jueves, 26 de septiembre de 2013

John Carter de Marte (2012). Las novelas pulp no son blockbusters



Solo es una visita. En realidad los gatos vienen de la Luna

Los descalabros en taquilla siempre han sido un caso muy curioso. Lo de juntar un guión simple y efectos especiales a puntapala no siempre parece funcionar, y aunque la simpleza de Avatar o Los Vengadores fueran una máquina de hacer dinero, otros trabajos con efectos especiales igual de espectaculares parecen perder hasta la camisa. Si este año le tocó a El llanero Solitario, y el anterior, a John Carter de Marte, quizá el recurrir a novelas y guiones con más de cincuenta años no sea lo más indicado para entretener al público. O al menos, a la mayoría de este.



John Carter es un personaje creado por Edgar Rice Burroughs, un novelista pulp al que hoy se le recuerda principalmente por Tarzán, y después, por otras series de aventuras en otros planetas de las que Marte es la más conocida. No puedo decir gran cosa porque no las leí, pero este género siempre me resultó simpático y más entretenido que muchos bestsellers modernos, por lo que saber que el tal John Carter acababa en Marte por un motivo u otro, era suficiente. En este caso, Carter empieza como fugitivo, perseguido por el ejército, los indios, y transportado a Marte desde una mina de oro en el desierto. Los aires marcianos y el cambio de gravedad le sientan bastante bien, porque a diferencia de los nativos del planeta, es capaz de saltar distancias y alturas imposibles. Con sus nuevas habilidades y algo de superfuerza que consigue por el camino, pasa de intentar escapar de unos alienígenas belicosos y volver a su casa a ayudar a una princesa y sus compatriotas a luchar contra los malvados que pretenden conquistar la ciudad.



El material de Burroughs va que ni pintado para explotar al máximo los efectos especiales que ofrece un presupuesto holgado. Y a la hora de recrear no solo las ciudades y la geografía de Marte, e incluso varios lugares en la Tierra, no se cortaron. Especialmente en estos últimos, recreando tanto el Oeste como una ciudad cualquiera a finales del siglo XIX. Puede que no se note tanto comparado con el despliegue que hicieron a la hora de diseñar las ciudades marcianas pero secuencias como la mansión de Carter, o sus expediciones en la Tierra también son bonitas. Además, la forma de recrearlas es bastante similar a lo que suele hacerse en las novelas pulp: describiendo todo lo posible, para aturullar un poco al lector o al espectador, pero tampoco sin entretenerse mucho porque lo importante es mantenerlo enganchado de la historia. Y aún sin haber leído la serie de Burroughs, es fácil meterse en la historia y en ningún momento queda la sensación de que se hubieran saltado elementos importantes de la narración. No hay mucho que decir de los actores, que son tirando a normalitos, pero los papeles tampoco tienen mucho que ofrecer: hay héroes y villanos interpretados correctamente, aunque la única cara conocida es la de Mark Strong, que parece que se queda a hacer de malo hasta que las ranas (o él mismo) críen pelo.


Como dicen en el canal Historia: "¡Aliens!"

Aún con una historia bastante simple, y sobre todo, bien contada, también se hace un poco larga. Dos horas y veinte no es de lo más extenso que se ha estrenado en el cine últimamente, pero en este caso, y aún siendo divertida en general, le falla un poco el ritmo y tuvo momentos en los que llegué a aburrirme, o perder el interés. Y esto tiene delito en una película capaz de sacar a un vaquero del oeste, hacer que pegue botes en Marte y salve princesas. Exceptuando estos bajones en algún momento, John Carter es igual de original y entretenida que las novelas en las que se basa, y no me pareció tan mala película como para que implicara semejante fracaso. Quizá este tipo de historias parezcan atractivas para explotar todo lo posible los efectos especiales, sin tener que inventar nada desde cero, pero también es un tipo de narración que hoy se queda para los nostálgicos de un tipo de narrativa que hoy queda muy lejos. Supongo que dentro de unos años pasará lo mismo con las de superhéroes, y en un par de décadas, no quiero ni imaginar lo que pensarán de Crepúsculo….Ah, en realidad, no. De esas ya se ríen hoy.

lunes, 23 de septiembre de 2013



Lo que parecía imposible se hizo realidad. Bueno, también parecía imposible hace cuatro años la serie de Game of Thrones y ahí la tenemos, pero yo me refería a otra cosa: una película basada en una novela de zombies. Y no solo una película cualquiera, sino de presupuesto, y adaptando el libro que lo tenía más complicado para verse en pantalla: Guerra Mundial Z. El peculiar reportaje de Max Brooks sobre las Guerras Zombie era un punto de partida interesante para una película sobre el tema que se saliera un poco de lo trillado y especialmente, de los campos de la serie B y Z: haría falta un buen guión y presupuesto para recrear una epidemia como la que describe a nivel global. De este último lo había de sobra, tras saberse que Brad Pitt iba a participar en el proyecto Teniendo en cuenta que no es narrativa, también era un poco difícil presentar un guión que podría parecerse más al falso documental de Confederated States of America o Bando f Brothers que a Dawn of the Dead. Pero una cosa es lo que se imaginen los lectores, y otra lo que hagan los guionistas o lo que exija el estudio de cine, que viene a ser lo que ellos les venga en gana o lo que les recomiende el departamento de Dirección Comercial.



¿Pero realmente pensabais que no me iba a fijar en el detalle?

Guerra Mundial Z, la película del verano, presenta a Brad Pitt en el papel de Gerry Lane, el antiguo corresponsal de la ONU, que tras encontrarse como otros tantos de refugiado tras el estallido de una epidemia de zombies corredores (que dan un plus de mal rollo porque con estos no vale lo de caminar más rápido), debe acompañar a un grupo de seals y un científico a encontrar una posible cura o vacuna para el virus que ha asolado el planeta, a cambio mantener a su familia a salvo en lugar de echarlos a cualquier campo de refugiados. Al chantaje se le suma que la misión empieza a complicarse cuando deben viajar a distintos países recopilando la información necesaria, y que tanto el científico como los soldados se mueren practicamente al poner un pie en tierra. Las ciudades que van desapareciendo tras la epidemia, los accidentes y la información de los personajes le darán a Lane la información necesaria para dirigirse al centro médico de Cardiff e intentar desarrollar una posible vacuna.



El único parecido que guarda con el libro es ir mostrando la situación en distintos países, y aún así, no puede abarcar ni la mitad de lo que el primero refleja. No soy muy mirada con las versiones libres porque siempre puede salir algo interesante, y ahí está Guardianes de la Noche para demostrarlo, por lo que importa poco que cambien a un periodista investigador por un corresponsal especialista en sobrevivir de chiripa a todo. Además, debe ser la primera vez que se ha estrenado una película de muertos vivientes a nivel blockbuster, y eso se nota al no faltarle nada de este tipo de producciones: secuencias panorámicas de las de lucirse, escenarios llenos hasta la bandera de zombies y máquinas que explotan por cualquier motivo. Todo está hecho tan a lo grande como podía esperarse de una película que tenía que competir este verano con Pacific Rim y otras igual de exageradas, incluyendo tanto las secuencias típicas de una película de acción cualquiera como otras tan peculiares como una marabunta de zombies, que me ha gustado bastante por lo original. Claro que siendo la primera de este estilo, tampoco hay material para compararla.


Debo ser de las pocas personas que les ha gustado la marabunta de zombies pero me ha parecido original

El argumento es lo que más pierde, y no solo por comparación con el libro en que se basa. Me gustan las películas que solo están hechas para entretenerse, y desde luego esta lo ha sido, pero al menos que se note un poco el esfuerzo a la hora de escribirlas. El guión de esta es tan simple que llega a parecer un videojuego de fases en el que el protagonista debe ir de un lugar a otro, hablar con un personaje, y pasar al escenario siguiente. Tampoco se molestan mucho en que las situaciones tengan lógica, haciendo que el protagonista sobreviva directamente por exigencias del guión y que en general, toda la trama que envuelve la película sea solo un requisito para hacer un estreno con explosiones y helicópteros. Al menos, sirvió para poder ver a Peter Capaldi haciendo de doctor en el complejo W.H.O antes de estrenar su papel como Doctor Who directamente.

De todas formas, la jugada de ser pionera en este campo, o que en verano no andemos muy exigentes, le ha salido bien, porque se empieza a hablar de una segunda parte con el mismo protagonista. A ver si esta vez se acuerdan de hacerlo un poco menos indestructible, o al menos, de redactar un guión.

lunes, 16 de septiembre de 2013

En busca de los libros perdidos II. Terminando más series


Hace dos semanas empecé a rebuscar entre versiones digitales y bibliotecas algunos libros que no había podido terminar. De momento sigo con la misma intención y encontrando otras cosas que tenía por ahí perdidas.



Ramsey Campbell. El habitante del lago y otros indeseables vecinos. Lovecraft fue uno de los escritores que más me gustó cuando empecé a leer cosas serias (es un decir), aunque este contaba con un problema: su bibliografía no es muy grande y es muy probable que cuando eres una chavala impresionable, te quedes con ganas de más mitos de Cthulhu una vez terminado El ser en el umbral. No debí ser la única, porque el ciclo creado por él dio lugar a infinidad de pastiches. Algo así como con Sherlock Holmes, pero con más académicos aterrorizados y abominaciones con tentáculos sembrando el pánico en las páginas. El problema de estos suele ser lo poco innovador y lo ceñidos que están a un patrón determinado, por lo que casi todos los intentos suelen ser un remedo de las historias originales en las que como mucho, se inventan un libro de hechizos nuevo y un monstruo a cada cual más absurdo, que, a diferencia de lo que había planeado Lovecraft, sí puede hacerse desaparecer con unos cuantos explosivos…Supongo que parte de la culpa la tiene el juego de La llamada de Cthulhu y su manía de clasificar y calificar con estadísticas algo que en principio no se podría, pero tampoco me voy a meter con él teniendo en cuenta que en su día me divertí mucho con La máscara de Cthulhu de August Derleth.

Ramsey Campbell en su día también fue un chaval impresionado por Lovecraft, y sus primeros cuentos responden al modelo de Los mitos de Cthulhu. No había podido leerlos en su día, pero me dio curiosidad el ver a día de hoy cómo serían los relatos lovecraftianos de un tipo que en su día, intentó adaptar toda la parafernalia a Inglaterra. Y lo cierto es que hubiera sido mejor leerlos hace mucho, porque después de unos quince cuentos hablando de bichos nuevos, investigadores que desaparecen y de libros desconocidos, me quedé bastante fría. Puede que Campbell hubiera creado su propia mitología a mayores, pero es demasiado mimética con el equivalente de Lovecraft y me dio la impresión de avanzar a través de frases y lugares que había visto ya miles de veces. No le culpo, teniendo en cuenta que su primera historia la escribió cuando tenía 19 años, y es la típica antología que se hubiera disfrutado teniendo menos años y con la obra de Lovecraft todavía fresca en la cabeza. Es una lástima que no hubiera conseguido ese libro entonces, porque hoy, puestos a encontrar referencias lovecraftianas, es mejor buscarlas, y más sutiles, en algunas piezas de Thomas Ligotti.



Lloyd Alexander. Taran el Vagabundo. Las crónicas de Prydain fue una serie que también empecé hace años y se quedó perdida en el limbo de los libros que no aparecen (o que se publican a un libro abusivo para lo cortos que son). A grandes rasgos, Taran, un chico con el poco heroico título de Aprendiz de Porquerizo, vive distintas aventuras, algunas de ellas enfrentándose al hechicero de turno que quiere hacerse con la tierra de Prydain, y más de una, madurando como héroe e intentando conocer sus orígenes. Más o menos consiste en el estereotipo del viaje del héroe, que se ha explotado tanto en sagas destinadas al público más joven como en otras de menos calidad. Esta serie cuenta con todos los arquetipos y escenarios propios del género, algo normal teniendo en cuenta que fue escrita en 1963, y cuenta con dos puntos a favor: está bastante bien escrita, y cuenta con muchas referencias a la mitología galesa, que es lo que la hace más interesante al trabajar con elementos que no soy muy conocidos, como el Caldero Negro.

 

En 1985 podíamos alquilar un vhs donde salía un Lich. Ahora podemos ver High School Musical en Disney Channel. No me gusta este siglo

Hace unos 25 años Disney, en una época en la que andaba un poco desorientada (pero que también sacó cosas muy chulas) hizo una película de animación, llamada Taron y el Caldero Mágico, que intenta adaptar de forma un poco atropellada unos tres libros de la serie. No salió muy bien, pero tiene detalles bastante interesantes y tampoco estaría mal que le dieran una oportunidad a una nueva versión en cine. Además, las aventuras de Taran son un poco menos pesadas que las de los hermanos Pevensie en Narnia.

jueves, 12 de septiembre de 2013

En busca de los libros perdidos I. Philip J. Farmer y La Torre Negra



¿Por qué no se siguen leyendo las series que se empiezan? Hace unos años, cuando lo de repartir una historia completa en partes no se estilaba tanto a nivel editorial, y quedaba como algo más habitual en el género fantástico, era raro que no hubiera un libro que tuviera sus dos o tres continuaciones para cerrar la saga o dar paso a otra, dependiendo del éxito. Unas veces el lector continuaba con todas las entregas que fueran apareciendo, y otras, se quedaba en un único tomo que no había terminado de interesarle. Pero en más de una ocasión pasaba algo todavía peor: esa trilo, tetra o hexagología era un préstamo de quien no se había comprado el resto o un par de ejemplares en la biblioteca pública, por lo que era imposible llegar a enterarse de cómo terminaba. Esto en los años anteriores a Internet no era algo raro, y cuando se es un crío sin más preocupaciones que sobrevivir al aburrimiento del colegio y leer un libro detrás de otro, también bastante frustrante.

 


Pero también es algo que se va olvidando según pasa el tiempo y van apareciendo otras lecturas, autores (y preocupaciones más gordas), por lo que la intriga de saber lo que le pasó a tal o cual personaje va perdiendo importancia hasta convertirse en esos libros de hace años que no se llegaron a terminar ¿Y qué pasa cuando uno de estos salta de la memoria y se convierte en una buena idea para retomar una lectura? Pues, aparte de irse por las ramas a la hora de escribir sobre ellos, se busca su versión digital y se terminan los dos últimos tomos de La Torre Negra de Farmer, que después de pasarme cuatro entregas alucinando bastante con las peripecias de sus protagonistas, también es plan de saber lo que les ha pasado en este tiempo.

 


Es un poco difícil escribir sobre una serie que se empezó hace años, de las que solo se recuerda la trama y personajes lo justo para enterarse de lo que está pasado en el quinto tomo. Pero de la historia del mayor Clive Folliot y sus compañeros en un entramado de dimensiones y escenarios conocido como La Mazmorra es imposible olvidarse. Sobre todo cuando todavía se aprecian las historias por su capacidad de sorprender y de incluir elementos atractivos, y no porque sean estilística y narrativamente correctas. Aunque el primer tomo empiece con un escenario propio de las aventuras clásicas, que sería la partida a África del Mayor Folliot en busca de su hermano, en plena época victoriana, este empieza a complicarse cuando él y su asistente se ven transportados a un lugar extraño donde convive la tecnología más compleja y las armas más simples, y donde personajes de todo tipo, especie y época parecen igual de prisioneros que ellos. Durante su llegada encontrará al que formará el grupo principal de protagonistas: un sabio hindú, una chica del año 2000, una criatura de aspecto perruno que sirve de mascota del grupo…y otros que empiezan a salir se de la norma, como un alienígena arácnido que se comunica por telepatía y un cyborg de unos 10.000 años. Si el grupo es raro, sus aventuras y encuentros con otros personajes todavía lo son más, porque lo mismo pasan de encontrarse con unos soldados japoneses de la segunda guerra mundial, a atravesar un paraje idéntico al Infierno, que a encontrarse clones de ellos mismos. A medida que avanza la historia, además de tener muy poco éxito en esto de salir de la Mazmorra, estos descubrirán que han sido llevados a ese lugar por un motivo, y que el que muchos de ellos estén relacionados por parentesco ha sido lo que determinó su llegada al planeta, dimensión, o lo que sea que es la Mazmorra.

 


La Torre Negra, vista hoy, no es precisamente de la mejor fantasía que se haya escrito. La acumulación de situaciones y personajes imposibles es bastante improbable, abusa en muchas ocasiones de los deus ex machina para sacar a los personajes de un apuro y enviarlos a otro, y el desarrollo de estos no guarda mucha consistencia de un libro a otro. Esto se debe a que cada uno ha sido escrito por un autor distinto (Farmer solo coordina) y parece que lo de guardar coherencia con lo que escribió el anterior no les iba mucho, o que directamente, lo que se había escrito antes no les gustaba nada y les faltaba tiempo para llevar a los personajes y la acción a su terreno. De ahí que haya muchos cuya actitud y forma de hablar cambien practicamente de la noche a la mañana, y principalmente, que el tono y escenarios de cada tono sea tan distinto que en muchos casos, pierda lógica. Aunque eso no quiere decir que sea menos divertido, claro. Otro defecto bastante notable es lo mal que han envejecido los elementos de ciencia ficción, hasta el punto que hoy resulten cómicos. Por ejemplo, uno de los personajes proviene del año 2000, no solo tiene implantado un microordenador que genera mapas holográficos y emite campos de fuerza, sino que el siglo XXI es tan futurista que habla practicamente en comandos de MSDOS. Esto es una de las cosas que en el segundo tomo se borra de un plumazo y pasan a convertirlo en un punk más al uso, pero teniendo en cuenta que la serie se empezó en 1990, me acordé un montón de lo que decía un profesor mío: en los ochenta la gente pensaba que en el 2000 iríamos todos vestidos de papel albal.

 


Los fallos en la narración es algo que he comprobado ahora (bueno, menos lo de los personajes y lo de hablar en MSDOS, que ya entonces era muy cantoso. Las dos cosas), pero que aún así no me han impedido disfrutar del final del libro. Lo recordaba como una historia muy fantasiosa y fantástica, en la que no sabía lo próximo que aparecería en la siguiente página. Algo que una cría de doce años con una fijación absoluta por la fantasía agradecía un montón. Y que hoy, aún siendo consciente de los excesivo de la narración, de sus inconsistencias y sus defectos, me ha divertido y no me ha hecho arrepentirme de ponerme a pensar “Eh, ¿cómo habrían terminado aquellos libros…?”

 

  

lunes, 9 de septiembre de 2013

Lecturas de la semana. Pensar o no pensar, he ahí el problema


El gato, directamente, se ha quedado conflictuado
Esta semana tocan dos libros cortitos y a cada cual más distinto: uno se trata de literatura de estación sin complicaciones, escritas por un señor que debía sacar un libro cada seis meses. La otra, ciencia ficción y referencias a la Guerra Fría.




San Antonio. À tué…et à toi. Hace unos meses leí una novelita del inspector San-Antonio, el comisario de policía creado por Frédéric Dard, y me había chocado su estilo un poco difícil de seguir, lleno de argot, palabras inventadas, y algunos elementos humorísticos dignos de una película de Mariano Ozores que me hicieron pensar “¿qué se ha tomado este tío y por qué estoy leyendo esto?”. Sin embargo, el cambio de estilo a lo largo de las 170 entregas y de 40 años, era muy grande y practicamente Une banane dans l´oreille, de 1977  tiene muy poco que ver con À tué..et à toi, del 56. La tendencia irónica del personaje era evidente también en este volumen, pero esta está mucho más suavizada, y aún contando con unos personajes muy peculiares, y con un protagonista que tampoco se toma muy en serio todo los crímenes y misterios que tiene entre manos, no llega a los desvaríos posteriores. En este caso, se trata de un polar auténtico, con un asesinato que resolver muy claro y un grupo de sospechosos y tramas sobre estafas y desfalcos que San-Antonio va desentrañando.

En realidad el desarrollo de este es un poco atropellado y tampoco lo consideraría una buena novela policiaca: muchas pistas y cosas aparecen un poco porque sí, y casi se sirven en bandeja para poder solucionar la trama inicial. Pero tampoco supone un problema, porque en realidad el verdadero interés del libro se encuentra en la actitud de sus personajes, que tiran a lo cómico, y a una serie de situaciones que es imposible tomárselas como un verdadero polar. Como por ejemplo, que el comisario consiga resolver parte de la trama desde la cama de un hospital o que su madre intente desesperadamente buscarle una esposa a su retoño.


Kurt Vonnegut Jr. Cuna de gato. Juro que este no lo he empezado por su título de temática gatuna (eso solo me pasó con La llegada de los gatos cuánticos ¡y no salía ninguno!), pero lo cierto es que este, que hace referencia a una figura del juego de las cuerdas, tampoco tiene mucho que ver con la historia de John, o Jonah, un periodista que intenta escribir un libro sobre cómo vivieron el día que se lanzó la bomba atómica distintas personalidades. El referente principal sería el doctor Felix Hoenneker, padre del invento, o al menos, sus tres hijos. Pero sus investigaciones lo llevan a descubrir un elemento todavía peor que la radiación: el Hielo 9, una partícula capaz de solidificar el líquido, actualmente en poder de los tres hijos del difunto científico. Uno de ellos ha hecho carrera como militar en San Lorenzo, una imaginaria república bananera donde sus habitantes profesan una religión un tanto extraña denominada bokononismo.

Vonnegut es conocido por su escritura irónica, desesperanzadora y nihilista, y Cuna de gato recoge estas características a la perfección. Su argumento, un poco extraño, es un reflejo de la carrera armamentística de la época, con los distintos países intentando conseguir un arma que técnicamente, podría convertir el agua de la tierra en un cubito de hielo gigante…cosa que en la historia es muy posible que suceda. El otro poder tampoco sale muy bien parado, personificado en una religión que reconoce abiertamente ser una gran mentira y haber sido creada para poder controlar a la población, cosa que no impide que esta acepte sus dogmas…Las intenciones del autor son bastante claras, aunque se extienden demasiado a lo largo del libro y hacen que este se convierta en un texto de los que hace pensar, pero que no sea el más indicado a la hora de buscar equilibrio entre el fondo y la narración.  

jueves, 5 de septiembre de 2013

Guerra Mundial Z. Los zombies contra el mundo



Esta debe ser la tercera vez, en cuatro años de blog, que menciono el libro de Max Brooks. También es el número de veces que lo he leído y ahora, que se ha estrenado la película, es un buen momento para dedicarle una entrada completa. A la versión en cine, le tocará en cuanto pueda verla, y de paso, comprobar qué han hecho para que esta se parezca a su original como un huevo a una patata.

 


Si Romero es el padre de los zombies en el cine, Max Brooks lo es de los muertos vivientes en papel, porque es el autor de los dos libros más conocidos sobre este tema y nunca falla en la lista de las mejores novelas sobre cadáveres andantes. Empezó casi como una broma en la Guía de Supervivencia Zombie, una parodia de los libros de supervivencia donde explicaba de cabo a rabo las amenazas que supondría una epidemia zombie, los recursos mínimos y los mejores refugios. Lo cierto es que más allá de algunos detalles, como el tono paranoico de la contraportada, o el apéndice donde habla de brotes a lo largo del mundo, no me divirtió especialmente exceptuando por mencionar a los zombies. Pero sí estaba bien escrito y se notaba que el autor sabía como funcionar en este tipo de libros. Además, ese apéndice seguramente sirvió para que escribiera su segundo libro, mucho más ambicioso y en el que convertía a los zombies en una amenaza global.

 

Siendo hijo de Mel Brooks y Anne Bancroft, algo se le tenía que pegar

Guerra Mundial Z no es una novela, sino un falso estudio periodístico: nada más abrir el libro, empieza a hacerse referencia a un conflicto y a las notas que el periodista escritor llevó a cabo para un informe de la ONU. Este solo necesitaba datos y hechos objetivos, por lo que el autor optó por quedarse con el resto de testimonios humanos y hacer su propia recopilación desde el principio de la plaga hasta los últimos coletazos de la epidemia y los cambios que esta había provocado. Las entrevistas que recoge abarcan los cinco continentes y a todo tipo de personas: desde militares y científicos clave en el conflicto, hasta simples supervivientes y agentes que se encargaron de tareas de limpieza o participaron en las peores catástrofes. Estas están acompañadas por algunas notas al pie, algunas de ellas explicando detalles reales, y otras completamente inventadas para el libro, refiriéndose a datos sobre infectados, vacunas y algún enfrentamiento que se limita a aparecer como una nota breve.

 

Debido a su forma de narrar, a menudo se refieren al estilo del libro como geopolítico, palabro tremendo que me hace mucha gracia encontrar en una novela de zombies, En realidad también es el más adecuado, porque en realidad trata de todas las consecuencias que una epidemia imposible trajo para el mundo: a lo largo de las entrevistas, los personajes hablan de migraciones masivas escapando de una plaga, del uso de armas, cómo las grandes ciudades se colapsan y cómo, al cabo de los meses y años, tanto el gobierno como individuos aislados consiguen encontrar soluciones. Estas pueden ser tan drásticas como un plan que implica salvar a unos pocos y utilizar al resto como barrera o comida para zombies, o tan imposibles como un arte marcial pensado específicamente para enfrentarse a un atacante lento y que solo para quieto cuando se le destroza la cabeza. De hecho, cada opción está muy relacionada con las características demográficas y culturales de los distintos países, y estas parecen hipótesis sobre cómo reaccionaría cada sociedad ante una amenaza: ¿Servirían las fortalezas medievales como defensa en Europa? ¿qué supondría una situación así para los países del tercer mundo? ¿Sacarían tajada las farmaceuticas? ¿Y qué opina el Amado Líder de todo esto? Todas estas preguntas tienen su respuesta, exceptuando la última. Porque ni con zombies de por medio es posible saber qué se cuece en Corea del Norte. Y, con afán de ofrecer un cuadro completo, no se quedan fuera ni los animales: uno de los personajes habla e una patrulla que trabajaba con perros, y por desgracia, da a entender lo que le pudieron suceder a muchos animales domésticos, en el capítulo que, de lejos, me resultó uno de los más angustiosos pero con un final más optimista (por si alguien se lo pregunta, los gatos consiguieron evolucionar. En el momento en que se narran los hechos, son minitigres que pueblan los bosques y se alimentan de unas ratas todavía más grandes).

 

Al margen de los zombies, Guerra Mundial Z es un buen libro: bien escrito, con un estilo periodístico completamente mimético, y en cierto modo, bastante inquietante en lo que relata. Solo hace falta cambiar los muertos vivientes por cualquier otra epidemia anual con la que la tele nos amenaza todos los años y ponerse a pensar un poco…

 

lunes, 2 de septiembre de 2013

Los Pitufos (2011). Mañana negaré haberla visto…



...¿La Gatufina?

Sí, lo reconozco. He visto la película de imagen real de Los Pitufos. Voluntariamente. Y sin escandalizarme por lo mala que debe ser. Debería haber una explicación lógica a este comportamiento, pero en realidad, no hay otro motivo que el de no tener ni la más remota intención de coger un libro, en la tele no había nada, y ni siquiera tenía la cabeza en condiciones para poder ver algo que también fuera entretenido pero con un poco más de calidad…Cosas que pasan, y el que esté libre de faltas, que tire el primer comentario.

 


Lo de adaptar personajes de cómic europeos al cine de Hollywood sigue pareciéndome una rareza. Había visto la adapción de Tintin, que aunque era entretenida, la animación por ordenador de los personajes me resultaba un poco inquietante, y también me da la impresión que Hergé tampoco era muy conocido fuera de la Unión Europea. Los pitufos, en cambio, habían dado el salto y practicamente todos los críos los conocían, ya fuera como les schtroumpfs, o The Smurfs. Además, la historia de estos bichitos azules que pitufaban en el bosque  mientras el malvado Gargamel y su gato Azrael intentaba capturarlos, era lo suficientemente simple como para poder hacer un estreno sin complicaciones para llevar a los niños al cine y que estuvieran callados y al fresco hora y media larga. Aunque en los ochenta se había hecho una película de dibujos animados, seguramente era más rentable aprovechar la infografía y recrear a los Pitufos de verdad, aunque, poniendo capital la industria cinematográfica más potente, esta no iba a limitarse a presentar a los pitufos en su aldea de setas.
 

 

Aunque esta sí aparece al principio, junto al castillo de Gargamel y el bosque que describe el Pitufo Narrador, no es por mucho tiempo. Escapando del brujo, los personajes más conocidos de Peyo (Papá Pitufo, la Pitufina, el Pitufo Gruñón, el Patoso y el resabiado), más un pitufo escocés inventado no sé por qué, atraviesan un portal mágico que los lleva a Nueva York, donde encuentran al protagonista. Este es un agobiado responsable de marketing para una empresa de cosméticos, y aunque a su mujer le hace gracia tener en casa a unos bichitos azules cantarines, a él le van a dar unos cuantos problemas. Además, Gargamel y su gato también han atravesado el portal y aunque la ciudad le parezca bastante desconcertante, sigue en sus trece de hacer zumo de pitufo para sus brujerías.

 


Teniendo en cuenta el nivel de muchas películas infantiles en los últimos años, no es de extrañar que a esta la vapulearan, porque su argumento es bastante mediocre y su desarrollo, todavía peor: aunque Neil Patrick Harris tenga el papel de protagonista, no puede hacer mucho con un personaje que es el estereotipo de ejecutivo agobiado que descubre los valores de la familia. La aparición de Sofía Vergara es anecdótica y el resto se limitan a cumplir con su cometido, que es interactuar con las infografías de color azul. Aún sin pedirle mucho al guión, hay lagunas bastante gordas, olvidándose de solucionar una o dos tramas a favor de lo principal, que es ver a los pitufos. Pero lo peor de todo es la cantidad de product Placement que aparece en la película. Es normal que aparezcan marcas conocidas en una producción, pero en este caso es excesivo: hay primeros planos de muñecos M&M, del Guitar Hero y de todo tipo de productos a los que parece que se les ha hecho una secuencia exclusivamente para poder anunciarse. No había visto nada tan cantoso desde aquella sucesión de anuncios de Spalding y Nike que fue Space Jam.

 


Con todo esto, parece muy difícil sacarle algo positivo, pero lo tiene (o eso, o yo estaba con el piloto automático puesto ese día). La infografía es todo lo buena que se podía esperar en una producción así, y no solo por ver a los pitufos actuando en un escenario real, que por cierto, son bastante adorables, sino por el gato Azrael, que aún poniéndole expresiones y actitudes muy poco gatunas, parece completamente real y nada caricaturesco. Y lo más divertido es el trabajo de Hank Azaria como Gargamel, al que le reservan los mejores chistes y todas las payasadas posibles. Su caracterización es idéntica a la del comic, y no le falta ni mezquindad ni su absurda fijación con capturar pitufos, lo que contrasta bastante bien con la cursilería del resto de personajes.

 
En otra situación me habría parecido la película floja que es realmente, pero tomándola como una sucesión de gags y de buena infografía, y sobre todo, haciendo la vista gorda al exceso de publicidad, tiene su pase para un rato. Eso sí, mañana juraré y perjuraré que en realidad estuve viendo Guerra Mundial Z.