jueves, 31 de marzo de 2016

Lecturas de la semana. Pulp antiguo y pulp moderno



La lectura siempre ha sido una afición y un entretenimiento. Y en estos casos, parece un poco raro querer buscar algo que sea sencillo, poco complicado o simplemente, que divierta. Salvo que, tras terminarse un libro de Thomas Ligotti, no viene mal buscar algo completamente opuesto: que sea movido, que sea imprevisible…vamos, lo más apartado que me venía a la mente eran las novelas pulp, sin que estas tuvieran que pertenecer necesariamente a una época o país determinado. 

 


Shiva Von Hassel. Ostfront. El doctor Von Hassel es un escritor muy poco conocido, de biografía un tanto enigmática (ha vivido en varios lugares y él mismo no duda en enriquecer sus orígenes con todo tipo de historias) y su novela ganó hace unos años el premio Molotov-Ribbentrop gracias a su narración donde mezcla una segunda guerra mundial digna de Hazañas bélicas, nigromantes, rabinos y muertos vivientes en el Frente Orienta.

En realidad esto era demasiado bueno para ser verdad, y la novela tiene una explicación tan prosaica como el ser un texto escrito a seis manos por quienes figuran como traductores y editores en la publicación original. Pero, como pasa con estas cosas donde  el sentido de lo maravilloso tiene un papel importante, mejor que quede ahí y cada uno se quede con la versión que más le guste.  Porque de esto a la historia no le falta, al atreverse a relatar el enfrentamiento entre Max Schreck y el rabino Loew durante la segunda guerra mundial, con todas las armas de las que disponen: muertos vivientes, criaturas monstruosas, homúnculos y como no podía faltar, un Golem.

El estilo es muy rápido, no da ni un minuto para crear ningún tipo de atmósfera específica ni personajes concretos..porque en realidad tampoco los necesita: al recurrir a nombres que son conocidos por el público, este tiene una idea previa de quienes son y lo que pueden hacer. Lo que da más espacio a la acción, que aquí es vertiginosa: no está terminando de relatarse una escena de batalla, o de la aparición de unos zombies, cuando al poco empieza otra. Pero en realidad, más que pulp, es una historia dieselpunk, donde se mezcla todo tipo de maquinarias con elementos fantásticos además de personajes históricos más o menos reconocibles.

El resultado, además de enloquecido, es muy divertido: no se queda en medias tintas, y lo importante es la acción, la velocidad y que cada vez salga un monstruo más impresionante. Pero, entre lo breve, y el ritmo tan acelerado, los intentos de incluir incisos donde la narración explica algo, o  donde se produce un salto temporal para explicar esta situación, resultan muy confusos. De todas formas, no pretende ser una novela extensa ni nada demasiado serio, y esta falta de ambición juega mucho en su favor: hay  novelas fantásticas de este estilo que se hacen mucho más pesadas al pretender ser más serias y más extensas de lo que deberían. Esta no es el caso. Es breve, divertida, y todo un homenaje al dieselpunk y a la suspensión de la credibilidad.

 


Jean Ray. El crucero de las sombras. Solo por las ciento setenta y algo novelitas de Harry Dickson, creo que  tengo Jean Ray para varios años. Y menos mal, porque  los relatos y novelas me los he terminado todos. Pero eso no evita que en alguna ocasión relea alguno de sus cuentos: al igual que a H. P. Lovecraft le tengo un gran cariño, y que al igual que este, aguantan, o más bien, son mejoradas por, una segunda lectura. Porque además de verlas como algo entrañable de hace años, se aprecia también toda la creatividad y aproximación muy particular al fantástico del autor.

El crucero de las sombras es una recopilación cuyos relatos no tienen ningún elemento en común. Salvo quizás, el perfil de los personajes y los escenarios: marineros en gran parte, y de moral reprochable, también en muchos casos, a los que lo sobrenatural se les presenta como una mezcla entre creencias populares, fantasmas tradicionales, e incluso elementos propios de la ciencia ficción como los seres de otras dimensiones, unos años antes de que Lovecraft planteara este tipo de terror. Muchos de estos se plantean como relatos de taberna, también escenarios muy comunes que sirven de lugar de reunión o como desenlace dramático.

Además de esta aproximación al fantástico, entre lo sobrenatural y el relato de aventuras, son estas lecturas posteriores las que aportan detalles nuevos: Ray nunca fue un escritor de estilo, sino un narrador de historias. Donde, precisamente por su afición a los ambientes portuarios o los escenarios propios del cuento de fantasmas inglés, no faltan anglicismos y germanismos en las frases, pese a que estas tuvieran un equivalente francés. Y, pese a su preferencia por resolver las tramas de una forma drástica, y tan alejada del terror como podría ser una pelea o un disparo, se nota cierta melancolía a la hora de describir las calles y barrios por las que se mueven sus personajes. Una forma de escribir muy curiosa y única, de esas que te gustan o no te gustan a primera vista. Y que en mi caso, no es la primera vez que releo. Ni tampoco será la última.

lunes, 28 de marzo de 2016

El imperio del fuego (2002) ¿Qué pasa cuando mezclamos dragones y ciencia ficción?



Películas postapocalípticas las hay de todo. Por rebelión de las máquinas, de zombies, porque el sol se apague o que unas plantas con mala virgen aprovechen una lluvia de meteoritos que ciega a la población (así escrito suena muy a serie B, pero El día de los trífidos es una gran novela). Cualquier excusa es buena para poner la sociedad patas arriba, aunque estas suelen venir de la ciencia ficción o del terror. Algo como un dragón era más propio de la fantasía y muy alejado de este tipo de cine. Y el mezclar a los dos en una sola película parecía al menos, curioso. Y suficiente para que me faltara tiempo en su estreno para ir a por una entrada.



El imperio del fuego transcurre 20 años después de despertar el primer dragón, dormido en los subsuelos de Londres. Ahora no quedan más que unos cuantos supervivientes, de los cuales Quinn, quien fue el primero en encontrarlo siendo niño, es un bombero. Este es el nombre que le dan a aquellos encargados de proteger a las poblaciones de los dragones que se han multiplicado en la última década. Y, cuando las comunicaciones con el resto del planeta hace mucho que resultan imposibles, un grupo de mercenarios del otro continente hace su aparición de forma inesperada. pero también afortunada: estos aseguran ser capaces de acabar de una vez con los dragones.

El punto de partida es todo un reclamo que por suerte, no se queda solo en eso. Bueno, también hace falta mucha suspensión de la credibilidad par poner en marcha un argumento así, y también complicidad, así como ganas del público para entrar en el mundo de la historia. Que en realidad va rápido: entre la primera aparición de los dragones y el punto de partida transcurre muy poco metraje, pero sí el suficiente para añadir esa simpatía para entrar en una situación tan improbable. Lo importante no es el como funcionan los dragones, sino lo que hacen los personajes y como se han adaptado. Secuencias  como estos haciendo vida en los restos de un castillo son todo un guiño a la tradición de la que provienen los dragones. Otras, como un teatro donde representan para los niños una versión libre de La guerra de las galaxias, o una fiesta donde escuchan rock en vinilo sirven para olvidarse un poco de un aspecto serio que para este guión, quizá no hubiera funcionado bien.



La estética es otro elemento curioso: esta es una mezcla de tonos y vestuarios típicos del cine postapocalíptico, donde abundan las prendas gastadas, indumentarias militares y tecnología de apariencia gastada que hacen pensar en una época reciente, pero que podría haber sido cualquiera de las tres últimas décadas (lo de recurrir a trasmisores de radio  analógicos fue todo un acierto. Y confirma esto de que antes las cosas duraban más). Los escenarios son despoblados, muy similares a los de cualquier guión sobre guerras nucleares, junto a refugios de cemento y piedra porque..¿qué es un dragón si no tiene un castillo a mano? Y una tonalidad muy gris que se mantiene durante toda la cinta, a la que se le da una explicación muy de acuerdo con el tema de la actividad de los dragones.



El reparto, sin ser entonces estrellas de primera, sí era ya reconocible al tener cierto renombre o una carrera más que aceptable. O que lo sería en años siguientes. Christian Bale, Matthew McConaughey y Gerard Butler, antes de enseñar abdominales digitales en 300. A los anteriores todavía les quedaba lejos la trilogía del Caballero Oscuro y True Detective, y resulta curioso verlos en una producción que hoy no parece muy recordada. Pero ambos le dan un buen carácter a sus personajes. Bale, en el papel de héroe un poco más envarado, y McConaughey, con uno que ofrece más potencial a la hora de excederse un poco con los registros: un militar un poco chuleta y de vuelta de todo, a ratos más dramático aunque por desgracia, con un final de esos que parece hecho porque no saben qué hacer con el personaje. Algo que se extiende a la última parte de la película, ya metidos de lleno en las secuencias de acción, donde las luchas entre humanos y criaturas son muy atropelladas y, pese a tratarse a fin de cuentas de una historia fantástica, un poco increíbles.

El imperio del fuego es hoy  una producción que no resultan demasiado memorables. Se estrenan en el cine, funcionan más o menos y se las olvida. Quizá por no ser una película redonda, sino que hay haciertos y otras partes que no funcionan demasiado. O que en su parte final, entra en el terreno de lo pasado de vueltas. Pero que, en con junto, es toda una curiosidad, una producción menos que por lo original de su idea y por alguno de sus aciertos, se acaba recordando con cariño.

jueves, 24 de marzo de 2016

Scout´s Guide to the Zombie Apocalypse (2015). Acampadas, exploradores y zombies



En tema de los zombies anda más o menos cubierto  durante el año gracias a Walking Dead, su spin off e incluso Z Nation cuando hay ganas de algo más cómico. Por eso no me doy tanta prisa en ver los estrenos como cuando era algo menos habitual, y cosas tan prometedoras como una comedia gamberra de zombies va quedando pendiente durante varios meses.



Scouts Guide to the Zombie Apocalypse aprovecha un montón todos los elementos de comedia e incluso los clichés habituales: la epidemia empieza con un accidente bastante torpe en un laboratorio  y la salida de los primeros infectados que siembran el pánico  en la ciudad ¿a qué se dedica el laboratorio? ¿Por qué esta en una ciudad pequeña? Bueno, si no nos preguntamos esto cuando vimos El regreso de los muertos vivientes o jugando al Resident Evil, ahora no nos vamos a conflictuar. Pero los protagonistas tardan bastante en enterarse, al tratarse de unos boy scouts a los que el accidente los encuentra en plena acampada. Por una vez, ser parte de un grupo tan poco popular entre el resto de adolescentes  es todo un golpe de suerte. Y en medio de una ciudad poblada por todo tipo de zombies, humanos, animales, corredores y no corredores, todo lo que aprendieron como exploradores puede ser bastante útil.

En principio, la película parece no inventar nada e incluso ir por caminos muy trillados. Por todo el argumento relativo a los zombies, el laboratorio  y cosas tan básicas como el calcular las distancias entre los escenarios clave de la ciudad, se pasa de puntillas. Estos hacen falta solo para poner en marcha la comedia, y no se pierde mucho tiempo en dar un trasfondo lógico o más bien, en invertir esfuerzo más allá de sacar a los zombies en el momento justo. Incluso estos se toman de forma bastante referencial, cuando los protagonistas emplean sin ningún complejo la palabra zombie desde el principio.



El resto del planteamiento también se queda en algo muy visto: a ciudad vacía, los zombies que aparecen de forma aleatoria  y todo  justificado mediante la evacuación militar más silenciosa de la historia de la serie B. Lo más reconocible en este caso es la secuencia de la discoteca, donde los adolescentes bailando, el ataque al local y los protagonistas salvando a sus amigos e intereses románticos mediante armas improvisadas  recuerda, salvando las décadas, a Night of the Creeps. Y lo cierto es que el conjunto tiene un aire un tanto de los ochenta en su estilo: el guión, los personajes nerd, adolescentes como protagonistas absolutos  y un humor bastante simple. Salvo pro la actualización de algunos gags, donde se incluyen ya el uso de las redes sociales y los selfies  como algo habitual en los momentos más anticlimáticos. Y es que lo de hacerse fotos con los zombies, además de incluirlo como guiño final en los títulos de crédito, ha sido todo un descubrimiento y confirma bastante las ganas de aportar algo reconocible de esta década.



Durante la primera mitad, los tópicos se hacen demasiado patentes. La intención cómica es muy evidente, casi la tiran a la pantalla desde el primer momento e intentan potenciar el aspecto más ridículo de los personajes. Los chistes, también dependen algo más de los clichés de los adolescentes salidos (también, todo un subgénero en los ochenta. Y después). Parecía que iba a quedar en una producción con humor fácil y tirando de cosas vistas cuyo funcionamiento es más que probado. En cambio, el buen ritmo que mantienen hace que esta primera parte sea muy llevadera, y que incluso a ratos los momentos más chuscos tengan su gracia. El planteamiento y escenarios no son nuevos, pero se manejan con pericia hasta llegar a un desenlace muy ágil donde el guión, aún recurriendo a lo visto, como las armas caseras, la fiesta y el montaje acelerado, divierte y hace que la película termine funcionando mucho mejor de lo que se esperaba.

 
Garantizamos a nuestros lectores que esta secuencia es breve y cat friendly

Scouts Guide to the Zombie Apocalypse no es precisamente un nuevo Shaun of the Dead. Ni en originalidad, calidad del humor ni registro de sus actores. En cambio, es una comedia más cercana a la serie B de adolescentes sin complejos, sin intención de generar franquicia pero sí de presentar a los zombies en su versión más cercana al estereotipo y la comedia. Y como tal, tampoco faltan sus momentos con animales zombies. Aunque por suerte, los mininos zombieficados salen poquito.

lunes, 21 de marzo de 2016

Macbeth (2015). Una sola obra, y varias versiones para cada público.



Los clásicos nunca han sido un punto fuerte en mi caso. Lope se queda en una lista de títulos teatrales memorizados de cara a un examen y en una proyección de El perro del hortelano de Pilar Miró. Shakespeare, en una enumeración teórica de como sus personaje representan pasiones y defectos humanos. Y de como películas y  novelas de siglos posteriores se inspirarían en muchos de sus argumentos. Los cuales, por cuestión de intereses y aficiones, conozco bastante mejor que a Hamlet o a Próspero. Y por lo que la frase "When shall we meet again?" me hace pensar en Magrat Ajostiernos en lugar de las brujas de un clásico del teatro.



Esta es también la frase con la que se abre la última versión de Macbeth, donde el director Justin Kurzel traslada el texto original de Shakespeare a la pantalla. Una vez más, como en tantas otras representaciones, una profecía desencadena una historia de ambición, locura, destinos ineludibles y quizá un ciclo condenado a tener lugar de nuevo. Profecía que se convertirá en la obsesión de Macbeth y su esposa, quien perderá el favor del Rey, la amistad y la vida de Banquo por la corona que unas hechiceras le anunciaron. Pero que a su vez, también le advirtieron de su inminente pérdida.



Hay miles de formas de pasar a Shakespeare al cine: las formas teatrales, los escenarios modernizados, conceptuales o la recreación histórica. Kurzel opta por una plasmación que mezcla ambos estilos_ los personajes de la obra se mantienen, al igual que la época, el lugar y el verso de los diálogos. Pero estos se muestran de una manera muy irreal, donde las tierras escocesas aparecen envueltas en nieblas, en ocasiones en colores imposibles y donde las construcciones y los vestuarios suponen una mezcla de culturas y épocas pasadas. Escocia aparece aquí un paraje desolado, cuyas escasas fortalezas medievales esconden catedrales góticas, y donde la vestimenta de sus habitantes es una mezcla  de atuendos europeos, orientales y adornos de aspecto ortodoxo. El resultado se separa del contexto histórico reconocible, pero que aporta algo distinto. Al igual que las secuencias de acción que una obra, que, incluyendo batallas y duelos, incluye de forma necesaria: esta se aleja completamente de las multitudes y la filmación típica del cine histórico, pero también del estilo más moderno impuesto desde 300: planos fijos, cámaras lentas, e incluso fotografías donde su protagonista es el único que parece poder moverse en el escenario.

Esta aproximación se nota también en el resto de la realización. Seguir un texto clásico para alguien no acostumbrado es difícil, pero más atrayente recurriendo a una estética muy alejada de los clasicismos y donde el referente más cercano son lo irreal o los sueños. En este caso, mediante escenarios grises, fantasmagóricos, o donde estos cambian de forma drástica y son capaces de mantener una secuencia final  filmada íntegramente en rojo. Y donde un elemento tan propio del teatro como el monólogo se resuelve en muchos casos  mediante una técnica tan propia del cine como la voz en off y las secuencias de transición.



En esta ocasión Macbeth y su esposa son interpretados mor Michael Fassbender y Marion Cotillard, de esos actores que alternan cine de taquilla con producciones más personales y que en ambos casos, cuentan con un carácter propio muy marcado que imprimen a sus personajes. La aproximación a estos es en general, poco de escenario teatral pero sí muy emotiva: estos mantienen muy poca distancia entre ellos, parte de los diálogos parecen susurrados entre ellos. Actitudes completamente opuestas a las brujas, cuya aparición comienza con su célebre frase pronunciada de una forma completamente neutra, pero con cierto fatalismo y melancolía.



Macbeth es una versión de tantas otras de un clásico. Pero que, lejos de quedarse en un estilo más formal, o en una película  para ser proyectada en una clase, opta por un estilo visual muy propio. Y que por lo fantasmal, por la aproximación de Fassbender y el reparto, y también por lo macabro, se ha convertido en mi versión de Shakespeare.

jueves, 17 de marzo de 2016

Grimscribe. El escriba macabro de Thomas Ligotti


Los ochenta y principios de los noventa fue la época de mayor trabajo para un autor que, paradójicamente, en esos años era un absoluto desconocido en España. Situación que ha cambiado recientemente en parte por su influencia en True Detective y especialmente, por la publicación de forma regular de sus obras, en concreto, de esas primeras antologías. Aunque no las originales, porque en la década posterior el propio escritor se encargó de revisar parte de estos relatos para su posterior reedición.

Grimscribe, junto al subtítulo Vida y obras da nombre a la recopilación de relatos. Su traducción podría ser “escriba macabro”, pero el original se ha mantenido, al igual que los nombres propios, porque se le puede considerar de esa manera: la introducción de Ligotti, casi un cuento por sí solo, explica esta idea como las identidades de los narradores de cada historia. Estas, sin tener ningún elemento común aparentemente, se dividen en varias secciones ordenadas por algo que las une: las víctimas de lo sobrenatural, los soñadores, los sueños (o las pesadillas) y lo monstruoso.

Aunque la extensión del libro es similar a Noctuario, el número de cuentos que este incluye es bastante menor, por la extensión de estos (en el anterior algunos de ellos podían no pasar de una página), pero también en algunos casos un hilo argumental más claro. El mejor ejemplo es La última fiesta de Arlequín, concebida como un homenaje a H. P. Lovecraft tanto por la intención declarada de Ligotti como por su contenido: un relato sobre estudiosos, ciudades con secreto y cultos grotescos. Que, aunque estos elementos puedan recordar como tal a Los mitos de Cthulhu, su tratamiento es mucho más propio de los intereses del autor, como son en gran parte la decadencia de los entornos urbanos, el antinatalismo, y sobre todo, la depresión como estado mental.

 


La idea de lo desconocido, y la percepción de otra realidad, es otro elemento constante en los cuentos siguientes. Pero estas descripciones son extensas, a menudo ocupan una gran parte de la propia historia (si no la constituyen en sí misma) y en muchos casos resultan poemas en prosa. Recargados, sí, pero capaces de dibujar escenarios de una gran riqueza, y a veces repulsión, solo con emplear las similitudes adecuadas, sin tener que recurrir a palabras demasiado rebuscadas o a los excesos de adjetivos como “indescriptible” o “innombrable”, que suelen ser la marca de la casa en la temática lovecraftiana.

Los sueños sirven, en una parte bastante extensa del libro, como punto de partida. O bien como algo que acosa a sus protagonistas, o bien como narración. De hecho, dos de los relatos parecen transcripciones de estos, o de una pesadilla. En estos casos, la narración es algo más fluida, sin detenerse en las descripciones y refiriendo situaciones sin lógica que sus personajes aceptan como algo normal. Puede ser el caso de su narración de una extraña clase nocturna, o la visita a un cine en una calle que no existe.

Grimscribe es quizá, por su contenido, algo más lineal de lo que resultaría después Noctuario. A veces, difícil de seguir y en algunos casos, un planteamiento más cercano a la idea y las descripciones que a la narrativa: sus protagonistas acaban muertos, perdidos en otra realidad, condenados, o si tienen suerte, pueden huir de la pesadilla. Pero estos, en realidad, no importan mucho: solo son, como Ligotti expone en el prólogo, las distintas caras de una historia.

lunes, 14 de marzo de 2016

The Abandoned (2015). Por si no fuera poco hacer el turno de noche, encima pasan cosas raras..



Una forma sencilla de hacer una película de terror es juntando un edificio vacío, uno o dos incautos empleados, un turno de noche, unos cuantos fenómenos extraños y un misterio que se va desvelando. Suena simple pero lo cierto es que esta fórmula, suele funcionar bien. Al menos, en los casos en los que trabajando con una historia sencilla, esta se sabe explotar sin excederse en los tópicos. Además  permite tanta novedad como los escenarios que empleen e interés como maña tenga el guionista a la hora de plantearlo.

 


En general este tipo de producciones me habían gustado bastante, como el caso de Last Shift, y el argumento de The Abandoned prometía algo similar: una guardia de seguridad novata cubre su primer turno de noche en un gigantesco complejo de apartamentos de lujo, hoy abandonado, junto a su compañero, quien no se molesta en ser agradable con su compañera de trabajo tras asegurar que sus predecesores no aguantaron más de un par de días en el puesto. Este parece algo desbordante para un turno compuesto por solo dos personas, salvo por contar con un complejo sistema de cámaras de vigilancia en todo el complejo. En sus primeras rondas, Julia empieza a escuchar voces y a obsesionarse con un ala que pese a no estar terminada, figura en los planos e incluso tiene una puerta de acceso. Y lo que hay al otro lado es algo que poco tiene que ver con el edificio que le encomendaron vigilar.
 



Durante los primeros minutos, la película gana por la vista. En estas secuencias se muestra una estética que juega un poco al despiste, a través de escenarios propios de las zonas más deterioradas, y que pese a ello, se muestran de una forma muy común y aséptica, para llevar al escenario principal, que en los últimos años resulta muy cercano: un complejo de lujo sin terminar, salvado ahora de los robos por el servicio de vigilancia. La principal diferencia respecto a la situación más real y conocida es el propio complejo: lejos de un aspecto moderno, éste cuenta con una ambientación y una idea de lujo propio del modernismo, y que puede recordar al aspecto que tendrían muchas mansiones de Detroit en tiempos. Las secuencias de los sótanos evolucionan desde una versión más destartalada de estos, a un escenario de película de terror más al uso en algunos momentos, hasta otros, donde se aprovechan elementos como la luz, el agua y las sombras para crear una atmósfera muy fantasmal y onírica. Frente a ambos,  el cuarto de vigilancia, entre pantallas y objetos cotidianos, contrasta por lo anodino frente al aspecto lujoso, siniestro, pero extraño en todo caso de los otros lugares. Curiosamente, los exteriores apenas tienen presencia en el guión, lo que también cobra bastante sentido.

 


El segundo acierto son los personajes. Al igual que los escenarios, a los pocos minutos es fácil hacerse a la idea del carácter de estos, cómo este va mostrándose durante el guión y cómo sus acciones resultan en general, consecuentes con lo que sucede. Además, es de esos casos en los que caen bastante bien (precisamente en The Innkeepers la pareja protagonista era insoportable). La heroína en este caso se lleva la peor parte, al tener que depender de estereotipos como el irse a abrir una puerta cuando le dicen que no la abra, o que, también por esto, se pase media película con los ojos desorbitados y la boca abierta. A pesar de esto, resulta bastante creíble y se hace un esfuerzo por justificar parte de sus reacciones. En cambio, el personaje interpretado por Jason Patric es el más creíble y mejor construido. Oscila entre la bordería, que acaba resultando enigmática y la simpatía. Algo que se agradece, al tratarse de un personaje que, sin ser una causa en los avances de la trama, si tiene una presencia importante.

 


Lo más discutible sería el giro final. Porque pese a poder funcionar como película de fantasmas, o de lugar embrujado, cuenta con uno de esos desenlaces inesperados. De los que a veces estropean lo narrado hasta entonces, de los que otras veces parecen sacados de la manga por querer sorprender al final..pero que aquí no tengo muy claro si es uno de esos casos, o algo positivo. Porque en realidad, resulta una forma como cualquier otra de cerrar un guión que de otra forma, quedaría más abierto o incluso más tópico.  Y por otra, porque me enteré de este antes de ver la película (algo que no es grave porque a mi nunca me asustaron los famosos spoilers) y muchos de sus detalles toman mayor sentido y se les presta más atención al conocerse este. Las referencias a la tormenta del comienzo, a los hospitales, a escapar de un lugar cerrado cobran mayor sentido al tener una idea de su motivo. Y este, además de no impedir que la historia se disfrute igualmente, sirve para algo menos importante, pero que también le da coherencia: es una forma tan buena como cualquier otra, de justificar un escenario tan irreal como el de ese complejo de apartamentos lleno de estatuas y corredores modernistas.

miércoles, 9 de marzo de 2016

Lecturas de la semana. Internados, residencias y estudios varios



Esta semana es la vuelta al colegio. Al menos, en el Barrilete, porque la frase es más de principios de septiembre para desgracia de los estudiantes. A quienes ni el colegio ni los internados parecen tener la más mínima gracia.  Algo que no pasa en las novelas de temática escolar, donde estos alojamientos son escenarios  para todo tipo de aventuras. Y en el caso de estos dos, ni siquiera es necesario que su protagonista sea un mago. Las propias clases son una fuente de historias más que suficiente.

 

Jean Webster. Papaíto Piernas Largas. Conocí el libro gracias a una versión anime que en un principio, casi me mata del susto. Los diseñadores habían decidido que Judy Abbott, una huérfana a la que un benefactor desconocido paga sus estudios universitarios con la condición de que esta le escriba todos los meses, fuera vestida y peinada como Pippi Calzaslargas. Al haberla pillado empezada, no sabía qué hacía el personaje de Astrid Lindgren encerrada en un orfanato, donde estaban sus mascotas y por qué no se marchaba de aquel hospicio usando su fuerza descomunal. A los diez minutos me di cuenta que por suerte, eran tanto una historia como unos personajes distintos, pero ¡Menuda impresión!
 
 

La serie era mucho más amplia que el libro que adapta, que en realidad, es una colección de anécdotas más someras, mediante las cartas que envía su protagonista, acerca de su vida en la universidad, sus amigos, vacaciones y sobre todo, cómo esta, a lo largo de cuatro años, va madurando desde la adolescencia hasta terminar sus estudios.

De forma general, la temática de la novela es la de la vida escolar, junto a la trama romántica que va gestándose en los últimos capítulos o cartas. Pero también una apreciación sobre las oportunidades de todos los alojados en hospicios y centros de caridad. Estas se presentan en realidad de una forma muy ligera, debido al tono del libro y el carácter de su protagonista, pero donde se menciona la actitud patermalista de los benefactores y la formación, unicamente destinada a crear trabajadores de cuello azul, a la que accedían sus internos. El estilo, muy centrado en el optimismo y edad de su personaje, me hacía temer que el libro resultaría hoy pasteloso o que no habría envejecido muy bien. Pero en realidad Judy Abbott, salvando sus limitaciones, resulta un personaje entrañable y en el que se refleja perfectamente la rapidez de los cambios de la adolescencia: en sus primeras cartas lo mismo habla de vestidos que de libros y de actividades deportivas, para irse volviendo más independiente  y rebelarse contra la deuda que para ella supone el aceptar un dinero extraño. Quizá el aspecto romántico es el que sí pueda resultar más empalagoso…pero exceptuando el que no es un tratamiento que a mí me guste demasiado, no lo es más que muchas comedias románticas que pueden verse hoy.

 
 
Pierre Véry. Los desaparecidos de Saint-Agil. Como escritor de novelas policíacas y juveniles, hoy no se le ve por más sitios, y eso teniendo suerte, que las tiendas de saldo donde se encuentren aún novelas de los setenta y ochenta. No fue ahí, pero sí en un cajón de un desván, donde encontré una novela de Goupí Manos Rojas, un personaje un tanto inquietante y un retrato también un tanto extraño de la Charenta y de los barrios de París. Después llegaría Monsieur Marcel, el de las pompas fúnebres, y tratándose este de una novela policíaca, me sorprendió que un libro juvenil, como Los desaparecidos de Saint Agil, perteneciera a la misma serie (estos, y cuatro o cinco tomos más, comparten personaje común).
 
Saint-Agil es un pensionado, un internado y colegio para jóvenes en París a principios del siglo XX. De los que un grupo de estudiantes ha formado una sociedad secreta llamada Chiche Capon, cuyos miembros aspiran algún día a llegar a Estados Unidos. Cuando uno de sus miembros desaparece, y llega a manos de sus compañeros una postal enviada desde Chicago, sus compañeros sospechan de su paradero: ninguna de las frases y códigos usados por ellos parece la correcta, y André Baume sospecha que Sorges, el primer alumno desaparecido, intenta comunicarle algo con ella.

La novela, escrita en los años treinta, se ambienta en la época de preguerra, a la que, a partir de los diálogos de algunos profesores, convierte en un trasfondo más, y es también muy deudora de los folletines de entonces. Desapariciones inexplicables hasta el último momento, tramas criminales, detectives infiltrados de formas peregrinas, y sobre todo, pasadizos secretos y escondrijos en los momentos adecuados son detalles que se harán muy familiares. Pero lo que hace que no se quede en una historia de misterio para jóvenes, sin más, es la melancolía que desprende en más de una ocasión: el uso de dos espacios temporales distintos en la narración, la de los estudiantes y sus versiones adultas, el momento de la visita de los antiguos alumnos y, en cierto modo la más triste, la pérdida de la ilusión y la fantasía al disolverse la banda imaginaria de los Chiche Capon, para ser sustituida, en los mismos escondites y códigos, por alumnos más jóvenes y fascinados por las aventuras en la Antártida. Todo esto la convierte en una ficción un tanto lejana, y a veces nostálgica, pero que también por eso ofrece detalles muy curiosos: en la novela no hay ni un solo personaje femenino. Algo comprensible al tratarse de un internado para chicos, pero hoy la idea de un libro para adolescentes sin interés romántico de por medio resulta casi impensable en el mundo editorial.

lunes, 7 de marzo de 2016

Ava´s Possessions (2016). Asociación de Endemoniados Anónimos


Las películas sobre posesiones terminan cuando se expulsa al demonio. El sacerdote gana la batalla de fé, el policía, si los hay por ahí, descubre la existencia de lo sobrenatural, se salva a la sufrida víctima y ahí queda la cosa si no hay secuela de por medio, y esta, u otra, es acechada por el mismo demonio en la siguiente entrega. Lo que no cuentan es lo que pasa mientras: ¿Cómo de incómodas pueden resultar las reuniones sociales una vez se ha sido visto profiriendo obscenidades?  ¿Alguien se acordó de solicitar la baja laboral durante la posesión? Y sobre todo, ¿Quién se ocupa de los desperfectos y daños a terceros?

 


Ava´s Possessions se encarga de cubrir este espacio contando la que sería una historia vista antes desde el final: empieza, nada menos, con el exorcismo de la protagonista, quien fue poseída durante un mes por una entidad demoníaca que sembró el caos por las calles y entre su familia. Por suerte para ella, no recuerda nada de esos días, o quizá no: sus padres se niegan a hablar del incidente, los desconocidos huyen de ella y su actuación ha tenido consecuencias con la justicia. O bien debe ir a la cárcel, o bien ingresar en un grupo destinado a rehabilitar víctimas de posesiones.  Algo con lo que no está muy contenta, pero es la única forma de mantener a raya a un demonio que continúa atormentándola. Pero que, cuando no se dispone del más mínimo indicio de lo que ha pasado y una de las obligaciones de su terapia es encontrar a quienes se cruzaron con ella durante la posesión, tal vez no sea el peor enemigo que se encuentre. Y, como una de sus compañeras de sesión le aconseja en un momento dado, estos pueden ser de ayuda si se les ve como la parte oscura de uno mismo y no como un adversario.



El guión podría ser perfectamente el argumento de una película de terror más tradicional si no fuera por el enfoque humorístico. Aunque en realidad no se trata de una comedia, como podía serlo What we do in the Shadows, pese a que esta también se centre en la parte más anodina de lo sobrenatural. Más bien una comedia negra, pero con un  humor mucho más sutil y soterrado. Este proviene de plantear cómo afectarían a elementos cotidianos como las relaciones familiares, laborales y los trámites burocráticos un elemento fantástico como es el de las posesiones. Y, en menor medida, de enfocar esta de una manera que recuerda mucho a las consecuencias de un proceso de desintoxicación o a una borrachera bastante mala. Los principales momentos humorísticos se concentran en todo lo relativo a las reuniones de la protagonista en el grupo de ayuda, donde entre las actividades se incluyen presentarse uno mismo y su demonio, control de la ira..o  intentar salir de una posesión por uno mismo. Algo parecido a cualquier grupo de terapia pero con sombras menos metafóricas.  

 


Estos aspectos cómicos son una forma de enfocar la historia y no el fin de la misma, porque en realidad la trama gira entorno a lo sucedido a su protagonista: por qué le ha pasado, quien puede aclarar lo que ha sucedido durante esos días y quizá evitar un hecho posterior. Algo que resulta muy bien planificado a través de todas las herramientas que ofrece la situación: el motivo del personaje para seguir es, tanto la terapia, como su propia curiosidad, y cierta cabezonería ante su familia, a la que se la caracteriza de una forma muy opuesta a la suya. Todas las pistas pueden provenir de sus esfuerzos, o en varias ocasiones, de símbolos y alucinaciones derivados de su condición, pero a los que el espectador le resulta muy fácil prestar atención e ir atando cabos (algo que quienes no solemos pillar las cosas al vuelo agradecemos mucho), e incluso el par de giros finales resultan un cierre bastante curioso. En cambio, la resolución de esta trama y algunos elementos que introduce no terminan de funcionar: si bien en uno de los casos los indicios sobre un personaje, que se va presentando como alguien que resultan un poco desagradable, sí resultan acertados, la forma de ponerlos en marcha, no tanto. Tanto el interés romántico, al que sacan de la segunda mitad de la película de un plumazo y no se vuelve a saber de él, como una explicación un tanto peregrina sobre asesinos a sueldo y galerías de arte camufladas resultan bastante absurdas, y metidas con calzador. Incluso en una película que parte de un grupo de ayuda para endemoniados.

 


Además del guión, un detalle a favor es la ambientación y la estética: muy urbana, desvencijada y llena de neones y tonos rojos que recuerdan mucho al noir y al cine que reflejaba las ciudades de una forma muy violenta y poco amable. Algo también ligado a una banda sonora formada principalmente por canciones, no orquestal, que además de resultar muy adecuada para la historia y escenarios, me gustó lo bastante como para fijarme en ella.

 

Si Ava´s Possessions hubiera sido una película más seria, o más tradicional, se habría quedado como una historia entretenida, de las que no hay queja pero que se olvidan pronto. En cambio, su enfoque más centrado en la preocupación por lo anodino, y también una estética algo más llamativa, pero no bonita, hace que se convierta, además de en un argumento entretenido, en una producción  original y menos olvidable.   

jueves, 3 de marzo de 2016

Deadpool (2016). El superhéroe de los chistes bestias



Los superhéroes en pantalla ya no son una novedad. Al menos, los concebidos por la división de Disney y Marvel de los últimos años, donde no faltan al menos dos estrenos cada doce meses. El enfoque más familiar en todos los Vengadores de esta productor se complementa con la franquicia de X Men, bastante más seria y que por cierto, son los únicos que tienen los derechos para utilizar la palabra mutante para desgracia de Disney. Es precisamente la Fox la que finalmente produjo la película de un superhéroe mucho menos sanote y más gamberro de los que eran la norma. Uno que, pese a ser muy popular entre los aficionados a Marvel por su sentido del humor y su consciencia de ser un personaje de cómic, pero que también suponía respetar todas estas características, mantener en todo momento un tono más de comedia, y sobre todo, el contar con una violencia mucho más explícita que en otros blockbusters del género.  Algo que con Deadpool, además de volver a hacer hablar sobre las películas de superhéroes para adultos, se consiguió sin muchos problemas.

 


Deadpool, o Wade Wilson, no es un personaje tan conocido para los no lectores de comics como lo son unos Vengadores o incluso un Lobezno. Algo que, en cierto modo, se soluciona previamente con toda la información disponible y el interés que genera una película de superhéroes alejada de los cánones recientes. Pero que, al igual que todos ellos, empieza con una historia sobre sus orígenes: la de un mercenario deslenguado y bromista, pero con cierto sentido de la justicia que se niega a reconocer, que, desahuciado por un cáncer terminal, acepta someterse a un procedimiento experimental que, además de curarlo, podría hacerle desarrollar poderes propios de cualquier mutante. El tratamiento funciona, pero a costa de deformar su cara y de descubrir que los científicos que estaban tras el procedimiento son en realidad criminales que planean vender soldados modificados al mejor postor. Dotado con una capacidad de regeneración sobrehumana, y con dos miembros de la patrulla X intentando convencerlo para que se convierta en un héroe, Wade solo tiene tres cosas en mente: encontrar a su novia, vengarse de sus torturadores, y encontrar un buen apodo.

 



La principal característica del personaje es su consciencia de ser una ficción. Deadpool sabe que es un comic, o una película, y que en realidad, no se toma demasiado en serio. Algo que si en el papel servía para que sus lectores tuvieran mucha complicidad con él, aquí también se mantiene y resulta ser la mayor baza de la película. Sus monólogos están dirigidos al público directamente, con quien se comunica en cualquier momento frente al desconcierto del resto de personajes. Si bien lo de romper la cuarta pared no es algo demasiado raro, también da lugar a momentos bastante divertidos en los que se aprovecha muy bien esta característica: secuencias que se rebobinan, bandas sonoras que empiezan a sonar porque su protagonista lo quiere, o cuando, en uno de los mejores momentos, deciden hacer algo “para ver si se acelera la trama”. Guiños que traspasan el guión y también hacen parodia del mundo real, donde no se cortan de hacer referencias al anterior papel de Ryan Reynolds como Linterna Verde o mencionar a Hugh Jackman.

 


En realidad, la consciencia del personaje no es algo que aparezca continuamente, sino que es algo que se lleva a cabo al romper la cuarta pared,  y a través del humor. Algo que también está muy presente en todo el guión, pero enfocado desde una perspectiva más adulta, en el sentido de que gran parte de los diálogos en este sentido no pasarían la calificación para todos los públicos. O lo que es lo mismo: es un humor muy bestia, escatológico y donde la violencia se trata de una manera muy caricaturesca y de cartoon. Si hay amputaciones, disparos y peleas violentas, es imposible verlas como algo dramático, sino de una manera muy excesiva, donde la gracia, precisamente, es el ver a un personaje haciendo cosas muy poco heroicas y donde uno de los gags recurrentes es el ver cómo Coloso, aquí caracterizado como un superhéroe muy recto y un poco paródico, es intentar convencerlo una y otra vez para que se comporte como “uno de los buenos”.

 


Todo el guión está pensado para explotar el personaje de Deadpool, sus características y un tono muy distinto a otras producciones de superhéroes de la compañía. Esto funciona, tanto por el trabajo de Ryan Reynolds, dentro y fuera de la interpretación, donde hace suyo el papel y no duda en bromear como lo haría el personaje, como por el ritmo de la trama: una hora y 40 es relativamente corto para un blockbuster hoy, pero suficiente para uno un tanto menor. Y también suficiente para presentar un ritmo acelerado, de frases lapidarias que cortan la tensión de golpe y funcionar como comedia un tanto bruta con muchos tiros. Pero esto también hace que el guión, fuera de Deadpool y lo que hace, parezca inexistente. Como en todo los personajes nuevos, era necesaria una historia sobre sus orígenes y los de sus acompañantes, que aquí también se monta de una forma rápida y nada dramática. Pero en realidad, parece solo un trasfondo para que el protagonista haga locuras: la trama, tal y como la trataron, recuerda un poco a una versión cómica de Darkman, la película de Sam Raimi, donde el héroe deformado quiere salvar a su mujer. La introducción de uno de los secundarios fijos en el comic, Blind Al,  es muy brusca, con un par de secuencias que más que narración, parecen gags y que depende mucho de que el público lo conozca de antemano. Y los villanos, además de salír ahí porque hacía falta un antagonista, se quedan en unos trasfondos un poco de serie B con una trama sobre creación y venta de supersoldados por aquello de que son malos, y algo tienen que haber hecho para merecerse los palos.

 

Pero a Deadpool no se le pide guión, sino Deadpool. Que rompa la cuarta pared, que bromee y recurra a una violencia gratuita y muy de caricatura. Que no se tome nada en serio porque sabe que en el fondo, es una película. Y en ese sentido, la novedad funciona. Ahora, habrá que esperar a una secuela donde el guión resulte un poco más completo.