El dirigir un libro a un público, especialmente cuando este
es de terror, no se refiere, en el mejor de los casos, a la cantidad de
animaladas que puedan incluir por página. O, bueno, lo es en la mayoría de los
casos, pero es un recurso distinto. En realidad, muchos temas del fantástico
tratan temas relacionados con los temores del mundo adulto, aunque los acerquen
a lo sobrenatural, y donde prima la atmósfera sobre la ambientación. Esto hace
que en algún momento, su lectura sea mucho más densa, desconcertante, o por qué
no, aburrida, si el lector esperaba otra cosa.
Fue el caso, hace algunos años, de una antología de relatos que intenté leer.
Colección que además había sido dividida en dos volúmenes por la editorial
española, cosa algo incomprensible porque no era un tomo tan gordo como los que
se pueden ver hoy. Quizá por algún tipo de política en la edición, al tratarse
de relatos y no una novela. O tal vez porque en la fecha en la que se publicó,
parecía que los únicos que tenían patente de corso para sobrepasar las 600
páginas eran Stephen King y Anne Rice. En todo caso, la decisión fue muy poco
acertada: aunque la portada indica que ambos libros deben leerse de forma
complementaria, el prólogo se quedó en el primer tomo, donde mencionaba de
forma somera todos los relatos…incluidos los que aparecían en el otro.
De este modo, una selección de cuentos llamada Prime Evil se
convirtió en Escalofríos y Pesadilla (porque, siendo de terror, no las iban a
titular “Azúcar” y “Cosas bonitas”), donde Douglas E. Winter, el compilador,
además de explicar los criterios para elegir los cuentos, exponía un poco su
visión del género terrorífico. Principalmente, explicando que las buenas
novelas eran metáforas de terrores reales, lo que podría representar cada
monstruo y lo que opinaba del mercado masivo del género. Leído hoy, queda
bastante pretencioso, todo el rato empeñado en las metáforas, lo trascendente y
lo mal que está el mundo. Pero es algo que entiendo perfectamente: leí varias
novelas de la misma década de este libro, a finales de los ochenta, y lo que
ofrecía el género era entre flojo y repetitivo. King podía ser uno de los
mejores, pero a gente como Richard Laymon o Shaun Hutson sí que les debían pagar por cada párrafo
truculento.
Este prólogo, además de explicar que los escritores
contratados habían tenido toda libertad para aportar el relato que quisieran,
parecía prometer más de lo que entonces tuve: ambos libros se quedaron o bien
leídos a saltos, o bien con algún cuento que no fui capaz de terminar por puro
aburrimiento o no entenderlo. El que entre los autores se encontrara Thomas
Ligotti, uno de mis favoritos hoy, confirma que entonces no fue el mejor
momento para leerlo, y que esta vez pude apreciar tanto a este como el estilo
del resto de colaboradores. Y que, como lo que releí fue la edición española,
prefiero separarlos en los dos tomos igual que esta.
Escalofríos. Además del prólogo para toda la antología, este
tomo incluye a los autores más conocidos de entonces: King, como siempre, en la
cabecera, pero también un relato de Clive Barker, e incluso de M. John
Harrison, quien habitualmente escribe más ciencia ficción, pero que cuando le
da por el terror, es capaz de crear atmósferas muy extrañas y muy de pesadilla.
Exceptuando El aviador nocturno de Stephen King, que hoy es uno de sus
clásicos, parte de estos cuentos se caracterizan precisamente por recurrir a
ambientes, planteamientos…y en el caso de Barker, ya señalan que el cuento
aportado no incluía el gore marca del autor. Quizá esta primera parte recurra a
los temas más propios del terror, al menos, todo lo que puede aproximarse una
antología como esta. Y, siendo técnicamente el primer tomo, no dudan en
recurrir al nombre de Stephen King como reclamo. Que, aunque su visión sobre
los vampiros que aporta aquí es interesante, el resto de cuentos también
aportan la variedad y estilo que intentaban anunciar en el prólogo.
Pesadilla. Esta segunda parte incluye los relatos más
complejos y que confieso que debió quedarme a medias entonces. Si la primera
contaba con los nombres más conocidos, esta cuenta con otros que sonaban, pero
quizá no tanto: Peter Straub, Ramsey Campbell, Thomas Ligotti, e incluso un
relato aportado por alguien con una carrera más variada como es David Morrell,
quien para más señas, es el autor de Primera sangre.
Además de lo variado de los escritores, recurrían a temas
como la percepción de la realidad, la guerra, la culpa e incluso las memorias
traumáticas, en el caso del relato de Straub, que es uno de los más duros de la
colección. Y que, precisamente por lo variado, y por no estar ligado a los
clichés de lo sobrenatural de los que tanto se quejaba el recopilador en el
prólogo, hacen que sea una lectura muy interesante y que hoy pueda recuperarse,
bien como una antología completa o como dos entregas.