Hace un par de meses tenía una cosa bien clara: en casa no
entraban más gatos. Echaba (y echo) de menos a Dalek, y me pareció que tenía
suficiente con atender a Sabela, que desde entonces estaba cada día más mimosa.
Y que no se despegaba de mí ni un segundo. Durante unas semanas me acostumbré a
hacer vida normal con una gata pegada permanentemente a mi regazo, pensando que
se iría haciendo a moverse por la casa ella sola. Pero son situaciones que no
duran mucho, y menos cuando un día cualquiera te ponen a una miniatura de color
blanco en las manos y te preguntan si quieres llevártela...hay que tener mucha
paciencia para negarse, y menos cuando la minina en cuestión cuenta con todas
las papeletas para no ser adoptada. En concreto, una hernia, que sin ser algo
de gravedad, implicaba ir muy pendiente de ella y una eventual operación.
La peque se vino conmigo y con el nombre provisional de Hernia, porque era en lo único que podía pensar nada más verle ese bultito que le salía de la tripa (teniendo en cuenta su tamaño entonces, era más cómico que otra cosa) además de unas cuantas instrucciones: vigilar su hernia diariamente, y al menor síntoma, llevarla a quirófano. No tuvo problemas para adaptarse, aunque los primeros días debía estar bastante desconcertada con la humana que la cogía cada dos horas y le apretaba la tripa como si fuera una pelota antiestrés. Hasta Sabela, que después de echar un día bufándole acabó cogiéndole cariño. O más bien, la nueva se lo ganó a manotazo limpio...Nunca había visto a un animal tan pequeño darle unas palizas a otro que lo doblaba en tamaño.
Y hace poco, Hernia se quedó sin hernia. No se libró de la
operación, que aunque sin problemas, a mí me preocupaba un poco y empecé a
pensar “¡Si sale todo bien, juro por lo que sea que le pongo otro nombre!”. No
es recomendable, porque empezaba a reconocer su nombre, pero el cambio tampoco
fue difícil: Antes era Hernia. Ahora, no hernia…Narnia. Que además de no tener
el mal agüero del anterior, le va muy bien por lo que le gusta meterse en los
armarios. Y en la nevera. Y en la lavadora. Y aunque los gatos son muy aficionados
a los espacios cerrados, esta me ha salido bastante tecnológica.
Una de las cosas más difíciles de contar con un gato de nuevo, tras perder a un compañero peludo, es esa sensación, que nos da a muchos, de cambiarlo por otro. Dalek fue y siempre será mi gata. Y Narnia no es Dalek..porque es Narnia. Tan especial, única y peculiar como solo puede serlo un gato.
Y de paso, una noticia: MFAL busca hogar para unos gatitos en este post. ¡Ponga una tricolor en su vida!