Esta semana volvemos a los detectives, y al menos en uno de los casos, a las aventuras
seriadas de un personaje concreto.
Rex Stout. La mano en el guante. Aunque Rex Stout es famoso
por haber creado a Nero Wolfe, cuenta con otras novelas policiales, sin repetir
personaje. En este caso, se trata de una historia de asesinato en un lugar
cerrado y de sospechosos múltiples, que la protagonista, una joven que ha
abierto su propia agencia de detectives, debe resolver al afectarle
personalmente.
El principal atractivo del libro es su ambientación en los
años treinta, donde las referencias a los primeros gurús de lo oriental, a la Gran Depresión y cómo afectó a
la vida de los personajes está muy presente. La mayoría han hecho fortuna, o la
han perdido (como la protagonista), por la crisis. Teniendo en cuenta que fue
escrita en 1937, estas menciones son mucho más frescas y espontáneas que una
novela histórica u otra posterior.
En cambio, los personajes no han terminado de gustarme: en
estos casos de “crimen en habitación cerrada”, tan de Agatha Christie, o bien
se es muy aficionado, o bien se corre el riesgo de resultar aburridos a ratos,
que ha sido el caso. Hay algunas situaciones interesantes, pero en la mayoría
de los casos, el intento de caracterizar a los protagonistas y sus problemas personales se convierte en una sucesión de diálogos de neuróticos. En el caso de una de las coprotagonistas, la pobre resulta bastante hostiable.
Boris Akunin. Special Assignments. Este es uno de los
autores de novelas de detectives más populares en Rusia, y por lo visto, su
fama ha saltado el país teniendo un público bastante amplio (cosa que a mí se
me había escapado hasta hacía poco).
Su personaje principal, Erast Fandorin, es un detective que
trabaja para el Estado en el Moscú de finales del siglo XIX. Como buen
investigador que va un poco por libre, cuenta con unas cuantas
particularidades, como el tener un asistente japonés y ser un fanático de las
artes marciales, además de mezclar sus capacidades deductivas con las de hombre
de acción.
La ambientación es bastante atractiva, y en ella se dan cita
culturas propias de la ciudad y la época, como las investigaciones en el barrio
tártaro, prestamistas o la rigurosa observación de las celebraciones
religiosas. Los casos, para este caso, han reunido dos novelas en un solo volumen:
en una de ellas, la más ligera, el detective debe detener a un timador
especialista en el disfraz. La siguiente, cuenta con un asesino conocido como
El decorador y con unas mañas y víctimas que recuerdan a Jack el destripador, y
al que la policía tiene en cuenta como posible inspirador o perpetrador de los
crímenes.
Con este tipo de detectives protagonistas, pueden pasar tres
cosas: o bien se hace uno fanático, o se lee como algo olvidable, o se
convierte en un personaje insoportable para el lector ocasional. Ha pasado con
Sherlock, Maigret, Nero Wolfe, Poirot y muchos otros. Fandorin no es una
excepción, además de contar con una gran desventaja: su caracterización, al
menos en este libro, demasiado tópica, con sus particularidades llamativas para
hacerlo fácilmente reconocible. Además es inteligente, atlético, guapo y
mujeriego…vamos, este hombre no tiene un solo defecto. Y Boris Akunin tampoco
ha hecho un trabajo muy exhaustivo a la hora de hacer algo original: la narración
tiene el principal defecto de las aventuras episódicas que quieren incorporar
lectores en cualquier momento, que es repetir unas cuantas veces las características
y personajes relacionados con los protagonistas. Pero en realidad lo peor es
una falta de originalidad a la hora de implicarse con el libro: por atractiva
que sea la ambientación, por acción que esta incluya, esta da la impresión de
haber sido escrita pensando en gustar a todo el público occidental, con unos
personajes y diálogos un tanto genéricos. Hasta descafeinados, diría.
Y de postre, un vídeo: con tanto escribir de detectives me
ha venido a la cabeza esta canción de los ochenta.
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