Cuando una película tiene éxito, empiezan a salir secuelas. No hace falta que sea una joya para esto, solo que tenga el suficiente número de seguidores y sea rentable. Pero cuando una no muy conocida lleva tres entregas, resulta más chocante. Este ha sido el caso de Outpost, una producción del 2008 que cuenta hasta la fecha con una segunda parte y una precuela.
Outpost planteaba la idea de unos mercenarios en busca de un
antiguo bunker nazi donde una máquina provocaba la aparición de fuerzas
sobrenaturales. Black Sun desarrollaba
un poco más la idea del grupo que intenta ponerla en marcha ese artefacto de
nuevo y de quienes intentan detenerlos (cosa que espero que retomen en alguna
Outpost IV), Rise of the Spetsnaz regresa a 1945, donde un grupo de soldados
soviéticos cae prisioneros de los soldados que entonces guardaban el bunker.
Allí, un equipo de científicos lleva a cabo todo tipo de experimentos para
conseguir el soldado perfecto, a quienes la llegada de los protagonistas les
proporciona el material perfecto para continuarlos. Su única esperanza es
escapar a través de los conductos de ventilación, a ser posible, con alguna
prueba que demuestre lo que han visto.
La saga de Outpost planteaba un año antes de Dead Snow la
posibilidad de juntar cine de zombies y
a los nazis como enemigos en una película. Además de añadir unos cuantos
detalles de ciencia ficción pulp y de ser mucho más original y entretenida que
la película noruega. Pero también tiene la ventaja de tratarse de una serie
completamente independiente: es posible ver cualquiera de ellas sin ninguna de
las anteriores, y enterarse de todo, al estar planteadas como guiones
independientes con un nexo común. Aún así, ofrecen detalles y guiños
reconocibles para los que han seguido las películas desde el principio, y esta
no es una excepción: siendo una secuela, es posible reconocer no solo el
escenario, sino también a personajes muy secundarios, como uno de los zombies de
la primera película, u otra a la que en la segunda mencionaban, y aparecía, muy
de pasada. Serán cosas curiosas que en realidad no ofrecen nada, pero es
divertido reconocerlos y todo un añadido a favor de dar coherencia a la serie
como una narración completa.
Además, la presentación un tanto ridícula y plana de los
enemigos es algo que resulta de lo más divertido: son auténticos villanos de
opereta, con caras de palo, y frases grandilocuentes que recuerdan bastante al
típico malvado pasado de rosca de las revistas pulp. Encima, cuando los
protagonistas son unos mazas sin más personalidad que las ganas de querer salir
del correspondiente bunker, todo recuerda bastante a momentos como el
Wolfestein. Tendrá su punto ridículo, pero teniendo en cuenta las referencias
de las que provienen, hace que el conjunto sea bastante entretenido y que uno
se limite a disfrutar con las frases tremebundas y las secuencias de los
monstruos deambulando por ahí. Elemento que se mantiene hasta los créditos,
donde el resumen de la historia y algunos añadidos se plantea a través de
ilustraciones de viñetas de comic, una de las mejores bazas de la película. No
había esperado que con una serie b me quedara mirando las letras del final como
si fueran lo más interesante del mundo.
En cambio, debido a lo independiente de esta precuela, hace
que el elemento más interesante de Outpost quede un poco abandonado. La premisa
de una máquina basada en principios cuánticos y su capacidad de crear un
ejército de soldados inmortales, además de todos los elementos de ciencia
ficción añadidos (como las paradojas o el teletrasporte). Exceptuando la
aparición de una de las criaturas de la primera entrega, se limita a ser una
máquina cualquiera de crear monstruos, sin más consecuencias que las de fabricar
enemigos para mantener el metraje. Esto ha sido lo más flojo, y que provoca que
no sea la película donde prometían explicar los orígenes de Outpost sino una
entrega cualquiera de soldados contra supersoldados malvados. Que, con todo lo
demás, funciona bastante bien.
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