jueves, 29 de septiembre de 2016
Necronomicon Z (Alberto López Aroca). Z de zombies, no de serie.
Partiendo de la idea de que si se juntan dos cosas que nos gusten, el resultado tiene que ser todavía mejor que por separado, en el mundo de la ficción las posibilidades son muy amplias: Tterror y ciencia ficción, vampiros y hombres lobo...y los zombies, que son los más versátiles, prácticamente con cualquier género y escenario. Incluso han tenido sus roces con uno tan abstracto como los Mitos de Cthulhu, aunque solo fuera de refilón, y con unos resultados bastante memorables. Porque hoy la palabra Necronomicon recuerda, o bien a las criaturas de H. P. L o al bueno de Ash Williams combatiendo demonios con más desparpajo que ingenio.
En realidad el libro de Aroca no se queda en un simple guiño, sino que se adentra de lleno en los mitos de Cthulhu, siendo las ciudades inventadas por H. P. L el escenario en el que se mueve un grupo de personajes que han coincidido en ese lugar por distintos motivos: son los años 50 y Arkham se ha convertido en una ciudad universitaria de tercera, a la que varios personajes llegan por distintos motivos. Dos criminales han sido contratados por un juez para obtener una copia de un libro guardado en la universidad. Un escritor de novelas pulp llega a la ciudad en busca de una mujer llamada la Dama Whateley. Y Goody Fowler, la bruja protagonista de una balada local, ha regresado tras varios siglos para vengarse, usando para ello el Necronomicon, cuyo sobrenombre de "el libro de los muertos" no es solamente una metáfora.
En principio, la novela se ha planteado como una historia coral, en la que personajes muy secundarios juegan un papel determinante en ciertos momentos, algunos muy breves. Así la primera parte cuenta con dos o tres de ellos que desaparecen rápidamente una vez la trama se pone en marcha, y no llegamos a encontrar a los protagonistas como tales hasta bien entrada la segunda parte del texto. Al menos en su mayor parte se trata de un mosaico donde se muestra la ciudad, y la situación de esta veinte años despúes del último relato escrito por H. P. L, a través de los ojos de sus habitantes. Que son a menudo mezquinos, culpables, inocentes, pero también sorprendentemente reales para una ciudad tan ficticia como Arkham.
Además de recrear muy bien, y sin concesiones a la idealización, una ciudad que los lectores de H. P. L. conocen muy bien (y que para qué negarlo, nos encantaría poder visitar), otro de los aspectos más positivos del libro es el uso de las referencias. No faltan menciones a los lugares comunes de los Mitos de Cthulhu, e incluso, a algunos de los relatos que los precedieron, como Arthur Machen, que se integran muy bien como parte del escenario y no dan la impresión de querer saltar cada dos por tres: que un personaje se llame Hutchinson, o que se hable del vinum sabbati, son guiños que pueden ser reconocibles o una parte más del Arkham descrito por Aroca. Este consigue además salir muy bien parado de uno de los aspectos más difíciles, como es el recuperar a dos de los personajes más destacables de H. P. Lovecraft, y además de integrarlos en una parte de la trama, darles un carácter propio, que no parece una invención, sino una ampliación de los creados por Lovecraft: algo así como la forma de ser de Randolph Carter o Richard Pickman en la que su escritor original prefirió no explayarse.
En cambio, hay muchos elementos que lastran el conjunto: en un principio, la narración resulta un poco errática, se saltan de un personaje a otro, dedicando demasiado tiempo a describir cómo estos van cayendo como moscas y queda la impresión de no saber muy bien que es lo que se quiere contar. Además, el texto no pretende esconder los momentos más gore o escabrosos, haciendo que en muchos casos, o bien pone a prueba las tripas del lector, o se acaba perdiendo en situaciones gratuitas que no aportan nada: ¿de qué sirve dedicar varias páginas a describir a un personaje cuyo hobby es torturar gatitos si al final es eliminado sin terminar de aportar a la trama? Realmente, habría disfrutado mucho más la historia sin unos párrafos revuelvetripas gratuitos (si los zombies se comen hasta al apuntador me parece bien, pero preferiría que cualquier minino, perro, hámster o guacamayo estuviera a salvo de la escabechina). Al personaje de Goody Fowler también le pasa algo parecido: si bien su caracterización como alguien hedonista hasta el extremo, sin intención de acabar con el mundo, despertar a Cthulhu ni ninguna de las pretensiones típicas de los villanos lovecraftianos, es interesante, esta acaba perdiendo fuerza e intenciones debido a la extensión de los capítulos que le dedican. Una parte importante del libro está destinada a contar su vida y tropelías, que si bien están presentadas con mucho humor negro por lo excesivo, llega un momento en el que el exceso aburre, y el personaje acaba convirtiéndose en una especie de parodia de situaciones hentai y de situaciones gore. Mejor dosificada está la aparición de su contrapartida, la Dama Whateley, que se reserva para el último tercio del libro y que se convierte en un personaje bastante mas equilibrado y simpático.
En el fondo, Necronomicon Z no es tanto una novela de zombies como una lovecraftiana, donde los muertos vivientes se convierten en algo secundario, muy breve, pero que no produce la impresión de ser un añadido para poder incluirla dentro del género, o colección donde se engloban los últimos libros con cadáveres ambulantes. Tampoco es una historia redonda, y en una parte importante de esta, pesan demasiado situaciones que no aportan mucho y la tendencia hacia lo excesivo. Pero en conjunto, especialmente hacia la segunda mitad, el balance se vuelve positivo: la recreación de Arkham, la caracterización de personajes que consigue hacer suyos con facilidad, e incluso el integrar una trama de zombies con un gran número de elementos de los Mitos de Cthulhu, compensa de sobra sus defectos.
lunes, 26 de septiembre de 2016
31 (2016). Payasos asesinos, motosierras y pantalones de campana
Aunque estén muy alejadas de lo que suele gustarme en el cine, Rob Zombie siempre consigue que acabe viendo alguna de sus películas: o bien seguir las tropelías de la familia Firefly en La casa de los 1000 cadáveres, ponerle pegas al remake de Halloween o desconcertarme con Lords of Salem, algo de maña debe tener para que mantengan el interés unas películas que en otras circunstancias se resumirían en un grupo de gente que grita mucho a otra y la mata de la manera más violenta posible. En todo caso, su estilo muy deudor del cine de terror de los setenta, la violencia grafica, personajes extremos y desagradables, y unos guiones muy sencillos y centrados en muy pocos elementos, se han convertido en características comunes a casi todas sus películas, y de los que en su última producción no falta ninguno.
Especialmente, en lo tocante al guión, porque la historia de 31 no podría ser más sencilla: un grupo de feriantes son secuestrados y obligados a enfrentarse a una serie de asesinos durante doce horas. Este es el tiempo que dura un juego de supervivencia, ideado por sus captores, que durante ese periodo apostarán sobre las posibilidades que cada uno de ellos tiene de salir vivo. Cuestiones como la identidad de sus secuestradores, el lugar en el que han sido encerrados, o los asesinos que uno tras otro, son enviados tras ellos, no son relevantes: al igual que a los protagonistas, lo que importa es quien va a salir vivo de allí, o más exactamente, qué es lo que les espera una vez que se hayan salvado por muy poco de unos desquiciados que parecen empeñados en hacerlos picadillo de la manera más sangrienta posible.
¿Cómo puedo quedarme colgada con una película tan centrada en la violencia y la sangre, cuando precisamente, producciones como Hostel me han parecido de lo más aburrido y fácil? Pues sigo sin tenerlo claro, pero quizá sea que Rob Zombie, aún con sus limitaciones, es capaz de crear una fascinación un tanto morbosa con lo que cuenta: que es muy simple, pero donde la importancia la tiene el aspecto externo: la ambientación en una década de los setenta que hace pensar mucho en La matanza de Texas, unos personajes que no suelen despertar simpatías, pero que captan el interés, y sobre todo, una escenificación muy barroca de esa misma violencia, donde casi se puede desviar la atención a cada uno de los detalles de los escenarios, muy propios de la idea sobre las manías que podría tener un asesino en serie, y que son una parte importante de la atmósfera de la película.
En el caso de esta, parece que el director a optado por lo seguro: lejos de la rareza de Lords of Salem, el planteamiento es muy similar a La casa de los 1000 cadáveres. El público sabe lo que les va a pasar de antemano a los protagonistas, salvo que en este caso, hay elementos que juegan a su favor: después de varios años de nostalgia ochentera por todas partes, la estética de los setenta es una variación que se agradece. No pilla tan de sorpresa como en su primera película en 2003, pero está cuidada y supone un poco de aire fresco. Y sus protagonistas, en lugar de ser adolescentes incautos, cuentan con la ventaja de adaptarse con mayor facilidad a un escenario hostil: pasado el shock inicial, a estos les resulta relativamente más fácil buscar soluciones, escapar, o incluso encararse con sus antagonistas, bien física o verbalmente. Una de las secuencias, donde el personaje interpretado por Sheri Moon Zombie se pone a chapurrear amenazas en español contra su oponente (nada menos que un enano pequeño. Disfrazado de nazi) hace pensar que estos no van a pasarse el resto del metraje llorando y esperando que los descuarticen.
El montaje en algunas secuencias resulta un poco confuso, no quedando muy claro a quien persiguen, asesinan o hacia donde van, y se notan a veces los cortes que se realizaron para reducir la calificación por violencia (aunque sea un contrasentido tener que editar una película cuya principal gracia son las motosierras y el lenguaje cuartelero), pero por suerte, estos acelerones oficiales no impiden que se pueda disfrutar de uno de los mayores atractivos de esta: los escenarios y la atmósfera. Si los exteriores son casi tan simples como los que pueden salir en Z Nation, con desierto y más desierto, el complejo donde se mueven los protagonistas resulta casi barroco: naves industriales, decorados propios de una pesadilla o de un pasaje del terror muy extremo, situaciones tan paradójicas como los organizadores del juego, disfrazados de nobles del siglo XVIII porque...porque sí, y punto, y una galería de asesinos de lo más teatrales donde no faltan un clásico de la imaginación popular como son los payasos..y las motosierras. Lo cierto es que la sucesión de escenarios y personajes extremos casi hace que parezcan las pantallas de un videojueo: los protagonistas acaban con un enemigo y pasan al siguiente nivel, así hasta tres o cuatro veces, una estructura bastante básica que en realidad no supone un problema al tratarse de una historia que huye de cualquier tipo de complejidad y de giros de guión.
Aquí un personaje de los de envejecer al lado de su foto
El reparto, aunque en principio no haya que esperar grandes interpretaciones, guarda sus sorpresas. Salvo la aparición de Sheri Moon Zombie, que es habitual en las producciones de su marido y que pese a muchas críticas, es bastante solvente para lo que se le suele pedir en los guiones. Y quizá menos cantosa de lo que suele ser Milla Jovovich en las películas de su marido. Meg Foster cuenta en cambio con uno de los personajes con más trasfondo, y sorprendentemente, con más simpatía. Se echa en falta a Sid Haig o a Bill Moseley, seguramente por lo memorable de su interpretación como los Firefly, pero el resto de actores no desmerece: Malcolm McDowell aparece como maestro de ceremonias, absurdo, fuera de lugar y caracterizado hasta el extremo. Y aunque en menor o mayor medida el elenco de asesinos tenga su momentos muy histriónicos, eso sí, el que brilla con luz propia es el Doomhead interpretado por Richard Brake. Un personaje que con unos diez minutos, una verborrea impresionante y un sadismo digno del Joker acaba llenando la pantalla y haciendo que su presencia sea lo más memorable de todo el guión. El actor que lo interpreta, Richard Brake, cuenta con muchos papeles secundarios, apenas se lo reconoce con todo el maquillaje de Night King en Juego de tronos y yo sigo recordando como el malo del videoclip de Muse, Knights of Cydonia. Pero con este papel ha debido conseguir el momento de gloria que muchos actores buscan.
31, en cuanto al estilo de Rob Zombie, no es nada nuevo: parece simple, no faltan los elementos favoritos del director ni su señora esposa, que no falla. Ni tampoco es la novedad que supuso La casa de los 1000 cadáveres. Pero cuando menos, es lo que promete: grotesca, violenta, muy sucia y no se pierde en escenas de relleno. En cierto modo, es un tipo de cine muy parecida a la frase hecha sobre los accidentes de tráfico: lo que cuenta es desgradable, pero no puedes dejar de mirar.
jueves, 22 de septiembre de 2016
Z Nation: La película. O el especial. O lo que quiera que nos cuenten (que es muy raro)
Esta semana se estrenaba la tercera temporada de Z Nation, que con el permiso de Ash vs Evil Dead, es la única comedia de zombies que puede verse en televisión. Pese a tratarse de una producción de Asylum, que se ha hecho un nicho en el mercado del presupuesto mínimo y la comedia involuntaria (o no tanto), han empezado fuerte con un especial de hora y veinte. En principio esto haría pensar que dedicarían tiempo a un comienzo espectacular, y quizás, aclarar un poco las nuevas tramas que habían ido surgiendo (o de paso, la cabeza de los guionistas): las continuas menciones a Zona de los anteriores capítulos, una especie de refugio para los más poderosos a donde intentan llevar a determinadas personas, qué habría pasado con esos personajes a los que ponían en un cliffhanger gigante al final de la temporada anterior, y sobre todo, cómo se las ingeniaron para recuperar por arte de magia a un tipo al que hace solo unos capítulos, habían tirado a un pozo lleno de zombies y que ha regresado convertido en uno de los buenos.
En realidad todas estas preguntas tienen que esperar porque, primero, tras dos años de serie, Z Nation nunca destacó por su coherencia interna ni lo necesita. Y segundo, porque el especial es en realidad una historia independiente que sucede en algún momento de la mitad de la temporada anterior. Así desaparecen algunos personajes que aún no habían sido presentados, y regresan otros: el bebé de Murphy, que solo aparecería un par de capítulos (sin duda tener que meter infografía a un bicho tan feo es un dolor) o Cassandra, uno de los supervivientes modificada por los poderes del anterior, continúan con el resto del grupo el viaje para encontrar una cura. Como suele pasar en cualquier episodio, el viaje se ve interrumpido por un grupo de supervivientes que necesitan su ayuda, y pese a las quejas de Murphy, deciden quedarse y proteger el asentamiento de un mercenario que ha venido para cumplir una misión muy concreta: llevarse a uno de los supervivientes, un científico, por órdenes de unos jefes a los que el público todavía no conocemos.
El argumento perfectamente podría haber sido parte de un capítulo doble en la temporada anterior, e incluso habría sido mucho más entretenido que algún episodio botella de una temporada a la que aumentaron su duración. Pero sospecho que no había presupuesto suficiente para grabarlo, o que directamente, las referencias a la trama que sustituirá la del viaje para encontrar una cura se las fueron inventando sobre la marcha. El punto fuerte en todo caso es el tener ya muy claro el tono de la serie y que a nadie pille por sorpresa sus momentos de humor intempestivo. Que en este especial, han optado porque sean todos de referencia cinéfila: la primera secuencia, con uno de los personajes anunciando alegremente que esto se trata de una película de flashback, además de romper un poco la cuarta pared, va preparando el terreno para un guión donde además de los chistes referenciales propios, hay un montón de menciones cinéfilas que sueltan alegremente: los spaguetti western de Clint Eastwood, Mad Max, Espartaco, 300 e incluso un guiño a Furia de titanes que acompaña la aparición de uno de los superzombies que acabaron por hacerse habituales. Referencias que en realidad, se quedan en guiños verbales o en montajes que el público reconoce fácilmente del cine clásico. Y que no se quedan ahí, sino que son capaces de recurrir a estéticas más chocantes como una breve aparición de los próximos antagonistas, rodada como si fuera un anuncio de Martini ¡Tal es la idea de lujo tras la caída de la civilización!
El resto de los momentos siguen siendo los propios de la serie cuando esta está inspirada: la palabra apocalipsis se ha convertido en una parte habitual del vocabulario de los personajes, con la que explican situaciones absurdas con la misma facilidad con la que un viandante mencionaría la crisis económica. Un apocalipsis que ha tomado un cariz muy cómico y muy cotidiano, y por el que circulan personajes que en principio, buscan una caracterización mucho más exagerada y de comic, aunque solo sea para una aparición episódica: una superviviente vestida de rojo, color que justifica con un diálogo no ya de serie B, sino de serie Z. Un niño criado por los cuervos y un mercenario que se pasa toda la película vestido con un traje de lo más elegante y unas chancletas (si seguimos la teoría de Z Nation, será porque tras el apocalipsis ya no hay que seguir un código de vestimenta concreto) son algunos de los secundarios que, pese a no formar parte de la continuidad de la serie, acaban ocupando más espacio que los propios protagonistas, y que seguramente, por el carácter un poco aislado de este guión respecto al resto de la serie, funcionan muy bien.
Puede que este especial no aporte, salvo algunas menciones, nada nuevo para la tercera temporada, que empezará en el tercer episodio. Pero como capítulo, o largometraje independiente, ha sido uno de los guiones más divertidos y donde han aprovechado al máximo todas las ideas que habían quedado establecidas para la serie. Aunque este enfoque tan propio de comedia de aventuras que plantearon hace que los cambios de tono cojan al público por sorpresa: los personajes no se toman nada en serio, muchos de sus diálogos dramáticos dan risa...y el desenlace de algunos es tan inesperado que corta la carcajada de seco: ese tono tan ligero hacía pensar que a ninguno de los protagonistas les iba a pasar nada, que en el fondo, todo era una broma en el que el grupo, o los personajes más divertidos, iban a salvarse en el último momento. Y que por esto, el final llegue de una forma mucho más brusca, casi cortando en seco las risas que acompañaron durante los primeros setenta minutos. No tengo claro si los guionistas de esta serie son unos genios, le toman el pelo al público o se esfuerzan lo más mínimo en mantener un tono y una coherencia uniforme. Solo se que Z Nation debe ser de las series más divertidas que he podido ver en los últimos años.
lunes, 19 de septiembre de 2016
Looney Tunes: de nuevo en acción (2003). Rompiendo la cuarta pared (marca Acme)
Los Looney Tunes son, junto a Disney, los personajes más
duraderos en la animación…¿Qué digo Looney Tunes? Eso será ahora que somos
mayorcitos y tenemos Google, pero entonces eran Bugs Bunny, el pato Lucas,
Silvestre y Piolín y muchos otros. O, como mucho, los dibujos de la Warner.
Dibujos que conocimos por televisión y no en el cine, que también han pasado
varias décadas reinventándose para intentar adaptarse a los gustos de la
chavalada actual, y que pese a todos los cortos de animación e incluso series
de tv, solo tuvieron dos largometrajes estrenados en el cine. Uno fue todo un
éxito de los noventa y conocido por ser la presentación de Lola Bunny, el
personaje que venía para llenar el cupo femenino (y parecerse un montón a
Natalie Dorner). El segundo pasó con más pena que gloria pese a tener momentos
mucho más divertidos y una mayor intención cómica que la anterior.
De nuevo en acción comienza cuando un guardia de seguridad de
los estudios Warner descubre que su padre no es solamente el actor que encarna
a un famoso agente secreto, sino un espía de verdad que ha sido secuestrado y
necesita la ayuda de su hijo: el presidente de la compañía Acme pretende
hacerse con el Mono azul, un diamante con propiedades mágicas, más que para
dominar el mundo, para aumentar su cifra de negocios. Tal es el concepto de
maldad de un empresario. Todo esto sucede el mismo día en el que debe sacar al
pato Lucas, recién despedido, fuera de los estudios, y que este decida que una
película de espías es mucho mejor que ser perseguido por el cazador Elmer. Pero
muy pronto Bugs Bunny y el resto de personajes se unirán a esta aventura,
aunque solo sea para conseguir que vuelva a la productora: ¡El corto de la
temporada de patos y conejos no es lo mismo sin él!
Pese a contar con la aparición de practicamente todos los
personajes Warner, ninguno de ellos es el protagonista: en realidad son
secundarios en su propia película, tanto, que el guión podría haberse
desarrollado perfectamente sin su presencia. Un guión que consiste en una
comedia para toda la familia, muy blanca y a veces muy tontorrona, con
bastantes dosis de aventuras, protagonizada por Brendan Fraser, quien entonces
se había especializado en este tipo de largometrajes. Pese a la sensación de
añadido, la aparición de estos no desmerece: son personajes que siempre
funcionaron mejor en cortos, por lo que su actuación se compone de distintos
gags en los que interactúan entre sí o con los protagonistas reales, siendo más
bien un apoyo a los momentos cómicos y también, todo un repaso a los personajes
animados de la compañía: entre escenas, diálogos o cameos, no llega a faltar
ninguno. Y eso incluye tanto los más famosos, como otros casi olvidados como la
rana cantora o un científico loco directamente basado en los rasgos de Peter
Lorre.
Además de los sketches animados, donde es un clásico que
primen los martillazos, e incluso una secuencia de persecución a través de
cuadros clásicos fantástica, el humor de la comedia puede resultar un tanto
irregular: en general es todo muy blanco, bastante cercano a George de la
jungla, donde no faltan secuencias de acción tirando a cómica, pero muy simple,
con otros momentos bastante brillantes: junto a los cameos, en varias ocasiones
se menciona la película que está , hay un montón de referencias a la corrección
política y a un estilo de humor que hoy se consideraría ofensivo en muchos
aspectos. El tartamudeo de Porky, los disfraces de mujer de Bugs Bunny, porque,
como bien dice, él es el que interpreta a los personajes femeninos, son
momentos bastante ingeniosos. Dentro del aspecto cómico, un elemento que
sorprende bastante es el de las referencias: en el 2003 los guiños de forma
mayoritaria a una cultura popular muy específica eran algo muy raro, y aquí no
se han cortado a la hora de incluir a personajes como los Daleks, los
ultracuerpos, un trífido, y estos ya eran para nota, a monstruos de películas
de serie B de los cincuenta de los que algunos solo suenan por los posters.
Más que interpretaciones, hay toda una recua de cameos de
actores conocidos: Ron Perlman, John Cusack, e incluso Michael Jordan como
guiño a la anterior película. Muchas son muy breves pero son lo más divertido
entre unos protagonistas que son de estos que, o se aman o se odian: Brendan
Fraser entonces estaba especializado en hacer personajes noblotes y atléticos,
pero un poco cándidos, y en él recae casi todo el peso de la película, no en
los Looney Tunes, por lo que esta no sería muy recomendable si no gusta el
actor. Su compañera de reparto resulta casi testimonial, un papel de interés
romántico muy flojito, y Steve Martin como villano es un poco incomprensible:
¿por qué demonios está todo el rato balanceándose como si se cayera? ¿Tiene
vértigos? ¿Es alguna referencia que me he perdido? Igual en versión original
aclararía alguna duda, pero el doblaje es cuando menos, normalito.
La calidad de la animación tampoco es notable, algo bastante
grave cuando la gracia de la película es que los personajes de carne y hueso
convivan con los dibujos. En su mayor parte tiene un pase, aunque cuando estos
interactúan se nota cierta falta de cuidado en integrar ambos, y los actores en
más de una ocasión no saben a donde mirar (aunque esto sospecho que es cosa suya).
No falta alguna infografía en la que también se nota su inserción posterior en
el metraje, por lo que el aspecto técnico es un poco normalito. Parece que las
únicas a las que les salió bien la mezcla de animación e imagen real fueron la
de Roger Rabbit y La bruja novata. Y sospecho que a estas también les ayudó
mucho que las teles en HD no estuvieran ni proyectadas.
Fuera por algún error en la promoción, o porque ese año
compitieron Piratas del Caribe y Buscando a Nemo, Looney Tunes: de vuelta a la
acción fue un fracaso comparado con lo que recaudó Space Jam. Y uno bastante
inmerecido: no es una gran comedia, y hay que reconocer que no le llega ni de
lejos a lo que hacían los personajes Warner en tiempos. Pero su estilo un poco
absurdo, muy inocentón, y lleno de guiños, cameos y referencias que pillan por
sorpresa me pareció muy divertido, y más respetuoso con el material que un
publirreportaje de noventa minutos patrocinado por Niké y Spalding.
jueves, 15 de septiembre de 2016
¡Camarero, hay un Snorlax en mi sopa! (El book tag de los pokemon)
Nunca he llegado a ser fan de Pokemon, y eso que me han
pillado todas las etapas del juego en cuestión: en la tv, en las consolas portátiles,
y en cualquier calle gracias a los móviles…y por salir, hasta en un tag de
libros aparecen. En principio no tiene mucho sentido que haga uno relacionado
con unos bichitos a los que nunca hice caso, pero de nuevo, las preguntas
tienen su gracia (aunque no tengo ni idea de los pokemons que les sirven de título)
y sirven para una de las cosas en las que las entradas me quedarían kilométricas: hablar de libros. De
los que me gustan, de los que no, de los que no contaba que me gustaran, de los
que me aburrieron. De todos, vamos.
Probablemente la colección Cuenta Cuentos de Salvat, no tanto por los libritos como por su versión en audio. Desde siempre me gustaron las historias, fuera en televisión, dibujos o tebeos. Entonces la letra impresa me daba mucha pereza pero estos fascículos me dieron el empujón necesario.
2. Pikachu: un clásico icónico que siempre adorarás.
La conjura de los necios, de John Kennedy Toole. El que Ignatius Reilly sea el padrino de todos los Ni-nis, que la empresa Levi Pants haga aguas por todas partes, y que la octogenaria Miss Trixie solo quiera jubilarse de una vez hace que la historia se haya vuelto más actual de lo que imaginaba.
3. Zubat: un libro en el que perdiste interés porque está en todas partes.
Va por temporadas, según lo que quieran las editoriales, pero lo he visto en demasiados escaparates y tengo demasiadas cosas por leer como para pararme ahora con La chica del tren.
4. Ditto: un libro que te recuerda a otros libros, pero que aun así te encanta.
De este año, Un cuento oscuro, de Naomi Novik. Me parece que sus parecidos con la mitología y con los cuentos tradicionales se deben más a intención por parte de la autora a la hora de crear un entorno que a los lectores les sea familiar y no algo fortuito o repetitivo, pero precisamente esa sensación de familiaridad es su mayor ventaja.
5. Snorlax: un libro o saga que no hayas empezado debido a su longitud.
En busca del tiempo perdido sigue siendo una serie que me impone, tanto como el Ulises o Guerra y paz, y a la que le debo una lectura solo por las veces que he usado lo de la magdalena de Proust como frase hecha.
6. Gengar: un libro que no te dejó dormir.
Salvo un primer libro de relatos de Stephen King, que me provocó unas cuantas noches sin dormir en el momento justo, los libros de terror no me dan miedo. Otra cosa es que me hagan pensar o me inquieten como Crimen y Castigo de Dostoievski o Never let me go de Ishiguro. Por eso hasta el momento siempre he huido de Jack Ketchum pese a sus buenas críticas: si empiezo La chica de al lado, es muy probable que acabe retirándome a meditar en el monte con mis gatas, alejada del género humano.
7. Nidoking/Nidoqueen: tu pareja literaria favorita.
Fuchsia Groan y Steerpike, de Gormenghast. Porque en realidad no son pareja, porque no pueden ser personajes más opuestos y ni siquiera comparten unos pocos párrafos en el libro. Pero suficientes para que ambos tengan algo especial.
8. Rapidash: una lectura rápida y delirante.
La saga de Monster Island de David Wellington. Tres libros donde atropellan sin ningún complejo la caída de la civilización, zombies, niños soldado africanos, señores de la guerra, druidas, liches…y consigue sin ninguna pretensión, ser mil veces más original que otros autores que pretendieron renovar el género zombie.
9. Eevee: una saga de la que nunca te cansaría leer spin-offs.
Ninguna, en realidad. Y en estos tiempos en los que todo libro o película de éxito tiene que tener su universo expandido, el encontrar un libro único, donde no vaya a haber continuaciones, precuelas ni spin offs, es un tesoro.
10. Magikarp: un libro o saga que fue sorprendentemente maravillosa.
Por llamarlo así, el ciclo de la tierra de los Sueños de H. P. Lovecraft, y en concreto, En busca de la Ciudad del Sol Poniente. Por su mezcla tan particular de mitología, ensueño, fantasía, unos Mitos de Cthulhu más inofensivos que nunca…y sus gatos lunares.
11. Pokémon legendarios: una saga a la que se le ha dado muchísimo bombo y que aun así tienes ganas de leer.
Algún día podría leer Memorias de Idhun de Laura Gallego, viendo las buenas referencias en su momento.
12. Mew y Mewtwo: una edición de coleccionista que te gustaría tener.
Canción de hielo y fuego, principalmente porque por su extensión, no le va muy bien el formato rústica y mucho menos, el dividirlo en dos o tres partes.
13. Pokéhuevo: una novela debut que estás deseando.
Es un contrasentido: si es una novela debut ¿Cómo voy a estarla esperando?
14. Módulo cebo: autores cuyos libros siempre compras en cuanto salen.
Thomas Ligotti. Que al paso que escribe, me da tiempo de comprarlo, releerlo dos veces y esperar pacientemente a que decida publicar algo más.
15. Servidor caído: un libro que llevas esperando toda la vida.
Una cuarta entrega de Gormenghast, al saber que se conservaban algunos textos de la continuación que Peake había pensado (iban a ser siete libros). Llegó ese cierre, y me decepcionó: era la novela que su esposa terminó como despedida hacia su marido, pero no el Titus Groan que yo había conocido.
lunes, 12 de septiembre de 2016
La maldición de las brujas (1990). Cuando el cine infantil chocó con Roald Dahl
Dahl no es un extraño a las adaptaciones cinematográficas.
De hecho, cuenta con más de las que conocía, al haberse dedicado también a
escribir relatos para un público adulto. Pero las más conocidas siguen siendo
sus novelas para niños, siempre marcadas por un gran conocimiento del mundo
infantil, no siempre idílico y a veces un poco macabro, y por una buena dosis
de mala baba. A veces se capturó perfectamente en versiones como Matilda o
James y el melocotón gigante, pero otras no convencieron a su autor pese al
éxito de público. Es difícil estar de acuerdo con él cuando Gene Wilder siempre
será nuestro Willy Wonka, pero la versión cinematográfica de Las brujas es uno
de esos casos en que todo va bien hasta que aparece de lleno el motivo de
disgusto de su autor.
Las brujas de Roald Dahl no son como las de los cuentos. No
se distinguen de cualquier mujer normal, salvo por un detalle: son calvas,
aunque cualquier peluca puede disimularlo fácilmente. Y también odian a los
niños. Tanto, que dedican sus vidas a eliminaros de un modo u otro: las brujas
están detrás de los niños que desaparecen y de los que no vuelve a saberse,
cuando no buscan maneras más creativas de aniquilarlos. Muy poca gente sabe de
su existencia y toma las precauciones necesarias, como la abuela del
protagonista, quien procura que su nieto conozca todo lo relativo a estas y a
su organización, como la existencia de la Reina de las Brujas y sus reuniones
periódicas donde comparten métodos e ideas para eliminar a los niños. Lo que no
imaginaban ambos es que unas aburridas vacaciones en un hotel, recomendadas por
el médico de la familia, los llevaría a encontrarse con la convención que estas
celebran en el mismo lugar y comprobar, de primera mano, el sistema definitivo
que estas han ideado contra los niños.
Como adapción en general, no habría ninguna queja: la
historia, destinada a un público muy joven, se mantiene dentro del rango de los
90 minutos, que entonces era habitual. Suficiente para incluir los elementos
clave de la trama: una introducción sobre las brujas y su mundo, los personajes
y sus aventuras. Estas transcurren con rapidez, sin alargar las escenas de
acrobacias o cómicas para alardear de medios técnicos, pero sin que impidan
apreciar la artesanía de sus efectos o determinadas secuencias donde se muestra
el aspecto más grotesco de las brujas. No es una versión completamente literal,
al quedarse fuera un capítulo introductorio mucho más largo, descripciones de
pócimas tan estrafalarias como las que solía inventar Dahl e incluso las
canciones de las brujas, que forman parte del libro. Pero en su mayor parte,
conserva perfectamente el espíritu de la historia, su humor e incluso sus
toques de terror, de una manera tan efectiva que me hace preguntarme por qué
las 250 páginas de Harry Potter necesitaron un guión de dos horas y media.
A nivel de producción, tampoco se escatimó calidad. Solo el
reparto adulto cuenta con la actriz sueca Mai Zetterling como una abuela
entrañable y decidida, además haber sido elegida con bastante ingenio (la
acción transcurre entre Noruega e Inglaterra). Rowan Atkinson muestra una
comicidad como prototipo de inglés servil y estirado, pero el papel más
memorable es el de Anjelica Huston como Reina de las brujas. Con un acento
digno de una película de espías, alterna sus apariciones caracterizada de mujer
fatal con la de bruja de cuento bajo capas de latex. Todo un personaje al que
no le falta, como a buena bruja, un rollizo gato negro al que adora…¡Si es que
estas señoras dedicarán su vida a borrar a todos los niños de la faz de la
tierra, pero tienen muy buen gusto a la hora de elegir a sus mascotas! Los actores infantiles, unicamente dos, no
salen tan bien parados en comparación: si bien el papel de Bruno Jenkins es
bastante más natural y divertido, el protagonista mantiene en muchos momentos
una voz bastante neutra o forzada, algo más propia de un dibujo animado.
Lo mismo puede decirse de los efectos especiales, algo de
esperar con el equipo de Jim Henson: desde la reina de las brujas hasta las
transformaciones, donde no se escatiman diseños monstruosos, hasta las escenas
de los dos ratones, donde la movilidad que muestran las marionetas es todo un
ejercicio de artesania. Estas, combinadas con el trabajo de caracterización de
las brujas, el carácter de fábula que se mantiene, e incluso las dosis de humor
negro para los adultos (cortesía del gerente interpretado por Rowan Atkinson y
una de sus empleadas) la convierten no
solo en una buena película para todos los públicos, sino en una buena adapción.
O la habrían convertido. Porque pese a todo lo que se
muestra y establece previamente, como la maldad de los personajes o lo irremediable de la situación, el guión
opta por un final feliz completamente opuesto al original y que hace perder los
matices que este tenía. Frente al protagonista convertido en ratón, y a la
espera de una vida donde, como él expone, no tendrá que crecer, ni, como se
intuye, afrontar la muerte de sus seres
queridos, se sustituye por un giro de último momento donde este es mágicamente
devuelto a su estado inicial. Por un personaje creado específicamente con esta
función y que nisiquiera tiene demasiados motivos para sufrir esa
trasformación.
Dicen que los niños prefieren ver un final feliz, o al
menos, uno que puedan comprender mejor y que no les inquiete. Seguro que algún
pedagogo apoya esta teoría. Pero cuando ví La maldición de las brujas con poco
más de 8 años, conociendo el libro de antes, la sensación que me produjo fue la
contraria: que me estaban mintiendo, dándome otra versión porque se supone que
la verdadera no era adecuada. Esto no quiere decir que sea una mala película.
En realidad es fantástica, no solo una buena adapción sino que hoy podría ser
un clásico del cine infantil. E incluso en ese final montado procuran aportarle
los soportes necesarios para que no resulte tan forzado. Pero le queda, en los
últimos minutos de metraje, esa impresión de haber podido ser una historia más
auténtica.
viernes, 9 de septiembre de 2016
Tres días, tres citas III
Hoy termino el reto de las citas, y encontrar una para terminarla me ha costado. Había pensado en algo de H. P. Lovecraft, pero la sección ominosa ya la había cubierto con el señor Ligotti. Jean Ray, más que un filósofo, es un narrador, y no me venía a la cabeza ninguna frase suya que no incluyera al detective Harry Dickson disfrazado de algo descubriendo conspiraciones en los subsuelos de Londres ¡Y eso es precisamente lo que lo convierte en uno de mis escritores favoritos!
Después me acordé que hacia ya año y medio del fallecimiento de Terry Pratchett. Muchos todavía lo echan en falta y sospechan que los Auditores de la Realidad han notado que una de las rocas que orbita en elíptica alrededor del sol se ha vuelto un poco más gris. Pratchett, con sus novelas rápidas, cargadas de humor y reflexiones inesperadas, era uno de esos escritores que a muchos nos divertían y nos hacían pensar. Y capaces de exponer la ironía de cosas tan cotidianas como una costumbre social, que disertar con la mayor simpleza sobre la vida, el universo y todo lo demás, que diría Douglas Adams. Si el miércoles la primera cita venía pensada por una situación muy concreta y que llevamos viviendo varios años, hoy termino con otra que también recuerda mucho a la colección de frases hechas que todo buen político tiene anotado: llamémoslo apretarse el cinturón, fomentar el ahorro, o una versión muy difusa del bien común.
Conozco a las personas que hablan de sufrir por el bien común. ¡Nunca son ellos, joder! Cuando oyes a un hombre gritar: ¡Adelante, bravos camaradas!, verás que siempre es el que está detrás de la jodida roca enorme, y el único que lleva el casco realmente a prueba de flechas'.
Tiempos interesantes - Terry Pratchett
Le toca el reto a Imprudencia temeraria, de Condesadedía, que también está con Pratchett esta temporada.
jueves, 8 de septiembre de 2016
Tres días, tres citas II
Hoy toca la segunda entrega del reto de las citas. Que, igual que la entrada anterior, consiste en publicar una durante tres días nominando cada vez a tres personas (que yo reduje a una y añadí libertad de hacer el reto a cualquier lector).
Generalmente una cita puede contener un pasaje excepcionalmente lírico, evocador, o directamente, hacer pensar. No es el caso de las opiniones de Ignatius Reilly, el protagonista de La conjura de los necios. Un libro que tampoco destaca por pasajes evocadores ni recursos líricos, sino por describir una época y un escenario con mucha sorna. Donde no queda títere con cabeza. Ignatius, a sus treinta años, no trabaja, vive en casa de su madre, quien tiene cierto problema con la bebida (una vez se va conociendo a su hijo, es comprensible), y que justifica su estilo de vida con una filosofía donde mezcla alegremente el medievalismo, la teología, la filosofía, unas ideas muy reaccionarias e incluso los comics. Entre atracón y salidas al cine por la tarde, se dedica a escribir en cuadernos (que tiene a montones) sus particulares ideas. Un figurón que hoy encontraría perfectamente su equivalente en el estereotipo del treintañero que vive en casa de sus padres y se pasa el día opinando en internet. Y que en una de sus frases más breves, describe su opinión sobre la situación política desde su cuarto. Solo decir que aunque el muchacho parezca un cuadro, los personajes que lo rodean lo convierten casi en el más agradable e ingenioso de toda la historia:
habría que imponer un régimen de fuerza en este país para impedir que se destruya a sí mismo. Los EE.UU. necesitan teología y geometría, necesitan de buen gusto y decencia. Sospecho que estamos tambaleándonos al borde del abismo.”
John Kennedy Toole - La conjura de los necios
Hoy queda nominado La isla de las bufandas. Mañana termino el reto si no me entretengo demasiado leyendo a Boecio
miércoles, 7 de septiembre de 2016
Tres días, tres citas I
¡Estoy nominada! Pero al contrario que el programa ese donde la gente vota para que Mercedes Milá eche a la gente de un inmueble, no me voy a ninguna parte: Kaoru de House of the Silent me ha incluido en un reto que consiste en publicar una cita literaria durante tres días al tiempo que se nomina a otros tres. Como entre los blogs que sigo hay una mayor cantidad de cine y series que dedicados a la lectura, he acortado este requisito un poco y me limito a nominar a uno por día. Eso no quita que a quien le guste la idea, pueda hacer uso de ella.
Si hay un autor que me venga a la cabeza en cuanto se trata de citas literarias, es Thomas Ligotti. Sus escritos contenían cierta carga filosófica (de carácter muy pesimista, por cierto), que se han ido acentuando durante los últimos años. También fue el inventor más o menos oficial del "terror corporativo", un subgénero que..bueno, en realidad se ha inventado el mismo y no conozco a nadie más que lo cultive, pero a grandes rasgos recupera el miedo al vacío, al sinsentido y la burocracia que en su momento pudo reflejar Kafka. Añadiendo otros elementos más modernos: la incertidumbre, la temporalidad, un lenguaje empresarial vacío, o la sensación, mucho más cercana, de que la jornada laboral llega a consumir la vida de una persona. En un entorno donde la frase "al menos tienes trabajo" se ha convertido en un consuelo, y donde el FMI propone trabajar hasta los doscientos años como medida razonable, el primer párrafo de My Work is not yet done es bastante adecuado:
Siempre había tenido miedo. Sin embargo, por autocomplaciente que esto pueda sonar, nunca creí que esto fuera causa de vergüenza o lamento, incluso a pesar del insoportable sufrimiento que puede implicar un rasgo así. Me parecía que la mejor gente, al menos como esta la consideran, no puede sino revelar una buena porción de miedo e inseguridad, incluso de pánico absoluto".
Thomas Ligotti - My Work is not yet Done
Hoy queda nominado La mano del extrajero, y mañana seguimos con la segunda parte.
lunes, 5 de septiembre de 2016
Los caminantes de Carlos Sisi. Los zombies en España dan mucho de sí.
Desde que empecé a seguir cada entrada que Manel
Loureiro publicaba on-line de
Apocalipsis Z, siempre he tenido cierta preferencia por las historias de
zombies ambientadas lejos de su escenario habitual, que suele ser cualquier
ciudad de Estados Unidos. Lo mismo pasó con mis capítulos favoritos en Guerra
mundial Z, o con los policías que descoyuntaban infectados en un arrabal
francés de La horde. España, en cambio, se fue quedando limitada a las
aventuras de Lúculo. Y no era por falta de material, porque muchos escritores
habían contribuido al género, llegando una editorial a contar con una colección
específica.
Los caminantes de Carlos Sisi es una de las sagas más
conocidas, y también de las más amplias, con cuatro volúmenes, donde se narra
la aparición de una epidemia que…bueno, es una novela de zombies y esto era de
esperar, Aquí lo interesante serían los habitantes de Carranque, un centro
deportivo reconvertido a asentamiento de supervivientes, y los personajes que,
por un motivo común, llegan hasta allí un tiempo después: estos han sido
atacados por hordas de muertos vivientes que parecían saber bien hacia donde
dirigirse. Entre ellos se mueve sin sufrir daño alguno un sacerdote, quien
además de ser capaz de ejercer cierto control sobre los cadáveres, está
convencido de ser el agente del Juicio final y eliminar a quienes él considera
pecadores e impíos. Que viene a ser más o menos todos los que hayan tenido la
suerte de estar vivos hasta la fecha. Los afortunados que han conseguido llegar
a Carranque creen haber encontrado la seguridad en un mundo donde los muertos y
los saqueadores se movían libremente por las calles. Pero su llegada supondrá
también el mostrarle, sin querer, el lugar al que el Padre Isidro se dirigirá
para continuar con la labor que él cree que le ha sido encomendada.
Esta es la primera novela del autor, que también comenzó
publicándose en la red de forma periódica. Un formato que se nota mucho al
suponer que la narración en los capítulos sea muy similar a la de una novela
por entregas. Especialmente en los primeros, donde se describe de forma rápida
los primeros pasos de la infección y da una visual a grandes rasgos del
entorno: la aparición en las noticias de la epidemia, los incidentes en los
hospitales y los primeros eventos aislados que son presenciados casi por
extras, personajes a los que se da nombre y de los que no se vuelve a saber.
Salvando las características de este tipo de narración, y que a veces se nota
que es la primera novela, se agradece mucho ese estilo tan rápido, muy
cinematográfico (porque recuerda mucho a los clips de noticias que sirven de
introducción en algunas películas de zombies) y que a la vez, sirve como una
ambientación muy efectiva: los pasajes sobre disturbios dan paso a otros muy
calmados, donde los personajes presencian la progresiva pérdida de los
servicios básicos y como estos se marchan de las ciudades de forma progresiva,
casi lógica, y que da una mayor sensación de tensión que cualquier procesión de
zombies inundando la calle.
Planteada también de forma coral, los capítulos siguen las vivencias de los
distintos personajes hasta que estos confluyen en el escenario común. Es en
ellos donde se encuentra uno de los fallos más importantes, ya que no terminan
de enganchar: en general, todos cuentan con una valentía estándar necesaria
para afrontar las tramas claves del libro, y si bien cada uno cuenta con sus
características propias, todas estas se resumen en unos protagonistas valientes,
nobles, astutos y nada torpes. Esto hace que en más de una ocasión parezcan los
personajes de una partida y no de una narración. Y aunque este sea uno de los
casos aislados en los que hay un antagonista superior a los zombies, y bastante
interesante, al Padre Isidro adolece un poco de trasfondo: si bien la idea de
alguien que interprete su don desde una óptica que suponga una amenaza para los
protagonistas, y su caracterización externa es interesante, este se queda en
gran parte en un lunático con sotana que grita mucho y se dedica a pastorear a
los zombies a su antojo.
Tampoco termina de convencerme la explicación a la pandemia.
Pero esto es algo puramente personal: en casi todos los libros y películas, los
intentos de dar una explicación a los zombies suele ser muy poco satisfactoria,
y eso llega a incluir también la que aportan en La noche de los muertos
vivientes, y que sería sustituída por una mucho más ambigua y atractiva. En
este caso, implica teorizar varias páginas sobre enfermedades neuronales y el
comportamiento del virus zombie. Como si los cadáveres deambulando por una
ciudad y un loco convencido de que es el Apocalipsis no dieran ya bastante
miedo.
Los caminantes supone, cuando menos, una novela divertida:
publicada en 2009, era el momento justo para poder disfrutar de un escenario
zombie donde muchos de sus lectores podrían haber paseado y donde los martillos
y las mazas son más comunes que las armas de fuego (aunque tampoco faltan
algunos párrafos mencionando varios modelos. Donde me perdí mucho). Y, si bien
resulta un poco escasa, notándose que necesita una segunda entrega para seguir
desarrollando la historia y sus personajes, no tiene nada que envidiarle a
mucha de la ficción sobre zombies traducida del inglés. Y lo de zombies, más
acertado que nunca: en este caso, no duda en utilizar la palabra zombie para
referirse a sus criaturas, cuando generalmente se intenta huir de ella
buscándoles otro nombre. Nombres que aquí tampoco faltan, llamándolos espectros
en alguna ocasión. Cosa que entiendo perfectamente, porque la de veces que me
he devanado los sesos buscando sinónimos cada vez que hago una entrada sobre
ellos.
jueves, 1 de septiembre de 2016
Lecturas de la semana. Locuras, rarezas y libros breves
En unas pocas semanas he recuperado la velocidad de lectura,
aunque tenga truco: la mayoría son muy breves y puedo despacharlos en muy poco
tiempo. En este caso tampoco se puede decir lo de “lo bueno, si breve..” porque
ninguno se caracteriza por ser una narración de primera, que me cambie la vida,
la percepción del mundo y todo lo demás. Pero al menos, entre zombies,
callejones fantasmagóricos y ciudades devastadas por plagas genéricas me lo he
pasado estupendamente.
Simon R.
Green. Agents of Light and Darkness. Hace cosa de un mes encontré de
saldo un libro llamado Nocturnia, el primer tomo de una serie de fantasía
urbana editado por La factoría de ideas que en España se quedó en una única
entrega. Su protagonista, un detective capaz de encontrar cosas cualquiera que
fuera su origen (natural o sobrenatural), resultaba bastante tópico, pero el
mundo en el que se movía era una mezcla acelerada del multiverso de Moorcock,
Hellraiser y los primeros relatos de Barker, Neil Gaiman, Silent Hill,
Hellblazer y todo lo que cayera en la turmix del autor. El revoltillo me hizo
bastante gracia y decidí seguir con el segundo tomo, donde de nuevo, el caso es
lo de menos. Que en este volumen sería encontrar un objeto llamado el Grial
Impío, la copa de la que bebió Judas, mientras un ejército de ángeles y
demonios se pelean por las calles de Nocturnia intentando localizarlo antes.
Aquí el susodicho grial es poco menos que un Macguffin, o
que un halcón maltés, como bromean los personajes en algún momento, porque
unicamente sirve para que estos vayan de un lugar a otro, describiendo
escenarios bastante extraños, objetos imposibles y personajes que, aunque
algunos se han presentado en el libro anterior, sirve para acentuar sus
particularidades y convertirlos en elementos fijos de ese mundo. Estos se
suceden a una velocidad de vértigo y muchos solo parecen responder a la
intención de llegar un poco más lejos en cuanto a excesos y sorprender al
lector: no hay tiempo de aburrirse cuando, tras terminar un capítulo, en el
siguiente los personajes se enfrentan con una boy band dotada de poderes
telepáticos y reconvertida a grupo de matones a sueldo…¡y eso es solo un
ejemplo de lo que se puede encontrar!
Objetivamente, podría decirse que es una novela tirando a
floja, una más dentro del subgénero de los detectives de lo sobrenatural, pero
a mí me divirtió un montón: ya con el primer tomo me hice una idea de lo que
hay, y que esa mezcla tan loca de situaciones y criaturas elevadas a niveles
absurdos me había convencido. Aunque solo un rato. Probablemente leerse más de
un libro de esta saga seguido produciría un empacho.
Joseph D´Lacey. La brigada de la muerte. A la editorial
Alianza la tenía asociada con las ediciones más duraderas de H. P. Lovecraft en
España, de otros autores clásicos, como Machen, que hoy van unidos a. propio H.
P. L. como influencia, y unas portadas bastante horribles. También pensaba que
el resto de su tiempo lo dedicaban a publicar ensayos y algún libro que conservamos
de cuando en clase nos hacían leer a Galdós. Por eso me desconcertó bastante el
ver que ellos no solo habían tenido los derechos de Joe Abercrombie, sino que
también contaron con una colección dedicada al terror y la ciencia ficción. Y
en el caso de La brigada de la muerte, a los zombies también.
O al menos, es a lo que se supone que se enfrentan los
protagonistas: un grupo de supervivientes que malvive en una ciudad amurallada,
y donde una patrulla apodada Brigada de la muerte se dedica a exterminar a las
criaturas que deambulan por el exterior, a las que apodan Transeúntes y
reconocen fácilmente por el sonido, parecido a un sollozo, que emiten.
Salvo lo poco que narra la protagonista, sobre la situación
de la ciudad, un posible origen del fin de la civilización, y los zombies
(perdón, transeúntes) a los que exterminan, no queda muy claro que ha pasado.
El libro es tan breve que más que novela corta, podría haber sido la pieza más
extensa en alguna antología de relatos, porque como historia independiente se
queda muy corta. Cualquier cuestión relativa al trasfondo se queda en unas
pocas vaguedades y un escenario que, aunque interesante, se explota muy poco:
hay un montón de novelas de zombies que con menos originalidad se extienden
cientos de páginas y esta, pese a inventarse a unas criaturas tan particulares
como las suyas, y sugerir una trama aún mayor relacionada con la evolución de
estas, se queda en poco más que una novela corta. Al menos, una buena, porque
los personajes resultan convincentes y tan duros como podrían serlos los
creados por Kirkman en Los muertos vivientes, sin que en ningún momento llegue
a caer en la sordidez. Lo cierto es que como origen para una historia más
amplia habría estado muy bien, y teniendo en cuenta que hoy en las
publicaciones lo habitual es que sobren páginas, es un cumplido.