jueves, 28 de abril de 2016

Nocturnos de John Connolly. El terror ocasional de un escritor policiaco


Al gustarme unos géneros muy determinados, es difícil que lea otros autores que estén fuera de este ramo. En cambio, cuando escritores de temática más general deciden probar suerte con el fantástico, los leo con bastante curiosidad y me he llevado más de una sorpresa agradable. La carretera, de McCarthy, fue una historia muy parca en estilo, pero mucho más inquietante que otras novelas de ciencia ficción postapocalíptica. La trilogía de Nueva York de Auster creaba todo un juego entre la realidad y la fantasía. Y a John Connolly lo conocía unicamente como escritor de novela policiaca hasta que Negra y Criminal, un programa que incluye el radioteatro en una de sus secciones, adaptó dos de sus textos.

 


Nocturnos es el libro con el que Connolly prueba suerte en el género fantástico, o específicamente, con el terror. Y es el relato que da título a una antología, porque este ha optado por recurrir a un formato muy breve donde le es posible recorrer una selección muy amplia de argumentos: criaturas que se ocultan en el bosque, en el fondo de los ríos o en aldeas apartadas. No faltan tampoco los personajes más comunes del terror clásico, como las brujas, los fantasmas o incluso el diablo, revisitados o planteados desde una nueva perspectiva. Pero también hay sitio para el terror moderno, bien por temática, como la enfermedad, o mediante escenarios, como una fábrica abandonada o un circo ambulante.

La temática es muy extensa, y prácticamente cubre todos los temas del género de los últimos 25 o 30 años. En todos ellos el estilo que emplea es muy conciso: con la brevedad que presentan algunas de las narraciones no hay mucho tiempo de explayarse, y es una de las mayores ventajas porque esta forma de narrar recuerda mucho a autores clásicos. Los cuentos recuerdan a M. R. James, Benson o a H. P. Lovecraft. Especialmente a este último porque en muchos de los cuentos no faltan pueblos con algún lugar maldito o habitado por seres muy antiguos. Pero esto no es un homenaje  o una imitación de un estilo determinado, sino más bien una evolución, donde Connolly aporta su propia manera de narrar  a una serie de temas que en principio, le resultarían ajenos. Quizá en este caso el no ser un autor de nicho le aporta una mayor frescura, porque los elementos terroríficos están ahí, algunos tratados de una manera más clásica que otros, pero en todo momento se mantienen lejos de los clichés que otros han convertido ya en su forma de narrar.

 


Mientras estos relatos basados en lo más tradicional son muy buenos, los mejores, en muchos casos, son aquellos donde se acerca a planteamientos modernos: el más amplio, que da comienzo al libro, es una historia sobrenatural donde lo más importante es la idea de la enfermedad encarnada en un ser humano, del que el lector, y él mismo, nunca llegan a conocer su origen, constituyendo cualquier alusión que se haga sobre esto en el relato, simple atmósfera y posibles especulaciones. También sería el más sangriento de todos los escritos, hasta el punto que quizá podía considerársele un poco deudor de lo que Clive Barker escribía en los ochenta...Pero también, infinitamente mejor trabajado y menos excesivo comparado con cualquier cosa escrita por este último.

 
Otro elemento muy positivo en todos los relatos es el dominio de la atmósfera: en mayor o menor medida, todos los escenarios que aparecen en ellos resultan amenazadores en sí mismos, bien por lo anodino, como cualquier pueblo pequeño, por el horror de haber sido un hecho real, como los cuentos cuyo trasfondo es el fin de la I Guerra Mundial, o bien por la introducción de un elemento anómalo: una playa de arenas negras, un embalse donde hay algo que no es normal, un circo…donde, sin mencionar abiertamente la naturaleza de lo extraño, se van presentando indicios de este hasta su desenlace. Recurso para el cual, el haber elegido el formato de cuento corto es todo un acierto.

 
Me atrevo a decir que Nocturnos es el libro que más me ha gustado en lo que va de año. Los relatos recorren practicamente todos los escenarios y criaturas monstruosas posibles. Estos son casi tan breves como los de Thomas Ligotti, pero mucho más directos y alejados de la carga filosófica y pesimista de este. Connolly solo quiere contar historias. De terror, en este caso.  Y lo ha conseguido de sobra.

lunes, 25 de abril de 2016

Para entrar a vivir (2006). Terror inmobiliario (pero sin hipoteca)

 
Cuando se estrenaron en 2006 la serie de Películas para no dormir, no les hice mucho caso. Igual  porque ya ese año, cualquier cosa que llevara el sello Telecinco me daba miedo, pero no del bueno. O porque entonces estaba viendo la miniserie Masters of Horror que tenía a muchos de mis directores preferidos. O lo mismo, por falta de una promoción adecuada, o precisamente, por preferir verlas más tarde en dvd, y sin que la emisión se alargara dos horas con las pausas de los anuncios. El caso es que los seis telefilmes que en cierto modo, constituían una temporada más de la serie de Chicho Ibáñez Serrador, se fueron quedando olvidados hasta una tarde en la que tenía dos cosas bien claras: que quería ver una película de terror. Y que esta no se alargara innecesariamente.

 

Para entrar a vivir es la segunda entrega de esta serie de mediometrajes de corte terrorífico, dirigida por quien un año después daría toda una franquicia con los infectados de REC. Al igual que en esta, la historia transcurre en un edificio, al que la pareja protagonista acude a ver un piso anunciado como listo para ser ocupado. Pero la descripción de este resulta engañosa hasta el extremo: una zona industrial perdida en las afueras, un edificio desvencijado y un apartamento que parece haber sido abandonado hace años. La agente inmobiliaria parece muy optimista sobre las condiciones del inmueble y no duda en considerar a los protagonistas como inquilinos. Pero hay algo más extraño que el encontrarle algo positivo a ese lugar: los detalles personales que la agente conoce sobre ellos, parecen algo más que convencimiento de poder cerrar una venta. Y los gritos de un niño que se oyen en uno de los pisos hacen pensar que puede haber algo peligroso.

 



Al tratarse de un mediometraje, el guión va muy al grano: con 70 minutos no pueden meterse demasiadas tramas ni pretender rellenar, lo que a este tipo de historia le va muy bien. El tiempo que se dispone para presentar a los personajes se combina muy bien con el destinado a crear atmósfera, con un recurso tan simple como los diálogos entre los personajes durante un viaje en coche. Suficiente para saber quienes son, el por qué de una búsqueda de vivienda un poco apresurada, y sobre todo, para cambiar las tonalidades a través de un escenario muy propio del terror moderno: ahora lo inquietante no son las mansiones desoladas, sino los barrios ruinosos. No falta tampoco una escena de lluvia, que si bien no es un elemento determinante para la trama, sí es un aporte para crear una ambientación más gris y hostil para los protagonistas.

 
Otro acierto en esta ambientación es el edificio donde transcurre la historia: este es una mezcla muy curiosa entre una vivienda donde abundan los muebles de los años sesenta, donde un patio de luces puede servir para una secuencia llena de tensión, y entre elementos que resultan más propios del terror, como los maniquíes, que se utilizan como recurso macabro de una forma muy efectiva, y que también recuerda un poco a algunos slasher de finales de los setenta.

 
 


El guión, también por la limitación de tiempo, es trepidante: desde que empieza la persecución no hay un minuto de descanso, lo justo para recrearse un poco en cada escenario donde no faltan maniquíes, cadenas, platos sucios y cualquier cosa que pueda dar un mayor aspecto de locura y peligro. Lo cierto es que el argumento como tal resulta simple, al reducirse casi a “un personaje es perseguido por un loco en un local cerrado”. Siendo loco, ese término para poder agrupar cualquier rareza y motivación que un antagonista tenga sin esforzarse demasiado en buscarle justificación.  Pero funciona también por no pretender nada más, y sobre todo, por el buen ritmo que mantiene. En cierto modo, casi puede verse como un ensayo de REC, y de hecho, una de las secuencias es idéntica a una de las más reconocibles de la película que saldría el año siguiente.

 


Reducido a tres o cuatro personajes, y como estos se pasan la mitad del metraje corriendo, el trabajo de los actores es bastante correcto con el material que tienen. La que más sobresale es Nuria González como agente inmobiliaria, que es sobre la que recae el papel decisivo y  hace un gran trabajo. Poco hay que decir de Adriá Collado, que sale relativamente poco en comparación con Macarena Gomez, a la que sí podría considerársele como protagonista. En su caso, al necesitar una interpretación un poco histriónica, y dados los momentos de humor negro que tiene el guión, es una elección acertada.

Para entrar a vivir es toda una película para pasar una tarde: directa, breve, entretenida, y para mi sorpresa, me ha gustado pese a tener una de las temáticas de las que más reniego, como es la de los asesinos. Además, vista unos años desde su estreno, gana en muchos detalles: el que hoy el punto de partida para una historia de terror sea la compra de un piso, se ve de una forma distinta.

 

 

jueves, 21 de abril de 2016

Lecturas de la semana. Hoy, batiburrillo


 
Generalmente no empiezo un libro hasta que he terminado el anterior, pero alguna vez, cuando la trama se ralentiza un poco, o lo mismo no tengo el día para seguir con los capítulos, me puedo despistar con cualquier cosa. Lo mismo Danza de dragones se mezcla con una relectura de los clásicos de Mortadela y Filemón, o una novela de zombies le hace de telonera a un ensayo sobre economía. Hoy fue una de esas semanas

 


Javier Ikaz y Jorge Díaz. Yo fui a EGB 2. El primer libro entretenía, pese a ser muy somero y muy general: menciones a cosas de los setenta, ochenta y principios de los noventa, muchas fotos, y mucha mención a esa generación a la que pilló el último plan educativo duradero. Sin embargo, se me había quedado un poco escaso y a ratos cayendo en el tópico, lo que tampoco era algo negativo teniendo en cuenta que el libro pretendía ser un repaso.

Al final me hizo bastante gracia como para seguir con la segunda entrega, que en principio también peca de querer mezclar tópicos en un prólogo donde remezclan elementos de varios años y resulta un tanto raro. La nostalgia es una cosa, pero cuando se quiere meter en la misma narración a dos boy bands con más de seis años de diferencia, se nota demasiado que ahí trabaja la idealización, y no la memoria.

Como en el primero habían tratado lo más memorable, en este se han centrado en elementos menos recordados que la ropa o las películas, pero también más divertidos. El apartado de televisión se ve muy reducido, practicamente solo menciona los programas que se quedaron fuera en el libro anterior, y la estrella es todo lo relativo a la vida cotidiana: los electrodomésticos, un tanto aparatosos todavía (donde un grill parecía un aparato de tortura sacado de la mazmorra de los Bolton. La tortura, claro, era limpiarlo), las casas del pueblo y cosas imposibles de encontrar hoy, como los juguetes de los kioscos..quizá porque han evolucionado a los de los chinos. Seguramente uno de los más divertidos es el del mobiliario, donde confirma que parece haber toda una generación traumatizada con el sky de los sofás. Yo también acabé preguntándome qué pensarían mis gatas de esa especie de cueroplástico extraño que no vale para afilarse las uñas.

 


V. E. Schwab. A Darker Shade of Magic. Empecé con el libro por recomendación, sin conocer a la autora, y con poco más que una indicación somera de su argumento: un mago que tiene la capacidad de viajar entre distintos mundos: en el Londres Rojo, de donde proviene el protagonista, la magia es algo habitual, pero que se emplea con respeto. Londres Gris podría ser perfectamente la Inglaterra del rey Jorge, y el Londres Blanco es un lugar más siniestro, donde sus habitantes han sido consumidos por la magia y el mundo parece estar desvaneciéndose. No hace falta imaginar que los gobernantes de este último son unos malos bichos y van a darle más de un disgusto al protagonista, que actúa como mensajero del rey entre los tres mundos.

El libro es bastante breve, comparado con lo que escriben otros autores de éxito como Abercrombie o Rothfuss, algo que cada vez agradezco más en el género fantástico. Establece el mundo en el que se ambienta de una forma rápida, aprovechando mucho todos los capítulos en los que el protagonista viaja para dar la información y, quizá por este estilo más directo, también podría considerarse un poco una obra menor comparada con los autores fantásticos que suenan más. Menor, quizá, pero bien planteada y con algunos detalles, como el no complicarse demasiado a la hora de describir los mundos, o que uno de los personajes sea una chica cuya ilusión es ser pirata, que me han parecido bastante entrañables. El planteamiento, salvando mucho las distancias, también me recordó un poco a una versión menos sicodélica del multiverso de Moorcock.

 
En realidad también tiene un detalle muy típico de las series de fantasía: la autora ha firmado para escribir tres libros, por lo que la historia no está planteada para un único libro (tendencia que cada vez me gusta menos), pero al menos, en este primero, sí tiene una trama lo suficientemente interesante como para que sirva de lectura independiente.

lunes, 18 de abril de 2016

The Dead Room (2016). El misterio de la habitación en obras


En los últimos años las películas de fantasmas están gozando de buena salud. O al menos, la mayoría son producciones bastante resultonas que, cuando no son tan efectivas como Insidious, son la mar de entretenidas que lo que se podía ver hace algún tiempo…O, bueno, con esforzarse un poco y evitar los sustos a base de subir el volumen, me conformo.

 


Dead Room evita cualquier convención previa sobre casas encantadas y familias aterrorizadas, sino que va al grano: empieza directamente con la llegada de tres investigadores a una casa, de la que sus habitantes han escapado apresuradamente debido a los fenómenos que tenían lugar. Tanto, que hasta se les han quedado allí los periquitos, detalle que me parece bastante feo por su parte y espero que sus propietarios las pasaran negras con el fantasma (en realidad están bien y son bastante indiferentes al tema paranormal). El equipo, formado por una médium, un científico bastante ilusionado con la posibilidad de encontrarse con algo real, y otro un poco más escéptico, se encuentran en unas pocas horas con lo que les habían advertido: una violenta entidad invisible que cada noche, sacude los muros de la casa y parece querer, por todos los medios, echar de ahí a cualquiera que se encuentre en ella. Ante la sorpresa de los investigadores, solo hay algo más enigmático que el poderse encontrar con un fenómeno pararnormal real: una habitación de la casa, que parece aislada a estos, y donde aparentemente, la criatura no puede entrar.

 

La mayor ventaja de la película es su comienzo, de una forma muy directa: no interesa lo que le hubiera pasado a los anteriores dueños, sino que la historia concierne a los investigadores. Estos se presentan de una forma muy adecuada, casi neutra: tres personas interesadas en lo paranormal, con visiones distintas y algún conflicto por esto. En este caso, no hay ninguna trama sobre el enfrentamiento de opiniones, ni siquiera aspectos personales de los protagonistas que se pongan de manifiesto al verse frente a lo sobrenatural. Las discusiones que estos tienen en algún momento recuerdan más a un conflicto laboral que a un encarnizado enfrentamiento entre fe y ciencia. Vamos, yo creo que son los personajes más serios y profesionales que he llegado a ver en una película. En realidad esta presentación tan neutral hace que el guión sea muy conciso y muy centrado en lo principal, que es la investigación. Y además no evita que estos tengan una caracterización, mediante detalles como mostrarlos leyendo, hablando con su familia o revisando datos. Algo que también les aporta coherencia: no es el típico personaje que se va a pasar hora y media gritando, pero seguramente el público tenga más simpatía por ellos que por uno más estereotipado.

 


El enfoque también procura ser realista, dentro de tratarse de una historia de fantasmas: en realidad, no aparece ninguno. Aquí lo sobrenatural se manifiesta como suelen hacerlo en los testimonios típicos de poltergeist y casas embrujadas: ruidos, objetos que se mueven, golpes y finalmente, actos más violentos según se acerca el desenlace de la película. No es precisamente una historia para ver exhibiciones de fantasmas ni golpes de efecto, sino que es una aproximación  más sutil. Algo muy acertado por lo limitado del presupuesto, que usan de forma bastante hábil, y que, al enfocar todo desde un punto de vista más propio de la investigación, evita uno de los mayores clichés de este género: los sustos inesperados. Habrá ruidos, golpes y sillas volcadas, pero en ninguno de los planos de pasillos y habitaciones vacías se recurre a sombras ni cosas que aparecen de sopetón. Además de agradecerse, funciona mucho más: estaba tan acostumbrada a esperar este tipo de trucos, que más de una vez estaba pendiente de esos momentos en los que por convención, debería haber aparecido algo.

 

En el guión hay dos influencias bastante notables. La primera, el relato de fantasmas clásico, especialmente los de M. R. James: la historia se narra a través de los sucesos que viven los protagonistas, y solo al final, al desvelarse lo que hay en esa habitación aislada, se tiene una ligera idea de lo que pudo haber sucedido. Algo que en realidad, no se muestra, porque el guión no da ninguna información sobre los antecedentes de la casa. Y que en realidad, no se echa en falta: ese sugerir más que mostrar funciona tanto a nivel visual como en el trasfondo de la historia. El otro es La leyenda de la mansión del infierno, en su versión cinematográfica al menos: hay elementos que no son parecidos, sino que hacen pensar que están calcados tal cual. En algunos momentos, los piques entre la médium y el científico recuerdan un poco a los protagonistas de la obra de Matheson, que, por suerte, solo se queda  en “un poco”. Pero el parecido más evidente es el recurrir a una máquina pensada para acabar con un fantasma, algo que, más que una influencia, resulta directamente calcado.

 


The Dead Room es otra película menor, pero funciona. Con unas influencias bastante reconocibles, y un giro de guión que en un primer momento, sorprende, no es una historia memorable, pero entretiene mucho. Solo decepciona su desenlace, donde deciden tirar por la borda todas las normas anteriores y recurrir a una aparición más visual, quizá por miedo a que su público protestara por ver una película de fantasmas sin fantasmas. Aparición que en realidad no molestaría y sería una sorpresa más de no ser por un detalle: una película no debería finalizar con una imagen de susto en plan screener.

jueves, 14 de abril de 2016

Ransom Riggs y El hogar de Miss Peregrine para niños peculiares. La isla de los niños raros


 
Últimamente, los estantes dedicados a literatura juvenil llaman mucho la atención. Las cubiertas son cada vez más llamativas (seguramente, para competir entre unos lectores muy acostumbrados a lo visual) y las contraportadas intentan incluso atraer el interés de un público más amplio. Y cuando los escaparates no son suficientes, la adaptación cinematográfica ayuda a que algún que otro título se haga más conocido. En el caso del libro de Ransom Riggs ha funcionado, porque pese a haber sido editado hace algunos años, el trailer de la película me sorprendió bastante. Por la  historia, por contar con Eva Green como protagonista…y por no tratarse de una nueva saga sobre sociedades distópicas y chavales que lideran la resistencia.

 


Lo que más destaca a primera vista de El hogar de Miss Peregrine para niños peculiares son las imágenes que lo acompañan: porque es raro para un libro para ese rango de edad, y porque no se trata de ilustraciones, sino de fotografías antiguas. El autor las coleccionaba, y junto a unos aportes extra, más alguna que otra retocada para concordar con la historia, le sirven de soporte. En este caso, son las fotos que el abuelo del protagonista guarda como parte de su infancia en una isla donde él y otros niños se refugiaron de la guerra. Y sobre la cual contaba miles de historias a su nieto, Jake, acerca de niños con toda clase de habilidades extrañas. Con el tiempo este las consideró como fabulaciones para entretener a un nieto, hasta que su muerte en extrañas circunstancias le lleva a sospechar que estos podrían ser reales, y otras criaturas más peligrosas también. En un viaje a Inglaterra intentando descubrir quien era verdaderamente su abuelo, Jake encuentra el hogar de Miss Peregrine, un lugar congelado en el tiempo donde todos aquellos niños con alguna capacidad extraña viven a salvo del mundo exterior. Pero este retiro no es solo para protegerse de los humanos corrientes, sino de otros seres monstruosos que fueron los responsables de la muerte de su abuelo.

 

A nivel visual, la mayor novedad es el uso de las fotografías: gran parte de los trucajes de principio de siglo, fotografías costumbristas o algún ensayo artístico sirven de inspiración para crear a los personajes y sus habilidades extrañas.  E incluso las tomas de estudio con un pequeño retoque sirven para inventar el trasfondo de uno de los monstruos. El aporte es toda una curiosidad y es bastante entretenido, aunque solo sea por la simpleza de imaginar qué podría haber detrás de una foto de principio de siglo un poco extraña.

 


El argumento también es una mezcla muy variada de muchas ficciones: los niños con características extrañas, el recelo de la gente normal, la isla congelada en el tiempo donde sus habitantes no envejecen e incluso una sociedad de seres fantásticos con sus propias normas, desconocida para los humanos corrientes. Según van saliendo en las páginas, hacen pensar en Razas de noche de Clive Barker, en Peter Pan de J. M. Barrie e inevitablemente, en Harry Potter, porque no falta tampoco un protagonista que desconoce que es distinto y único. En algunos casos, funciona bien, porque toda la parte referida a los niños “peculiares” (porque aquí en ningún momento emplean la palabra monstruo), casi es una versión para todos los públicos, y bastante mejor planteada, de la novela de Barker. En otros casos, resulta una concesión propia de los tópicos de la literatura juvenil: el protagonista tiene que ser especial, tiene una trama romántica  que le dará muchos quebraderos de cabeza y en realidad, toda la novela está planteada como la primera parte de una saga, sin que la trama avance más allá de presentar a los personajes y las características de su mundo.

 


En este caso, el principal defecto es la intención de ofrecer unas normas específicas para este universo. Inicialmente, lo variado de las características de los personajes (desde niñas que levitan hasta niños invisibles) se explica con una simpleza muy adecuada para justificar personajes que a veces son extraños, y a veces grotescos: no todos los seres humanos son iguales. Algo también muy apropiado cuando se hace una historia de criaturas fantásticas, sin más: los monstruos, y todo lo que parece surgido de la imaginación, no tiene por qué tener sentido. Pero que se estropea en muy poco tiempo, estableciendo una serie de reglas sobre los poderes de determinados personajes, el funcionamiento del lugar en que se mueven, y sobre todo, el origen de los monstruos antagonistas. Quizá el contar con unas criaturas con unas bocas enormes y unos tentáculos habría quedado mucho mejor si no diera una explicación tan meticulosa de sus motivaciones y procedencia.

 


En cambio, cuenta con otros detalles interesantes, que compensan bastante bien los tópicos anteriores. Las características de algunos personajes, aunque sean positivos, resultan a veces grotescas, y en algún momento se hace referencia a cómo tuvieron que abandonar a las personas normales por miedo o rechazo de estas. Incluso uno de los personajes, pese a contarse entre los protagonistas, presenta un carácter un tanto sádico y un poco siniestro, algo en lo que por desgracia, no profundizan mucho pese a ser un buen aporte, entre tanto secundario bienintencionado y plano. Y las referencias a los efectos que puede tener en ellos la falta del paso del tiempo es quizá el mejor de todos: el que estos vivan una y otra vez el mismo día, sugiere que pueden estar a salvo, pero que también la soledad y la imposibilidad de crecer haga mella en sus personalidades. De hecho, el desenlace, además de la entrada del segundo tomo, supone precisamente la ruptura con el bucle en el que habían permanecido hasta entonces.

 

El hogar de Miss Peregrine para niños peculiares no supone ninguna novedad: las influencias se reconocen con facilidad, y no faltan tampoco los giros habituales en la narrativa para jóvenes adultos. Por suerte, estas están bien adaptadas en su mayor parte, y al menos, me ha animado para ver la próxima película.

lunes, 11 de abril de 2016

Hellmouth (2014). El cementerio noir, el descenso a los infiernos, y un poco demasiada infografía


De vez en cuando salen películas, pensadas para competir en taquilla, donde su estética se sale mucho de lo habitual. De forma que, o bien convence, o levanta odios, pero el público no queda indiferente. Algo que pasó, hace años, con las adapciones de Frank Miller o el Immortals de Tarsem Singh. Pero en producciones menos populares esta es una técnica más habitual y que por lo general, da resultados mucho mejores: los presupuestos ajustados hacen que se aprovechen al máximo hasta las limitaciones, poniendo a su favor decorados irreales como parte de la atmósfera, sacando el mayor partido a las ventajas de la infografía, y en general, ofreciendo historias  mucho más originales y llamativas que las que autorizan en una producción destinada a hacer mucha taquilla. Bunraku pudo tener mayores medios, pero siguió siendo una rareza en toda regla (y una fantástica). Repo! The Genetic Opera fue un musical donde se valían de los decorados y hasta de la estética de comic…Y si a este tipo de cine se le junta la financiación mediante crowdfunding y un guión de Tony Burgess, el resultado también puede ser de lo más inesperado.

 

Para más señas, Burgess es un escritor canadiense, especializado en el fantástico en su vertiente más extraña, que a menudo se ha encargado de guionizar sus propios libros para producciones como Pontypool, donde un virus zombie se extendía a través del idioma inglés, Septic Man, su versión sobre los superhéroes radiactivos, y que en Hellmouth narra una historia todavía más extraña: la del empleado de un cementerio, enfermo, cansado y cuya única esperanza es la de su cercana jubilación. Un vigilante a quien sus jefes le juegan la última mala pasada: el traslado forzoso, por tiempo indefinido a un nuevo camposanto. Este último viaje lo llevará de su anterior hogar, situado en una indefinida época similar a los años cincuenta e igual de gris, a una nueva localidad, todavía más extraña: donde el cementerio es una puerta al infierno, donde hay reclusos fugados, policías que saben demasiado, una dama en apuros, y donde un simple vigilante de cementerio, que solo quería volver a su hogar, deberá emprender un viaje a través del infierno para salvarla.

 



El guión es uno de los más ambiciosos que ha debido adaptar su autor. Empieza como una historia de terror de estética muy de los cincuenta, continúa como un homenaje al noir donde no falta una trama policial, al menos para ese segmento, también como un guiño a las historias de terror de la EC, pero mucho más retorcidas, y termina en una versión del mito de Orfeo y Eurídice con un viaje a través de los infiernos que se sabe, desde un principio, que no va a tener un desenlace final. Ahí es nada, la intención. El resultado, aún siendo un poco irregular, es interesante: hay elementos que no terminan de casar con el resto, y seguramente, el guión funcionaría perfectamente sin una trama sobre presos fugados que, salvo por la idea de meter más elementos propios del noir y un cameo del guionista, no sirve de mucho más. Otro de los elementos en la parte central que corta demasiado la trama principal es el diálogo y las secuencias donde se narra lo que sucedió con los anteriores vigilantes. Algo que para poder continuar con esta, resulta un poco superfluo y corta el ritmo de la historia (que, por otro lado, con tantos bloques y cambios de registro, no es demasiado fluida), pero que es muy disfrutable por la forma que tiene de incluir microhistorias que, al igual que las anteriores, no serían necesarias para continuar, pero sí aportan más atmósfera y se disfrutan por su estética. Algo que, tal y como plantearon la película, supone unos dos tercios de su interés.

 


El reparto es el habitual en las producciones donde participa Burgués: Stephen McHattie es el protagonista y el más reconocible, en su papel protagonista. Aún siendo un actor muy competente, aquí saca al máximo todo su potencial para resultar forzado y quizá sobreactuar un poco: su primera actuación donde intenta transmitir la idea de alguien envejecido y frágil es exageradísima, y parece sentirse mucho más cómodo en la segunda mitad de la película, donde su personaje se vuelve mucho más decidido y más encallecido. Si los escenarios están muy lejos de la estética real y no pretenden acercarse, el registro del resto de actores hace lo mismo: todos resultan un poco artificiosos, pero de forma intencionada, y parecen tener muy en mente los estereotipos del noir para interpretar a sus personajes. En el caso de la actriz protagonista, es todo un catálogo de los tics propios de las mujeres fatales y las damas frías, pero desvalidas en el fondo, que salían en las ficciones de detectives.

 


Queda finalmente lo más llamativo de la película, que es su estética. Que es lo más atractivo pero uno de los mayores fallos. Este ha sido uno de los casos en los que el uso de la infografía ha servido para sacar adelante una producción que de otra forma, habría sido imposible. Y que en algunos casos es toda una ventaja: esta permite jugar con los colores de forma que acompañen a la narración, empezando con una filmación en gris donde hay alguna nota de color, para acabar ocupando toda la pantalla de forma muy gradual, de forma que el público, al estar pendiente de la historia, apenas se da cuenta de cuando ha cambiado. El otro caso, es en los escenarios: desde los bosques retorcidos, las carreteras, hasta las estatuas que decoran el cementerio, en los momentos más brillantes, y a la hora de recrear las secuencias en el infierno, que sin ser una genialidad, resulta necesario. Porque cuando tienes una película hecha por crowdfunding y tienes que mandar a tu protagonista a un escenario imposible, o bien aprovechas el ordenador, o te hartas de poner cartón piedra que se va a notar.

 


En cambio, hay momentos donde recurrir a la infografía ha sido todo un desastre: se ha confiado demasiado en la infografía hasta el punto de pretender recrear criaturas animadas con ella, lo que hace demasiado evidente la limitación de medios y no pega en absoluto con los escenarios anteriores: los monstruitos que por suerte, aparecen poco, parecen sacados de la intro de un videojuego y quedan muy fuera de lugar comparados con los otros elementos, además de hacer patente las limitaciones de medios. Teniendo en cuenta lo llena de ideas que estaba la película, recurrir a otra técnica habría sido más adecuado: comic, ilustraciones, efectos artesanos…Algo que fuera más cercano a la idea inicial, porque en una producción como esta, no se busca tanto el realismo de los efectos como el que estos concuerden con la ambientación.

 

Hellmouth, además de ser una producción muy poco conocida, sin apenas distribución, es toda una rareza. Que no ha salido todo lo bien que esperaba, especialmente a la hora de juntar los temas y emplear los efectos especiales. Pero una película capaz de empezar en un cementerio de los cincuenta (o de la época que sea) y terminar a la orilla del río Estigia cuenta con toda mi admiración.

 

 

jueves, 7 de abril de 2016

Aquella casa al lado del cementerio (1981). Entre lo torpe, lo genial, y las patillas gigantescas



Todavía veo cine del malo a menudo, aunque este no aparezca por las entradas. O bien se queda para alguna tarde para recordar las series B sin pensar mucho, o para alguna reunión donde la película en cuestión sale bastante desplumada. Algo que, por mucho que se esfuercen a base de Sharknados, todavía no se han vuelto a alcanzar cotas tan altas como en los ochenta, quizá porque estas todavía querían hacer creer que iban en serio: me vas a comparar un Ghoulies, con su marioneta artrítica saliendo de un wc, con los tiburones cgi de Asylum…¡no hay color! Algunas de estas, dentro de su comicidad involuntaria en algunos momentos, son películas de terror de lo más disfrutables en su conjunto. Otras, como las dirigidas por Lucio Fulci durante los setenta y ochenta, son toda una rareza: con realizaciones realmente torpes, momentos de casquería que rozan lo hortera y algunos guiones incomprensibles. Pero hay algo en ellas que hace que, aún no siendo buenas producciones, sea muy difícil encontrarles ese punto cómico, pero sí cierto interés que otras series Z no tienen, y en muchos casos, una fascinación un poco extraña.

 


Aquella casa al lado del cementerio, es en un principio, una historia de terror deudora de los relatos de H. P. Lovecraft (como En la cripta o Herbert West) y también con cierta influencia de El resplandor. Al menos en teoría. Porque en la práctica, más que relato pulp, es un bolsilibro con todos los clichés y estereotipos de esta narración. Que comienza, precisamente, con un crimen: tras asesinar a su amante, un profesor universitario se suicida. En cualquier otro guión habría policías y una investigación, pero se ve que aquí también hay recortes en el sector público, porque quien acude al caserón del asesinato es otro profesor, enviado por la universidad, para que descubra lo que le sucedió al difunto. Por si no fuera poca la falta de medios policiales, el sujeto en cuestión decide llevarse con él a su familia mientras dure la investigación, o lo que quiera que haga por ahí. Porque no hay nada mejor que meter a un niño con imaginación hiperactiva y, por lo que se ve, con posibles poderes telepáticos, en una mansión desvencijada construida justo al lado de un cementerio. O de cuatro lápidas de corchopan que aparecen en alguna secuencia. La estancia de la familia estará poblada a partir de entonces por planos de maniquíes y muñecas de porcelana descascarilladas, niñeras siniestras que surgen de la nada, fantasmas (o algo parecido), premoniciones, y llantos infantiles que parecen venir del sótano. Y de unas cuantas deducciones aleatorias de su protagonistas.
 



Con todos estos elementos, podría parecer una película bastante mala…y siendo muy críticos, lo es, al menos a nivel formal. El guión es de risa, la resolución de la trama es incongruente, las situaciones ilógicas y las actuaciones, de tercera en el mejor de los casos, cuando no se pilla a uno de los actores mirando a cámara directamente. Hay primeros planos de los ojos de los protagonistas a mogollón, para acentuar el dramatismo, de llaves, de baldosas y hasta de un gatico echándose una siesta en una de las lápidas (bueno, esta en realidad es una de las mejores escenas). Momentos absurdos, como la niñera limpiando un enorme charco de sangre sin saber de donde sale, y con un reparto que parece ni inmutarse. Una especie de subtrama sobre fantasmas, o telepatía, o algo que no termina de tener claro. Un doblaje al castellano que le hace justicia al resto: es un milagro que una de las voces termine de concordar bien con las bocas de los actores. Y una estética de finales de los setenta donde no faltan patillas, flequillazos y jerseys de cuello vuelto en  todos los colores y modelos.

 


Muchos dicen a modo de defensa que las películas de terror de Fulci, de zombies o sobrenaturales, eran muy similares a pesadillas. Con lo que estoy de acuerdo: la torpeza, lo forzado de las actuaciones, y lo ilógico de los guiones, más que un desastre, le daban una cualidad onírica, donde el relato de terror como algo coherente era sustituido por lo irreal y lo inquietante. Al igual que en una pesadilla, muchas de las situaciones no tienen mucho sentido, pero eso no impide que provoquen miedo en su momento. Lo que se consigue en cierto modo con ese escenario propio de la imaginación popular, como es una casa y un cementerio, o el momento en que se descubre de donde provienen los sollozos infantiles.

 


El guión, pese a todos esos defectos en cuanto a coherencia, es el adecuado para ese tipo de atmósfera: una mansión, un cementerio, científicos locos y el establecer que, aunque uno de los personajes sea un niño, no da la sensación de que este vaya a estar a salvo. Elementos que no se han trabajado de una forma correcta, pero que sin duda hacen una historia infinitamente mejor y más original que la enésima entrega de Viernes 13 que se convertiría en algo habitual años después. Y que, por lo breve del metraje, que no llega a los noventa minutos, hace que los defectos más evidentes de la película no se conviertan en un lastre mayor o en algo tedioso.

Aquella casa al lado del cementerio es una mala película. Mala, si se la compara con otras producciones más cuidadas en todo los sentidos, pero no mala si el espectador se queda con lo que se pretendía contar: un escenario reconocible, una atmósfera pesadillesca y una trama cuyo aspecto aparentemente torpe esconde, en realidad, lo que le gusta a una gran parte de los aficionados al terror.



(Editado: He encontrado la foto del gato siesteando en la tumba. La entrada no estaría completa sin ella. Ni la película, vaya)  

 

 

lunes, 4 de abril de 2016

La televisión en España según Buenafuente y el Terrat. O como hacer algunos chistes buenos y otros de barrer para casa.


Hace ya varios años que le he perdido la pista a cómo esta la televisión. Casi todas las compañías de cable dan la opción de ver las series a la carta, las películas también van cuando quiero, y si es por tener ruido de fondo, me acabo quedando con cualquier canal de la Tdt. Bueno, esto último es una forma  muy fina de decir que la tele se pasa el santo día puesta en el canal Boing. Pero es que me hace más gracia oír a Mordecai y Rigby en lugar de a Belén Esteban. El caso es que la época de saber más o menos qué tipo de programación tenía cada canal, o de esperar a un día concreto para ver una serie, se me ha quedado tan lejos en tan poco tiempo que hasta a mí me sorprende. Por eso cuando encontré de casualidad uno de esos libros que solían hablar de la televisión de forma irónica me resultó un tanto nostálgico, además de llamarme la atención por sus autores: no tanto por Buenafuente sino por el Terrat, con quienes en su día me había reído mucho gracias a Homo Zapping. Y es que el ser capaces de hacer un sketch sobre el presentador de Documentos Tv tiene mérito.

Lo primero que me llamó la atención fue el título, bastante largo: “Lo que vendría a ser la televisión en España, según Buenafuente y el Terrat”. Así, tal cual. Lo segundo, que en realidad estaba escrito hace menos tiempo del que pensaba, porque era del 2011. Suficiente como para que la TDT y toda la oferta de canales fuera ya algo habitual, y para  que todavía estén vigentes varios programas y formatos. La idea de este consiste en repasar en clave de humor una parte importante de los elementos que componen la programación: formatos, cómicos, personajes, presentadores, e incluso series.  Y otras, que por su retransmisión han pasado a formar parte de la cultura popular: estereotipos, los quince minutos de fama de gente de a pie e incluso las coletillas que durante un tiempo se ponen de moda.

 


El conjunto es bastante curioso, porque lo mismo aparece una mención a las primeras pruebas de emisión televisiva antes de los años treinta, que al décimo aniversario de Gran Hermano. E igual de aleatorio, porque el único criterio que han seguido para organizar los capítulos es el alfabético, como si fuera una versión muy en broma de un diccionario. Tampoco se puede considerar exhaustivo, porque la presencia más importante en cuanto a televisión la tiene el grueso de la década de los noventa, y algo de los ochenta: no tanto por tratarse de la época en la que la televisión ya era un medio de comunicación consolidado y con suficiente historia, sino por ser seguramente las décadas que más recordarán los lectores potenciales.

Aunque incluyen algunas referencias a la fecha de estreno o duración de programas, en realidad no es un libro demasiado completista: la idea es hacer un repaso al tipo de televisión en su vertiente más cómica y popular, lo que hacen con bastante humor. No faltan las metáforas absurdas y el acumular comparaciones cómicas, algunas más inspiradas que otras pero que en general, acaban sacando una sonrisa aunque solo sea por pillar desprevenido. La maquetación de este también es propia de una lectura muy ligera y que entre por la vista: no hay fotos, sino dibujos, algunos imitando a garabatos, de los programas y presentadores. Además de incluir un detalle muy peculiar, como son las marcas de rotulador y flechas donde se apostillan algunos datos, como si fueran notas al pie pero presentadas de forma cómica.

Pese a ser una obra colectiva, algunos textos cuentan con autoría concreta: José Corbacho o Berto firman artículos breves donde aportan la opinión, con el tono cómico algo más pausado, sobre formatos como el de Cuarto Milenio o Gran hermano.

 


El resultado, por lo variado, es muy entretenido, y aún con los cinco años de diferencia desde su publicación, se reconoce fácilmente: Sálvame sigue en antena, por las mañanas, al parecer, siguen echando programas sobre salud, e incluso hay humoristas tan malos a los que solo es posible mejorar cuando se les dedica un texto con un poco de mala baba. Aunque en algunos casos, esta idea de repartir un poco de caña a base de humor se corta un poco en lo tocante a los programas en los que participaron los autores del libro: por algunos se pasa de puntillas y con otros, como la mención a Rodolfo Chikilicuatre, aprovechan un poco para echarse flores por la ocurrencia. Al menos, hay tantos capítulos como para que esto pase desapercibido  y sea posible pasar un rato entretenido con un libro donde, lo mismo se habla del especial de nochevieja del 89, que de las videntes de las televisiones locales.