Aún gustándome todo lo que tenga zombies, reconozco a menudo
que esta ficción cae en la falta de variedad. Entre todos los publicados
durante el boom del tema, los mejores se acercan como mucho a Los muertos
vivientes de Kirkman, y la gran mayoría, se queda en una y otra variación de El
amanecer de los muertos o Resident Evil. No hace falta estrujar demasiado la
imaginación para salirse de la norma, porque las posibilidades amplias. Casi tanto
como todos los escenarios que puede haber en el mundo.
Cuando David Wellington empezó a publicar en internet, de
forma gratuita, una novela por entregas, eligió esta última opción. Que se
acabaría convirtiendo en una trilogía y que unos años después se publicaría en
España. Y a la que, por la mala pata a la hora de redactar el texto de
contraportada y traducir el título, tuve bastantes reparos en acercarme. Monster
Island se convirtió en Zombie Island, así, en el mismo idioma pero cambiando de
monstruo. Y la sinopsis hablaba de una historia un poco chocante sobre unas
colegialas soldado que recorren una Nueva York infestada de zombies en busca de
medicamentos. El resumen daba más la idea de un grupo de chicas vestidas de
estudiante japonesa repartiendo estopa entre zombies, cuando la historia era
otra: los personajes principales no habrían alcanzado los 16 años, pero se
trataba niñas soldado africanas, que acompañaban al protagonista en busca de
una cura para un señor de la guerra y que había sido inventada por él en un
intento de salvar su vida y la de su hija.
El punto de partida es casi tan estrafalario como el que se
anunciaba de forma errónea, pero también se salía por completo de los cánones típicos
de esta ficción, y consigue convertirse en un escenario coherente. Durante los
primeros capítulos se va aportando el trasfondo necesario para aceptar una
situación donde, mientras los centros comerciales del primer mundo se convierte
en refugios, países acostumbrados a la violencia como muchas repúblicas
africanas se adaptan con mayor facilidad
a la ausencia de gobierno, los zombies y los ejércitos formados por los señores
de la guerra. Esta novedad es solo el primer paso a la hora de alejarse de
lugares comunes. El desarrollo de la historia, en el que aparecen nuevas clases
de zombies, un antagonista no muerto e incluso el espectro de un druida, no
escatima en imaginación y en cierto modo, en un poco de locura que irá
aumentando en los siguientes libros. Sociedades postapocalípticas, zombies con
todo tipo de características y poderes y hasta el espectro de un druida celta
que se pasa toda la trilogía intentando cumplir una profecía sobre el fin del
mundo. Una locura absoluta, pero desarrollada de forma progresiva, sin
aturullar demasiado al lector y que en realidad, tiene la misma falta de
prejuicios y ganas de ofrecer acción que podían haber tenido las novelas pulp
de los años treinta.
El estilo de Wellington también se adapta muy bien a esa
comparación. Es un autor rápido, que sabe que ante una trama como la que
maneja, debe prevalecer la acción y la narrativa frente a las descripciones o
un estilo más cuidado. Este tampoco está libre de fallos, porque, especialmente
en las primeras partes de cada entrega, muchos de los personajes parecen
puestos ahí como figurantes para ser asesinados pronto. Y que los protagonistas
cuenten con cuatro rasgos básicos para distinguirlos unos de otros, hasta el
punto que algunos llegan a parecer el mismo personaje con distintas
características. En cierto modo, esto recuerda a las películas de serie B donde
los secundarios caen como moscas hasta que solo quedan los principales y
empieza la trama de verdad. Y que parte de los aportes más fantasiosos van
yendo en aumento hasta dar, especialmente en el último tomo, a algunas situaciones
que resultan muy pasadas de vueltas. Como si en las últimas páginas decidiera
que de perdidos al río, y que iba a hacer aparecer todo lo que se le pasara por
la cabeza. Esto hace que se trate de una historia de esas que, o se aman o se
odian. Y en el segundo caso, no se llega a pasar del primer libro.
Después de cerrar Monster Island, David Wellington continuó
con el género de terror, y sin alejarse mucho de otros monstruos conocidos: sus
sagas sobre vampiros y hombres lobo fueron, especialmente los primeros, algo más
duraderas que su trilogía, y también menos alocadas, pero seguían manteniendo
un estilo propio de un profesional de la narrativa de entretenimiento. También
regresó al tema de los zombies en más de una ocasión, entre una novela y algún
relato que no he podido leer, y que son algo más clásicos que lo que ofrecía en
su primera trilogía. Una trilogía que, hay que reconocerlo, no se acerca a la
calidad que puede tener un Guerra Mundial Z, pero que casi está a la misma
altura solo por lo imaginativa y por sus ganas de salirse de escenarios
trillados.