lunes, 29 de febrero de 2016

La isla de los monstruos de David Wellington. Zombies, Kalashnikovs y muchos viajes



Aún gustándome todo lo que tenga zombies, reconozco a menudo que esta ficción cae en la falta de variedad. Entre todos los publicados durante el boom del tema, los mejores se acercan como mucho a Los muertos vivientes de Kirkman, y la gran mayoría, se queda en una y otra variación de El amanecer de los muertos o Resident Evil. No hace falta estrujar demasiado la imaginación para salirse de la norma, porque las posibilidades amplias. Casi tanto como todos los escenarios que puede haber en el mundo.

 


Cuando David Wellington empezó a publicar en internet, de forma gratuita, una novela por entregas, eligió esta última opción. Que se acabaría convirtiendo en una trilogía y que unos años después se publicaría en España. Y a la que, por la mala pata a la hora de redactar el texto de contraportada y traducir el título, tuve bastantes reparos en acercarme. Monster Island se convirtió en Zombie Island, así, en el mismo idioma pero cambiando de monstruo. Y la sinopsis hablaba de una historia un poco chocante sobre unas colegialas soldado que recorren una Nueva York infestada de zombies en busca de medicamentos. El resumen daba más la idea de un grupo de chicas vestidas de estudiante japonesa repartiendo estopa entre zombies, cuando la historia era otra: los personajes principales no habrían alcanzado los 16 años, pero se trataba niñas soldado africanas, que acompañaban al protagonista en busca de una cura para un señor de la guerra y que había sido inventada por él en un intento de salvar su vida y la de su hija.

 


El punto de partida es casi tan estrafalario como el que se anunciaba de forma errónea, pero también se salía por completo de los cánones típicos de esta ficción, y consigue convertirse en un escenario coherente. Durante los primeros capítulos se va aportando el trasfondo necesario para aceptar una situación donde, mientras los centros comerciales del primer mundo se convierte en refugios, países acostumbrados a la violencia como muchas repúblicas africanas  se adaptan con mayor facilidad a la ausencia de gobierno, los zombies y los ejércitos formados por los señores de la guerra. Esta novedad es solo el primer paso a la hora de alejarse de lugares comunes. El desarrollo de la historia, en el que aparecen nuevas clases de zombies, un antagonista no muerto e incluso el espectro de un druida, no escatima en imaginación y en cierto modo, en un poco de locura que irá aumentando en los siguientes libros. Sociedades postapocalípticas, zombies con todo tipo de características y poderes y hasta el espectro de un druida celta que se pasa toda la trilogía intentando cumplir una profecía sobre el fin del mundo. Una locura absoluta, pero desarrollada de forma progresiva, sin aturullar demasiado al lector y que en realidad, tiene la misma falta de prejuicios y ganas de ofrecer acción que podían haber tenido las novelas pulp de los años treinta.

 

El estilo de Wellington también se adapta muy bien a esa comparación. Es un autor rápido, que sabe que ante una trama como la que maneja, debe prevalecer la acción y la narrativa frente a las descripciones o un estilo más cuidado. Este tampoco está libre de fallos, porque, especialmente en las primeras partes de cada entrega, muchos de los personajes parecen puestos ahí como figurantes para ser asesinados pronto. Y que los protagonistas cuenten con cuatro rasgos básicos para distinguirlos unos de otros, hasta el punto que algunos llegan a parecer el mismo personaje con distintas características. En cierto modo, esto recuerda a las películas de serie B donde los secundarios caen como moscas hasta que solo quedan los principales y empieza la trama de verdad. Y que parte de los aportes más fantasiosos van yendo en aumento hasta dar, especialmente en el último tomo, a algunas situaciones que resultan muy pasadas de vueltas. Como si en las últimas páginas decidiera que de perdidos al río, y que iba a hacer aparecer todo lo que se le pasara por la cabeza. Esto hace que se trate de una historia de esas que, o se aman o se odian. Y en el segundo caso, no se llega a pasar del primer libro.

 
 


Después de cerrar Monster Island, David Wellington continuó con el género de terror, y sin alejarse mucho de otros monstruos conocidos: sus sagas sobre vampiros y hombres lobo fueron, especialmente los primeros, algo más duraderas que su trilogía, y también menos alocadas, pero seguían manteniendo un estilo propio de un profesional de la narrativa de entretenimiento. También regresó al tema de los zombies en más de una ocasión, entre una novela y algún relato que no he podido leer, y que son algo más clásicos que lo que ofrecía en su primera trilogía. Una trilogía que, hay que reconocerlo, no se acerca a la calidad que puede tener un Guerra Mundial Z, pero que casi está a la misma altura solo por lo imaginativa y por sus ganas de salirse de escenarios trillados.

jueves, 25 de febrero de 2016

Lecturas de la semana. Lo que no leía y lo que llevaba tiempo sin leer


No suelo variar mucho de género entre mis libros. Lo más habitual es quedarme entre el fantástico, el terror, y a veces el policiaco, con alguna que otra cosa de las que encuentro en la biblioteca de por medio. En cambio, una de las temáticas que más me gustaba, y que en tiempos solía quejarme de la poca ficción disponible, como son los zombies, se han ido quedando un poco aparcadas entre pilas y pilas de novedades. Será que, entre Walking dead (los comics y la serie), Z Nation, y el boom de narrativa "Z" de los años anteriores, hizo que no me emocionara tanto ante cada novedad, y que más bien, me dedicara a tenerlos anotados por ahí. Otros géneros, como es el ensayo, y más si se trata de temas específicos o de actualidad, son el caso contrario: si cae uno al año, es mucho. Pero aún no han pasado dos meses desde que empezó el 2016,  y esto ha cambiado un poco con una novela de muertos vivientes y una obra de divulgación sobre economía. Que no podían ser temas más distintos...o no. Porque en cierto modo, dos de los intereses más populares de la última década fueron precisamente los zombies y la crisis.



Fernando Trias de Bes. El libro prohibido de la economía. Con poco más de doscientas páginas, la idea no es desvelar los secretos de la economía sino acercar al público algunas definiciones y el funcionamiento oficial, y no oficial, de temas financieros muy presentes en la vida diaria. Cosas como el funcionamiento del marketing a nivel de minoristas, el sistema fiscal, los bancos, la deuda pública o el concepto de emprendedor, nombre que nos hemos hartado de oír en los últimos años. Todo, desde una perspectiva cercana e irónica. Cosa que el autor consigue a ratos.

A nivel de divulgación, muchos capítulos del libro llegan a funcionar bien. Especialmente a la hora de explicar al dedillo trucos de la mercadotecnia como ofertas, sorteos o sistemas de fidelización mediante puntos o carnets de un establecimiento. Y también al funcionamiento del sistema bancario o la fiscalidad del estado, donde hace aportaciones muy críticas y donde realmente se nota ese punto irónico que buscaba en párrafos donde describe la burbuja inmobiliaria como una "bacanal económica", las batallitas intentando convencer a su hijo para no comprarle los cereales que vienen con un juguete, o directamente, definir a los inspectores de hacienda como unas personas estupendas (lo que me recordó un montón a Ernesto de El ministerio del tiempo y lo mal que lleva que se metan con los funcionarios).

Pero este, en muchos casos se acaba perdiendo entre algunas opiniones que, a veces pueden compartirse, a veces no, y que en más de una ocasión hacen que la intención informativa y la ironía que quería mantener se convierta en un estilo más mandón, donde el escritor se vuelve más dramático y parece empeñado en advertir al hombre de a pie de las trampas de la economía moderna. Salvando algunos capítulos donde estos defectos se hacen más patentes,  el conjunto está muy bien planteado: breve, asequible y alejado de fórmulas y gráficas más específicas. Y que, en mayor o menor medida, se saca algo de interés que es de lo que se trata un libro de divulgación. Otra cosa es compartirlo al cien por cien o no.



Bob Fingerman. Paria Z. Cuando en España se empezaron a traducir libros sobre zombies, lo habitual era incluir sí o sí esa palabra en el título, o al menos la inicial. Por eso el Monster Island de David Wellington se convirtió en Zombie Island, así, sin traducir. Y Pariah pasó a titularse Paria Z, no fuera a ser que el dibujo y el texto de la contraportada no pusieran el argumento claro.

La mayoría de novelas trata, o bien los primeros días de los supervivientes, o lo que ha pasado años después. Este sería el primer caso, donde un grupo de personas muy dispares viven encerradas en un edificio, sin posibilidad de salir a unas calles pobladas por muertos vivientes, mientras solo pueden presenciar cómo la desnutrición y el aislamiento acaba con ellos lentamente. Todo cambia cuando ven a una chica caminando tranquilamente entre los muertos, sin que estos intenten atacarla. Contar con alguien que puede desplazarse libremente por la ciudad supondría una esperanza para ellos, pero también hay algo extraño en una chica que apenas percibe lo que pasa a su alrededor y se limita a pensar que por algún motivo, no le gusta demasiado a los zombies.

En general la historia es el escenario que se ha visto un montón de veces, en este caso, un edificio, con la variación correspondiente y que supone el mayor punto de interés para que el lector decida quedarse con la historia. Toda la trama que se adelanta en la contraportada tarda bastante en comenzar, porque la primera parte se destina, y bastante bien, a desarrollar la atmósfera de la novela y a los personajes. Sobre todo  lo primero: no hay grandes detalles sobre lo que pasó en la ciudad, pero es fácil de imaginar, aunque el añadido de por qué han sido encerrados resulta un poco pillado por los pelos. Gana, en realidad, por tratarse de una situación muy claustrofóbica, donde se usa acertadamente un verano seco y muy cálido. Y que los personajes despierten muy poca simpatía. No son agradables, pero sí muy acertada su situación: están aislados, mal alimentados, y no hay héroes. Solo gente desesperada y sin las herramientas y el conocimiento necesario para poder encontrar una solución. Esta idea sobre el deterioro emocional es lo más interesante (aunque también hace que haya que tener ganas para ponerse con un libro así. Es más deprimente que drama o acción), aunque según avanza, se pierde bastante la idea. Los protagonistas empiezan a parecer, más que desquiciados, unos neuróticos, y la idea del escritor de crear un antagonista en fabricar un personaje que prácticamente tenga todas las características negativas posibles. Que si deportista fanfarrón, retrógrado, violento, sádico...y hasta en un momento, sin motivo argumental alguno, menciona que no le gustan los gatos. Solo le falta defraudar a Hacienda para ser el personaje más miserable de la literatura moderna, vamos.

La trama, al depender de un solo elemento, como el personaje misterioso y lo que esconde, acaba sufriendo la falta de contenido. No hay en medio buenos personajes, solo unos retratos que para un relato serían adecuados pero que para una narración más larga resultan muy pobres. Y el enigma en cuestión, acaba resuelto con una explicación bastante de serie Z, traída en el último momento al igual que una resolución con más acción y movimiento que el ritmo pausado de las primeras partes. Y que, también bastante de golpe, planta una especie de final feliz muy atropellado, que apenas tiene nada que ver en comparación con los protagonistas y la situación que se conoció antes.

No puedo quejarme demasiado del libro como tal. Sabía que  no era precisamente Guerra Mundial Z, al menos el misterio correspondiente me interesó lo bastante como para seguir con él y de todas formas, en ese momento quería leer algo de zombies. Aunque con la abundancia de títulos, la próxima vez escojo con más cuidado. Porque de momento, acabo de encontrarme uno con un título que promete:

lunes, 22 de febrero de 2016

Más allá del jardín (2014). Revisitando cuentos


Me siguen gustando mucho los dibujos animados un poco extraños, aunque ya no sean una novedad. Entre Hora de aventuras (ahora camino de convertirse en Los Simpson del canal Boing), Historias corrientes, a ratos algo de Clarence y hasta Titoyayo, no falta animación con la mezcla justa entre lo absurdo, los guiños para adultos escondidos entre chistes raros y un tono a veces un poco macabro. El anuncio hace un año de una nueva serie, muy corta, prometía el mismo tipo de dibujos que seguía, aunque quizá con más incidencia en lo fantástico y lo siniestro..lo que me gustaba aún más. El horario de emisión y el estar viendo otras series en ese momento hizo que junto a su brevedad, se quedara en algo que decidí ver más adelante, y esos diez capítulos de diez minutos escasos  pasaron a ser algo que se quedó por ahí pendiente. Pero también esa brevedad sirvió para que el mismo canal optara por una nueva emisión, esta vez seguida como si fuera una película de animación, que encontré por coincidencia y sí que me quedé a ver. Además de hacerme pensar "¿por qué demonios he esperado tanto?" Y que, teniendo en cuenta la calidad de la producción, no iba desencaminado. Porque detrás de los personajes se encuentran actores como Elijah Wood o Christopher Lloyd.



Más allá del jardín es la historia de dos hermanos perdidos en el bosque que intentan volver a casa. Como tantos otros en cientos de cuentos y libros. Y que al igual que estos, no podían ser más distintos: un adolescente preocupado y desconcertado ante un lugar desconocido, junto  a un niño alegre, un poco extraño y que acepta felizmente todo lo que pasa. Dos reacciones muy distintas hacia un bosque donde todo resulta fuera de lo común: los animales hablan y los esqueletos bailan. Pero no todo es tan inofensivo: un leñador les ha advertido contra el propio bosque y la bestia que lo habita, quien no permitirá que estos vuelvan a su casa. Pero en muchos casos, las intenciones del leñador y la propia bestia no terminan de quedar claras.



Debido a la distribución de la historia, muy corta, se trata más bien de una miniserie. Y una compuesta de minicapítulos, porque estos no son más largos que un corto de la Warner. Y que n cierto modo, podría ser una película por entregas, como los folletines. Una comparación muy adecuada porque parte del estilo y la ambientación recurre a la estética de principios de siglo: los vestuarios, los colores sepia, muchos enfoques propios de las primeras animaciones, y sobre todo, la banda sonora y las canciones, donde abundan los temas de piano y las melodías que recuerdan a los seriales mudos.



Lo cierto es que la distribución por episodios, independientes entre sí de no ser el hilo principal, hace que, vistas seguidas y montadas como largometraje resulten muy aleatorias y separadas en argumento y tono unos de otros. Algo que en realidad no es negativo: es una serie, no una película, aunque pueda verse en menos de dos horas, por lo que el ritmo es distinto. Además, aún viéndose de forma continuada, esa independencia de tramas y capítulos hace que se note más el aspecto anterior de serial. Y que, a nivel de guión, aporte elementos como el presentar la historia de forma menos lineal. Mientras el comienzo presenta a dos niños vestidos de forma rara en un lugar todavía más raro, que aceptan sin demasiada dificultad. Al igual que el público, que también lo acepta como aceptó las aventuras de Finn y Jake. Pero que no es hasta más adelante cuando, una vez se hayan presentado los personajes, se sepa quienes son y de donde vienen. Y donde su origen anodino contrasta  con los elementos fantásticos que ahí son la norma.


No puedo ver calabazas bailando sin acordarme de Leguman y Telegato

Este giro es también parte de uno de los componentes más importantes de la serie: las influencias, a nivel narrativo o visual, de trabajos anteriores, clásicos o recientes. Los niños perdidos en el bosque y la búsqueda del hogar son uno de los arquetipos por excelencia de la narrativa popular. Pero en muchas escenas puede reconocerse sin problemas a Coraline, Las crónicas de Narnia (las de C. S. Lewis, no la hermana de Sabela), El árbol de las brujas, el viaje de Chihiro, los animales parlantes de Beatrix Potter y los primeros cortometrajes de animación. Pero también a Slenderman e incluso un guiño, muy sutil, a Posesión infernal. Son muchas situaciones y elementos reconocibles, pero que en ningún momento la historia parece hecha para enseñarlos, o montada a trozos. Más bien, han tomado una estética y unos elementos que  hoy son parte de la imaginación colectiva del público, reconocibles por su origen e impacto, más que por querer hacer batiburrillo de referencias.



Más allá del jardín se ha planteado como un cuento. Un muy breve donde se recogen escenarios que hoy su público reconoce muy bien. Pero también un cuento macabro, donde lo siniestro se dibuja con una estética de aspecto infantil. Es el tipo de animación que, de haberla visto con cinco años, me habría quedado pasmada y de la que probablemente, recordaría durante años sus secuencias de esqueletos bailarines, árboles retorcidos y donde uno de sus protagonistas lleva una tetera en la cabeza.

jueves, 18 de febrero de 2016

Regresión (2015). Satanismo de telefilme


Quizá fuera por el impacto que supusieron los temas y enfoque de True Detective, o quizá porque resultaban interesantes por sí solos. Por eso una película donde se volviera a los noventa y se trataran casos de víctimas infantiles, cultos y ciudades con secreto resultaba igual de prometedora, aunque recurriera de forma abierta a representar una historia de esas en las que avisan que es “basada en hechos reales”. Algo que tratándose de una producción de primera clase, no parecía un problema. Alejandro Amenabar dirige a Ethan Hawke y Emma Watson con un guión de suspense y quizá algún toque sobrenatural. Aparentemente, no podía salir mal.

 


Regresión recrea uno de los casos sucedidos en una pequeña ciudad de Estados Unidos, durante una extraña ola de pánico donde, por algún motivo, salían sectas satánicas hasta debajo de las piedras. Es a partir de la denuncia de abusos por parte de una joven, quien su padre, alcohólico, no parece recordar, cuando la policía comienza a emplear los servicios de un psicólogo que, a través de distintas terapias de regresión en la familia, destapa una realidad mucho peor. Estos parecen deberse a un culto satánico que ha operado durante años en la casa familiar, y que el inspector encargado del caso, se toma como algo personal. Pero, entre nuevos descubrimientos a través de los recuerdos reprimidos de los personajes se filtran detalles un poco dudosos: el libro escrito por la víctima de una de estas sectas es todo un best seller entonces, y la policía no parece tener más pistas que los testimonios que los afectados declaran bajo hipnosis.

 


La idea, en principio, tiene potencial si se sabe aprovechar tanto la estética más gris de la época en la que se ambienta (1992) como los matices del caso: lo grotesco de los testimonios y la ausencia en un principio de pruebas físicas dan en todo momento lugar a una duda bastante razonable sobre lo que puede suceder. Pero en realidad, nada de esto llega a aprovecharse demasiado.

La ambientación es, como mucho, correcta: hay muchos tonos grises, escenarios nublados y otros nocturnos, y estos mantienen un aspecto bastante anodino y desvencijado que aporta atmósfera, pero no demasiada. Esta no llega a resultar opresiva, sino una opción de realización adecuada, y muy bien ejecutada, para el tipo de historia que quieren contar. No podría decirse que es sosa, pero sí correcta, sin grandes logros.

 


Pero en realidad es el desarrollo de la historia el que más sufre este estilo poco arriesgado. En todo momento da la impresión de que le falta algo para que llegue a tener mayor interés, o que se pueda simpatizar con los protagonistas. En el caso del inspector principal, no hay ningún motivo por el que el personaje de Hawke se comporte así: en todo momento parece demasiado severo y dispuesto a creerse cualquier testimonio sin una sola duda, unas tendencias un poco paranoicas…y de golpe, cambia de opinión como de camisa para volverse  de nuevo un policía sesudo y cabal. Su actitud desconcierta porque no hay  ningún trasfondo que pueda justificar su caracterización, ni esta se va construyendo a medida que avanza la trama. El psicólogo que lo acompaña se limita a hacerle terapias regresivas a todo lo que se mueva, sin que tampoco haya una sola protesta hasta el desenlace, cuando este método se cuestiona de forma muy inesperada. Y el papel de Emma Watson es poco menos que testimonial, porque apenas hace otra cosa que aparecer de vez en cuando y poner cara de pena.

 


Salvo por la realización profesional y el querer dar a la historia algo más de personalidad, aunque esta queda bastante diluída, en el fondo la historia podría ser perfectamente la de un telefilme de sobremesa en Antena 3. Porque lo tiene todo: los hechos reales, la historia tirando a tremendista y la resolución poco complicada. Si hubieran cambiado a los protagonistas por actores desconocidos y le hubieran añadido al título “mortal”, “fatal” o “letal”, no se habría notado la diferencia.

Regresión se queda como una película que parecía prometer mucho y que se quedó en una zona muy neutra, sin más atractivo que el basarse en ese caso real y más suspense que los giros de guión que acumulan en la última parte de la película. Aunque, a su favor, es la cantidad de gaticos que aparecen sin motivo aparente en varios de los escenarios. Para contar con unos personajes sospechosos de satanismo, cuidan muy bien a sus mininos…

lunes, 15 de febrero de 2016

The Forest (2015). El bosque de los suicidios. Y de los sustos fáciles


Hay lugares que superan cualquier ficción. Y que sirven de inspiración para muchas. Centralia se convirtió en Silent Hill, las catacumbas de París fueron una entrada al infierno en As Above, so Below,  y la ciudad abandonada de Pripyat es un referente en el imaginario popular.  Uno de ellos ha sido el más reciente en trasladar su leyenda al cine: un bosque donde todavía es posible perderse y no ser encontrado. Y que ha sido elegido como el lugar predilecto para los suicidas.



El bosque de Aokigahara es donde Sarah acude en busca de su hermana, una profesora de inglés en Japón, quien fue vista por última vez en dicho lugar poco antes de desaparecer. Desesperada por la actitud fatalista de los lugareños, quienes ven como algo inevitable que todo el que acuda al bosque sea para morir, decide buscar a su hermana sin más ayuda que un periodista, quien espera conseguir un reportaje, y uno de los voluntarios que conoce el bosque y lo recorre de forma habitual para recuperar los cuerpos de los suicidas. Frente a las advertencias de este último, ella permanece allí durante la noche. Y aunque ninguno parece creer en fantasmas, el guardabosques le hace una advertencia: allí pueden verse cosas que no existen. Y que pueden hacerle daño si olvida que están solo en su cabeza.


En general, la película tiene muchos aciertos y un fallo muy gordo. El planteamiento es muy directo y recurre quizá a un par de tópicos para no tener que perder el tiempo: no dudan en echar mano de las teorías sobre la conexión entre gemelas para que entre el título y la llegada de la protagonista a Japón no pasen más de cinco minutos, ni para introducir al que será el coprotagonista (directamente, se lo encuentra en un bar). En cambio, consigue dar una idea de las personalidades de ambas hermanas y el transfondo por el cual el personaje principal tiene un carácter más protector y decidido frente al de su gemela.



Además, toda la trama sobrenatural es muy acertada, especialmente la forma en la que esta va introduciéndose en el guión. Detalles chocantes como las colegialas que gritan al confundir a la protagonista con una aparecida dan paso de una manera gradual a la aceptación general de que algo sucede. En los primeros casos no queda claro si los paseantes que encuentra son seres humanos, visiones de la protagonista o fantasmas, algo que posteriormente irá quedando más claro. Y que además, encaja muy bien con  la pista que se da al principio: frente a la frase que se proporciona sobre el peligro del bosque, aparece una duda razonable sobre las intenciones de los personajes, que se mantiene casi hasta el final, que es uno de los elementos mejor aprovechados.



Las secuencias del bosque (que por cierto, no es el de verdad, sino que rodaron en Europa) también transmiten  la sensación de duda sobre la realidad y la ilusión. De nuevo, algunos personajes podrían ser gente perdida en el bosque, o algo muy distinto. Pero en muchos casos, forman parte de ese escenario. Estos pueden verse, o no, en las escenas nocturnas, siendo en varias ocasiones sombras que se ven solo desde lejos y dan la idea de lugar sobrenatural que en el fondo, es el tema central del guión.



Precisamente por el tono de la película se nota demasiado su mayor error. Si en el guión  se pretendía que todo fuese más sutil, y más propio del terror psicológico, ...¿Por qué meten escenas de sustos gratuitas? Pesadillas de la protagonista, o algunas apariciones que surgen de golpe, con aspecto de máscara y que rompen por completo el tono anterior. Esto llega a ser vergonzoso en el desenlace, donde deciden que la mejor forma de cerrar la película  es con la parición de un fantasma demacrado en primer plano al que solo le falta gritar "¡Raah! ¡Sustaco!". Tras varios gifs y vídeos de YouTube deberían darse cuenta que esto, directamente, no es terror, ni tensión ni suspense. Son screamers. Y que parecen puestos de forma aleatoria por miedo a que la película no fuera lo bastante terrorífica.

The Forest podría haber sido una producción de terror mejor de lo que resultó. El planteamiento, y su juego entre la realidad y lo ilusorio recuerda un poco a Oculus. Pero donde la historia del espejo maldito optaba por contar únicamente con la paranoia y el suspense, esta se pierde en varios momentos a causa de unas escenas "de susto" muy fuera de lugar.

jueves, 11 de febrero de 2016

Lecturas de la semana. Cuentos y leyendas




No hay nada más corto que un cuento. O que una historia. Y tampoco hay nada que sea más cercano a la imaginación y lo tradicional que estas. Pero, pese a lo ligadas que pueden estar al pasado, nada impide que se puedan inventar leyendas y fábulas nuevas, y que ni siquiera sea necesario recurrir a un pasado remoto para ellas.

 


Amos Tutuola. Mi vida en la maleza de los fantasmas. El libro de Tutuola es una fábula muy ligada a la narración tradicional africana. El protagonista, siendo niño, huye de una guerra en su poblado, donde se oculta durante varios años en una zona de la selva llamada Maleza de los Fantasmas. Estos, no son espectros en el sentido tradicional, sino que abarcarían todo tipo de criaturas fantásticas: aquellos que fallecieron antes de su hora, pero también otros que no tendrían ningún equivalente en la mitología europea y con los que, el autor simplemente emplea la palabra fantasma para describir algo no humano.

En realidad, la narración poco tiene que ver con Kiriku y la bruja: está ambientada en la época contemporánea (los años cincuenta entonces) donde se mezclan todo tipo de elementos y creencias: la mitología tradicional, el animismo, los objetos modernos, el cristianismo e incluso los sistemas de administración pública tienen un hueco en cada uno de los poblados de estos fantasmas. Así, el protagonista vive todo tipo de situaciones que lo mismo pueden ser humorísticas, que rozar el surrealismo: es transformado mediante hechizos practicamente en todo: en burro, en vaca, y hasta en botijo. Se casa dos veces, llega a ser funcionario en un poblado fantasma y encuentra todo tipo de criaturas extrañas que el autor bautiza de una forma muy básica: el Fantasma Apestoso, la Fantasma Fea, la Superseñora...nombres que resultan muy chocantes y que quizá se deban a que Tutuola en realidad no escribe en su lengua natal, sino en inglés. Pero uno muy básico y también muy mezclado seguramente con la gramática de su idioma, por lo que su historia resulta una lectura muy peculiar. Las palabras cultas se usan a veces correctamente, y a veces, fuera de contexto, y estas conviven con frases que resultan de lo más simple. Estilo que en la traducción se ha conservado muy bien y que transmite verdaderamente esa idea de narración popular o de cuento explicado a niños muy pequeños.

El libro, también por esto, es muy breve, pero no evita que llegue a abarcar, también de una forma muy caótica, más de veinte años en la vida del protagonista y que también abarque todo tipo de situaciones. Los momentos de humor se mezclan con la tensión, con la enseñanza moral, donde en cualquier momento se puede hablar sobre el odio o el miedo, e incluso con el terror, también tratado de una forma muy específica, y que quizá sea lo más interesante: el terror aquí, es lo desconocido, pero también lo real y todo lo que puede hacer daño. La selva desconocida, el hambre, y también la sangre, las moscas, la suciedad…todo lo que se aparte de lo familiar y la seguridad. Esto en cierto modo, junto a lo peculiar del estilo, hace que el libro resulte muy extraño, caótico y también a veces muy cómico. Pero que también resume muy bien toda una forma de pensar y ver el mundo.

 


Tanith Lee. El señor de la noche. Tras terminar Volkhavaar concluí que Lee era una escritora que, con todo su material, merecería una segunda oportunidad en España tras las cuatro cosas que se publicaron en los ochenta. Y que, aunque su estilo un poco decadentista en el género de la fantasía podía aturullarme un poco, algún libro suyo de cuando en cuando era bienvenido.

En El señor de la noche sigue conservando su estilo muy cercano al decadentismo, salvo que en lugar de ser una novela fantástica más tradicional, opta por crear un ciclo de leyendas del príncipe de los Demonios, quien en cierto modo, es una versión del diablo en un mundo muy deudor de la mitología oriental. Sin llegar a emplear el nombre directamente, es fácil reconocer a las criaturas fantásticas que aparecen como djinns y genios.

En realidad, tampoco es una novela al uso, sino una colección de relatos, o más bien, de leyendas, sobre este personaje: cómo sus interacciones en el mundo de los humanos supone consecuencias que pueden dar pie a nuevas historias con otros personajes. De las que estos, bien pueden acabar como una historia trágica o un final feliz y en las que, pese a la actuación de lo sobrenatural, la parte más negativa de las personas, pero también lo bueno, juega un factor decisivo.

Al ir encadenando estos relatos, se convierten en cierto modo en un ciclo, del que, al que como toda mitología, la autora opta por dar un desenlace propio de esta: el fin del mundo y el nacimiento de uno nuevo, algo bastante ambicioso pero que, debido a las influencias del libro, y del que con cada capítulo haya perfilado cada vez mejor a su personaje conductor, resulta una jugada muy afortunada.

 

lunes, 8 de febrero de 2016

The Nightmare (2015). Vivir (o dormir) con la parálisis del sueño.



A muchos de los que nos gustaba el terror siendo muy niños nos encontrábamos con un problema: la noche era el momento en el que todos los monstruos que tanto nos fascinaban, se convertían en un motivo para esconderse bajo la colcha. Y, de alguna que otra pesadilla, no nos librábamos. Cuando esos miedos nocturnos, muy leves, quedan muy lejos, se convierten en algo que despierta el interés. Y las pesadillas o los terrores nocturnos son también a menudo, una fuente de inspiración.

 


The Nightmare, en este caso, no es una obra de ficción, sino un documental que estudia a través de varias entrevistas, la parálisis del sueño. Un fenómeno que no es demasiado extraño pero sí bastante aterrador para el que lo sufre: la respuesta corporal queda anulada, y quien lo padece percibe a su alrededor sombras y presencias. En realidad la wikipedia lo explicaría de una forma más precisa, pero la idea general es algo así como una pesadilla en 3d: sin moverse, viendo de todo, y sufriendo un ataque de pánico bastante lógico en estos casos. Una situación que no llega a suponer un riesgo pero sí una situación angustiosa para los aquejados. De los que unos cuantos son entrevistados y donde se reproduce, basado en las descripciones que estos aportan, lo que se ve u oye durante ese estado.


 

Lo único que mantendría la película del formato documental es el estar formada por una serie de entrevistas, porque en realidad, el planteamiento no busca el rigor y la información. Exceptuando la mención al concepto de parálisis del sueño, no se entrevista a nadie de la comunidad médica ni se pretende explicar de una forma objetiva el fenómeno. En principio podría parecer arbitrario, pero la intención del guión no es ser un reportaje sino la recopilación de testimonios, como es percibida por los afectados, y sus opiniones acerca del fenómeno. De hecho, este se divide en varios capítulos donde cada uno explica el comienzo de los episodios de parálisis, el momento clave o el más grave, y cómo estas son percibidas con posterioridad. En cierto modo, la película podría resumirse como un grupo de gente contando sus pesadillas mientras se hace una representación figurada de estas.

 


Lo cierto es que la idea como tal, funciona muy bien, ya que en ningún momento pretendieron darle un enfoque científico sino uno puramente subjetivo. Y que es a raíz de este por el que también tiene cierto componente  de ficción, al aportar teorías e hipótesis que en la mayor parte entran directamente en el terreno de lo fantástico. Algo a lo que también contribuye la forma en la que estas pesadillas son rodadas. En realidad la película no cuenta con grandes medios, pero también por eso hace que estas secuencias conserven perfectamente la cualidad absurda, a veces siniestra y en algunos casos, involuntariamente cómica, de los sueños.

 


La calidad de la realización también es más cercana al cine que al documental, especialmente en las secuencias oníricas, al igual que la aproximación al tema, muy ligera, la convierta en una película para quien le interese lo relativo a las pesadillas y los terrores nocturnos, siempre que no espere una producción llena de información y rigor científico. Lo cierto es que como curiosidad, a mí me ha convencido: el punto fuerte de la película es precisamente todo lo relativo a la recreación de pesadillas y las referencias cinematográficas que se inspiran en estas. Pero en cuanto al resto, ni es una película memorable, ni un documental sesudo. Interesa, y capta la atención, lo que, tal y como está planteada, es todo un acierto. Y yo por si acaso pondré esta noche a mis gatas a montar guardia a los pies de la cama…

 

jueves, 4 de febrero de 2016

The Veil (2016). Sectarios, documentales y documentalistas sosos


Cuando una película de terror tiene en su argumento algo sobre grabaciones, documentales y equipos de rodaje, lo primero que se viene a la cabeza es ya el formato en primera persona, los bailes de cámara y los personajes corriendo despavoridos. Por lo que, cuando dicha grabación es parte del argumento y no de la filmación en sí, el tema resulta algo más atractivo. Y lo es más cuando se recurre a sucesos algo menos explotados en el género, pero mucho más cercanos a la realidad como serían las sectas y los suicidios rituales. Suficiente como para generar interés en el público, y el resto, sería cosa de la mañana de los realizadores.

 


Este sería el caso de The Veil, una de las primeras películas de terror que se han estrenado este año y que recoge ambos temas: han pasado 25 años desde el suicidio colectivo de los miembros de una secta. La única superviviente, una niña entonces, es contactada por un grupo de realizadores que pretenden realizar un documental sobre lo sucedido allí. Pero su organizadora no es una observadora imparcial: es la hija del agente que llevó a cabo la redada el día de los hechos, y quien a su vez, acabó con su vida un tiempo después. Para ella, visitar el lugar de los hechos tal vez sea la clave para comprender lo que sucedió. Pero Sarah, quien se salvó siendo una niña, cree que hay algo allí que la estaba esperando.



El argumento, por los motivos anteriores, resulta bastante prometedor. Quizá bastante cercano a The Sacrament, que también trataba un tema similar, pero con la diferencia, en este caso, de optar por la vertiente sobrenatural y terrorífica. Y donde la estética es uno de los puntos más fuertes: especialmente el escenario, un terreno boscoso donde practicamente no falta un solo enclave siniestro. Desde bosques, hasta lagos, pasando por una mansión ruinosa donde se desarrolla gran parte de la trama. Los colores, pese a estar ambientada en California, son muy apagados y adecuados al tono de la historia, siendo capaces de que se mantenga una tonalidad gris incluso a plena luz del día. Incluso emplean de forma bastante hábil la diferencia temporal, al poder desarrollar el resto de la trama gracias a un antiguo proyector y a las cintas que son practicamente un elemento clave para contar la historia.

 


Después de la estética, el mayor punto de interés es el enfoque fantástico. Pese a no constituir un antagonista, la figura del lider de la secta y sus pretensiones resulta bastante enigmática y atrayente, además de recurrir a elementos muy sutiles a la hora de representar lo sobrenatural: algunas de las mejores secuencias son donde estos elementos solo es posible verlos a través de un filtro, sea el agua o una cámara. Algo también muy relacionado con la caracterización de este personaje.

 


En cambio, todo el interés se termina aquí. La historia, pese a lo prometedora, se defiende unicamente gracias al tema de los flashbacks presentados a través de las grabaciones, y de un giro final que pretende ser demasiado tremendista. Porque los personajes y el punto de partida, poco hacen. Pocas veces he visto un grupo tan homogéneo y tan carente de personalidad como en estos casos. Y si bien esto puede ser en parte por tratarse de un numero demasiado amplio de secundarios, que poco pueden hacer, en el caso de los protagonistas, simplemente, están poco definidos. Quizá la que salga mejor parada sea el personaje de la superviviente, quien además de tener algo más de trasfondo, está interpretado por Lily Rabe. Quien, con unos cuantos detalles, consigue dar la impresión de una persona con una gran carga emocional. No sale tan bien parada Jessica Alba, como organizadora del documental, quien, salvo por lo que se sabe de su personaje, no parece en ningún momento tan obsesiva y cabezona como se empeñan en asegurar en los diálogos, sino un tanto sosa y limitada a seguir lo que exige su papel.

Cuando una película depende más de los flashbacks que de su trama principal para mantener el interés, algo no funciona. Por eso The Veil, pese a sus puntos a favor, se queda en una producción un poco fallida, con momentos de suspense muy puntuales sin que termine de funcionar como conjunto, pero a pesar de todo, bastante correcta para disfrutar de una historia puntual cualquier tarde.

lunes, 1 de febrero de 2016

Vampiros y más que vampiros. Cuando el título no engaña



Ahora estarán de moda los zombies por todas partes, pero en la literatura, si hay algo que no falla, son los vampiros. En mayor o menor medida, y en cualquier forma y tamaño, es una de las criaturas que más presentes ha estado en la literatura de terror de los dos últimos siglos. Bueno, y también la que peor lo ha debido de pasar con los cambios de gusto del público ¡No hablemos de Crepúsculo!

En este caso, Vampiros es el título que ha utilizado la editorial Valdemar, que esto de las antologías y los autores poco conocidos siempre lo ha cuidado un montón, para titular su recopilación. Salvo que esta vez añaden la coletilla “…y más que vampiros”, porque en realidad, vampiros como tal, con sus colmillos, capa opcional y sus tendencia a morder pescuezos, apenas aparecen en tres o cuatro cuentos, que también son los más antiguos.

En realidad la idea común del libro no serían los vampiros más comunes, sino todo aquel monstruo que consuma la vida de sus víctimas. O aquellos que aunque no lo quieran, sean mortales para el resto de los seres vivos. De este modo, junto al vampiro de Polidori puede aparecer La hija de Rappaccini, La dama pálida de Dumas y a partir de ahí, El fresno de M. R. James, La araña de Ewers, e incluso aportaciones de autores pulp como Clark Ashton Smith o el propio Lovecraft. En cierto modo, el libro abarca no solo variedad en la idea de vampiros sino en el tiempo, porque los relatos comienzan en el Romanticismo y terminan con otros escritos hace unos cinco o seis años.
 
 

Lo mejor de esta aproximación es que pese a tener como punto común una idea, considerada de una forma muy amplia, esta permite una gran variedad, sin quedarse solamente en la idea de vampiro más típica. Variedad que además se va percibiendo de forma gradual, al haber organizado todos los cuentos por orden cronológico. Cada autor tiene su propio estilo e intereses, pero a partir de todos ellos puede irse viendo las diferencias en temas, tipo de narración y en lo que, en conjunto, se considera como género terrorífico en cada momento.

En principio, estos no son ninguna novedad: todos han sido editados previamente en libros de la editorial y seleccionados para esta, pero eso no quiere decir que sea la recopilación típica: salvo casos como los de Polidori o Lovecraft, el resto de cuentos era en mi caso, desconocidos, y salvo que se llegaran a tener todas las antologías anteriores de los que provienen, en ningún momento  llega a ser una lectura típica, o poco innovadora. Aunque quizá en los primeros sí que produce la sensación de haber ido a lo seguro, porque no debe haber ninguna antología sobre vampiros donde no aparezca Lord Ruthven.

Pese a lo amplio del contenido, como recopilación es un acierto pleno: salvo el aburrimiento que pudiera producir el ver el cuento más conocido, todas las historias mantienen en vilo. En ninguna de ellas el lector va a esperarse un vampiro tal cual, sino que cualquier otro es posible.  E incluso algunas de las clásicas, como La dama pálida de Dumas, sorprenden por elementos a los que hoy recurren muchas novelas de romance paranormal. Quizá en las más recientes el nivel parece bajar un poco y produce un poco la impresión de que poco queda ya que inventar, pero incluso estas últimas entretienen. De todas, la más floja podría ser la escrita por Graham Masterson, pero cuando en un libro de 600 páginas lo peor son solo diez, es todo un éxito para el recopilador.

Como antología, Vampiros y más que vampiros ha sido todo un acierto tanto en presentación como en contenido. Si bien recoge todo autores que tenían en catálogo, cada uno de ellos viene separado con una pequeña ilustración donde se hace alusión al contenido de la historia. En cuanto al contenido, hay relatos buenos, clásicos, conocidos y desconocidos. Y que en el fondo, incluso sirve como excusa para poder releer a H. P. Lovecraft o a William Hope Hogdson.