Si hay un guión que resulte
difícil trasladar a la época actual sería el de King Kong: ya el
remake en 2005 optaba por servirse del mismo escenario que el
original, quizá porque cada vez cuesta más el creerse que haya una
isla que no se pueda localizar por Google Earth, y que, por
desgracia, hoy el monete no tendría un asalto. Y, habiéndose
filmado uno hace tan poco tiempo, la idea de volver a hacer otra
versión de la misma historia no parecía demasiado llamativa. Y
menos cuando esta parece funcionar solo con un estilo muy añejo y
una aproximación tan inocente como la que podría realizarse en los
años treinta. Un enfoque distinto fue lo que hizo que la premisa
pareciera más atractiva que los guiones vistos antes: si los
escenarios exóticos y el viaje a un entorno extraño habían sido
solo una pequeña parte de la trama, ahora se convierten en la
principal. O lo que es lo mismo: si el mono no va a Nueva York, Nueva
York se va a ver al mono.
Pero en La isla de la
Calavera tampoco puede esperarse un entorno moderno, sino que se
retrocede unas décadas atrás, durante los años setenta en pleno
final de la guerra de Vietnam. Donde un grupo de científicos son
acompañados por un comando militar hacia una expedición en la que
descubrir un nuevo ecosistema. Este, oculto hasta entonces por una
nube de tormentas eléctricas, es realmente un lugar lleno de seres
desconocidos, pero también peligroso. En el que la mayor amenaza
parece ser un gigantesco simio que ha atacado a los soldados y contra
el que el jefe de estos comienza a desarrollar una enemistad casi
obsesiva, pero donde también hay criaturas más peligrosas que este
e incluso algún aliado.
La idea de olvidarse de los
escenarios más recordados, y tópicos del King Kong original, acaba
funcionando muy bien: en lugar de una película de estilo pulp
dedicada a recrear la estética y el vestuario de los años treinta,
esta deriva hacia una producción de aventuras en un entorno
desconocido para los personajes, trama que en realidad es muy cercano
al género durante esa época. Giros como el recurrir a islas
remotas, especies desconocidas y tribus perdidas en el medio de la
nada, donde un grupo de investigadores o soldados de fortuna deben
sobrevivir, tiene en realidad muchos elementos en común con el pulp.
Aunque el entorno temporal escogido para el guión sea muy posterior,
En cierto modo, el
plantearlo en una época más asociada al cine bélico o los dramas
sociales aporta cierta novedad, al no estar tan trillado, y sobre
todo, es todo un alivio a la hora de evitar problemas de credibilidad
que podrían darse de haber elegido una ambientación contemporánea:
retirado cualquier sistema de localización y comunicación moderno,
es mucho más sencillo el hacer que el público vaya aceptando el
sentido de lo desconocido en el que se basa un poco el guión. Esta
idea de “los setenta” se mantiene bastante bien no solo en lo más
visible como los vestuarios o el atrezzo, sino en la paleta de
colores que se emplea: todos ellos son muy apagados, en tonos
terrosos que recuerdan un poco a las producciones bélicas y donde ni
si quiera las tomas de la isla deslumbran por brillo, sino que
resultan muy oscuras, con el tono un poco amenazador que realmente
debería tener un entorno hostil. Y donde, por suerte, los efectos
especiales son algo necesario y no un alarde: si hay que sacar un
mono gigante y unos bichos no catalogados por la ciencia, la
infografía es una parte más. Como también lo son las secuencias de
acción, las de pelea o las de huida, teniendo en realidad las que
cuentan con presencia humana mucho más peso que los meros efectos.
Por una vez, la impresión que produce es que la duración es la
adecuada y a las peleas entre dos efectos infográficos se les ha
dedicado el tiempo justo.
Teniendo en cuenta que gran
parte del guión transcurre en un escenario muy alejado de cualquier
referencia temporal, esa misma idea de mostrar una década concreta
resulta algo machacona al comienzo: los primeros momentos son en gran
parte imágenes de archivo, de menciones a Vietnam, a Nixon, clips de
música y cierta fijación en enfocar todo lo que sea tecnología
analógica. De modo que la presentación de la narración y los
personajes se ve acompañada por un montón de tomas de teléfonos de
horquilla, transistores y cámaras reflex que resultan un poco
incomprensibles. O más bien, que parecen pensadas para mostrar a los
espectadores nacidos en los noventa que hubo una época en la que los
teléfonos tenían cable y no había internet.
Esta tendencia en mostrar
las cosas de forma demasiado evidente también se nota demasiado en
los personajes, especialmente en los antagonistas: desde el primer
momento se les muestra con ganas de disparar a todo lo que se mueva,
empeñándose en acabar con lo que les ha atacado para defenderse y
en general, recurriendo a trucos bastante simples para que no se les
tenga la más mínima simpatía en cuanto estos empiecen a caer como
moscas. Que quede claro que no solo son malos, sino que lo disfrutan.
Se salva un poco en este caso el papel interpretado por Samuel L.
Jackson, pero solo por comparación respecto a los anteriores, ya que
este acaba siendo una mezcla un poco extraña entre militar de
película sobre Vietnam pasado de vueltas y el capitán Ahab. John
Goodman, como científico, acaba teniendo muy poco peso, y de los
protagonistas, Tom Hiddleston y Brie Larson, lo mejor que se puede
decir es que al menos esta vez se han ahorrado cualquier subtrama
romántica, y que si funcionan es por el buen hacer de los actores,
porque acaban resultando bastante neutros. Mejor suerte corre el
secundario que sirve como enlace entre la isla y los protagonistas,
un personaje a medio camino entre el necesario para aportar
explicaciones y el cómico que en realidad, resulta muy efectivo: de
todos los que aparecen, acaba resultando el más cercano y aquel que
se gana más el afecto del público.
Kong: la isla de la Calavera, consigue ser lo que pretendía: una película de aventuras, con un poco de historia, menos estandarizada que otras producciones y donde la duración y los efectos especiales no aturullan. Pero que tampoco se escapa al afán por serializar todo lo que se estrene en un cine: las escenas post-créditos acaban anunciando que, si todo va bien, King Kong no va a ser el único gigante que aparezca en las pantallas sino que va a ser parte de una nueva serie de blockbusters. El poder escapar de universos comunes, expandidos y franquicias varias cada vez es más difícil.
Estoy de acuerdo: "Kong: La Isla Calavera" es una sorpresa de lo más agradable, una película que no pretende pasar por original pero que a ratos casi lo parece por esos elementos (la ambientación años 70, los paralelismos bélicos entre los conflictos de "fuera" y esa guerra perpetua entre monstruos...) que la personalizan. Cierto: los personajes son bastante inocuos (al menos, como dices, nos ahorran el enésimo romance entre los protas guapos) pero los actores son buenos, lo cual lo compensa. No cabe duda: destacan dos personajes, el del náufrago que se tropiezan en la isla (entrañable John C. Reilly)... y el mono gigante, cuya expresividad digital me ha convencido mucho más que en el film de Peter Jackson. Vamos, que yo me lo pasé muy bien en el cine, y eso que fui a verla casi por descarte de otras pelis que ver.
ResponderEliminarLo peor que saqué fueron unos personajes que en principio no decían mucho (salvo el entrañable soldado atrapado en la isla), la promesa de pretender hacer franquicia de monstruos según la escena postcreditos, y el rato que dedican a mostrar tpoodas las cosas emblemáticas "de los setenta".
ResponderEliminarEn el bueno, un reparto más que sólido, y eso se nota, y una película de aventuras muy disfrutable. No me había dado cuenta hasta que la vi lo que se agradece el que eviten el cliché romántico porque simplemente, no hace falta.