jueves, 28 de noviembre de 2013

Las increibles aventuras de H. P. Lovecraft I. Richard A. Lupoff y El Libro de Lovecraft


 
Uno de sus ensayos fue un texto alabando la elegancia de los gatos.

Algo pasa con Howard Phillips Lovecraft. Un escritor de relatos y novelas cortas para revistas de a duro, en plenos años veinte, se convierte en un referente de la literatura de terror posterior. Sus criaturas, ciudades y libros de magia, en un universo propio a la altura de la propia Tierra Media de Tolkien o del Sherlock Holmes de Conan Doyle (además, en más de un pastiche a este también lo han mezclado con el mundo de Lovecraft). Es cierto que no fue solo obra suya, que sus colegas escritores aportaron nuevos elementos, y que fue August Derleth quien puso más empeño en sacar adelante su producción tras su muerte. Pero de poco valdría este esfuerzo si no fuera por el talento, o la fascinación que este acabaría despertando en sus lectores. Fascinación bastante contagiosa, porque no puedo evitar emocionarme cuando veo a algún chaval de 15 años interesándose por el autor o preguntándome por cual debería empezar. Sí, queda un poco rancio, pero si no me siguiera gustando, ni me habría leído toda su bibliografía, unos cuantos pastiches, ni estaría escribiendo esto.

 


Hoy, lo que más me sorprende, incluso más que los Mitos de Cthulhu o cómo el Necronomicon, ese libro de hechizos inventado, llegó a figurar como ficha en alguna biblioteca, es la figura del propio Lovecraft. Y cómo un tipo, al que describen como recluso, asocial, racista hasta el extremo, amante de los gatos (solo por eso me cae el doble de bien), pero también con un gran sentido del humor y buen amigo de escritores como Robert E. Howard llegó a convertirse en parte de los propios Mitos de Ctulhu. Muchos autores se animaron a incluir no solo a los monstruos creados por él, sino al propio escritor como parte de este universo. Esto es algo que se ha dado con otros escritores: Edgar Allan Poe resolvía crímenes en The Raven, del 2011 y Franz Kafka se enfrentaba a sus pesadillas burocráticas en La verdad oculta (película que recomiendo, y mucho). Pero estos son casos muy puntuales y no han llegado a tener el carácter tan habitual como el de H. P. Lovecraft, que ha debido aparecer como protagonista o personaje, en más de una docena de libros, comics y películas, que recuerde. Algunas, por desgracia, malas con avaricia, y eso que en Necronomicon, era Jeffrey Combs el que se encargaba de interpretarlo….disfrazado de Indiana Jones y leyendo historietas del propio libro de los muertos como si de un tebeo de Cuentos de la Cripta se tratase.

 


Al empezar a leer Los nombres muertos, de Jesús Cañadas, me acordé de todas estas apariciones anteriores del autor, y en concreto, de un libro en el que H. P. L. también aparecía como protagonista en una historia un tanto improbable.  El libro de Lovecraft, de Richard A. Lupoff, opta por un argumento realista, olvidándose de los Mitos y de cualquier elemento fantástico…aunque ahí se queda el realismo. En realidad se trata de una novela de aventuras y un poco de ciencia ficción. En ella, Lovecraft recibe la oferta de publicar sus cuentos en volúmenes, con el reconocimiento y los ingresos extra que esto implica. A cambio, tendría que escribir un manifiesto de carácter fascista que debería convertirse en el Mein Kampf estadounidense. Sabiendo las tendencias xenófobas del escritor, un poco idealizadas por él, no le parece una mala idea. Pero sus compañeros conocen un poco más estas corrientes que se desarrollan durante los años treinta, y no dudarán en advertirle contra su benefactor. El cambio de opinión a este último no va a sentarle muy bien.

 


Después de haber visto y leído bastante material de carácter fantástico, la novela de Lupoff resulta bastante más original: no recurre a mezclar realidad y ficción sino que crea una aventura protagonizada por un escritor de novelas pulp, que resulta ser el autor al que todos conocemos. Y, al menos hasta la parte final, esta resulta bastante adecuada a cómo podría comportarse un tipo normal (tirando a raro) ante una situación que pasa de convertirse en algo corriente, relacionado con temas políticas, a un escenario pulp con espías, persecuciones e incluso secuestros que, tomando como base la historia oficial, nadie acaba conociendo excepto los propios personajes. Pero estos tienen un defecto: la aparición excesiva de gentes  relacionadas con el protagonista: escritores pulp, su exmujer e incluso el propio Houdini (para quien H. P. L trabajó como negro y describe como un tipo insufrible). Era de esperar que en una historia ambientada en esta época concreta, aparecieran sus allegados, pero lo de recurrir también a famosos, u otros que poco tuvieron que ver, es un truco que no funciona muy bien. El propio Lovecraft, aunque tiene una caracterización bastante correcta, resulta bastante neutro a la hora de actuar y hablar, por lo que se hubiera agradecido algo más de esfuerzo a la hora de darle vida a su protagonista.

Aún con sus defectos, cuenta con detalles que me parecieron tremendamente divertidos, tiene muy buen ritmo y el hecho de que todavía la recuerde pese a haberla leído hace unos nueve años habla a favor de ella. Y si me he enrollado tanto hablando de Lovecraft, es porque en un principio pretendía hablar al menos de dos de los libros protagonizados por el escritor, pero con todo esto, la entrada se me ha alargado un poco.

 

 

 

 

lunes, 25 de noviembre de 2013

El día en que el Doctor cumplió 50 años. Cuidado que me enrollo.



Desde ayer por la tarde, el Doctor Who se ha convertido en una de las series más longevas de la televisión. También es una de las que más fandom ha ido moviendo, cuando términos como geek o friki no se habían generalizado o eran despectivos. Y también se trata de una de las producciones que mejor mezcla la ciencia ficción sin complejos con el género de aventuras, de fantasía, e incluso el terror para sus espectadores más pequeños. Pero si me pidieran una sola razón por la que me parece tan especial, es por tratarse de la primera serie de tv que recuerdo. Igual exagero y solo es una de las primeras, pero la imagen de un tipo de bufanda kilométrica entrando acelerado en una cabina de color azul fue suficiente : estuve pendiente todo lo que me fue posible de aquella serie desconocida que emitía una televisión autonómica. Entonces tenía todo lo necesario para que no perdiera detalle: cosas que aparecían, desaparecían, argumentos imposibles (y que entonces no entendía muy bien. Pero tenía monstruos a mogollón. Y a mí me gustaban los monstruos) y un montón de efectos que entonces me parecían el colmo del despliegue de medios.



Desde entonces, al Doctor Who le ha pasado de todo: unas cuantas regeneraciones más, una cancelación, su vuelta en 2005 gracias a Russell T. Davies y su siguiente etapa con Steve Moffat. Es a Moffat y a Matt Smith como Undécimo Doctor a los que les ha correspondido el especial del cincuenta aniversario. Un aniversario que se celebra por todo lo alto, con la serie de la BBC siendo más popular que nunca y con los fans esperando que este sea el mayor acontecimiento en la historia de la serie. A nivel técnico lo ha sido: no solo han recurrido a las 3D, sino que dispuso de un despliegue de medios que no habría podido imaginar con el doctor que conocí. Y lo mejor de todo es que a nivel argumental, también.

 


Es difícil contentar a los fans con un acontecimiento tan específico, y más tras poner los dientes largos todo lo posible con los webisodes y los trailers. Pero los episodios especiales anteriores habían sido bastante normales. Recurrían bastante al truco de juntar a un par de doctores en un guión que, a grandes rasgos (y por los que recuerdo de haber visto), no tenía nada en especial, siendo más un episodio alargado que otra cosa. Desde un principio prometieron que no sería el caso: el aniversario resolvería por fin la trama de las Guerras del Tiempo, y de cómo el Doctor llegó a eliminar su planeta. Aunque también prometían que contarían con Tennant, Smith y Billie Piper, la primera acompañante. Con Eccleston, por desgracia, no, porque a estas alturas ya sabemos como es este hombre.

 

En cambio, el especial mantuvo durante una buena parte esa sensación de ser episodio largo: el 11º Doctor es reclamado por UNIT, dando lugar a las dos tramas principales: el enfrentamiento con unos enemigos de toda la vida como son los Zygons, y su reunión con el 10º Doctor y aquel que participó en las Guerras del tiempo.  La primera resulta bastante chocante, después de esperar algo a la altura de los 50 años, y encontrarse con unos alienígenas a los que no se les había visto en tres décadas, que conservaban un aspecto plasticoso típico de la serie clásica. Esto se mezclaba con un exceso de chistes a costa de Isabel I bastante cansina, y que hace bajar la guardia hasta una segunda parte en la que sí cumplen con las expectativas. No sé si ha sido un fallo del guión o lo plantearon de esa forma, ha sido una decisión bastante astuta, aunque la estiraron demasiado.

 
Donde unos ven un alienígena con ventosas, otros lo ven en con aceite y pimentón rojo por encima

Esta segunda parte se centra exclusivamente en los conflictos de los tres Doctores y en el tema de los puntos fijos en el tiempo, planteados por la serie. Durante siete temporadas el Doctor estuvo marcado, en menor o menor medida, por los acontecimientos de la Guerra y la desaparición de su planeta. Cada uno de ellos lo afronta según su personalidad, dando lugar a ciertos conflictos entre estos y de bastante desesperación por parte del doctor encarnado por John Hurt: desconocido para los espectadores, tiene un carácter mucho más serio y adulto que sus regeneraciones posteriores, tema que tampoco dudan en explotar durante el especial. En muchos diálogos hay bastantes referencias sobre la madurez, crecer, y especialmente, a la actitud infantil de unos doctores que afrontan a su manera el haber eliminado a una especie.

 Aunque hace un par de temporadas se mencionaba la intención del Doctor de empezar desde cero, es en el especial cuando se lleva a cabo: si las guerras del tiempo aparecían como un hecho cerrado, aquí se demuestra que no tiene por qué ser de esa manera, dándole un nuevo giro y un final mucho más esperanzador. El nuevo Doctor, aunque no haya habido regeneración todavía, puede volver a su hogar, ahora que se le ha ofrecido la posibilidad de salvar a su planeta. No es un mal comienzo para despedir a Matt Smith, que ha cumplido muy bien su papel, y cederle el turno a Peter Capaldi.

 

En cuanto al tema de las apariciones y la forma de incluirlas, también ha sido de lo más acertado. Recuperan la cabecera del principio e incluso la primera secuencia de la serie, fusionándola con la aparición de Clara Oswald y su reunión con el Doctor. Además, consiguieron escapar de la trampa de juntar actores, que aquellos con los que contaron fueran necesarios e incluso con hacer aparecer también a todas las encarnaciones del Doctor. No se echa de menos a Eccleston, porque con la interpretación de John Hurt fue suficiente, y en cuanto a Rose, la aparición de Billie Piper es bastante breve. Probablemente esta es la que sale peor parada, casi como un cameo interpretando a la interfaz de un arma. Pero, teniendo en cuenta cómo resolvieron la historia de este personaje, tampoco podía exigírsele que volviera aparecer como tal, y la opción del cameo fue lo más acertado. Aunque para apariciones más breves, la de Tom Baker, tanto la del final como el guiño que hacen a su famosa bufanda. Un detalle bastante simpático, teniendo en cuenta que no había quedado en muy buenos términos con la serie.

 Con sus fallos del principio, no podría haber quedado más satisfecha con El día del Doctor. Esperaba un final deprimente, la despedida de Matt Smith quizá descubrir que la encarnación desconocida del Doctor era más desagradable que los anteriores. En cambio, cierran el ciclo que sirvió de comienzo a la nueva etapa de la serie y supone el mejor aniversario y despedida que podría haber tenido un Doctor.

 

jueves, 21 de noviembre de 2013

La morada del miedo (2005). Una casa embrujada muy tópica



Antes de que James Wan trajera de vuelta a los Warren, otro de sus casos había saltado al cine hace unos cuantos años. A ellos no se los menciona, por ciertas cuestiones entre estos y la familia Lutz, presuntas víctimas de los fenómenos paranormales. La casa embrujada de Amityville había dado a sus dueños bastante dinero con un caso plagado de demonios, apariciones, y hasta una tormenta, propia de cualquier cuento de terror y un sospechoso tufillo a invención, muy pensada para sacar dinero con un libro y los derechos derivados de estos. Aunque, solo con lo que había detrás de todo el fraude, hubiera dado para una novela policíaca bastante entretenida.

 


El negocio funcionó, y lo que empezó con un libro y unas cuantas apariciones en documentales sobre misterios sin resolver, continuó con una versión cinematográfica en 1979 más unas cuantas decenas de secuelas sobre la casa malvada y su mobiliario. Hasta que en 2005, y relativamente olvidado el tema, la casa de Amityville volvió al cine de terror en una época en la que en este género había tirado de remakes a más no poder. Esta versión retomaba el caso inicial: la familia Lutz se muda a una casa en Connecticut, cuyos anteriores dueños habían sido asesinados por el hijo mayor de este. Las esperanzas de la familia en el nuevo hogar no duran mucho, y la relación entre sus miembros empieza a empeorar a la vez que algunas presencias se manifiestan por la casa: la hija pequeña habla con una amiga imaginaria, quien la empuja a comportamientos tan peligrosos como subirse al tejado o pasearse por un embarcadero. Y el comportamiento del cabeza de familia es cada vez más parecido al del asesino que había vivido en la casa. Pero la historia de la casa parece remontarse siglos atrás, con su propietario original, y la tortura y asesinato de varios indios.

 

La única forma de ver esta película es tomándosela como un telefilme de los que ponen los domingos por la tarde: te sientas en el sofá, la ves, y pones el piloto automático hasta que salgan los títulos de crédito. El planteamiento es el típico en el género de casas encantadas, pero su desarrollo es predecible y poco original a más no poder: la presentación de la familia es bastante plana, los críos no despiertan mucha simpatía y Ryan Reynolds parece salir en el papel para cumplir con el público femenino como marido macizo. Practicamente no hay secundarios y la aparición de estos es bastante vergonzosa por lo tópico de sus situaciones. Especialmente en el caso de la canguro, un personaje bastante innecesario, que acumula casi todos los tópicos de la primera mitad de la película y parece salir unicamente para cumplir el papel de primera víctima de los fantasmas.

 
 


Como decían en Muchachada Nui: "¡Raaah! ¡Sustaco!
 
El desarrollo tampoco se salva: practicamente es una recopilación de secuencia vistas anteriormente y cuya estética parece saqueada de todo tipo de películas clásicas, desde El resplandor hasta Hellraiser, y esto último es bastante complicado. Tampoco hay mucho suspense, sino que las apariciones de los fantasmas parecen más un screamer que algo planeado: se sube el volumen y aparece una figura pálida que desconcierta bastante a los protagonistas, y solo un poco al público. A la tercera vez, la idea de tener que reformar y limpar semejante caserón me parecía mucho más inquietante que todo el asunto de los asesinatos, las almas en pena y el tremendo pasado que los guionistas se empeñaban en contar.  

 
 
Lo típico de cualquier mañana: ponerse a cortar leña en pijama enseñando abdominales
 
El tiempo no ha tratado bien a esta última versión de Amityville. Se han estrenado muchas otras películas, incluso de serie B, mucho más variadas e interesantes como para tener esta en cuenta. Claro que las hay peores, pero esta se queda en una bastante normalucha.

lunes, 18 de noviembre de 2013

Lecturas de la semana. Por entregas (I)


 
Esta semana, cambiamos de género. Después de una media docena de libros de terror había que variar, y si hay otro género que me divierte, pero que hasta ahora no había podido acceder mucho a él por lo viejuno de las ediciones, es el folletín. Vamos, las novelas por entregas o los libros populares de finales del siglo XIX y un poco más adelante. Hoy las que más se recuerdan son las de personajes populares como Fantômas o Rocambole (este último, queda para la siguiente entrada), aunque tampoco faltaba el correspondiente sector de romances trágicos y secretos familiares. También es cierto que incluir estos dos libros en esta categoría no sería correcto, pero la temática es relativamente parecida, y por algo se empieza.

 


Emilio Carrere. La copa de Verlaine. Si La Torre de los Siete Jorobados sí se acercaba más al folletín, esta recopilación de textos es una visión de la escena bohemia que se paseaba por Madrid a principios de siglo. En realidad esta era de todo menos glamorosa y creativa, porque el retrato que hace, con humor y picaresca en unos casos, y con drama y tristeza en gran parte de ellos, refleja lo que podía verse en las zonas menos respetables de la ciudad: desde poetas principiantes, mendigos, y oficinistas sin recursos. Aún con ciertos homenajes, porque La Copa de Verlaine se abre con un texto dedicado al poeta, y un capítulo dedicado a Edgar Allan Poe, la mayor parte de este se lo dedica al mundo de las tertulias nocturnas que el escritor conoció en su momento.

Tampoco falta la crítica, especialmente al referirse a los grupos de malvividores que se mezclan entre los escritores, viviendo a base de préstamos y de bastante cara, y especialmente, de los libreros y los editores, e incluso de algunos traductores sin mucha idea.

El libro es disfrutable tanto por su escenario como por su estilo literario. Con el tiempo me acostumbré (y disfruté) a narrativas bastante directas, sin florituras y sin más interés que contar la historia, para bien o para mal. Carrere es el primer escritor modernista que he vuelto a leer sin la sombra de la profesora de literatura amenazándome tras un examen: no falta un lenguaje mucho más elevado que el habitual, unas cuantas palabras que hace mucho que no encuentro en el diccionario, y un lirismo que acompaña a todo el escrito, sin resultar recargado en ningún momento. Además, es divertido encontrar a personajes literariamente respetables como Valle Inclán o Antonio Machado entre las tertulias que describe..Especialmente cuando cuenta que este último vendía sus libros para pagarse los cafés. Esto en clase no me lo habían contado…

 

No encontré la portada del otro pero esta es bastante significativa
 
Eugene Joliclerc. Le Sang. Este debe ser el primer autor del que no he encontrado nada en Internet…al menos, que se refiera a su biografía, porque algunos de sus libros todavía pueden encontrarse en google books. Por eso no sabía muy bien qué iba a encontrarme cuando empecé a leerlo, y más teniendo en cuenta que el resto de sus novelas tenían nombres como “Fausse Volupté”, “Au Harem” o “Une Femme du Monde”. No tenía muy claro si había dado con los equivalentes de 1900 a 50 sombras de Grey, pero Le Sang es más bien un novelón trágico y romántico para las señoras de la época. Y eso implica que su argumento y muchas de sus situaciones y diálogos son cliché, en el mejor de los casos, y anacrónicas en el peor.

La historia empieza con la baronesa de Gainville, en Normandía, adoptando a una pequeña huérfana, e hija ilegítima, con la que colma su deseo de ser madre. Esta, al crecer, se promete con el sobrino español de su madre adoptiva, Gervasio de Cienfuentes (igual para los lectores francófonos el nombre es el colmo de lo exótico), pero esta se encuentra dividida por sus orígenes humildes, que la alta sociedad le recuerda continuamente, y la aparición de su amigo de la infancia, a quien todavía no ha olvidado.

 Para ser una de esas novelas que ocupan una década, es bastante breve. Debe ser porque el autor recurre al truco de matar personajes al final de cada capítulo y hacer que pasen veranos, o quinquenios, como le vaya mejor para poder terminar el argumento. De este, y las situaciones que desarrolla, son tópicos puros hasta el punto de ser pura comedia involuntaria: los nobles van por ahí adoptando alegremente, las mujeres estériles lloran y se emocionan mucho con cualquier cosilla. Y los médicos…esos son harina de otro costal. Porque en todo buen drama no puede faltar uno que suelte perlas como confundir una insolación con una angina de pecho, o diagnosticar las fiebres que sufre la protagonista como una depresión causada por el calor de Biarritz (como vecina habitual del Termómetro de los 50 Grados,  he encontrado esto particularmente cómico).

Desde luego, si me hubiera aburrido, no lo habría terminado, ni tan rápido. Pero el estilo estaba muy pensado para abarcar a un público muy amplio, y es asombrosamente simple, tanto en narración y gramática como en vocabulario, como para ser uno de los textos más sencillos que he leído en mucho tiempo.

jueves, 14 de noviembre de 2013

GI Joe: La Venganza (2013). Cosas que explotan. Y poco más



A la hora de hacer caja en los cines, el factor nostalgia es uno de los sistemas más fáciles. Los ochenta van quedando lo suficientemente lejos como para que todo lo que ofreció esta década empiece a ser atractivo. Y como para que los miembros de esta generación puedan gastarse el dinero en lo que ofrezcan los estudios. Esto no se queda en remakes de series de tv o películas como fueron El equipo A o Karate Kid, sino a los juguetes y su merchandising. Y los GI Joe, junto con los Masters del Universo, debieron ser de los más populares entonces. Tanto, que los primeros tuvieron su película en el 2009, una historieta muy poco complicada, llena de vehículos imposibles, peleas, ninjas y un par de trasfondos actualizados para los personajes principales. El resultado fue un episodio de los dibujos, en imagen real, pero igual de entretenido y poco complicado que la serie que lo inspiraba. Vamos, que no era una película muy buena...no, era tirando a floja. Pero entretenida. Y desde luego a algo basado en unos muñecos no se le puede pedir que sea un clásico del cine.

 


Como en toda franquicia, si una idea funciona, toca explotarla. Y en GI Joe Retaliation los protagonistas continúan con sus misiones mientras los principales miembros de COBRA han sido encarcelados. Bueno, y mientras Snake Eyes, el ninja del equipo, anda por ahí supervisando las pruebas de acceso de su prima a los GI (tal cual. Pero ahí en vez de superar pruebas físicas tienes que enfrentarte en duelo con katanas). Pero hay algo que ellos no sospechan: el presidente ha sido suplantado por un integrante del grupo terrorista, experto en el disfraz, que pretende deshacerse de ellos para poder amenazar al mundo con una peligrosa arma.



Sin ser fan de los dibujos, sí vi unas cuantas repeticiones como para que me hiciera gracia la idea de una película sobre ellos, de ahí que la primera respondiera a las expectativas. Pero esta segunda parte, no han terminado de acertar. Por un lado, cuentan con un argumento más simple que el mecanismo de un chupete, del que cae simpático solo por recordar las películas de acción de entonces. Esta no tiene más que unos personajes bastante planos, una trama imposible, y unos cuantos cientos de explosiones entre naves y armamentos complicados. A ratos se hace excesiva, dependiendo de lo que guste la pirotecnia, y a ratos, se disfruta a base de tomársela a broma. Porque, ¿de qué  otra forma se pueden ver a un grupo de tíos con una caracterización digna de los carnavales, peleándose y soltando frases chorras? Secuencias como las del malvado comandante Cobra amenazando a los líderes mundiales con su Satélite de Destrucción Masiva hacen pensar que esto no se trata sino de otro episodio de la serie, alargado y agrandado de acuerdo a lo que se estila hoy. Por otro lado, la trama de los ninjas, que básicamente consiste en estos yendo de un lado a otro, peleándose y arreglando esos temas suyos de venganzas y maestros asesinados, hasta que parecen acordarse de encontrar al resto de personajes y terminar la película. con un guión tan pobre, este no fue el recurso más adecuado: no funciona, y más bien da la impresión de estar viendo dos películas en una.

 

 
A quien se le ocurre ir de blanco a la guerra, con lo manchadizo que es...

Aunque pueda funcionar por su falta de prejuicios y parecido con la serie original, le falta parte de la diversión de la primera. Tiene sus puntos buenos, precisamente en el parecido, pero la mala pata a la hora de juntar las dos tramas hace que resulte bastante desordenada, y la presencia de Don the Rock Johnson se hace excesiva, eclipsando bastante al resto de personajes (en concreto Duke y Lady Jaye). No es que resulte muy difícil, porque son bastante planos, pero parece que decidieron aumentar el numero de minutos en pantalla de The Rock para asegurarse más público. Y aunque no pudiera hacerse nada al respecto, falta la presencia de Christopher Eccleston, quien interpretó a Dextro en la primera parte y que, pese a ser uno de esos papeles que aceptó por el cheque, era uno de los mejores personajes. En esta segunda parte, no solo no se cuenta con el actor, sino que optan por despachar al personaje dejándolo colgado en la carcel sin motivo aparente. Una cosa es no exigirle mucho al argumento, y otra, no esforzarse lo más mínimo. Y esto es lo que hace que esta secuela se quede en una de esas películas que se ven por ser domingo, y no tener otra cosa más a mano.

 

lunes, 11 de noviembre de 2013

Lobos de Arga (2011). Un hombre lobo gallego en el pueblo.



Hace ya bastante tiempo que al género fantástico en España empieza a irle bien. No llega al nivel de otros países pero de momento, la cosa va mejor que hace veinte años, y ahí está el éxito de la franquicia REC para demostrarlo. Y quien dice las películas de Balagueró, dice también La Herencia Valdemar, aún con todos sus fallos e ilusiones, y la más reciente O Apóstolo. Han conseguido demostrar que es posible hacer cine de terror, o saliéndose de la norma habitual, que pueda ser rentable y lo más importante, que pueda disfrutarla un público de los que hace años escapábamos del cine español como de la peste. Y que incluso una comedia de terror, como Lobos de Arga, se toma en serio lo suficiente como para ser precisamente comedia y humor negro. Porque con esto último hay que ser cuidadoso, o se corre el riesgo de convertir un guión en una broma cutre para cuatro amigos.



No hay una historia de maldiciones sin un pueblo que tenga una, y a Arga le ha tocado una de licántropos: hace un siglo, una malvada condesa fue maldita por una gitana, condenando a su hijo a convertirse en hombre lobo. Cien años después, Tomás, un escritor de un solo libro, vuelve al pueblo para recibir un homenaje, o al menos, eso le han dicho: como último descendiente de los Mariño, los paisanos pretenden utilizarlo para acabar con la maldición, o al menos, para evitar una peor. Sin más ayuda que su perro, el pesado de su editor y Juan, su amigo de la infancia, intentarán esconderse del lobo que ronda el pueblo. O encontrar un sitio con cobertura para poder llamar a la Guardia Civil.



El humor de Arga es lo más redondo de toda la película. Y es que lo han clavado, porque explotan todos los registros posibles: desde el típico en el cine de terror, la comedia negra, hasta los diálogos completamente absurdos. E incluso el humor más chusco, pero aunque no falten un par de chistes un poco gruesos, no queda mal, sino que se quedan como sketchs un poco bestias, pero que por lo escasos e inesperados acaban haciendo reír de todas formas. Los más brillantes son precisamente los más negros, donde son capaces de que una situación en la que hay que mutilar al protagonista resulte graciosa a base de diálogos y de la convicción de los personajes sobre cómo acabar con la maldición. Y también, esa fijación con la Guardia Civil y la cobertura, que se convierte en un punto fijo a lo largo de la película, pero no por ello menos cómico. Esto va por Luis Zahera, a quien había visto como H. P. Lovecraft en la Sombra Prohibida, que interpreta a un agente que lo mismo atiende una llamada de socorro en Arga, cita a H. P. L o engaña a una manada de licántropos.



El reparto también se luce. Gorka Otxoa se defiende bastante bien como protagonista, aunque por suerte para el, opta por una actitud cómica ante lo que le pasa a su personaje. Secun de la Rosa está algo menos insufrible que en su papel de Aída, y solo ver al resto de actores, como secundarios o cameos, es entretenido: aunque la mayoría suele trabajar en el teatro, los conocía por sus papeles en las series de la TVG, y me ha sorprendido reconocer, a veces costándome más que otras, a Mabel Rivera, Dorotea Bárcena y al mismo Luis Zahera, a quienes siempre conocí como Balbina de Pratos Combinados, Amadora de Os Tonechos o Petróleo de Mareas Vivas (aunque me sigue gustando más su brevísimo papel como Lovecraft, claro). Y a Xosé Oliveira Pico, que falleció este año. Manuel Manquiña tampoco podía faltar, con un personaje bastante exagerado y cuyos discursos tremendistas me recordaron un poco al dramatismo con el que hablaba José Tojeiro en su día. Pero la mayor sorpresa, y para bien, es la interpretación de Carlos Areces, que demuestra ser capaz de interpretar perfectamente a un personaje gallego, e interpretando también el acento sin que esto resulte algo grotesco ni una parodia. Además, su personaje, entre resignado por lo que le ha tocado, dolido por haber sido ignorado por su amigo de la infancia, y capaz de tratar con toda ternura a un niño lobo, es el más divertido de la película.



Tampoco falta la parodia, porque en el fondo, toda la trama de la maldición lo es. Y también en la caracterización de los hombres lobo, que con esas caras peludas y repeinadas recuerdan un poco a la de Lon Chaney Jr. Aunque estos también están igual de cuadrados que los que aparecían en Un hombre lobo americano en Londres, e igual que ellos, sus apariciones son completamente artesanales, y a base de especialistas, sin tirar de infografías. Por desgracia, la parte paródica es la que hace cojear más la película, porque optan por solucionar apuros del guión a base de caídas tontas o de coches que explotan sin motivo aparente. Cosa que, después de haber visto escenas bastante mejor llevadas, quedan un poco fuera de lugar.

Aún con sus fallos, que son muy pocos, Lobos de Arga funciona: solo pretendía divertir al público y ofrecer humor absurdo. Sin pretender tomar el pelo a los espectadores ni vender la película como si fuera lo más importante en el cine español. Tiene las ambiciones justas y eso se agradece.

jueves, 7 de noviembre de 2013

Lecturas de la semana II. Terminando con la temática




Con esta entrada, terminan por este mes las lecturas de género terrorífico. Creo que después de estas me tomaré un descanso con otro tipo de libros…O no.

 


Siempre me pregunté si a las casas malditas les afectaba la crisis del ladrillo...

Ramsey Campbell. Nazareth Hill. Terminando esta novela he debido de cubrir a grandes rasgos lo más importante que ha escrito este autor inglés, desde sus pinitos con los pastiches lovecraftianos hasta su famosa Los sin nombre. Nazareth Hill, del año 96, sigue manteniendo varios de sus temas: los recuerdos enterrados, los trastornos mentales, la percepción extrasensorial, y especialmente, su fijación con los edificios ruinosos que forman parte del paisaje. La protagonista, una chica de quince años, se traslada con su padre al edificio que da nombre al título, un moderno bloque de pisos del que solo se sabe que sirvió anteriormente como edificio de oficinas durante la época victoriana. Pero ella está convencida de que algo se encuentra en La casa de la araña, como ella la llamaba de niña. Algo que vio hace años y que sigue rondando y afectando, de una forma bastante sutil, a los inquilinos del edificio.

Aunque los temas que se reconocían en El parásito o los Sin Nombre se mantienen, el cambio de década se nota, y la ambientación es bastante distinta: en un principio todo parece más luminoso y positivo, los barrios y los negocios parecen revitalizados y en el caso del vecindario de Nazareth Hill, todo es muy Brave New England, con ganas de pensar en el futuro y de olvidarse de todas las obsesiones de la protagonista por descubrir el pasado de la casa. Pero eso también implica un entorno bastante opresivo en el que se acentúa el desarrollo del personaje principal como una adolescente angustiada, obsesionada con ideas macabras y sobre la que planea en todo momento la posibilidad de sufrir una enfermedad mental. Una parte importante del texto se centra en los enfrentamientos entre esta y su padre, quien también presenta una evolución (o un deterorio) bastante interesante.

Las referencias al edificio, y dentro de este, la representación de los fantasmas como una araña o una presencia difícil de identificar, es lo más interesante. Porque el resto de la narración resulta bastante más tedioso que sus otras novelas, y esta fijación por crear un entorno creíble hace que el ritmo se haga bastante cansino y que el desenlace final llegue de una forma un poco atropellara, como si de repente se acordara de estar escribiendo una novela de terror. No voy a quejarme de falta de elementos sobrenaturales, porque ahí está Otra vuelta de Tuerca para demostrar que se puede ser inquietante sin tirar por lo obvio, pero en este caso, Campbell no ha terminado de acertar con la casa embrujada y la quinceañera depresiva.

 

 

M. R. James. Ghost Stories. Sin duda el autor más conocido en el género de las historias de fantasmas, y un autor obligatorio a la hora de leer un buen clásico. James siempre fue capaz de incluir elementos francamente originales en todos ellos: no se limita a hacer aparecer un fantasma atravesando paredes, sino que estos pueden tomar cualquier forma posible. Desde figuras que aparecen y desaparecen en grabados antiguos hasta espectros que deciden pasearse por ahí por el simple motivo de haber sido bastante malos bichos en vida y tener ganas de espantar un poco. Y no solo llega a romper el esquema típico del alma en pena, sino que es capaz de saltar a otros temas como el de los vampiros, en Count Magnus, o la brujería en Casting The Runes, que adaptó Jacques Tourneur en Night of the Demon.

En cambio, su categoría de clásico hace que se convierta una lectura para un momento muy determinado, y que funcione a base de crear atmósferas muy anecdóticas: al margen de la aparición de lo sobrenatural, y el espanto de los protagonistas, son más escasos los relatos en los que estos no pasen de un desconcierto momentáneo y la sensación de amenaza se mantenga después de la explicación que motiva la aparición de lo sobrenatural. Esto no implica que su lectura pierda valor, sino que es algo habitual en la mayoría de escritores a medida que pasan los años: hoy es imposible no pensar en Lovecraft sin levantar la ceja a la tercera vez que se lee el adjetivo “blasfemo”, o tomarse a broma los miles de disfraces de los que hace gala Harry Dickson en las novelitas de Jean Ray.

lunes, 4 de noviembre de 2013

Lecturas de la semana. Terminando octubre


 
Son como Dalek y Sabela. Pero sin pelearse

No falta un octubre en el que no me dedique a leer o ver más novelas y cine de terror de lo habitual. Y este año, entre cines y alguna que otra sesión en casa, he podido ver unas cuantas películas. Los libros tampoco podían faltar, y aunque un poco más tarde, también tienen su entrada correspondiente. Todo esto, sin meterse en controversias entre Halloween o Fieles Difuntos, porque soy tan fan de las calabazas como de los huesos de santo. Excepto de ir por las casas pidiendo caramelos, claro.

 


Ed y Lorraine Warren. Graveyard. Este matrimonio de investigadores parapsicológicos (hoy viuda), ha retomado la fama que conoció en los setenta y ochenta. Pero antes de Expediente Warren, tuvieron sus buenas apariciones en tv y llegaron a escribir unos cuantos libros documentando sus casos. Su forma de investigar era bastante parecida a la de Zak Bagans. Bueno, no se dedicaban a enseñar bíceps pero también encontraban psicofonías, actividad paranormal y demonios por todas partes. Puede que esto no sea muy serio, pero al menos garantiza que sus libros sean la mar de divertidos. Y el que los investigadores sean una simpática pareja de ancianitos, le aporta un plus.

 

En realidad, Graveyard no recoge ninguno de los que estudiaron durante su carrera profesional, sino que es una recopilación de casos presuntamente reales sucedidos en distintos cementerios de Estados Unidos. Siendo estricto, la credibilidad de estos testimonios es la misma que la de un creepypasta o una leyenda urbana: todas se tratan de espectros que avisan de alguna catástrofe, confortan a gente que ha perdido a seres queridos asegurándoles una vida mejor en el más allá, vengan asesinatos o dan su merecido a malvados asesinos en serie de los que nadie ha oído hablar. Y además, un aviso sobre la alarmante actividad satánica en los cementerios de Connecticut, cosa que según los Warren, y todos los demonios que aseguran haber encontrado, debe ser una especie de afición local en la Costa Este.

En resumen, imposible tomárselo como algo serio, y que la aportada diga que el libro es “Más estremecedor que Stephen King…¡Porque es real!” tampoco ayuda. Pero sí es una lectura divertida, muy breve y bastante entrañable si se conoce un poco a los personajes que la apadrinan.

 


Paul Kane (edición). The Hellbound Hearts. Aunque sea más conocida por la película del 87, Hellraiser está basada en una novela corta de Clive Barker, titulada The Hellbound Heart. Y pese a no haberle dado continuación en texto, fue gracias al filme por lo que se creó toda una franquicia que abarcaba tanto varias películas, muy flojas a partir de la tercera, comics, y en 2009, una antología de relatos relacionada con el infierno, y el puzzle a través del que se accede, creados por Barker. Esta es bastante extensa en cuanto a autores, con unas 22 historias en total, aunque todas ellas bastante breves y como suele pasar en estos casos, de calidad irregular. 
 
Al igual que en los comics, la trama de todas ellas está muy limitado al esquema original planteado por Hellraiser, quedándose con pequeñas variaciones en cada uno: básicamente, todo consiste en que un personaje más o menos acabado psicológicamente se pone a trastear con la caja de marras, aparece un horrendo demonio, y se lo lleva. Todo ello, aderezado con situaciones o sugerencias de violencia bastante dura. Puede haber alguna que otra variación, recurriendo a veces al drama o al tema moral, haciendo que determinados personajes tengan su merecido. También hay un par de ocasiones en la que recurren a escribir  una historia que consiste en el transfondo de personajes que aparecían en la película, y casi es lo más interesante por recordar al original. Del resto, vale unicamente a los fans de la obra original de Barker que no sean muy picajosos, y sin exigir mucha calidad. Tampoco es que me sorprenda, porque es lo que suele pasar cuando los autores, la mayoría especialistas en el campo de las novelas franquicia, trabajan con un material demasiado específico.