Esta semana, cambiamos de género. Después de una media
docena de libros de terror había que variar, y si hay otro género que me
divierte, pero que hasta ahora no había podido acceder mucho a él por lo
viejuno de las ediciones, es el folletín. Vamos, las novelas por entregas o los
libros populares de finales del siglo XIX y un poco más adelante. Hoy las que más
se recuerdan son las de personajes populares como Fantômas o Rocambole (este último,
queda para la siguiente entrada), aunque tampoco faltaba el correspondiente
sector de romances trágicos y secretos familiares. También es cierto que
incluir estos dos libros en esta categoría no sería correcto, pero la temática
es relativamente parecida, y por algo se empieza.
Emilio Carrere. La copa de Verlaine. Si La Torre de los Siete Jorobados
sí se acercaba más al folletín, esta recopilación de textos es una visión de la
escena bohemia que se paseaba por Madrid a principios de siglo. En realidad
esta era de todo menos glamorosa y creativa, porque el retrato que hace, con
humor y picaresca en unos casos, y con drama y tristeza en gran parte de ellos,
refleja lo que podía verse en las zonas menos respetables de la ciudad: desde
poetas principiantes, mendigos, y oficinistas sin recursos. Aún con ciertos
homenajes, porque La Copa
de Verlaine se abre con un texto dedicado al poeta, y un capítulo dedicado a
Edgar Allan Poe, la mayor parte de este se lo dedica al mundo de las tertulias
nocturnas que el escritor conoció en su momento.
Tampoco falta la crítica, especialmente al referirse a los
grupos de malvividores que se mezclan entre los escritores, viviendo a base de
préstamos y de bastante cara, y especialmente, de los libreros y los editores,
e incluso de algunos traductores sin mucha idea.
El libro es disfrutable tanto por su escenario como por su
estilo literario. Con el tiempo me acostumbré (y disfruté) a narrativas
bastante directas, sin florituras y sin más interés que contar la historia,
para bien o para mal. Carrere es el primer escritor modernista que he vuelto a
leer sin la sombra de la profesora de literatura amenazándome tras un examen:
no falta un lenguaje mucho más elevado que el habitual, unas cuantas palabras
que hace mucho que no encuentro en el diccionario, y un lirismo que acompaña a todo
el escrito, sin resultar recargado en ningún momento. Además, es divertido
encontrar a personajes literariamente respetables como Valle Inclán o Antonio
Machado entre las tertulias que describe..Especialmente cuando cuenta que este último
vendía sus libros para pagarse los cafés. Esto en clase no me lo habían contado…
No encontré la portada del otro pero esta es bastante significativa
Eugene Joliclerc. Le Sang. Este debe ser el primer autor del
que no he encontrado nada en Internet…al menos, que se refiera a su biografía,
porque algunos de sus libros todavía pueden encontrarse en google books. Por eso
no sabía muy bien qué iba a encontrarme cuando empecé a leerlo, y más teniendo
en cuenta que el resto de sus novelas tenían nombres como “Fausse Volupté”, “Au
Harem” o “Une Femme du Monde”. No tenía muy claro si había dado con los
equivalentes de 1900 a
50 sombras de Grey, pero Le Sang es más bien un novelón trágico y romántico
para las señoras de la época. Y eso implica que su argumento y muchas de sus
situaciones y diálogos son cliché, en el mejor de los casos, y anacrónicas en
el peor.
La historia empieza con la baronesa de Gainville, en Normandía,
adoptando a una pequeña huérfana, e hija ilegítima, con la que colma su deseo
de ser madre. Esta, al crecer, se promete con el sobrino español de su madre
adoptiva, Gervasio de Cienfuentes (igual para los lectores francófonos el
nombre es el colmo de lo exótico), pero esta se encuentra dividida por sus orígenes
humildes, que la alta sociedad le recuerda continuamente, y la aparición de su
amigo de la infancia, a quien todavía no ha olvidado.
Para ser una de esas
novelas que ocupan una década, es bastante breve. Debe ser porque el autor
recurre al truco de matar personajes al final de cada capítulo y hacer que
pasen veranos, o quinquenios, como le vaya mejor para poder terminar el
argumento. De este, y las situaciones que desarrolla, son tópicos puros hasta
el punto de ser pura comedia involuntaria: los nobles van por ahí adoptando
alegremente, las mujeres estériles lloran y se emocionan mucho con cualquier
cosilla. Y los médicos…esos son harina de otro costal. Porque en todo buen
drama no puede faltar uno que suelte perlas como confundir una insolación con
una angina de pecho, o diagnosticar las fiebres que sufre la protagonista como
una depresión causada por el calor de Biarritz (como vecina habitual del Termómetro de los 50 Grados, he encontrado esto
particularmente cómico).
Desde luego, si me hubiera aburrido, no lo habría terminado,
ni tan rápido. Pero el estilo estaba muy pensado para abarcar a un público
muy amplio, y es asombrosamente simple, tanto en narración y gramática como en
vocabulario, como para ser uno de los textos más sencillos que he leído en
mucho tiempo.
De Emilio Carrere son muy disfrutables los relatos que ha publicado Valdemar en varios antologías, siempre al cuidado del especialista Jesús Palacios. Relatos que desbordan ese gusto por el casticismo tan propio del autor pero que saben guardar la debida ironía y que, además, tiene un saborcillo antañón muy agradable. La única novela que me he leído de él, la famosa "La torre de los siete jorobados", ya es más irregular (quizá por lo amorfo de su factura: está hecha "cortando y pegando" relatos previos, y una buena parte no es de Carrere).
ResponderEliminarLa torre de los siete jorobados me gustó, por ser lo primero que leí del autor y quedarme con todas sus ventajas sin reconocer los defectos. Aunque es cierto que en la novela se reconocen otros textos. Mismamente, uno de los personajes de La copa de Verlaine aparece después copiado punto por punto en La Torre.
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