La noche de Haloween de 2016, la figura de un payaso silencioso vestido de Pierrot y portando una abultada bolsa de basura que solo dios sabe que podría contener, suponía el primer largometraje del personaje que Damien Leone había ido perfilando desde su primera aparición en el filme antológico All Hallows Eve. Art el Payaso, ataviado con todo lo que uno podría imaginarse al pensar en la idea de “payaso asesino” desarrolló en poco tiempo una base de fans que no tendría que envidiar a la de los asesinos cinematográficos anteriores. Aunque su carrera queda todavía lejos de esta, porque no ha sido hasta este año en que se estrena su segunda película.
Ha pasado un año desde la Masacre de Miles County, donde ocho personas fueron brutalmente asesinadas por un desconocido vestido con un traje de payaso y que, pese a haber sido abatido por la policía, desapareció misteriosamente del depósito de cadáveres. Es Halloween de nuevo y Sienna y Jonathan, se preparan para la noche como otros tantos jóvenes. Salvo que ambos todavía están lidiando con la pérdida de su padre: Sienna trabaja obsesivamente en el disfraz de guerrera inspirado en el personaje que su padre inventó para ella cuando era niña, y su hermano parece fascinado con el asesino de Miles County hasta el punto de querer disfrazarse como este. Cuando ambos comienza a ver como la criatura conocida como Art, ahora acompañado por una niña de aspecto demoniaco aparece en los lugares que frecuentan y que parece tener un malsano interés en ellos, empieza n a darse cuenta que Art ha regresado, y que quizá los dibujos que su padre dejó ante de morir, donde parecía haber predicho las apariciones del asesino y sus víctimas, fueran una viso de lo que iba a sucederles.
Cuando el punto de partida de un guion es “un payaso asesino mata a gente de formas horribles”, lo más prudente es centrarse en el carisma que pueda tener este personaje, que vas a ser el principal por delante de sus víctimas, en que el ritmo y la filmación mantengan el interés y que la duración de la película sea la justita para no aburrir. Algo que había conseguido en el primer Terrifier gracias a recurrir a la estética sucia y de grano de las películas de bajo presupuesto de los primeros 80, así como unos efectos especiales que abrazaban el aspecto cutre y falso de aquellas producciones, un personaje lo bastante vistoso como para captar la atención, y que todo esto se hubiera concentrado en una hora y veinte que, hay que reconocerlo, a aratos se había muy larga. En esta entrega, quizá conscientes del éxito y la expectación que había despertado, se atreven a filmar durante una hora más, y donde parte de este tiempo extra parecen querer dedicarlo a desarrollar un trasfondo para el personaje, y como no, anunciando que este será mucho más sangriento que su predecesor.
El resultado, aunque ayudado por esa expectación previa y una campaña publicitaria bastante ingeniosa para los que no recuerden trucos similares de hace 50 años, es el que podía esperarse: dos horas veinte son excesivas para lo que había, por lo que intentan rellenar con secuencias que llaman la atención. Una escena onírica llena de momentos grimosos que pretende servir de premonición a los protagonistas, una especie de purgatorio muy vinculado a la naturaleza ya abiertamente demoniaca de Art, y la trama familiar de los personajes principales, entre el trasfondo y lo profético con ese padre que deja los indicios necesarios para su supervivencia pero no termina de quedar claro que los relaciona con el antagonista. Lo interesante de este, al igual que los asesinos que lo preceden, es u aleatoriedad: le puede tocar a cualquiera y sobrevivir es solo cuestión de suerte.
Algo parecido pasa con el personaje de Art, de quien ahora se explora más su naturaleza fantástica añadiéndole incluso una acompañante o deus ex machina que justifica su próxima aparición, blindándolo de forma excesiva: mata como le da la gana a quien le da la gana, da igual lo que se le haga porque va a volver…porque es un demonio, y por el momento no podemos pedir más aclaración.
Ya no se si es una peli o el anuncio del regreso de Horrorland
El metraje, además de intentar dar más contenido que la anterior, hay que rellenarla, y en este caso, justificando que esta secuela es mucho “peor”: salen tripas, bichos muertos, sangre, cabezas que explotan, vuelan, se disuelven pero todo de esa forma artificial de su predecesora, sin que en ningún momento pretendan que estos efectos parezcan realistas sino para emular las cintas de vhs que quedaron olvidadas con la serie Z. y que no dudan en explotar con esa campaña publicitaria donde reparten bolsas para el vómito, donde un grupo de madres ha sacado una petición en change.org pidiendo la retirada de la cinta y que recuerda mucho a lo que William Castle hacía en los cincuenta, pero que en realidad no es para tanto. Después de Holocausto caníbal, de los zombies italianos, y de la moda del torture porn en el 2000, el componente truculento se queda en algo anecdótico, y solo resulta realmente perturbador cuando la violencia de Art se vuelve más cercana_: el personaje cebándose con una victima caída en el suelo, a la que golpea con brutalidad, es mucho más aterrador que las tripas de goma.
Pese a haberse pasado de ambicioso, Leone sabe lo que hace: la película llega a cansar, pero cuenta con unos personajes bien manejado, donde abiertamente evitan que estos sean víctimas disfrutables y se nota que le puso ganas a ese proyecto que había empezado con su idea de una chica con disfraz de guerrero combatiendo a un payaso demoniaco. Esta, y de nuevo, la presencia de David Howard Thornthon, como Art, a quien le toca llevar el peso de un personaje que solo cuenta con su expresión corporal y lo que transmite con esta, dota de carisma a un arquetipo bastante limitado. Ambos juega a favor en una película en la que se han pasado en cuanto a lo que podía dar de sí, y en la que el desenlace no es solo una puerta abierta a una tercera parte sino una muestra de que han decidido pasar de toda coherencia y filmar la primera burrada que les pase por la cabeza. Al menos, lo han conseguido: la película es salvaje y sin complejos, algo que hubiera funcionado mejor con media hora menos. Y que confirma que Havelock Vetinari tenía razón al odiar a los mimos.
No es que variemos mucho la temática,
pero con esto de que octubre se haya convertido en el mes oficial de
las historias de terror, es un buen motivo para juntar varias
lecturas mientras hago tiempo para poder ver la última (supongo, al
menos con Jamie Lee Curtis) de Halloween. El caso es que esta vez se
trata de temas mucho más habituales en el cine que en el papel
impreso, al menos hasta hace poco: el slasher y los zombies.
Stephen Graham Jones. La noche de los
maniquies. Jones ha sido junto a Grady Hendrix, uno de los
descubrimientos de este año en lo que a terror se refiere. Aunque
tiene ya bastantes libros, ha sido publicado desde hace poco en
España gracias a La biblioteca de Carfax (que lo mismo sacan a este
texano, que a una señora victoriana, que te dejan hecho una bolita
con La chica de al lado de Ketchum). Tras El único indio bueno y
Mestizos, Jones narra, a partir de la broma organizada por un grupo
de amigos, una historia que se mueve entre la venganza sobrenatural y
el slasher: cuando el maniquí que Sawyer y sus amigos cuelan en
una sala de cine con intención de hacerlo pasar por uno d ellos
espectadores, no imaginaban que este desaparecería entre el público.
Ni que, quizá buscando algún tipo de venganza, regresaría para
matarlos uno por uno, empezando por Shanna, empleada de la sala de
cine y a quien querían gastar la broma en un principio. Sawyer
parece ser el único consciente de lo que sucede y sabe que solo
puede evitar que sus compañeros sean víctimas de este adelantándose
a los pasos del maniquí al menos, ese es el plan que ha
desarrollado.
Publicado como novela corta, este casi
podría ser un relato largo, que se ha hecho demasiado escaso (y más
en estos tiempos de crisis del papel) y que se hubiera agradecido
como parte principal en una colección de relatos más amplia. Este
es una vuelta de tuerca muy particular al slasher donde el punto de
partida es tan improbable que su deriva hacia el género llega muy
rápido y no pretende ocultarlo, sino hacerlo de una forma opuesta:
el lector sabe lo que sucede desde el principio, siendo esta noche
de los maniquíes un poco un viaje inverso en la narración donde
echa mano de gran parte de los tópicos de este género. Este, por lo
rápido que se agotaría su trama, y la brevedad con la que la
maneja, podría verse como una obra menor, más un entretenimiento
en comparación a sus narraciones más largas, pero es una buena
forma de echar un primer vistazo a aun autor al que de momento, me ha
convencido. No todo va a ser horror cósmico o fantástico de entre
guerras.
Manuel Martín. Noche de difuntos del
38. La novela, publicada durante el boom de la ficción zombie,es
ahora más popular por su adaptación cinematográfica, Malnazidos.
No hay mucha diferencia entre ambas versiones, siendo la historia de
Jan, un teniente de los requetés, capturado por un grupo republicano
poco antes de que los muertos comiencen a levantarse y a hacer caso
omiso de la ideología de ambos bando, atacando a todos por igual,
muy parecido a la desarrollada en el guion.
El estilo es muy similar, siendo
rápido, centrado en la acción, aunque difiere en algunos aspectos:
el libro de Martin recurre a uno de los arquetipos habituales en el
género d zombie, que sería narrar el comienzo de una epidemia
global (aunque este caso, supondría el principio de una ucronia en
la que los muertos vivientes tomarían los campos de batalla en
Europa), los causantes de la epidemia tienen menos presencia, siendo
aquí los científicos nazis poco menos que la justificación de esta
en lugar del antagonista final, y sobre todo, el texto tiene menos
humor y resulta menos amable con muchos d ellos persones: Jurel, el
falangista que en pantalla era deslenguado y ridículamente
mujeriego, aunque con una tragedia personal que le hacía empatizar
con sus enemigos, es aquí alguien cobarde y violador en potencia, de
esos que parece pedir a gritos ser la merienda de los zombies.
Matacuras, la miliciana, es una víctima potencial en un par de
ocasiones, además de ser abiertamente el interés romántico del
protagonista, teniendo ambos su final final 8zombies aparte, que no
se daba en el guión. Que, por comparación a la novela, es uno de
eso caso en los que una narración sirve para una producción
audiovisual que acaba resultando mejor. .
Si hay una película de temática festiva que le gane al resto, es Pesadilla antes de Navidad. La cinta de Henry Selick puede verse tanto en navidad como en la última semana de octubre (o si te llamas Renaissance, cualquier día del año). Bueno, y porque es una de las producciones infantiles más memorables de los últimos 30 años. El cariño de sus fans por los habitantes de Halloween puede compararse a los del rey Jareth o los Goonies. Y aunque todas estas sean un valor seguro, es muy difícil revisitar la película original con la intención de hacer una secuela. En este caso Disney ha optado por una opción más discreta, y lanzar la segunda parte oficial en forma de novela.
Esta es la historia de Sally, la muñeca de trapo que ayudó a Jack Skelington a salvar la Navidad devolviendo a Santa Clavos a tiempo para poder deshacer el desastre provocado por el rey de Halloween cuando intentó adueñarse de una fiesta que no le correspondía. Ahora, recién casada, se encuentra ante el título de reina y sufre la presión de preparar el próximo Halloween, siendo el centro de atención de los habitantes de la ciudad. Incómoda y fuera de lugar con su nueva situación, decide ocultarse en el mismo bosque donde hace unos meses Jack había encontrado la entrada a los mundos de las otras fiestas, y donde una de las puertas, oculta entre el resto de árboles, lleva a un lugar que desconoce, pero que también sirve para que una criatura, ladrona de sueños, escape y ponga en peligro a los habitantes de todos los mundos y el de los humanos.
El libro está pensado para una franja de edad dentro del Young adult, haciendo más hincapié en la primera que en la segunda parte de la calificación. El estilo es muy asequible, y el inglés, muy sencillo: la narración se ha escrito en presente y primera persona (desde los libros de inglés de tercero no había vuelto a encontrar una redacción así). Además de ser muy breve, como también lo fue la película que na que se basa, que no llegaba a la hora y cuarto, pero que resulta suficiente para lo que quería contar: una historia centrada únicamente en Sally, que debido a lo que sucede en la trama, es casi el único personaje que aparece durante muchos capítulos.
Ernshaw en este caso ha conseguido caracterizar muy bien a la protagonista, y desarrollando su forma de ser: de alguien que pasa desapercibida toda su vida, se convierte en una figura principal, sufriendo el síndrome del impostor que supone el desencadenante de lo que se narra. Durante las pocas páginas que dura la novela, se presenta como alguien muy perdido, con miedo a asumir sus propios logros y en buscad del lugar que le corresponde. Se nota que la autora adora la película y especialmente a Sally, a la que convierte en heroína, pero eso no se suficiente para hacer una buena historia.
Aunque esta cuente ya con varios libros publicados, la secuela de Pesadilla antes de Navidad produce en todo momento la sensación de estar ante un fanfic. Uno bien escrito, pero en el que se juntan todos los tópicos a los que recurre alguien que quiere homenajear su obra favorita: intento de ampliar el lore describiendo una variedad de mundos, apariciones de varios nuevos aunque sea de forma anecdótica (el mundo de los sueños, el del hada de los dientes, el de Father Time), un desconcertante cameo de la Reina de Inglaterra que sirve como momento de inspiración motivadora a su protagonista (todos imaginábamos que seguiría siendo una figura más en el momento de la publicación) o un desenlace excesivamente edulcorado. Recursos que no resultan muy profesionales pero que desentonan menos que la decisión de la autora de cambiar los orígenes de Sally, dotándola de un pasado distinto al original, haciendo aparecer a los padres de esta, y con ello, rompiendo una de las normas originales de los habitantes de la ciudad de Halloween: no son malos, sino que su naturaleza es la de dar miedo.
Long live the Pumpkin Queen, pese a tratarse de una secuela oficial, resulta una narración simpática, aunque muy anecdótica: es físil imaginar una continuación para una obra tan única como la que fue la película del 93, y se aprecia el trabajo de Shea Ernshaw, que respeta y comparendo al personaje principal, haciendo que su historia resulte entretenida y curiosa. Pero también produzca la sensación de haber inventado una historia con los personajes y el mundo que le han prestado por un tiempo limitado.
Antes de que un gigantesco paisano, ataviado con un mono, una mascara del capitan Kirk pintada de blanca y el objeto punzante que tuviera a mano, dedicara casi una decena de películas a escaparse de un manicomio y matar gente, la saga de Halloween tenía una intención distinta: cada film podría ser una historia independiente, unida con el resto por transcurrir durante esa época del año. La tercera entrega fue la primera en intentarlo, además de ser la única donde no aparecía Michael Myers, y que a raiz de los resultados, sería la única, optando a partir de entonces por el Slasher.
Subtitulada como La estación de la bruja, esta comienza con la llegada de un hombre malherido al hospital. Entre sus efectos personales se encuentra una máscara de Hlalloween, muy popular entre los niños. Tras ser asesinado por uno de sus perseguidores, quien no duda en quitarse la vida inmediatamente después, uno de los médicos, movido por la curiosidad, y acompañada por la hija del fallecido, vendedor de juguetes y artíuclos de broma, comienzan a seguir la pista de este hasta Santa Mira, un pequeño pueblo conocido por alojar la sede de Silver Shamrock, la principal fabricante de máscaras de Halloween. Una serie de accidentes, desapariciones, y el extraño comportamiento de Conal Cochran, el fundador de la empresa, los llevará a descubrir una conspiración de intenciones y proporciones increíbles, donde la noche de Halloween y los disfraces empleados por los niños de todo el país servirán para traer de vuelta una celebración mucho más antigua.
La película tiene todos los elementos de la serie B: un número limitado de personajes y escenarios, medios exiguos, algunos clichés que no han envejecido bien (como ese improbable romance entre los protagonistas. Había que enseñar cacha), y sobre todo, una total falta de complejos a la hora de desarrollar la trama. Esta es una mezcla entre conspiraciones, corporaciones malvadas, folk horror con muy poco campo abierto, ciencia ficción y un poco de horror cósmico. Todo, en un escenario tan reducido como esos decorados que hacen pasar por una siniestra fabrica de máscaras y por la que deambula una pareja de investigadores improvisados, perseguidos por un ejército de robots trajeados, un empresario malvado, ceremonias paganas e incluso un trozo de Stonenghe. Porque fuera de cámara nada es imposible y robar un pedrusco de varias toneladas, tampoco.
La mezcla acaba resultando bastante caótica, y además de no contar con el favor de un público que esperaba reencontrar a Myers, la cantidad de elementos dispares hacen que se convierta en algo muy pulp que o se ama por su forma de ser, o se odia por ilógico.
Sin embargo, uno de los aspectos más interesantes, y el que ha hecho que con el tiempo se la recordara, es su aproximación a la trama de Halloween; esta, vista no como la fiesta actual, sino como la festividad que la originó y la necesidad de los rituales para mantener un orden que puede, o no, ser cierto. Es aquí donde el personaje de Conal Cochran se convierte, pese a su aparición anecdótica en la serie, en un villano con un interesante trasfondo debido a su amoralidad y su objetivo final: no actúa por sadismo, sino por sus creencias, que antepone a cualquier código ético, y que acepta su relativa derrota con ironía (o porque quizá se había pensado un regreso para el personaje).
Con el tiempo, Halloween 3 ha ido ganándose el favor de un público que comenzó a ver los aspectos positivos de una película que se atrevió dentro de una franquicia que se aferraría a lo derivativo, a ofrecer sin ningún complejo un argumento más arriesgado y que mezcla sin complejo todo tipo de elementos dispares, sin que le tiemble el puso a la hora de ofrecer un desenlace poco esperanzador. Y del que, por una vez, hace pensar que sería interesante lo que se podría ver de optar para un reboot más pulido.