jueves, 22 de abril de 2021

Demons (1985). Cine dentro del cine, terror y babas

Uno de los mayores problemas que puede sufrir cualquier obra de ficción, sin importar su formato, es la falta de coherencia. Si lo que cuentan carece de sentido, aunque sea dentro del universo de la historia, puede fallar el resto, empezando por la complicidad necesaria con el público. O no. Porque hay algunas producciones que consiguen saltarse algo necesario, y aún así, que esto se convierta  en algo que les proporcione una cualidad única y a veces cercana a lo onírico. Algo que pasaba en gran medida en las películas más conocidas de Argento, especialmente en Suspiria y el resto de la trilogía de las Madres, y en menor medida, en un estreno en el que se limitó a labores de producción, guión y que, pese a considerarse una obra menor, sería una de las más populares de la década de los ochenta.




Demons transcurre en un ruinoso cine del entonces Berlín Occidental, donde un grupo de personas, sin relación entre sí, acuden mediante invitación a un estreno del que no habían oído hablar. Dos chicas que ese han saltado sus clases, dos jóvenes que ven la sala como una oportunidad para aligar, parejas de distintas edades e incluso un chulo con sus dos…ehm…amigas, o un invidente comienzan son el público de una película de terror cuyos primeros minutos empiezan a reproducirse en la sala de cine: una herida, producida por la máscara que adornaba el local a modo de atrezzo, provoca que una de las espectadoras sufra una grotesca transformación en un demonio, atacando y convirtiendo a su vez a todos los que se cruzan a su paso. Atrapados en el cine, y acorralados por un número creciente de monstruosidades, los asistentes intentan mantenerse con vida en un recito del que inexplicablemente, es imposible salir.


Aunque Argento hubiera participado como productor y colaborado en el guión, una parte de este, así como la dirección, corresponde a Lamberto Bava.  Con un presupuesto un tanto limitado que si bien se nota, como en la mayoría de series B, hace de la escasez una virtud, aprovechando los exteriores de Berlin, desde las avenidas nocturnas hasta una secuencia introductoria en tren (el paisaje me recordó un montón al Rodalies Sabadell-Barcelona), aí como el cine donde se desarrolla la historia.


Los efectos especiales, completamente artesanales y muy gráficos, pueden considerarse dentro del gore, abundando las escenas sangrientas, los zarpazos, los cortes exagerados y una serie de muertes mostradas de forma gráfica pero que, lejos de lo realista, tienen una cualidad muy teatral y exagerada, ayudada por unas criaturas cuya transformación viene acompañada por desprendimiento de piezas dentales y una ingente cantidad de pus y babas de colores. Que, junto a una banda sonora compuesta en parte por clásicos heavy de la década hace que esta, más que aterradoras, tengan un exagerado y enfocado hacia lo excesivo y la diversión.



Este aspecto se ve reforzado por el guion. El comienza es un juego cinematográfico  en el que la película refleja el metraje que los protagonistas ven en su pantalla, lleno de detalles como un doble papel, en la película ficticia y en la real, de Michele Soavi, la enigmática apertura de una sala de cine antigua, y sobre todo, la frase que sirve a su vez de promoción y cita más recordada: "harán del cementerio una catedral y de la ciudad vuestra tumba". Pero que con posterioridad se ve relegada en favor de un montaje más acelerado centrado en lo visual y la acción. Donde lo irregular gana terreno en forma de momentos fuera de lugar, como una larguísima secuencia protagonizada por un grupo de punks y donde lo mejor es escuchar White Wedding de Billy Idol de fondo. Y donde sobre todo, lo extraño y lo incoherente  se vuelven la norma ¿Para qué va un ciego a ver una película? ¿Quién ha tapiado las entradas?¿Quien, en plena época del vhs, se pone a regalar entradas de cine? Nada de esto importa, porque el poder disfrutar de secuencias como el personaje de Bobby Rhodes organizando un improvisado movimiento de supervivencia, y especialmente, la desconcertante batalla contra los demonios a lomos de una moto y katana en mano se quedarán en la memoria del público, aunque no por los motivos correctos.

Con el tiempo, Demons ha pasado a ser recordada como una obra menor de Argento, pero también una de esas piezas de videoclub en el que la intención terrorífica compartía espacio con la comedia involuntaria, y a ser recordada con humor y cierto cariño. Puede que el presupuesto no diera para hacer del cementerio una catedral, pero sí para hacer que su principal defecto fuera su mejor baza.

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