jueves, 29 de abril de 2021

Tiempos modernos (1936)


 Hay películas sobre las que es difícil hablar ¿Qué puede decirse de un clásico del cine, que ha influido visualmente a muchas obras posteriores, cuyo mensaje se ha analizado y cuyos fotogramas de engranajes y el eterno bigote de Chaplin adornan cualquier escenario cinéfilo? Al igual que cualquier otra, lo que se opina.



Tiempos modernos es la visión de Chaplin, entre cómica, tierna y desoladora, de la época posterior a la primera gran crisis económica de la era contemporánea. El operario de una fábrica, uno de tantos, sufre una crisis nerviosa que le llevará a perder su puesto y vivir una serie de peripecias que lo llevan a la cárcel, a diversos trabajos y a ser una y otra vez perseguido por las fuerzas del orden. Pero también a encontrar a una joven huérfana, a quien la fortuna tampoco ha sonreído, junto a la cual intentará mantener la esperanza ante el futuro.


Considerada la última película muda, esta es en realidad una mezcla de ambos formatos, donde uso pocos diálogos a modo de referencia o voz en off, e incluso un número musical, se intercalan con los escasos rótulos que complementan lo que las imágenes no pueden narrar. Esta se basa íntegramente e lo visual: la gestualidad de Chaplin, sus movimientos coreografiados en el escenario y los decorados de una fábrica casi fantástica, compuesta de engranajes y palancas que no parecen tener ningún sentido práctico, salvo engullir a su protagonista y a algún que otro personaje de una forma cómica al principio, y un poco alegórica más adelante. Una visión influenciada por las secuencias de Metropolis, aparentemente más luminosa y con el objetivo de hacer reír, pero igual de oscura a medida que se refleja, exagerado hasta lo humorístico, la crisis nerviosa de su protagonista, las reivindicaciones de los trabajadores, las cargas policiales y sobre todo, el sistema fordiano con el que el propietario de la fábrica pretende optimizar el tiempo que sus trabajadores malgastan descansando y comiendo.



Desde las primeras, y más conocidas secuenciasen la cadena de montaje, la película se acaba convirtiendo, lo pretenda o no, en un reflejo de la década: desde la referencia a los movimientos obreros, la búsqueda y la ausencia de empleos, la escasez e incluso la opulencia  a través de unos grandes almacenes que los protagonistas convierten en su hogar durante la noche (un escenario que décadas después, intencionado o no, se convertiría en un refugio recurrente contra los zombies).
Cada situación se sucede, de forma episódica, de modo que la hora y media de metraje sirve para cubrir una gran cantidad de escenarios, constituyendo de algún modo una serie de capítulos que sirven de marco para distintos gags, marcados por la comedia gestual propia de Chaplin pero también caracterizada cada una por un desenlace en el que sus protagonistas deben huir, quedando como al principio. Incluso en su desenlace, donde no hay más esperanza que el optimismo de ambos emprendiendo camino hacia el horizonte. Una visión mucho más idealizada de las migraciones de trabajadores durante la década, pero donde puede reconocerse la realidad a la que aludía.




Ochenta y cinco años después, Tiempos modernos sigue manteniendo su categoría entre una de las mejores películas de la historia cinematográfica. Sin, según el propio Chaplin, intenciones trascendentales ni de denuncia, sigue siendo fácil ver en ella el reflejo de una situación que se limita a repetirse una y otra vez, añadiendo pequeñas modificaciones. Y donde, por desgracia, lo que se ha vuelto más difícil  es tener fe en la esperanza que a duras penas, intenta ofrecer los últimos minutos.  


1 comentario:

  1. Muy interesante lo que presentas
    No conocía a tu blog
    Te dejo mi huella
    gracias por lo que compartes

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