jueves, 12 de noviembre de 2020

Poltergeist (1.982). Fenómenos extraños, especulación inmobiliaria y un adosado embrujado

 


Aunque los ochenta fueron una década clave para el cine de entretenimiento que marcaría a una generación de espectadores, para los efectos especiales cuya evolución podría verse en las décadas siguientes, y desde hace tiempo, para la nostalgia que ha dado lugar a más de un remake con mayor o menor fortuna, también lo fue para el terror. Y, además de ser la fecha de alguna de las sagas para todos los públicos más populares, de los asesinos más insistentes y de unas cuantas imágenes icónicas, esta también vio el nacimiento de una producción que, por los nombres implicados, resultaría inesperada: ¿Qué pasa cuando pones a trabajar a Steven Spielberg, el mago de las producciones familiares, y a Tobe Hooper, el director de la inquietante Matanza de Texas, a producir y dirigir el mismo proyecto?




Poltergeist, término que hace referencia a un fenómeno sobrenatural ruidoso, breve e intenso, y que tiene lugar en un entorno donde no debería suceder nada extraño: una urbanización de construcción reciente, donde los vecinos conviven, discuten, o sus preocupaciones discurren entre ver un partido y realizar las mejores inversiones. Un escenario de promesas y bonanza donde, en una vivienda cualquiera, comienzan a tener lugar fenómenos inusuales: objetos que se mueven, aparatos que se encienden a voluntad y susurros que parecen surgir del televisor y que solo Carol Anne, la menor de una familia de tres hermanos, puede escuchar. Hechos que van en aumento y terminan con la desaparición de la pequeña, ahora atrapada en alguna dimensión situada entre las paredes de la casa. Y que supondrá que la familia Freeling necesite de ayuda muy poco ortodoxa si quiere recuperar a su hija. E incluso cruzar al otro lado.



El tono de la película sorprende por el marcado carácter familiar que mantiene en gran parte del metraje. Algo todavía más evidente en los primeros minutos, donde estos parecen anunciar más una comedia familiar que una producción terrorífica, pero que también se utilizan de forma muy hábil para marcar el tono de la historia, y de paso, para hacer un retrato muy concreto de la época: las primeras secuencias parecen estampas de las ideas de núcleo familiar, estabilidad y bonanza económica de la era Reagan, cortadas, de forma a veces sutil, en determinados momentos (la edad a la que la madre de la familia tuvo a su primera hija, las dispares lecturas del matrimonio o la marca que en un momento dado, exhibe su hija adolescente), y otras, de forma brusca: una tormenta en el medio de la noche, que desencadena la segunda mitad del guión, mucho más oscura, o lo que ocultan los cimientos de la casa, que mencionan como resultado de la ambición desmedida de una época. Aspectos que, en todo caso, suponen mover el relato de fantasmas de los caserones centenarios y los personajes atormentados a un núcleo familiar estable y a una vivienda de reciente construcción. Por no mencionar el uso de la televisión como vehículo de comunicación de los fantasmas y elemento que, de ser un objeto de reunión en el ámbito familiar, pasa a ser un elemento amenazador, que daría para una interpretación más amplia.




Aunque, comparada con otros estrenos, pueda considerarse una película de terror más suave, esta cuenta con momentos que han quedado grabados en el público que pudo verla como una producción para toda la familia: el ruido de la estática de la televisión, utilizado de forma eficaz, el árbol que golpea la ventana y un payaso de juguete de aspecto siniestro, que aunque aparezca por muy poco tiempo, tiene todo el aspecto de haber sido material para varias pesadillas, son los más icónicos en un guión que cuenta con menos efectos especiales de los que podrían esperarse en una película de género fantástico. Esta se sostiene más en el trabajo de los actores, especialmente en las primeras palabras pronunciadas por Heather O´Rourke, que anuncia con un musical "están aquíii…" el cambio de tono que tendría lugar en la que antes parecía una historia para todos los públicos. Y sobre todo, en enfocar la trama hacia los aspectos más emotivos: aunque uno de los aspectos más criticados actualmente es la machacona insistencia en la importancia del núcleo familiar, lo cierto es que todos los personajes están dotados de una gran empatía, desde el grupo de parapsicólogos hasta la médium Tangina, uno de los personajes más entrañables de la historia, y que marcan mucho el tono del guión, muy centrado en los lazos familiares y como estos pueden salvar a sus protagonistas.





El tono emotivo no impide, de nuevo, que esta cuente con momentos bastante oscuros, no solo los más recordados sino otros como la alucinación que sufre uno de los investigadores o los cadáveres surgiendo en la lluvia y desvelando lo que ocultaban los cimientos de una promoción inmobiliaria de éxito. Y que hacen que en cierto modo se note la diferencia entre los dos nombres principales en la realización de la película: se nota el conflicto entre el productor Spielberg, que hubiera querido dirigirla, y el director Hooper como uno de los responsables del cine de terror moderno. Tanto, que se notan las preferencias e intereses de cada uno, aunque sea más habitual considerar Poltergeist como uno de los éxitos del director de ET. Aunque, esta, como muchas producciones de terror de los ochenta, llegó también a tener su franquicia con dos entregas posteriores e incluso una leyenda negra sobre los fallecimientos de dos personajes que hoy, al igual que la insistencia en el tono familiar del guión, se quedan en algo anecdótico.



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