Desde hace bastante tiempo, es habitual que no falte La Película de Terror del Año. Puede ser un estreno que funcione inesperadamente bien, como Insidious o Conjuring, una producción que venga acompañada de una amplia campaña publicitaria, o que quizá sea un poco mejor entre todas las que se estrenaron por la misma fecha. Pero el 2.020 ha sido un año, por decirlo de algún modo, muy raro, y, en unos meses donde los estrenos y la distribución cinematográfica han tenido que buscar vías alternativas a las salas de cine, la que se podría considerar la producción más novedosa, ha seguido un camino igual o más extraño.
Hace unos años, un usuario de Reddit comenzó a recibir unas grabaciones anónimas donde alguien investigaba de forma aficionada un crimen real que tuvo lugar en el barrio coreano de los Angeles: una mujer asesina a su marido, siendo detenida poco después. El suceso, sórdido pero no inesperado en una zona poco privilegiada de la ciudad, es narrado en varios clips en los que un joven desempleado decide dedicar su tiempo libre a recopilar información y quizá resolver el caso. Las tosca filmaciones que recogen información proporcionada de mala gana por los vecinos van tomando un cariz inquietante cuando derivan en una serie de teorías en las que el detective aficionado, cada vez más inestable, cree haber sido contactado por el hombre asesinado y que existe un patrón, o una conspiración oculta en los interminables textos en coreano que aparecen garabateados en los muros del barrio, los pastores que predican en la calle, y los desvaríos susurrados por los mendigos que descansan en los patios traseros de Koreatown. La película no es otra cosa que el trabajo de edición y puesta en orden que este usuario realizó con un metraje extenso y progresivamente incoherente.
Aunque desde El proyecto de la bruja de Blair resulte imposible pasar cualquier tipo de filmación como algo real, esta colección de metrajes juega en todo momento a difuminar la frontera entre lo real y lo inventado a partir de un hecho real: el asesinato que sirve como punto de partida es un hecho real, y varias de las entrevistas que aparecen, donde los figurantes aparecen claramente incómodos, son vecinos a los que claramente no les está haciendo mucha gracia que se les pregunte por un hecho tan escabroso. La mezcla entre lo real y lo fabulado hace que el guión pueda estar más cerca de Holocausto Caníbal (donde se usaron filmaciones reales de la selva) que de la película de Daniel Myrick y Eduardo Sanchez. Y de nuevo, intenta mantener en todo momento la baza de una posible historia real al negar incluso la existencia de los títulos de crédito.
En un formato tan sobresaturado como el del metraje encontrado, consigue aprovechar la poca originalidad que a este le queda por ofrecer: recurriendo a una grabación con la cámara de un móvil, esta cuenta con la poca estabilidad y calidad que podría esperarse de un personaje que intenta realizar un reportaje o una investigación, con más ganas que medios, y cuya pérdida de estabilidad queda progresivamente registrada a través del cambio del tipo de personas entrevistadas, de su tono de voz, y en la adopción de unas premisas cada vez más irreales. La filmación, no demasiado nítida, no llega a marear demasiado dado que no llegan a excederse como pudo pasar en otras propuestas, como V/H/S , y aprovechan la falta de nitidez como medio para evocar más que mostrar (porque, en realidad, salvo la película que parece montarse su protagonista en la cabeza, no hay nada que mostrar) un entorno que acaba volviéndose inquietante por sí solo: Koreatown no es un barrio agradable de filmar. No se muestra como una de las peores zonas, pero sí una donde las viviendas no son lo mejor a lo que se podría aspirar, donde la convivencia con las personas sin hogar es una parte más de la sociedad y donde estas, y algo tan anodino como los grafittis en una pared, a los que no se le prestaría atención, acaban convirtiéndose en una realidad distinta, que no llega a verse del todo pero que en todo momento es tratada de forma muy hábil, como los delirios que una persona desequilibrada va construyendo sobre la marcha con los elementos que va encontrando.
De la película debe tenerse en cuenta su origen como historia corta, y no se le puede exigir más: su formato, con un protagonista desconocido, su historia narrada a medias, tramas sueltas e incoherencias son muy propias del creepypasta del que proviene, y no se puede esperar una historia lineal o que conduzca a ninguna parte. Pero sí es capaz de convertir de reflejar en primera persona el deterioro mental, o la revelación, depende de como se interprete, de un personaje central del que el espectador desconoce su aspecto en el último momento, como un entorno cotidiano puede convertirse en algo inquietante de una manera irreal, o el aprovechar en su favor elementos propios de la fantasía urbana más oscura.
Murder Death Koreatown por su formato y ambiciones, no puede competir con la saga de Conjuring. Ni pretender estar al nivel de It Follows ni mucho menos de Hereditary. Pero con su formato de grabación improvisada, lo ambiguo de su punto de partida y el material con el que trabajan, consigue ser aquello para lo que nació: ser la versión cinematográfica más fiel de un creepypasta.
It Follows es muy buena. Creo que pasará tiempo antes de que alguna película esté a su altura.
ResponderEliminarUn abrazo.
Sí, aunque a esta le sumaría unas cuantas. Desde luego la última década ha sido un ejemplo de como hacer cine de terror bueno y con pocos medios.
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