jueves, 30 de mayo de 2019

Hellboy (2019). Mitología, escenas eliminadas y una playlist muy variada


Es un milagro que a estas alturas el público no se haya cansado de superhéroes. O por suerte, el filón de los héroes para un público adulto todavía no está lo suficientemente explotado, aunque la diferencia de resultados entre un Deadpool y Venom demuestre algo: que pese a funcionar bien en taquilla, todavía hay cierto miedo a producir una película donde un tono más oscuro, o a separarse de la fantasía para meterse en el terror. Estos reparos son un poco absurdos cuando el protagonista es nada menos que un demonio que caza monstruos, y, cuando este tuvo su primera aparición en cines, con bastante éxito, hace 15 años. En cambio, es al personaje de Mike Mignola que, en su reboot, ha tenido que pelearse además de con demasiados enemigos, con la decisión de ofrecer en su estreno una versión editada posteriormente respecto del montaje original.




Hellboy es un agente de la AIDP, una organización dedicada a eliminar aquellas criaturas sobrenaturales que se ocultan en el mundo y a veces, amenazan a los humanos. Un trabajo extraño para un demonio, adoptado poco después de su nacimiento, o de su llegada a la Tierra, por uno de los dirigentes de la Agencia, y que se toma su condición y trabajo con muy poco dramatismo. Incluso cuando, en una misión rutinaria en los bosques de Inglaterra, descubre que su llegada a este mundo no fue un ritual mágico fracasado, sino parte de una profecía donde él se encargará de desencadenar el apocalipsis. O lo hará, si Nimue, la bruja derrotada hace milenios por Arturo y resucitada por una criatura féerica que busca venganza, no se encarga antes de acabar con la humanidad en un intento de recuperar la Tierra para su especie. Todo ello, mientras se encuentra con vampiros mexicanos, gigantes devoradores de hombres, médiums y la mismísima Baba Yaga. Una cantidad sorprendente de monstruos para cualquier humano, pero solo un día de trabajo un poco ajetreado para Hellboy.







La película contaba con dos bazas importantes: la primera, pese a tratarse de un reboot, o de una versión nueva, había pasado el suficiente tiempo desde la primera como para que resultara interesante contar de nuevo los orígenes de un personaje, que además, no es todavía tan conocido como los presentados por Marvel. La segunda era el disponer de una mayor permisividad a la hora de ofrecer escenas violentas, donde en las peleas no se escatimaría la sangre derramada ni las muertes de los monstruos. Al público que acudiría a verla poco le importaba la calificación por edades, si el héroe estaba a la altura de lo que se había prometido. Ambas fueron, por desgracia, desaprovechadas.




Con la historia de Hellboy cerrada en los comics, parecía más sencillo ofrecer un arco completo sobre los orígenes del personaje y su destino. Que en este caso, jugaban un papel casi secundario frente a la antagonista que aparecía en la película, relacionada con el mundo de las hadas, muy presente en el cómic, y los orígenes humanos de su protagonista, que se revelan posteriormente. Pero, al igual que muchos superhéroes, su historia, villanos y secundarios es demasiado amplia como para que todos tengan presencia en una primera entrega. Si la idea era presentar a varios de estos como una parte de dar a conocer el universo de la AIDP y mostrar el mundo en que se mueven los protagonistas, la ejecución resulta atropellada y da la impresión de estar saltando de un monstruo a otro, el siguiente más grotesco que el anterior, donde Hellboy jura en arameo mientras es vapuleado por ellos para vencerlos finalmente. Y donde la información al público es proporcionada a base de diálogos entre los personajes, que se dedican a hacerse preguntas y a responderlas de una forma bastante forzada.



El problema más sonado vino a posteriori, cuando se decidió estrenar, y sorprendentemente en España (donde la verdad, la calificación por edades nos la pasamos por el forro y cada uno que vea lo que quiera), una versión "censurada" donde no saldrían las escenas más sangrientas. Si resulta un poco absurdo cuando la película se anunció como algo violento y para adultos, el montaje final sufre esta edición: si ya las escenas de acción, con el exceso de personajes e información que tienen que meter con calzador, resultan atropelladas, en muchas de ellas se notan cortes muy bruscos donde es evidente que falta parte de una secuencia. Que podría ser solo una escena, sin importancia narrativa ni diálogo, pero que provoca la sensación de haber solucionado algo a tijeretazos.

Lo más salvable son los efectos especiales y la caracterización, que sí es lo que se queda a la altura: el Hellboy de David Harbour poco tiene que envidiar a Ron Perlman y su caracterización está mucho más detallada, más real, igual que muchos de los monstruos a los que sí que se nota que las mejoras en los efectos les han sentado bien. Lástima que poco tiempo haya para apreciarlos, con lo apresurado de sus apariciones y unos cambios de escenario acompañados, en lugar de por una banda sonora, por una serie de canciones conocidas, empleando este recurso todo el rato y que hace que el guión parezca venir acompañado por la playlist que podría haber creado cualquier fan.

Es imposible no comparar el Hellboy de Neil Marshall con la versión de Guillermo del Toro. Si bien la última poco tenía que ver con los cómics, y era más una reinterpretación de los personajes por parte de su director, esta era capaz de presentar a los personajes principales del mundo de Hellboy, a sus criaturas, y de contar los orígenes del personaje de una forma que estos quedaban zanjados de cara a narrar algo distinto en la secuela. Algo que aquí también hacen, pero de una forma más torpe, y de manera que hace pensar que va a ser difícil poder ver un Hellboy 2 en los próximos años.


jueves, 23 de mayo de 2019

Cazafantasmas (1984) ¿A quién vas a llamar?



Nada menos que 35 años se cumplen de una de as sagas más memorables y más breves de los ochenta. Tres décadas, rumores desmentidos sobre una tercera parte y un reboot que quizá tuvo peor recibimiento del que merecía, al que ahora hay que sumar  un nuevo anuncio de esa secuela. Suficiente tiempo como para creérmelo cuando lo vea y de momento, seguir disfrutando con la pirmera.

Los cazafantasmas son un grupo de científicos, interesados en la parapsicología, que tras ser despedidos de la universidad, encuentran la oportunidad que habían estado esperando: la prueba definitiva de la existencia de los espectros, la posibilidad de capturarlos y de paso, el poder empezar un lucrativo negocio dedicándose a la expulsión de entidades sobrenaturales. Pero la actividad paranormal que se manifiesta sobre Nueva York parece ser el preludio de algo mucho peor: manifestaciones demoniacas, la proximidad del fin del mundo…y un funcionario del ayuntamiento muy cabreado además de competente.




De la película lo más recordado es su grupo protagonista: las personalidades de Bill Murray, Dan Aykroyd, Harold Ramis y Ernie Hudson que desarrollan unos personajes cínicos, asombrados, sesudamente científicos y el que podría ser el ciudadano de a pie. Quizá este último es el que menos destaque, pero también es el que fue concebido como representación del público que asistía a la película y participaba de las aventuras de estos. Los tres primeros, conocidos previamente por su papel de cómicos, se adueñan de sus personajes, sin resultar histriónicos ni limitarse a repetir gags. Es curioso que en una comedia haya un alivio cómico, pero en este caso existe y es el contable interpretado por Rick Moranis, que en una serie de apariciones secundarias aporta varios momentos humorísticos a costa de todos los clichés habidos y por haber sobre los contables (la mayor parte de ellos, infundados. Conozco a varios y son una gente francamente simpática)….y de las posesiones. Un repertorio humorístico que comparte patalla con Sigourney Weaver, cuyo personaje, más comedido y cabal resulta un contraste con el resto.

La película fue un blockbuster de su época y hoy, una de las más recordadas de los ochenta. También, una de las que resume mejor la actitud, gustos y forma de pensar de entonces. No tanto por la estética, que en realidad es un poco más neutra, y los vestuarios, muy clásicos, como correspondería a un reparto adulto y unos escenarios donde lo que tiene que brillar son los efectos especiales artesanos. Pero sí lo son los cambios iniciales de guión, a menudo motivados por razones presupuestarias muy lógicas (la infografía todavía era ciencia ficción), la actitud profundamente optimista y también rebelde y defensora del individualismo hasta el absurdo. Pocas cosas la representan tan bien como la personalidad sinvergüenza de Peter Venkman, y la caracterización de su antagonista, un funcionario empeñado en cumplir las normas y del que siempre se recordarán dos cosas: su presentación caricaturesca del burócrata enfadado, y que el público, unos años después, se da cuenta que su personaje solo se limita a hacer bien su trabajo en un entorno donde todos parecen estar divirtiendo sin pensar en las consecuencias.

Los efectos especiales, hoy más que superados, consisten en su mayoría en actores disfrazados, superposiciones en pantalla, decorados a escala y un croma que ha soportado bastante bien los años. No son, ni de lejos, impresionantes ni realistas, pero si cuidados y llenos de inventiva. A fin de cuentas, este fue el guión al que se le ocurrió utilizar un muñeco gigante como villano final.
Hoy los Cazafantasmas es, al igual que Legend, La princesa prometida y muchas otras, una de esas películas que tarde o temprano vuelven a emitirse en los canales dedicados al cine. Y que tarde o temprano, a punto de comenzar o ya por la mitad, acabamos viendo de nuevo.

jueves, 16 de mayo de 2019

La Llorona (2019). Mitología popular y un fantasma escandaloso

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Lo reconozco: la primera vez que oí hablar de La llorona fue en un capítulo del Chavo del Ocho. Lo que mencionaban sobre ella era suficiente para hacerse una idea, más o menos aproximada, de una figura cuyas versiones y orígenes eran tan variables como la historia de la chica de la curva. Después llegó internet y fue posible conocer, de forma más concreta, esa figura que sorprendentemente no había tenido presencia en el cine mayoritario. Al menos, hasta que se decidió que su primera aparición en este campo tuviera lugar como parte del universo de Expediente Warren. No era una mala idea, en principio, el recurrir a una leyenda en lugar de dedicarle un largometraje a cada bicho que se cruzara tangencialmente  con Ed y Lorraine.

Estos no tienen ninguna aparición junto a La Llorona, una criatura sobrenatural que amenaza la vida de los niños en la comunidad latina de Los Ángeles durante los setenta. Una asistente social observa como una pareja de hermanos a su cargo aparecen ahogados. Pese a que las sospechas recaen sobre la madre de estos y sobre su historial de alcoholismo, la verdad es muy distinta: ella no intentaba sino protegerlos, y ahora que La Llorona se los ha llevado, la maldición se transmite hacia los hijos de la asistente.



En principio, poca relación tiene el guion con el resto de elementos y lugares comunes a los Warren: la referencia más cercana es la aparición del sacerdote al que se pudo ver en la primera entrega de Annabelle, y que en este caso, también sirve como enlace para presentar a un investigadora paranormal muy distinto: un santero, con un carácter bastante parsimonioso y un punto un tanto ácido que lo convierte en uno de los elementos más aprovechados de la película. Y, según vaya la cosa, quizá en un personaje recurrente para entregas posteriores.

El segundo es el marco temporal de la historia: la década de los setenta parece haber sido elegida únicamente por la cercanía con la de los protagonistas de la saga principal. Pero de ser así, este lo ha sido muy bien empleado: la estética resulta intemporal, el único indicio de que la historia tienen lugar en el pasado es la ausencia de tecnología como algo habitual (bueno, además de la ingente cantidad de pantalones de campana y el mobiliario hortera) y que sea más sencilla la transmisión oral de la leyenda que sirve de trasfondo. El escenario, de esta forma, produce la impresión que la historia podría tener lugar en cualquier momento. El tono gris en la mayor parte del metraje, amenazando lluvia o tormentas, también es muy distinto al que se esperaba de la localización.

Pese a contar con un escenario y una premisa interesante, como película de terror entra dentro de lo fallido. Se queda en un desarrollo rutinario, amparándose únicamente en los sustos a base de apariciones inesperadas y los bocinazos que profiere la Llorona una vez que atrapa a sus víctimas. Una vez presentada, su modus operandi suele ser aparecer quieta en una esquina, subir el volumen de la banda sonora y acompañar un movimiento repentino con un grito digno de una banshee. El sistema, más propio de un screamer de los que se enviaban como broma, pilla por sorpresa a la primera, levanta inquietud a la segunda y deja indiferente a la tercera, cuando el público sospecha que en un momento aparecerá un fantasmón con intención  de dejarlo sordo. Solo la última media hora resulta un poco más interesante, cuando la llorona toma un carácter más corpóreo y persistente, aunque el desenlace y puntos débiles de este consisten en el uso de una parafernalia muy de serie B y que recuerda un poco al ocultismo setentero.
La Llorona, en conjunto se queda en una entrega más de los spin offs de los Warren: mucho susto, un guión en función de un monstruo y  no al contrario. Al menos, este resulta más interesante (y con más movilidad) que los de ese muñeco que va ya por su cuarta entrega.

jueves, 9 de mayo de 2019

La espía roja (2019). La espía que me robó el abrigo


Esta es la historia de cómo quise ir al cine y acabé viendo una película distinta, no una, sino dos veces en el mismo día. Shazam llevaba ya demasiado tiempo en la cartelera y en la última semana fue relegada al pase nocturno. La siguiente opción era, como era de esperar, las tres horas de Los Vengadores, esperando que la sesión de cuatro garantizara el tener plaza, pero muchas personas habían tenido la misma idea y las entradas se agotaron pronto. Plantada delante de la taquilla, y sin intención de esperar al siguiente pase, decidí tirarme a la piscina y meterme al cartel que aparecía al lado, y que no podía ser más distinto del que anunciaba el enfrentamiento de Thanos contra el grupo de superhéroes: Judy Dench, sobre fondo negro, haciendo adivinar que lo que esperaba al otro lado tenía que ser una película muy seria, o por lo menos, un drama.




Ahora sí, esta es la historia de cómo una ancianita de ochenta años fue detenida e interrogada por los servicios de inteligencia británicos como una de las últimas espías para los soviéticos durante la guerra fría. Joan Stanley, una prometedora física, filtró secretos que permitieron al bando soviético ponerse casi a la par en la carrera nuclear. Cincuenta años después, confiesa, ante los agentes del MI5 y ante la atónita mirada de su hijo, como fue contactada en los círculos socialistas de la universidad y su posterior conversión en espía. Pero sus motivos, como esta revela, eran muy distintos a un mero interés monetario o simpatías políticas.






La premisa está basada en el caso real de Melita Norwood, quedándose únicamente con ese punto de partida a favor de articular una obra de ficción. También opta por la brevedad, porque aunque esta podría alargase para dar un drama más sólido y más propio de los que participan en distintos premios, se queda en una hora y cuarenta donde abarca las dos líneas temporales de una forma muy rápida y muy concisa. Casi aséptica: no hay demasiada emotividad, ni desarrollo, ni siquiera acción como se esperaría en un argumento de espías al uso, sino mucha discreción y rapidez, como la que necesitan los personajes para poder sacar la documentación, moverse y compartir información.



Quizá lo más curioso ha sido el tratamiento de la protagonista, en concreto, su actitud y motivos. Si bien esta se presenta en un principio como un personaje tirando a inocente, no llegan a plantear en la trama la pérdida de esa inocencia sino la evolución de su protagonista, siendo muy consciente esta de las decisiones que toma y por qué, aunque es interesante como en todo momento parece quedar la sensación de haber sido manejada por aquellos para los que trabajaba. A veces, de una forma muy sutil y con bastante humor: Sonia, uno de los primeros integrantes de esta red, se comporta como ella desde el principio como una amiga, quizá demasiado cercana y manipuladora…aunque Joan acabe preguntándole, tiempo después, donde está el abrigo que le prestó. Se ve que espiar para los rusos no da para ropa cara ni exime de ser un poco jetas.




Al quedarse únicamente con el caso real como inspiración, la trama se separa de este, aportando un enfoque distinto, pero también adecuado para un público al que la guerra le queda lejos, y el concepto de traidores a la nación solo provoca un levantamiento de cejas: su protagonista no manifiesta afinidad política, sino que su labor como espía viene determinada por lo que ella cree que será una forma de igualar fuerzas entre ambos bloques y evitar una nueva guerra. La interpretación resulta difícil de creer si no es a partir de una protagonista caracterizada como alguien más idealista de su entorno, y con una trama secundaria centrada en torno a la fidelidad entre los personajes. Uno, presentado como alguien que antepone su ideología a sus seres queridos, y otro, a quien como contrapunto se le atribuye una mayor integridad y será el elemento decisivo para el desenlace.

La impresión general de La espía roja es la de eficiencia y discreción. La aparición de Judy Dench, breve en el papel de narradora, es la más emotiva frente a la historia que se va presenciando con ella, y la mezcla acaba siendo un cruce muy curioso entre el género de espías, despojados de todo encanto, y el drama con tintes románticos.



jueves, 2 de mayo de 2019

Pet Sematary (2019). Se vende finca con pantano y cementerio indio


Los dos últimos años hemos pdido ver unas cuantas adaptaciones al cine o a Netflix, de las novelas más clásicas de Stephen King. Si bien generalmente sus piezas menos terroríficas eran las que daban mejores películas, las más famosas se quedaban un poco en el terreno de la serie B. el cambio más conado fue con el estreno en dos partes de It, donde aún evitando os temas más controvertidos, resultaba una película de terror adulta e inquietante.


Cementerio de animales sigue ese camin. A partir de una de las novelas que consideran la más terrorífica, y un clásico de King, cuenta la mudanza de una familia a una casa, aportada de un pequeño pueblo, donde se proponen llevar una vida tranquila y lejos de los peligros de la ciudad. Pero un lugar tan tranquilo como ese no está exento de riesgos: los terrenos lindan con un bosque y con una parcela de tierra que la gente del lugar ha utilizado como cementerio de mascotas. Y la carretera que los comunica con el pueblo es una zona de paso de camiones que circulan de forma bastante imprudente. Cuando el gato de la familia es atropellado, y Louis, el padre, se ve obligado a enterrarlo antes de que su  hija pequeña lo descubra, le es ofrecida una posibilidad que se encuentra oculta en los terrenos que ha adquirido: ¿y si aquello que ha muerto no tuviera por qué estarlo? Pero quizás quien regresa de esa manera sea alguien muy distinto.



Tengo que reconocer que no he leído Cementerio de animales por lo que no puedo hablar de su fidelidad como adaptación cinematográfica. Poro es curioso que, más que el material original, se hable de los parecidos y diferencias con la película que se hizo en los ochenta, de modo que podría considerarse más un remake que una nueva versión de un libro. La mascota resucitada, qué miembro de la familia sería el primero en volver, y sobre todo, la presencia de Zelda, la hermana deforme de la protagonista cuya muerta la atormenta en su vida adulta (y cuya caracterización provocó más pesadillas entre los jóvenes que cualquier zombie), eran algunas hipótesis que se barajaban.

Tanto las diferencias como las similitud3es y aportaciones nuevas resultan satisfactorias. Salvo la trama sobrenatural, el horror planteado en la historia se presenta como algo real y cercano al mundo adulto: la muerte como algo próximo, la exposición a la enfermedad a una  edad demasiado temprana como para comprenderla o la imposibilidad de superar la pérdida de un ser querido son los aspectos más inquietantes. La bocina de un camión, escuchada de improviso y anunciando lo que podría haber pasado, asusta en este caso más que un cementerio envuelto en niebla o una leyenda sobre el wendigo.


Uno de los cambios más interesantes ha sido el de la variación de personajes. No tanto por el factor sorpresa sino por los matices que esta supone. En su versión anterior, aún recordada, quien regresaba no dejaba de ser otra cosa que un bebé zombie. La nueva elección, con un personaje que puede comunicarse verbalmente, supone ofrecer un matiz mucho más interesante al poder ofrecer un atisbo de lo que supone el volver de un lugar que no deberían: la consciencia de estar muerto, ciertas referencias al deseo de volver a ese lugar y el odio hacia lo que lo rodea suponen una aproximación desoladora e inquietante.
Cementerio de animales era una película prometedora, y que cumplió las expectativas. Lo que hace años aterró al público lo sigue haciendo. Las diferencias suponen mejoras y quizá los aspectos ampliados acaban quedando sin explotar (¿qué pasa con los niños que celebran el entierro de su mascota? ¿qué hace el wendigo y por qué se lo oye en el bosque?) pero, igual que la original, asusta a su manera. Bueno, y el gato. Llevé fatal el destino de Church, y su versión rediviva, despeluchada y mal encarada me sigue pareciendo tan adorable y digna como cualquier felino.