Cuando se menciona “El cuervo”, en castellano, lo primero que viene a la mente de muchos es el poema de Poe y el “Nunca más” pronunciado por aquel ave posada en el busto de Palas. Y a algunos, especialmente la generación de los noventa, les hace pensar en la película de Brandon Lee (al haber usado la misma traducción para Raven y Crow). En cambio, la idea de “duelo de magos” recuerda, en casi todos los casos, al enfrentamiento entre Harry Potter y Voldemort. A unos cuantos todas estas referencias nos llevan a algo muy distinto: a una película, una producción muy modesta, donde tres actores clásicos participan nada menos que en una versión del poema de Poe muy libre. Y sí, también hay un duelo de magos.
El cuervo forma parte del ciclo de películas basadas en los relatos de Edgar Allan Poe que Roger Corman llevó a cabo durante la década de los sesenta. Estas se caracterizaban por contar con un actor más o menos fijo, en la mayoría, Vincent Price, el adaptar la obra del escritor de manera a veces tangencial (en muchos casos, la palabra “Poe” era solo una excusa para guiones que nada tenían que ver, aunque su calidad los defendiera por sí solos) y una gestión de los recursos que nada tenía que envidiar a los reyes de los negocios low cost del siglo XXI: decorados y vestuarios de otras películas, guionistas y directores que firmaban sus primeros trabajos en tiempo record y la política de no desperdiciar ni un céntimo. Esta adaptación del poema del mismo nombre es un ejemplo típico, y posiblemente, uno de los mejores: el guión, firmado por Richard Matheson, toma la historia del ave de mal agüero y al protagonista doliente por la pérdida de su amada para contar algo muy distinto: el Doctor Erasmus Craven, un hechicero de renombre, se encuentra una noche con un cuervo a quien, al igual que en el poema, pregunta si tiene noticias de Leonor, su difunta esposa. Pero el cuervo, además de no tener ni idea de lo que le están preguntando, como hace saber al poco de aparecer, no es otro que el doctor Bedloe, un mago que ha sido transformado después de un duelo poco afortunado. Y que le comunica que en el castillo del doctor Scarabus, su rival, ha visto una mujer idéntica a la esposa de este. Si se trata de un engaño o de un verdadero actor de magia, es algo que ambos, acompañados también por sus hijos, tendrán que descubrir acudiendo al hogar del hechicero.
La película se caracteriza por una duración muy escasa, propia entonces de las producciones de bajo presupuesto, al igual que una estética muy teatral donde los colores de los vestuarios y la iluminación resulta un tanto chillona, además de hacer evidente la utilización de decorados. Pero también, por su originalidad, donde la falta de medios es lo de menos al contar con un guion marcado por el humor y unos diálogos con mucha sorna, donde el aspecto sobrenatural y el tratamiento de la magia queda limado por el del engaño y enfocarlo, en algunos aspectos, como una comedia de enredos. Y también, en algunos casos, limitado por aspectos impuestos de cara al público: la historia podría resolverse perfectamente con los tres personajes principales, pero con ellos vienen una pareja de secundarios, los hijos de los protagonistas, que justifican una trama romántica añadida que poco hace. Salvo, quizá, el ver a un Jack Nicholson jovencísimo, vestido con ropa de época y poniendo de vez en cuando unas expresiones de demencia bastante desconcertantes.
Lo más memorable, sin duda, es su reparto principal. Vincent Price fue un habitual durante casi todas las películas filmadas en esa época, pero en esta comparte pantalla con Peter Lorre y Boris Karloff, ya muy anciano, donde la interpretación de estos sostiene, por si sola, una producción que se recuerda por unos diálogos donde lo sobrenatural se toma un poco a broma, donde el adjetivo “teatral” acaba haciendo referencia a la capacidad de los actores para defender un guión en un escenario muy magro, y donde no dudan, cuando es necesario, en aprovechar su capacidad histriónica. Pocas veces se ha podido hacer un duelo entre magos sin más medios que unos cuantos focos de colores, unos efectos de sonido, y Boris Karloff y Vincent Price gesticulando sentados en unas sillas.
El cuervo, en su cartel original, lo anuncian como una obra maestra del terror. En este caso, podría considerarse una mentira piadosa: el terror brilla por su ausencia, pero sí es una buena comedia fantástica que recuerda al público que no es necesario un ordenador potente ni unos exteriores para rodar un guión. Obra maestra…bueno, a mi siempre me pareció una gran película.
Soy muy fan de estas producciones de los 60, además de estar enamorada de Vicent Price desde la adolescencia. "El cuervo" la recuerdo con mucho cariño (me reí con ella, cómo no), aunque mi preferida del Corman de esa época quizás sea "La tumba de Ligeia". ¿O "La caída de la casa Usher"? Ay, qué dilema.
ResponderEliminarVi casi todas estas películas cuando echaron en TVE (eran otros tiempo...) el ciclo Poe, creo que a finales de los 80, en copias con doblajes muy mediocres (cuando uno escucha la voz original de Price, sobran para siempre sus voces españoles, por buenas que sean incluso). "El cuervo" fue la que menos me gustó, precisamente por ese desconcertante tono cómico, y no he vuelto a revisarla, mientras que "Usher", "El péndulo de la muerte" o "La máscara de la muerte roja" sí las he visto varias veces. Recuerdo que el duelo de magos sentados en sus sillas sí me hizo gracia, y desde luego que el reparto era maravilloso (incluso ver a Jack Nicholson jovencito al lado de esos "monstruos" de verdad me resultó impagable).
ResponderEliminarErica Couto: ¡Ja! Yo también estaba loca por Vincent Price durante la adolescencia, cosa de haberme visto el ciclo de Poe (o del autor que tocara al que le ponen el apellido del de Boston al lado). Personalmente me quedo con las versiones más cómicas, como la de historias de terror, donde adaptaban, que recuerde ahora, El barril de amontillado. Sin ser de Corman, hay también una versión de Robur el conquistador protagonizado por Price..
ResponderEliminarJosé Miguel García de Fórmica-Coris: el ciclo de Poe debieron emitirlo casi con una década de diferencia, porque además del de finales de los ochenta, a finales de los noventa también lo emitieron durante la noche. Por el contrario, El cuervo es de mi favorita por el enfoque humorístico, y años después apreciaría mucho más su duelo de magos...después de unas siete un ocho películas sobre escuelas de hechiceros llenos de efectos especiales hasta la bandera. El doblaje, por supuesto, palidece ante las versiones originales (como detalle curioso, en la televisión autonómica de Galicia emitieron unas cuantas subtituladas, con lo que fue posible apreciar la diferencia) También le tengo especial cariño a La máscara de la muerte roja, donde de nuevo, hicieron lo imposible con decorados y escenarios prestados.