jueves, 18 de enero de 2018

Insidious: La última llave (2018). Un paseo por el otro lado


Insidious, como franquicia, ha aportado dos elementos interesantes: un universo sobrenatural marcado por una estética muy concreta (y habitado por unos fantasmas que si no te matan del susto, te ponen la cara del revés a guantazos), y al grupo de investigadores paranormales formado por Elise Rainier, Tucker y Specs como protagonistas definitivos. Y a quien, desde el cierre del segundo capítulo, tal y como enumeran, acaba por pertenecer la saga. Que, también desde entonces, sigue un orden cronológico distinto al que se esperaría el público: en lugar de continuar con casos posteriores, estos actúan como precuelas relatando los primeros pasos de sus protagonistas y sus enfrentamientos con lo sobrenatural, además de centrarse en aquellos casos que afectan personalmente a su protagonista, desgranando su historia previa.



Si el capítulo 3 solo tocaba de refilón alguno de estos hechos, la última llave se refiere en exclusiva al pasado de Elise Rainier en el pueblo de Five Keys, donde creció y tuvo sus primeros encontronazos con el mundo de lo sobrenatural. Varias décadas de haber huido de su hogar, regresa cuando el nuevo ocupante de la casa solicita su ayuda ante la presencia que continúa allí. Pero su vuelta no supone unicamente reencontrar a los fantasmas que la atormentaron en su niñez, sino a su familia, quienes, sin saberlo, también pueden correr peligro.



Para ser una cuarta entrega, sigue manteniendo muy bien los puntos fuertes de la serie, aún sin contar con la presencia de James Wan. El haber convertido la franquicia, de una forma muy natural, en los casos de Elise Rainier y compañía, funciona y le proporciona una gran independencia de una secuela a otra. Un triunfo que también se debe a la protagonista interpretada por Lin Shaye, quien aporta carisma al personaje de una forma muy natural, convirtiéndola en alguien creíble sin tener que recurrir a una caracterización más estrafalaria. En cierto modo, es el elemento más cuerdo en un escenario en el que lo sobrenatural existe, y es un peligro. Además de contar con la contrapartida que suponen sus dos asistentes, que siempre se mantuvieron entre lo eficiente y una comicidad un tanto desconcertante cuando el tono de las entregas está marcado por la seriedad. Y que al menos esta vez, tiene mucho más peso, quizá demasiado. Pero no queda claro si es por ser la primera vez en la que estos aparecen durante tanto tiempo en pantalla, o una concesión a tratarse de su segunda aparición en orden cronológico. Si van a seguir con la saga, espero que se trate de lo segundo.



Lejos de contar con un villano definido, la estética, y quizá los fantasmas de un modo muy genérico, siguen siendo la característica principal de la serie, y que junto a sus protagonistas, la que mejor sigue funcionando. Su atmósfera, en general, es la de un escenario de terror de manual: aunque previamente establecieron que este puede tener lugar en cualquier espacio, aquí optan por lo más llamativo posible,como sería una vivienda habilitada para el personal trabajador de una prisión de los cincuenta, que ofrece el mayor número de salas y recovecos posibles (además de una ingente cantidad de polvo y telarañas. El paraíso de los asmáticos) que a su vez, sirve de reflejo para las escenas en las que aparece el Limbo que se ha visto previamente. En este caso, representado mediante los pasillos de una prisión (que, si bien se sabe que llegó a existir una, no llega a verse su contrapartida real). Un escenario poblado por unos espectros cuya presencia se caracteriza por lo físico, tanto que en algún momento resulta difícil distinguirlos de lo real, algo que se convierte en uno de los elementos principales de la trama. Pero que en realidad, van perdiendo terreno frente al diseño de los demonios que, desde el capítulo 3, se han convertido en los villanos de cada secuela. Mucho más cercanos a un monstruo que a la idea que podía tenerse de algo fantasmagórico, también estos se van perfilando con unos rasgos muy distintos con los que se presentó al espantajo colorado que hizo sus primeras apariciones en Insidious.



En cambio, esta podría considerarse como la entrega más floja. Con cuatro películas, puede empezar a considerarse una franquicia de las largas, pero en la que han optado por ir a lo seguro. Si las primeras se caracterizaban por explotar un equilibrio muy difícil entre lo terrorífico y el provocarle un infarto al público, aquí directamente han caido en el terreno del susto fácil: cada esquina alberga un fantasma, y una subida del volumen de la música, por si hay algún despistado que no se enteró. A partir de la segunda mitad es casi imposible verla sin estar esperando que salga cualquier fantasmón de la esquina que esté menos iluminada. Si bien es un tipo de película al que se va a disfrutar de los sustos, esta no constituye su mejor logro.


La última llave tiene el riesgo de considerarse un poco más de lo mismo. Hay abuso de lugares comunes, de sustos fáciles y de todo lo que pueda resultar macabro, sin la contención que al menos, procuraban tener sus entregas anteriores. Además, uno de los personajes hace sospechar que de haber un Insidious 5 este supondrá el relevo de Elise Rainier en favor de su sobrina medium. Y teniendo en cuenta que el trío protagonista sigue siendo lo méjor de esta secuela, un cambio en su composición supondrá una decisión bastante difícil.

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