lunes, 30 de noviembre de 2015

Los aristogatos (1970). Gatos. Que tocan jazz. En París ¿¡Pero qué más necesito!?



Aunque me gustan los gatos, no pasa lo mismo con las ficciones protagonizadas por estos. Acabo sufriendo más por estos personajes que por cualquier otro protagonista, y eso hizo que no pasara de un tomo de Los gatos guerreros o que estuviera moqueando desde que abrí La canción de Cazarrabo hasta que cerré el libro en la última página. Al final me quedo con apariciones más anecdóticas, como las que estos tienen  En busca de la ciudad del Sol Poniente, de H. P. Lovecraft y…bueno, ¿qué historia puede ser más ligerita que un musical de animación de Disney en su época clásica?

 


Los aristogatos es precisamente eso: una película eminentemente musical, donde la mascota de una cantante de ópera retirada es nombrada, junto a sus tres cachorros, heredera universal. Para desgracia del mayordomo, que no está por la labor de ser sucesor universal de cuatro mininos y que decide deshacerse de ellos de la manera más aparatosa, y menos grave, posible: abandonándonos en el campo en medio de la noche. Por suerte para Duquesa y sus pequeños, un gato callejero se cruza en su camino y se ofrece a llevarlos de vuelta a su hogar, en un viaje a través del campo y las calles del París de la Belle Epoque, donde deambulan también unos cuantos animales muy particulares e incluso una banda de gatos aficionados a la música.
 



La película, vista hoy, está pensada exclusivamente para los niños: no hay dobles sentidos, ni chistes pensados para los adultos, ni siquiera un mínimo de tensión. Pese a los primeros minutos con los protagonistas abandonados a su suerte, a punto de ahogarse o huyendo del malvado (que más que malo, es tonto), no hay una verdadera sensación de peligro, sino que estos estarán pronto a salvo para la siguiente canción, muy lejos de lo que le pasaba a la protagonista y su amigo en Une vie de chat. Incluso la opinión de O´Malley, el gato callejero, sobre los humanos y su falta de interés por los gatos, es mucho más suave de la que podría verse muchos años después en Bolt. Incluso el guión, visto hoy, hace patente toda esta simpleza: es muy difícil tomarse en serio una trama sobre gatos herederos de fortunas si se tienen más de ocho años.

 


Que sea un guión de animación muy distinto al nivel y profundidad que se alcanzarían décadas después, no quiere decir que hoy haya perdido. Puede haber envejecido mal por cuestiones de fondo, pero no de forma: el humor de la película es puramente gestual, basado en tropiezos, caídas y persecuciones llevadas al extremo de lo complicado y que hacen reír a su público por su carácter más circense. Y, como musical que es, son los números lo más importante para la película. Cuando no hay canciones, se pueden pasar un buen rato hablando con rimas, y cuando las hay, estas son de lo más pegadizos y en algunos casos, verdaderos vídeos musicales como el de la parte central.

 


Si no es posible apreciarla del todo por un guión tan simple y ligero, sí se puede disfrutar de la animación. Algo que con siete años no parece importante pero que sí lo es cuando es posible apreciar los detalles caricaturescos de los personajes humanos, otros tan puntillosos como el pelo de Madame, con trazos muy específicos en algunas escenas, la mezcla de colores alocada en los números musicales y especialmente, con las ilustraciones fijas de las calles y mansiones de París. Y como añadido, el poder apreciar todo el humor que suponen los distintos acentos que los personajes tienen en el idioma original.

Los aristogatos es una de esas películas que, igual que Mary Poppins o La bruja novata, siempre estaban disponibles en los videoclubs o de las que las cadenas echaban mano alguna tarde como parte de la programación de vacaciones. Una película que hoy, menos por los números musicales, parece haberse quedado muy pequeña, pero que, si hoy no parece divertir solo por el humor gestual y el recurrir a animales parlantes, sí puede disfrutarse por el desparpajo de sus números musicales y sus bonitas ilustraciones.

 

5 comentarios:

  1. A mí me encanta la película, y sobre todo toda la ambientación.

    ResponderEliminar
  2. Fue una de las primeras películas que vi en el cine, la reponían cuando yo era muy pequeña y le tengo especial cariño. Se critica por ser un refrito de tramas y recursos de otras pelis de Disney, y es verdad que es muy simple e infantil, pero me sigue encandilando hoy. La ambientación con esos fondos es genial, y la música no se olvida.

    ResponderEliminar
  3. Maldita sea, ahora voy a pasarme la semana tarareando "Everybody wants to be a cat".

    Otra de Lovecraft con protagonismo felino: "Los gatos de Ulthar". Un relato que trata de por qué en la ciudad de Ulthar está prohibido matar un gato.

    ResponderEliminar
  4. Tienes razón: "Los Aristógatos" (en España tenían que haberle puesto tilde a la o para mantener el juego de palabras original) no es una película que destaque de modo especial, e incluso más convencional de la cuenta, quizá porque mezcla de modo demasiado evidente dos clásicos de la compañía: "101 dálmatas" y "La dama y el vagabundo".

    Pero cuando uno se pone a recordarla, es como si no importaran sus defectos, porque lo que nos viene a la memoria son sus entrañables virtudes, del trazo virtuoso con que se reconstruye el París de la belle epoque a la gracia de las canciones y del doblaje. En particular, el número "Todos quieren ser gato-jazz" le garantiza para siempre la inmortalidad.

    ResponderEliminar
  5. Satrian: hasta verla de nuevo estos días, solo me acordaba de los gatos y las canciones, pero sigue siendo estupenda.

    Liliana Fuchs: por comparación con otras de la época parece muy simple, sigo pensando que eso no tiene por qué ser una cualidad negativa. Y lo mejor siguen siendo sus preciosos dibujos y su banda sonora.

    Condesadedia: yo llevo desde el domingo tarareando la canción. Se come con patatas al Let it go que hace un par de años volvió a darle un exitazo a Disney.
    Los gatos de Ulthar también la conozco, lo mejor fue como allí aprendieron a respetar a los felinos. Una curiosidad también: el poema Pequeño Sam Perkins, que le dedicó H. P. L. a uno de sus gatitos.

    José Miguel García de Fórmica-Corsi: es breve (una hora y 15 parece hoy imposible), simple y a la vez entrañable. Comparada con La dama y el vagabundo o 101 dálmatas parece una producción menor, pero es todo un clásico. Es curioso que casi todas estas películas se quedaran más como parte del archivo de la productora, hoy centrada en aquellas películas que le dieron más caja, como todo lo relativo a sus princesas.

    ResponderEliminar