Hoy es otro de esos meses en los que tardaban en llegar las
lecturas de la semana. Algunos de los libros que terminé pedían a gritos una
entrada para ellos solos, y estos también compartían tiempo con los comics, por
lo que ha sido difícil juntar dos para una entrada. En este caso, la semana va
de autores que cuentan con obras muy populares, pero que también tienen otras
que, sin serlo tanto, tienen el mismo mérito que sus hermanas famosas.
Georges Simenon. El gran Bob. Después de haber leído unos
cuantos libros suyos, he llegado a la conclusión de que me gustan muchísimo más sus novelas sueltas
que las de Maigret. Quizá porque el género policíaco no me apasione
especialmente, pero su talento a la hora de plasmar ambientes y personajes de
una época concreta es mucho más evidente en las primeras...aunque lo de
calificarlo como un Balzac moderno, como lo describían en la contraportada de
este libro, es picar un poco alto.
Si en 45º a la sombra presentaba un cuadro bastante
claustrofóbico sobre el choque de sus personajes y sus clases sociales a bordo
de un viaje entre las colonias en el Congo y el continente, El gran Bob
traslada la acción a París. La historia es tan simple como la del Bob del título,
un tipo muy apreciado por los habitantes de una calle en el barrio Latino, y su
súbita muerte en un accidente de pesca. Tras esto queda su viuda, el pequeño
taller que ambos llevaban y todos aquellos que se conocían entre sí. En los
siguientes capítulos, que abarcan el entierro y los meses posteriores, el Doctor
Coindreau sirve de hilo conductor para conocer la vida de este personaje y el
secreto que escondía.
En ningún momento se trata esta de una investigación
detectivesca: en realidad se reduce al interes del protagonista por descubrir
la historia que ocultaba alguien tan particular, y que a su vez hace que este
llegue a involucrarse y tomar decisiones poco acertadas a causa de su extraña
amistad con la viuda. Amistad que sirve para conocer un catálogo de personajes
variopintos, algunos más complejos que otros, que suponen lo más apasionante de
la historia: poco importa quien fuera realmente Robert Dandurand, o lo que
sucedió el día de su muerte. Pero es imposible no quedar fascinado ante lo que
en realidad, es un cuadro de un Paris de postguerra un tanto decadente pero
atractivo.
Carlos Ruiz Zafón. Las luces de septiembre. Aunque el éxito
le llegara con La sombra del viento, la carrera de Zafón empezó en los noventa
con la narrativa juvenil. Su intención, según exponía en el prólogo, era
recrear las novelas de misterio que le habían gustado como lector entonces. Lo
que en un principio es todo un acierto porque el escenario y los elementos con
los que cuenta Las luces de septiembre son muy interesantes: la ambientación
poco antes de la II Guerra Mundial, en un pueblo de la costa de Normandía, con
una familia mudándose para trabajar en la mansión de un fabricante de juguetes.
Además de estar permanentemente envuelta en nieblas, la casa está poblada por
las creaciones de su propietario: autómatas inquietantemente parecidos a un ser
humano real, mecanismos de relojería y un gigantesco ángel que resulta más
amenazador de protector. Es entonces cuando la muerte de una de las asistentas hace
que el interés de Irene Sauvelle, la hija de la nueva ama de llaves, por la
mansión y la historia de Lazarus Jann, su propietario, se convierta en algo
personal y a la vez en un peligro para ella y su familia.
A Zafón le encantan los escenarios de principios y mediados
de siglo, un tanto siniestros, las historias familiares ocultas y el misterio
que recuerda a los folletines clásicos. Vamos, que trabaja con el 90% de cosas que me gustan
y sin embargo, no he pasado de leer solo dos libros suyos y sin que me
emocionaran demasiado. Probablemente, porque para este tipo de lecturas acabo yéndome
a novelas de época, que con todos sus defectos y virtudes, me resultan más
divertidas. En este caso cuenta además con la desventaja de querer narrar una
historia que debería resultar más compleja, pero que no puede explotar todo su
potencial debido al número de páginas que parece limitado por imposiciones
exteriores. Así, todos los secretos que han ido acumulándose en la primera
mitad tienen que desvelarse a base del correspondiente monólogo que imparte el
antagonista en las últimas páginas. Y que hace que todo el cuidado con el que
se construyó un escenario que debería haberse aprovechado más, quede muy
deslucido.
Además, es uno de estos casos en los que la caracterización
de los personajes sale perdiendo a costa del argumento y la ambientación. Pese a
un intento de darles algo de trasfondo en los dos primeros capítulos, no es que
la actitud de la protagonista respecto a lo que sucede en la historia tenga
mucho sentido. Bueno, sí: que es el personaje principal, por lo que a ella y a
su interés romántico (porque no puede faltar el chico aventurero, solitario y
de aspecto melancólico) no les queda otra que pasearse todos los escenarios
posibles a la espera de que les pase algo. Y en más de una ocasión el lector se
queda un poco con cara de “ehm…si no hubieran metido las narices ahí, nadie les
hubiera molestado. Ni sus familiares correrían peligro..”. Quizá por eso, al
igual que La sombra del viento, se ha quedado en uno de esos libros que pasan
las páginas con interés gracias a una premisa tan interesante como los
caserones góticos, los autómatas y los dobles malvados, pero que le falta el
punto para que se convierta en algo apasionante de verdad.
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