Como la mayor parte del tiempo la dedico a leer fantasía, o
terror, había otros géneros también muy populares a los que no le había hecho
mucho caso. Había acabado leyendo algo de Raymond Chandler, e incluso una
novela sobre los apaches, pero el resto de detectives, indios y vaqueros, era
algo que me quedaba muy lejos. O eso era antes de encontrar los puntos de
expurgo de la biblioteca y los cajones de libros a un euro.
Rex Stout. Gámbito. Nero Wolfe es uno de esos detectives que
se ha ganado su propia serie a lo largo de las décadas. En el caso del investigador
de Stout, unos cincuenta años. Igual que
muchos, tiene sus propios tics y particularidades, en este caso, un carácter misántropo
y una inteligencia a la altura de Sherlock Holmes. Pero también, cientos de manías
absurdas, una figura oronda, afición por la buena mesa, y su capacidad para
resolver los casos sin moverse de su casa.
Gámbito es una de las más recientes, ya en los años sesenta
y lejos de la época dorada de los detectives privados. El argumento, es el
habitual en estos casos: una joven pide a Wolfe que demuestre la inocencia de
su padre, acusado de un asesinato. A partir de ahí, se desarrollará la
investigación, encontrando a los distintos sospechosos y desarrollando una
estrategia para descubrir al culpable.
Lo cierto es que no hay mucha novedad en ello, no sé si por
agotamiento de la serie tras 37 novelas, o por que las de detectives no me
apasionan mucho. Además es curioso que la mayor parte del trabajo y la narración
recaiga sobre el asistente de Wolfe..bueno, esto último no tanto, que ya se había
visto en las de Sherlock Holmes. Pero el detective titular apenas aparece si no
es para demostrar lo raro que es y para desarrollar un plan maestro final: debe
ser el primer libro que leo en el que el héroe se lo pasa entero sentado en el
sofá de su casa. En cambio, se hace una lectura muy rápida y amena, y esta es
su mayor ventaja: puede que me olvide pronto del crimen resuelto en esta, pero
no de las características de su protagonista y, teniendo en cuenta que tengo en
papel una de las entregas anteriores, de las de los años treinta, es probable
que me anime a continuar alguna de la serie.
Karl May. El hacha de guerra. Lo reconozco, la primera vez
que oí mencionar a Winnetou fue en un diálogo de Inglorious Bastards. Y es que
no sabía mucho de un género en el que Marcial Lafuente Estefanía era quien más
me sonaba, y Zane Grey, solo de oídas.
Los libros de May no son tanto novelas del oeste como las
que se conocen generalmente, sino más bien libros de aventuras destinados al público
juvenil. En este, comienzan las aventuras del protagonista, un joven tan fuerte
y atlético como culto y preparado, que decide probar suerte en el Lejano Oeste
como topógrafo donde conoce a una tribu de apaches, gracias a un anciano
profesor y compatriota suyo, que ha abandonado la civilización. Antes de morir,
le pide al protagonista que cuide de Winnetou, el hijo del jefe, a quien ha
educado todos estos años.
En las primeras páginas, hay un par de detalles que saltan a
la vista: que estos libros se escribieron sobre 1875, y los lectores a los que
iban dirigidos. Desde un principio se mencionan las cualidades positivas del
protagonista, un muchacho prácticamente sin ningún defecto al que sus
compañeros, borrachos y pendencieros, lo ridiculizan como novato. Sin embargo,
este sigue siendo noble, bueno, hábil tirador y luchador a la primera de
cambio, y especialmente, buen cristiano, condición que recupera el personaje
del profesor en la historia sobre su redención y su pasado como descreído ateo.
Tanto comportamiento sin mácula rodeado de personajes tan malotes y nobles
salvajes no ha envejecido bien. Al menos, durante las primeras páginas, porque
lo que sorprende posteriormente es el encontrarse con una buena narración de
aventuras, de las clásicas. Donde no falta el Oeste, tan idealizado como solía
imaginarlo uno, y en el que no faltan aventuras y paisajes interminables. Sin duda,
esto es lo más disfrutable y lo que más puede recordarse a día de hoy. Pero también,
el que cuente con una imagen de los indios, aunque bastante idealizada, mucho más
sensible de lo que esperaba: estos hablan de sus tierras que les son robadas, y
de cómo su pueblo acabará desapareciendo. No me hubiera imaginado algo así, en
un simple texto de aventuras, y escrito en una época en la que Europa se repartía
el resto de continentes como si fuera una tarta.
Tengo que volver a la novela negra y de detectives que la tengo muy abandonada, los westerns en el cine, en literatura no me han conquistado nunca, para eso mi padre que le encantaban.
ResponderEliminarA Karl May lo leí en la adolescencia, en unos libros de Editorial Molino que mi abuelo compró en los años 50. Que yo sepa, ahora mismo prácticamente no se edita, y a veces me entra la curiosidad por releerlo. Recuerdo unas tramas compuestas por episodios como un serial de cine, con una estructura muy poco trabajada (el que parece el villano principal muere a media novela, y cosas así), y héroes positívisimos y sin una sola tacha. De hecho, su personaje pricipal, Old Shatterhand, un joven inmigrante alemán, se dice que era uno de los héroes arios favoritos de Hitler. No es culpa del pobre Karl May gustar a según qué gentes, claro...
ResponderEliminarsatrian: muy de vez en cuando leo alguna. Aunque de Rex Stout tengo alguna más de los años treinta en papel y seguramente caiga alguna más adelante.
ResponderEliminarLos westerns...bueno, me gustó la trilogía del hombre sin nombre y la versión nueva de Valor de ley, aunque las de Karl May son muy de pasar el rato.
José Miguel García de Fórmica-Corsi: las únicas ediciones que he visto (y que disponían en la biblioteca), son ya las que hizo Círculo de Lectores hace muchos años. Lo de las tramas serializadas, y esa estructura errática, donde personajes que parecen importantes desaparecen a mitad de libro se debe, creo, a que se había escrito por capítulos por revistas.
Hoy su principal defecto son esos protagonistas sanísimos y sin tacha, herencia sin duda de aquella tendencia a que las novelas para los jóvenes debían ser ejemplares y edificantes. Estos, más que los fallos de la narración, han hecho que no envejecieran todo lo bien que deberían.