Hace un año, empecé una serie de fantasía, no muy conocida y
aún sin terminar, donde un tranquilo tabernero revelaba el haber sido el héroemás famoso de todo el reino. A lo largo del primer volumen, fue demostrando dos
cosas: gran parte de sus heroísmos se debían más a la invención popular que a
sus propios medios, y que eso de contarlas en tres días, uno por tomo, no iba a
ser tal. O eso, o los dos siguientes volúmenes iban a ser bastante gordos.
Al final se cumplió la segunda opción, porque El temor de un
hombre sabio, de Patrick Rothfuss, ocupa casi el doble de su predecesor, aunque
hay que reconocerle que en el cuenta más del triple de lo que sucedía en el
primer volumen. Kote, el posadero, empieza un nuevo día en el que alterna
tareas tan sosas como atender el local y servir bebidas con la que concierne a
Cronista, el escribano, que es transcribir su verdadera historia. En la narración,
ha pasado menos de un año desde que Kvothe abandonara la ciudad y consiguiera
entrar en la Universidad ,
con bastantes esfuerzos económicos, que continúan para desgracia suya y junto
con su enemistad con un estudiante bien posicionado y bastante mala bestia, le
dan bastantes problemas. Sin embargo, y tras unas vacaciones concedidas
forzosamente por su profesorado, su suerte parece cambiar: lo que comienza con
un viaje para conseguir un mecenas se convierte en una parte importante de lo
que sería su leyenda: su trabajo junto a unos soldados de fortuna buscando a
unos salteadores, su encuentro con las criaturas feéricas, su aprendizaje en
una escuela de mercenarios y, casi de fondo, su investigación sobre las
criaturas que asesinaron a su familia.
Lo que caracteriza a la Crónica del Asesino de Reyes es, su tratamiento
de la figura del héroe: parte de su naturaleza es la que le aporta la tradición
oral, y cómo en cada historia se aporta un elemento nuevo que lo convierte en
una leyenda más. De hecho, el protagonista llega a escuchar miles de versiones
sobre su viaje en busca de los bandidos, y tampoco duda en inventarse otras
tantas, hasta el punto en el que Kvothe se convierte en un personaje imposible
y del que muchos niegan su existencia. Otro elemento principal, al menos en El
temor de un hombre sabio, sería su estructura: es, a grandes rasgos, la
historia de una ida y una vuelta, en este caso, la salida del protagonista del
entorno académico en un viaje donde aprenderá las habilidades que lo harán
famoso. Las tramas en este caso están perfectamente separadas, y a la tercera o
cuarta ya tenía controlado cuando iba a
terminar un viaje o un entrenamiento para empezar uno nuevo que duraría unos
cuantos capítulos.
Patrick Rothfuss, señalando lo que le pagará la universidad de sus hijos
Se nota que a Rothfuss le queda solo un volumen porque en
este, además de la extensión, parece que se le ocurrió meter el turbo de golpe
e incluir todas las situaciones posible para ir dando forma al héroe de la
saga. El resultado es un poco desastroso, porque aunque se notó su esfuerzo en
un primer momento para crear un mundo de fantasía realista, lo estropea
haciendo que al protagonista le pase practicamente de todo: salvarse de una
magia negra, curar a un noble, detener a unos bandidos, encontrarse con un hada
y aprender artes marciales con la versión rothfussiana de los shaolin, lo que
me pareció la parte más chapucera y fuera de lugar porque eso de inventarse un
trasunto de civilizaciones orientales es un recurso de fantasía muy de segunda
fila.
En medio de semejante trayecto se encuentra Kvothe, que para
ser el protagonista sigue siendo el personaje menos pulido de toda la serie. El
autor se ha esforzado en dotarle de unos cuantos defectos que lo pierden, como
la vanidad, la irreflexión, o tener una boca demasiado grande, pero esto no es
suficiente para humanizar a un héroe tan perfecto que es capaz de aprender
todos los idiomas que se proponga, todas las magias que se empeñe, y que hasta
es lo suficientemente terco como para que lo acepten unos mercenarios
orientales como alumnos. Está demasiado
lejos del posadero abatido que cuenta su historia, y ya se puede
inventar algo lo bastante bueno como para que este cambio resulte creíble.
Aunque mantenga el defecto de su personaje principal, y un
exceso de situaciones que le restan coherencia con el tomo anterior, sigue contando
a su favor con una buena narrativa, además de buenos secundarios en
contraposición a un protagonista imposible. Fue capaz de mantenerme unas 1000 páginas
pendiente de las penurias económicas del protagonista en la universidad, y de
tener simpatía o tirria por los compañeros y enemigos que lo rodeaban, además
de contar con unos cuantos que sí resultan más enigmáticos e interesantes que
el propio Kvothe, por lo que continuaré con el siguiente tomo que, por suerte,
todavía está pendiente de terminarse. Y es que he tenido suficiente Asesino de
Reyes para lo que queda de año.
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Emilia