lunes, 19 de agosto de 2013

The Conjuring (2013). Por una vez, el título español me parece mucho más divertido


Antes de que Zak Bagans se dedicara a investigar edificios vacíos buscando demonios con los que pelearse, un simpático matrimonio de especialistas en lo paranormal hacían lo suyo con varios casos que los harían famosos. Seguramente Amityville fuera el más conocido, con películas incluídas, pero los archivos de Ed y Lorraine Warren guardan muchos otros además de un montón de objetos presuntamente malditos que exponen en el museo de su casa. Algunos de ellos, con pinta de haber salido de una tienda de atrezzo cutre y con alguna explicación imposible detrás, pero no voy a meterme en el tema de si esta pareja (ahora viuda solamente) eran fraude o unos chiflados simpáticos, porque lo cierto es que su visión de lo paranormal, llena de demonios por todas partes, exorcismos y demás recursos de película de serie B, siempre me pareció muy cómica y entrañable. Algo así como las aventuras del musculitos de Ghost Adventures. Por eso en cuanto me enteré que la última película de James Wan narraba otro de sus casos más famosos, me lancé a la copia más cercana como se lanzaría un fan de Guillermo del Toro al estreno de Pacific Rim.



The Conjuring, con su fabuloso título en español, Expediente Warren, plantea de forma paralela las actividades de las familias Warren y Perron. Los primeros, alternan su trabajo ayudando a víctimas de encantamientos, y posesiones con charlas en universidades y atender su casa, que además de su hija pequeña, incluye un museo en el sótano lleno de objetos potencialmente peligrosos (entre ellos, la muñeca poseída Annabel, debidamente maqueada para la película con un aspecto más siniestro que la pepona que existe realmente en el museo Warren). Los Perron acaban de empeñar hasta la camisa para mudarse a una vieja granja, que además de necesitar una reforma a la voz de ya, incluye elementos bastante más desagradables como un sótano escondido lleno de trastos y telarañas, ruidos nocturnos y algo que asusta a sus cinco hijas hasta el extremo de que estos deciden acudir a los Warren en busca de ayuda. No hay muchas dudas acerca de lo que está pasando en la casa: es un encantamiento con tema satánico de por medio en toda regla, y los Warren junto a su equipo deberán realizar una investigación, y solicitar un exorcismo, para poder salvar a la aterrorizada familia.



En las dos o tres películas de fantasmas que ha rodado, el estilo de James Wan ha quedado claro: sutileza cero, y unos fantasmas espantosos y amenazadores tanto a nivel mental como físico. Esto es algo que, para las imposibles casos investigados por los Warren le va muy bien, por lo que el guión va al grano en cuanto al tema de sustos y apariciones espectrales: lo que empieza por crujidos y golpes termina con la aparición de unos espectros de aspecto bastante tremendo y con el personaje de Lily Taylor, la madre de los Perron, recibiendo más palos que una estera. Los escenarios tienen más atmósfera que en Insidious, tanto por el aspecto de la casa en medio del bosque, sacada directamente de cualquier escenario terrorífico arquetípico, como la propia historia ambientada en los setenta: coches enormes, jerseys de cuello vuelto y magnetófonos con auriculares que juraría habérselos visto a algún hipster últimamente.



El desarrollo de la película me pareció un poco lento al principio, seguramente porque lo que más me interesaba en ese momento era ver las peripecias de los Warren y no cómo una familia se iba asustando progresivamente de una casa que obviamente, estaba embrujada. Pero al menos la parte terrorífica está muy lograda, especialmente en la dosificación de sustos que si tienen fundamento (vamos, que realmente hay alguien mirando a un personaje o sí aparece un fantasma detrás de estos) y no se limitan a tirar de subidas de volumen, cosa que no soporto en las películas y de lo que se abusó mucho hace algunos años.



A la izquierda, la amenazadora muñeca poseída. A la derecha, su reinterpretación.

Lo más divertido, por su puesto, son los investigadores protagonistas. Se nota que la señora Warren todavía vive, porque el tratamiento que les dan es un tanto de Mary Sue: son buenos padres, desprendidos, no dudan en arriesgarse por los demás, y si hace falta, hasta te preparan el desayuno y te arreglan el coche (como se ve en la película, tal cual), y es en una historia como The Conjuring cuando dos personajes tan improbables se encuentran a sus anchas e incluso su famoso museo parece un poco menos de todo a cien y sí algo más amenazador. Ellos y los dos ayudantes de su equipo, un policía aficionado a la parapsicología y un chico especialista en aparatos técnicos, de los que espero que se acuerden para las próximas películas porque su aparición me resultó muy simpática.


Foto real del museo Warren. Junto con las reuniones de la Asociación de Amigos de Jean Ray en Gante, otro de los sitios que me gustaría visitar antes de morir.

The Conjuring termina con un final abierto y sus protagonistas recibiendo una llamada para investigar un caso en Long Island (la casa de Amityville. Pero espero que no le hagan otra película), que en un principio era solo un guiño a todas las investigaciones que estos llevaron a cabo pero, visto el inesperado éxito de esta, es muy probable que se convierta en una franquicia y en un par de años haya alguna nueva historia protagonizada por Ed y Lorraine. Y yo desde luego no me las pierdo.

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