jueves, 7 de marzo de 2013
Lecturas de la semana I
Igual que el mes anterior, no ha dado tiempo de leer mucho, pero sí variado
San-Antonio. Une banane dans l´oreille. Cuado miré la contraportada del libro, no me enteré de gran cosa: hacían referencia a un personaje que no conocía, y más de una vez, al chiste del plátano en la oreja que da título al libro. Podía haberme parado a mirar en la Wikipedia quien demonios era el tal inspector San-Antonio, el Viejo y Béru, pero entonces, ¿Dónde estaba el riesgo? Con saber que la novelita parecía parte de una serie de novelas policiacas o de espionaje populares, como lo son las de SAS, suficiente…
Efectivamente, San-Antonio es un personaje fijo, además del seudónimo del escritor Frédéric Dard, que cuenta los casos del protagonista, sus colaboradores y el jefe de estos, de una forma un tanto paródica y caracterizada por la utilización del argot, de mezclar palabras en otros idiomas, y si hace falta, inventarlas. Une Banane dans l´oreille debe ser el número 20 o 30 de la serie, por lo que está ya bastante avanzada en cuanto a personajes que no hace falta presentar, y sobre todo, tiene las características típicas de su tiempo: la saga empezó en los cincuenta en plena guerra fría, y con los años, se volvió mucho más desenfadada, y especialmente, más frívola. Gran parte de los chistes y las situaciones ridículas vienen dadas por gags sobre ropa interior femenina (y ausencia de esta), infidelidades varias, burdeles, travelos, y hasta unos cuantos chistes a costa de Bruselas y los belgas, donde los protagonistas se encuentran intentando salvar el contenido de una caja fuerte por orden de su jefe. Naturalmente, esto último es lo de menos contando con todas las situaciones absurdas anteriores, por lo que se acaba resolviendo con un mcguffin bastante imposible.
El estilo desenfadado, con una escritura tan simple, y un humor un tanto bestia, me recordó un poco a los últimos libros de Sven Hassel, donde también se buscaba un poco esa forma de narración y que no es rara en los libros populares. Quizá a veces es un poco excesiva, pero al no tomarse en serio, resulta más divertida que las imposibles aventuras de Malko Linge.
F. Paul Wilson. La fortaleza. De este señor no sabía gran cosa, al margen de haber escrito El Valle de las luces, novelita que leí hace años y no me gustó gran cosa por su estilo y resolución de telefilme. La fortaleza ha resultado bastante mejor, con una historia no solo más larga, sino un poquito más original para la época. El edificio del título, que se encuentra en Rumanía, es tomado por un grupo de soldados alemanes durante la II Guerra Mundial, pero este parece estar habitado y dedica cada noche a asesinar a varios de ellos. A los oficiales no se les ocurre otra cosa que buscar a un experto en historia de la localidad, que resulta ser un profesor judío y su hija. Por si esto fuera poco, el morador de la fortaleza asegura ser un vampiro y estar dispuesto a ayudar al profesor a echar a los alemanes de su país, mientras un tipo un tanto misterioso llega al pueblo y también parece bastante interesado en el castillo.
El tema de meter a los nazis en una historia de terror ya era popular antes, e incluso hay un relato de los años cuarenta donde otro batallón acaba alojado en el castillo de Drácula. Pero no fue hasta Hellboy cuando se empezó a poner verdaderamente de moda, por lo que la historia es una pequeña rareza de su época (sobre todo, para lo que publicaban en España en los noventa). El estilo en realidad es muy simple, y se limita a presentar al oficial de la Wermacht que no es un mal tipo, al de las SS que además de trepa, es un poco hostiable, su pelotón de soldados que van cayendo a razón de dos o tres por capítulo, y al resto de personajes, como el profesor anciano y con ganas de venganza, su hija que se pasa la primera mitad del libro intentando no ser violada por los soldados, y el extranjero misterioso. A su favor tiene que es un estilo muy rápido, y desde luego, es divertido leer algo de la época, que no fueran historias de familias amenazadas por casas malditas ni vampiros románticos, y que vaya tan al grano a la hora de incluir lo que los lectores quieren, que son escenarios siniestros y atmósfera sin meter capítulos de relleno.
Algunos detalles no es que hayan envejecido muy bien, y al margen de lo imposible de la historia, con el profesor investigando por orden de las SS, hay situaciones tremendamente cutres y gratuítas, como el que los personajes encuentren unos libros de magia con títulos tan sugerentes como Al Azif, el libro de Eibon, y practicamente, todos los que se mencionan en los Mitos de Cthulhu. Igual en la época era todo un guiño, pero hoy resulta más cómico que otra cosa.
La fortaleza tuvo en su día una adapción cinematográfica, que con la falta de presupuesto hace que se parezca al libro como un huevo a una patata, pero sirve para disfrutar de algo de cine de los ochenta poco conocido, y sobre todo, para ver al futuro Gandalf haciendo de profesor paralítico. Y a Gabriel Byrne con un peinado horrible.
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