domingo, 25 de marzo de 2012

Lecturas de la semana III. Un poco de todo…



Esta semana me he dado prisa en terminar algunos libros: la fecha de la biblioteca se me echaba encima y no quería tener penalización ni a ninguna empleada pública lanzándome miradas asesinas cada vez que pasara por allí. También está el típico libro que hay que leer rápido para poder devolverlo (porque desde que me lo prestaron, fue pasando el tiempo y no es plan de adoptarlo), y alguno, simplemente, porque se lo han leído antes que tú y más vale darse prisa si quieres tener tema de conversación.



Anónimo. El cementerio del Diablo. Pensé que a día de hoy a nadie se le ocurriría firmar un libro como si fuera el autor del Lazarillo de Tormes, habiendo como hay todo tipo de seudónimos molones. Pero quizá para marcar la diferencia, el responsable de El cementerio del Diablo y sus dos novelas anteriores (El libro sin nombre y el ojo de la luna) decidió mandarlos a la editorial sin ningún nombre, y así ir cogiendo algo de fama en un mercado tan saturado como el de la narrativa de entretenimiento. Porque lo cierto es que esta historia no cuenta nada en especial, salvo por el hecho de ser lo más parecido a una película de Robert Rodríguez, pero en papel impreso. En concreto, es imposible no acordarse de Abierto hasta el amanecer o Planet Terror por la cantidad de personajes límite que aparecen, y sobre todo, lo absurdo del argumento: el dueño de un hotel en Pasadena ha firmado un pacto con el Diablo por el que, cada año, debe entregarle al imitador de un cantante fallecido o de lo contrario, se van él y el hotel al mismo infierno. Ahí es nada. Y por si esto no fuera poco, los personajes son un cuadro: el protagonista es un tipo buscado por varios asesinatos y con muy malas pulgas, aunque en realidad, la mitad de la gente a la que mató, eran vampiros y demás monstruos (la otra mitad solo le caía mal), uno de sus conocidos es un asesino a sueldo que imita a Elvis en sus ratos libres y otra, una adivina bastante pasada de vueltas. Obviamente, literatura de alto nivel no es, y la mayoría de capítulos consisten en los personajes yendo de un lugar a otro o intentando no ser asesinados por otros personajes. Creo que tiene su base de seguidores, pero para entretenimiento sin complicaciones, me quedo con David Wellington.



Pierre Dac. Dico franco-loufoque. Dac es un cómico muy conocido en Francia y que ha trabajado un poco de todo y durante varias decadas: desde los años treinta a los sesenta, desde una revista satírica hasta novelas, películas y guiones de radio. Su estilo de humor sería un poco como Les Luthiers, por la cantidad de juegos de palabras, aunque tirando mucho más al absurdo, aunque también tiene en común con ellos el haberse inventado a su propio sabio un tanto inútil, en este caso, Mordicus de Atenas (del que, por lo que he leído, le gustaba tanto el bebercio como a Mastropiero). Este libro en cuestión es muy breve y no es otra cosa que una recopilación, para ir abriendo boca, de varios de sus trabajos, como los anuncios por palabras comicos que salían en la revista L´Os a Moelle, una parodia de la novela negra o las instrucciones para utilizar un Schmilblick, un aparato que no sirve para nada, pero que sirve para todo. El libro sigue un orden cronológico, por lo que sorprende en una recopilación de textos cómicos, el encontrar una carta pública de ánimos a los Aliados, de 1944, o sus particulares opiniones sobre Hitler y Goebbels. Por si alguien se lo pregunta, sí, después de esto último, tuvo que salir de Francia por piernas.



Ernesto Sábato. El túnel. Aunque es muy conocido, como pueden serlo La peste de Albert Camus, o El corazón de las Tinieblas de Conrad, es muy breve, igual que estos, y la fama que lo acompaña puede hacer que la lectura decepcione un poco. Porque El túnel apenas narra otra cosa que el encuentro y relación entre dos personajes, y el asesinato de uno de ellos. Tampoco es que esto sea un spoiler porque el narrador lo dice ya en la primera página, y de hecho, lo que vaya sucediendo en el libro poco importa: la trama es completamente subjetiva, y todo lo que vaya pasando se cuenta desde el punto de vista e interpretación de su protagonista, el pintor Pablo Castel. Lo que no es precisamente una garantía de imparcialidad ni buen rollo porque el hombre se va volviendo cada vez más obsesivo con todo lo que pasa a su alrededor, hasta el extremo de tomarla con la persona a la que amaba en un principio y destruir, tanto a ella como su relación. Si alguien espera un mínimo de esperanza, que se desengañe, porque el personaje desprecia todo lo que le rodea, desde críticos de arte, con los que no duda en ensañarse, hasta los que en un principio considera sus amigos. Pocas cosas se salvan de la quema, y entre los diálogos y narración del protagonista, va criticando todo lo que encuentra: las relaciones sociales, el arte…hasta las novelas policiacas. Aunque en cuanto a narrativa es muy sencillo, es de esos libros en los que hay que saber de antemano lo que va a encontrarse, porque entre las opiniones incendiarias y el pesimismo, lo mismo puede dar la impresión de retratar con agudeza la angustia del siglo XX, que parecer un quejica.

lunes, 19 de marzo de 2012

The Woman in Black (2012) ¿Quien dijo que las historias de fantasmas estaban pasadas de moda?



Gaticos fantasma. Responsables de la desaparición de todos los bolígrafos y objetos rodantes importantes de la casa

Si empiezo diciendo que La mujer de negro es la vuelta de la Hammer al cine, probablemente muchos pensaran que esta es otra de las entradas frikincomprensibles habituales. Por eso, para situarnos algo mejor, recordaré que la Hammer era aquella productora británica que en los setenta hizo un montón de películas de terror basadas en Drácula, unas cuantas con Frankenstein, y algunas otras basadas en historias independientes, pero todas ellas caracterizadas por ambientarse en la época victoriana, sus guiones góticos, y sobre todo, la aparición habitual que fueron esos grandes Christopher Lee y Peter Cushing como Drácula y Van Helsing (este último, conocido por su famoso Mecagüennn en los doblajes del Informal). Otros blogs recordarán también la cantidad de escotes y balconcillos que aparecían en sus películas, lo máximo que permitía la época y la ambientación decimonónica, pero Barrilete es para todos los públicos y me limitaré a mencionarlo como anécdota.



El año pasado, y por aquello de que ya tenían un nombre y una fama previa, han vuelto a los rodajes, en este caso, con una historia de terror de corte clásico, basada en una novela de Susan Hill, y con Daniel Radcliffe como protagonista, en lo que sería su primer papel alejado de Harry Potter.



Como buena vuelta a una forma tan clásica de hacer cine, La mujer de negro cuenta la historia de un abogado que acude a un pueblo ingles a arreglar la venta de una mansión, profesión que desde Drácula, ha demostrado ser más peligrosa que la de manipulador de explosivos. Aunque la época en la que se sitúa la historia ya no es la victoriana, sino principios de siglo, esta sigue siendo igual de alejada de los adelantos y bastante más opresiva que la vida que llevaba el protagonista en Londres: los aldeanos lo quieren fuera de allí, y con su llegada coinciden una serie de suicidios infantiles. El personaje principal tampoco se encuentra en el mejor estado anímico: todavía atormentado por la muerte de su mujer, debe trasladarse a ese pueblo para conseguir hacer una venta, por el bien de su trabajo y su único hijo. Por si no fuera poco, nada más llegar, comienza a ver en los alrededores de la casa una figura vestida de negro.

Se trata de un relato de fantasmas muy clásico, en el que prima la atmósfera sobre los sustos gratuitos y los giros finales. Según avanza el guión, el espectador puede irse haciendo una idea de lo que sucedió tanto en la casa como en el pueblo, y sobre todo, quien demonios es esa mujer vestida de negro. La estructura es muy clásica, desde un principio se sospecha que el fantasma en cuestión algo quiere, o algo tiene pendiente, y hasta que no se solucione, seguirá dando la murga...Al menos en teoría, ya que pese a su aspecto de historia de fantasmas típica, sorprende con un planteamiento mucho más oscuro y poco esperanzador que lo que podía parecer, más cercano a los cuentos con menos moraleja de M. R. James que al buen rollo de los fantasmas de Ghost Whisperer.



No hay nada como un poco de buen nightmare fuel para calentar los ánimos

La principal diferencia con las películas anteriores de la Hammer, es sobre todo, el presupuesto: donde teníamos los decorados, y como mucho, alguna panorámica de casas de campo británicas, que costaban poco, aquí tenemos todo un despliegue de planos mayores, en los que puede verse tanto el pueblo costero como el paisaje, bastante siniestro, en el que se encuentra la casa encantada (¿a quién se le ocurre construirse un casopo en el medio de una marisma? ¿qué buscan? ¿reumatismos?). Tampoco hay queja de las interpretaciones: el reparto cumple muy bien su papel de aldeanos aterrorizados, y aunque Daniel Radcliffe no es Peter Cushing ni de lejos, y se le ve demasiado yogurín para que su personaje tenga un crío de cinco años, fue verlo y pensar que haría un buen papel como Jonathan Harker en una adapción de Drácula, lo que puede considerarse un cumplido respecto a su forma de actuar.

En resumen, que la película me ha gustado, hasta picarme la curiosidad por el libro de Susan Hill: es clásica, muy gótica, puede disfrutarse más de una vez al no depender de ningún giro sorpresa,y espero que la productora, en su siguiente intento, recupere por ahí a Christopher Lee. Ahora, si es por poner pegas gratuitas, durante algunas escenas no paré de pensar que esa mujer de negro espectral y vengativa, a los hermanos Winchester, no les duraba ni un asalto.



¡Sam, pásame la recortá!

viernes, 16 de marzo de 2012

Lecturas de la semana II. Lo que trajo la biblioteca



Gato bibliotecario. Si te retrasas con los préstamos, tu sofá favorito será su desayuno

Esta semana va de libros. He vuelto a la frikoteca, y además de algunos préstamos que había visto durante el año pasado, han añadido alguno nuevo que me llevado a casa antes de que empiece a aparecer como “no disponible en el catálogo”. Una vez más, la biblioteca municipal hace honor a su apodo gracias a su particular catálogo.



A. Lee Martinez. Monster. No sé que pasa últimamente (o sí, pero no queremos reconocerlo) con las editoriales, que andan como locas buscando un escritor de fantasía cómica y con varios libros en su trayectoria. Si están empezando a darle bombo a Christopher Moore, que lleva años en la profesión, ahora también lo intentan con Lee Martinez, un texano con unos seis o siete libros en los que enfoca el género de la fantasía urbana desde una perspectiva humorística y un tanto exagerada. Monster es un trabajador de la Oficina de Control de Animales, encargado de cazar Yetis, gnomos y demás criaturas sobrenaturales que la mayoría de la gente no puede ver. La narración es muy rápida, y busca más la acción, cómica o de tiros, que unos personajes que sean simpáticos por sí mismos. Tampoco se corta un pelo a la hora de hacer referencia a la saga que empezó a tratar el tema de los magos y las personas normales, llegando a hacer un chiste sobre muggles. El restultado es bastante mediocrillo y tiene el defecto de la mayoría de libros de este estilo escritos a partir del 2000: está lleno de referencias y pretende disfrazar la falta de esfuerzo a la hora de escribir con tramas muy alocadas y explosiones varias. Reconozco que algún defectillo le perdono por el principal chiste de la historia: la malvada pretende convertir a la humanidad en gatos. Aunque no tengo muy claro qué tiene de malo el hacer que nos pasemos el resto de nuestros días tumbados al sol y preguntándonos de dónde vendrá la próxima lata de atún.



La cosa-murciélago es también una referencia histórica. Increíble pero cierto

Antonio-Prometeo Moya. Escenas de Guerra y Miedo en España. Que yo sepa, esta novela no es la prima española de Miedo y Asco en Las Vegas, ni tampoco una novela al uso, porque son capítulos que, exceptuando la presentación de los dos protagonistas en el primero, perfectamente podrían ser relatos sueltos, porque lo que pasa en uno no tiene repercusión en el siguiente. La idea era contar el retorno de dos soldados, uno republicano y otro nacional, a sus casas, un viaje en el que además de encontrar las consecuencias de la guerra, se topan también con todo tipo de monstruos: desde un vampiro, en el que es probablemente el mejor capítulo, hasta almas en pena, el castillo de un científico loco y hasta un pueblo fuera del tiempo y los mapas. La intención del autor era homenajear las novelas de guerra y de terror, pero como suele pasar con los homenajes, parece que alguien hubiera metido en la batidora una novela sobre la guerra civil y cualquiera de los libros que tengo en la estantería. Además, recurrir al manido efecto de El sexto sentido, tampoco ayuda mucho, y aunque está bastante mejor escrito que Monster, se queda en una curiosidad.



Sí, lo reconozco: saqué el libro porque la portada era un fotograma de Metrópolis

Ernst Jünger. Eumeswil. Este libro es a los dos anteriores lo que un huevo a una castaña: nada de nada, ni en argumento ni en temática. Porque Eumeswil, además de novela sobre un dictador que gobierna en una ciudadela, tiene una importante carga de filosofía, y en la mayoría de sus capítulos no faltan explicaciones sobre el papel de los historiadores y la naturaleza de los tiranos a lo largo de la historia. La atmósfera me recordó a libros como El castillo de Kafka o El palacio de los sueños de Ismail Kadaré: Eumeswil es una ciudad imaginaria, que limita con desiertos, estepas asiáticas y selvas. Parece haberse quedado anclada en el pasado: hay tribunos y anarquistas, pero sus personajes hacen referencia a la televisión o sistemas de localización. Y, el supuesto dictador, como señala el protagonista de la novela, no es ni mejor ni peor (o incluso, tirando un pelín a mejor) que cualquier otro gobernante de la historia. Es una obra compleja, pero interesante al ver cómo en unos años su autor pasó de una novela en la que cantaba las alabanzas de la I Guerra Mundial, a las últimas, mucho más críticas. Unos le llaman evolucionar. Otros, adquirir sentido común.

lunes, 12 de marzo de 2012

Lecturas (francesas) de la semana




En un par de semanas, la Torre Eiffel aparecerá debajo de algún armario

Hoy tenemos una nueva entrega literaria de autores franceses varios...Y de un suizo, que aclarar no cuesta nada.



Hace unos años, el hombre bombilla de una foto salía en un vídeo de Garbage.

Yves Laplace. On. Resumiendo: 1984 visto por…¿un suizo? El libro empieza ya con un juego de palabras: On es el pronombre impersonal en francés, que se usa para referirse a acciones generales o que se desconoce quien las realiza. Pero también es la autoridad o el dios al que responden los personajes del libro, por lo que resulta chocante leer cosas como que On ha acabado con la diversidad de opiniones y otras parecidas. Según avanza, se sabe que la historia tiene lugar en un futuro más o menos lejano, en el que ha pasado un poco de todo: desde el cambio climático hasta el fin del individualismo y la vuelta del fanatismo religioso. Todo ello está narrado por el protagonista, que decide considerarse apóstata, y de una forma muy poco lineal, narra tanto la situación del mundo como lo que le ha sucedido a algunos personajes relacionados con el protagonista, todo muy subjetivo, ya que no hay ningún diálogo. El resultado es un poco extraño, y tampoco me atrevería a calificarlo como ciencia ficción



Si otorgáramos un premio a las Portadas Más Aburridas de la Historia, esta podría ser candidata.

Andreï Makime. Le testament Français. Un dramón de los de toda la vida: el protagonista, ruso, narra su infancia hasta la edad adulta y su llegada a Francia, país que conoce a través de lo que su abuela le cuenta de él. A partir de las memorias de esta, en las que evoca la Belle Epoque francesa y la Primera Guerra Mundial, el protagonista irá formándose una idea poética, y bastante ficticia, de Francia, idea que lo afectará en las relaciones con sus compañeros de escuela y amigos, hasta el extremo de verlo como un soñador, o despectivamente, como un francés. El ritmo es bastante lento, aunque el estilo un tanto poético del principio irá desapareciendo según el protagonista crece y su abuela comienza a contarle una versión más cruda de la Francia de ensueño que imaginaba de niño.



Antígona. Jean Anouilh. Esta obra de teatro de 1944 es una reinterpretación de la tragedia de Antígona de Eurípides. Como suele pasar con las nuevas versiones, lo que esconde detrás es una interpretación de la época (la Francia ocupada), y por otro lado, supone que los personajes serán bastante menos tremendistas expresándose que en la obra original, lo que ayuda bastante a quien no le guste el teatro clásico. Como en sí el tema de Antígona es bastante sencillo (la hija de Edipo intenta dar sepultura a su hermano, que se había enfrentado a Creón, su tío), la lectura entre líneas es más o menos comprensible si se conoce la época: Creón es el mariscal Petain y Antígona, la Resistencia. Como curiosidad, en estas versiones es bastante chocante ver la mezcla de épocas que se realizan: al leer la obra sin conocer nada del autor, fue bastante desconcertante que tanto Antígona como los guardias de palacio desayunaran café con tostadas.

Y de propina, minutos musicales. Llevo mucho tiempo sin escuchar música, pero el vídeo de Eiffel ha sido el que más me ha sorprendido desde el Push It de Garbage, circa 1999: buena melodía, bodas cadavéricas, y un buzo con traje de corbata. No falta de nada.

sábado, 10 de marzo de 2012

Las películas de los Oscars III. Hugo (2011). Tuercas, relojes…y sin ser steampunk



Si el sombrero le para quieto en la cabeza, el gatico también se apunta a esta moda

Con bastante más éxito que El arbol de la vida, la versión en cine de La invención de Hugo Cabret también pasó por los Oscars, que desde El señor de los anillos, prácticamente no hay un año sin que se nomine una película con grandes efectos especiales. Del nivel de fidelidad al libro de Brian Selznick no puedo contar nada porque no lo he leído, y de momento me da bastante corte sacar novelas de la sección infantil de la frikoteca municipal, pero de la película, sí.



Dirigida por uno de los grandes, como es Martin Scorsese, cuenta la historia de Hugo Cabret, un niño huérfano, hábil con los mecanismos de relojería, que vive escondido en una estación de París a final de los años veinte. La obsesión del protagonista parece ser arreglar un autómata (un muñeco mecánico capaz de hacer determinadas monerías) en el que había empezado a trabajar su padre. Allí conocerá a un juguetero algo malencarado, a su familia, y descubrirá la relación que existe entre ese personaje y el autómata que intenta reconstruir. Un poco en segundo plano, irán apareciendo los personajes que trabajan en la estación y que están de una forma u otra, relacionadas con el protagonista: panaderas, floristas, libreros, o el secundario más importante, el policía de la estación interpretado por Sacha Baron Cohen, que, pese a presentarse en un principio como un antagonista, resulta ser un personaje mucho menos negativo y más entrañable de lo que anunciaba el registro un tanto absurdo del actor que lo interpreta.



De hecho, lo más sorprendente de Hugo es que es una historia sin villanos, y sobre todo, mucho más intimista de lo que anunciaba su escenografía y efectos especiales. La trama del autómata y sus misterios es un mcguffin en toda regla, porque de poco más sirve que para que los personajes se encuentren, y en el desarrollo de la historia, no hay más contratiempo que los secretos y trabas que imponen los propios personajes: la mayoría pueden parecer amenazadores o incluso huraños, pero solo hasta que el protagonista descubre lo que estos esconden. Lo más sorprendente es encontrar, tras un envoltorio tan cuidado, un relato muy sencillo y emotivo, en el que tiene cabida desde la ambientación un poco de cuento, a las referencias a la Primera Guerra Mundial como fin de una época y sobre todo, el homenaje a los primeros pasos del cine fantástico con Méliès. Desde luego, no me imaginaba esto en una novela destinada a los chavales de hoy.



Sacha Baron Cohen y una prótesis echándose una carrera por la estación de París

Como buen homenaje, no faltan algunas de las secuencias que más disfruté, como Harold Lloyd colgando del reloj en una de sus películas, y sobre todo, el metraje de la llegada a la luna, coloreado a mano, en las películas de Méliès que los personajes consiguen recuperar en un momento de la película. Y, aunque el estreno de Hugo también de la opción a verla en tres dimensiones, la película se disfruta igualmente en una pantalla, sin necesidad de pagar cuatro euros más por las gafas y la perspectiva cantosa.

miércoles, 7 de marzo de 2012

Las películas de los Oscars II. El árbol de la vida (2011). Profunda, muy profunda..O al menos lo intenta



El gato intelectual tiene sus dudas

Siguiendo con las películas que se presentaron este año (ya lo avisé en la anterior entrada, he visto varias), El árbol de la vida se fue tal y como había venido: sin nada de nada. Tras haberla visto, no me extraña.



La película de Terence Malick empezó a tener fama por lo incomprensible para el público estadounidense, y sobre todo, por las leyendas urbanas que circulaban en torno a su proyección: gente indignada marchándose del cine, creyendo que habían entrado a ver un drama con Brad Pitt y Sean Penn, y salas avisando que en caso de marcharse, no se devolvería el dinero de la entrada. Tampoco es para tanto porque películas raras o complicadas hay muchas, y no sé hasta qué punto sería algo inventado para generar expectación y atraer público. Y aunque se supiera ya su nominación, que siempre ayuda, yo solo la ví anunciada en una única sesión organizada por el cineclub local, y hasta donde sé, nadie se largó echando pestes, más bien al contrario.



La rareza de El árbol de la vida se encuentra más bien en cómo cuenta la historia. En un principio, se tratan de los recuerdos de infancia de un ejecutivo, en los típicos años sesenta bucólicos, con varios hermanos, una madre sensible, y un padre severo interpretado por Brad Pitt. Este argumento podría parecer el típico drama con actores conocidos que tiene todas las papeletas para llevarse varios premios…sino fuera por una realización mucho más cercana al cine de arte y ensayo (o la idea que tiene el público del arte y ensayo) que al dramón de toda la vida. De hecho, apenas hay diálogo, sino algunas frases sueltas, y la historia va contándose a través de imágenes de la infancia del protagonista, muy pausadas y que evocan, a través de situaciones que pueden ser angustiosas o nostálgicas, la historia de su padre y de su familia. En un principio, podría haber dado lugar a una película costumbrista diferente, capaz de narrar unicamente a través de imágenes y sensaciones, que confiando en diálogos o una historia definida, pero…por algún motivo, empiezan a aparecer escenas francamente raras. Así, con todas las letras. Porque, entre recuerdos del protagonista o planos de paisaje, salen por ahí unas secuencias del Big Bang, del espacio, y hasta de un dinosaurio al lado de un río…¡¡Y por Dios, que alguien me explique qué demonios pinta el dinosaurio en el río!!



Reptiles prehistóricos aparte, a El árbol de la vida le reconozco en parte el logro de una bonita escenografía, y una escena final, con el protagonista adulto, que pese a la falta de explicaciones, es capaz de transmitir mucho. Pero la sensación que me dejó en general fue la de ser un cruce extraño entre drama típico para los oscars y película gafapastas, lo que no es una mezcla muy buena. Y por algún motivo, tras verla, dormí como una bendita…lo que no puede considerarse una crítica muy positiva.

domingo, 4 de marzo de 2012

Las películas de los Oscars I. The Artist (2011). Algo le pasa al sonido…



Barrilete también se pasa a los gaticos vintage

Nunca he sido muy seguidora del tema de los Oscars, sea la ceremonia en cuestión o las películas premiadas. Pero este año, que tiene bastante pinta de salirme tanto o más raro que el anterior, he visto unas cuantas de las nominadas y algunas que fueron premiadas después.



En el caso de The Artist, es una producción francesa cuyo principal atractivo es el haber sido filmada como las películas mudas de hace ochenta años: sin diálogos, sin efectos especiales, y ambientada en los años veinte y los primeros éxitos del cine. En un principio puede parecer muy original, pero esto ya se lo inventaron unos frikis hace cinco o seis años cuando se les ocurrió hacer una adapción de La llamada de Cthulhu como si hubiera sido filmada en la época del relato, con sus efectos especiales a base de espejos y hasta una aparición del famoso pulpo gigante



¡Eh, es Malcolm McDowell!

Ejem, aparte de estos apuntes en plan “los vikingos llegaron antes a América”, la película (The Artist, no La llamada de Cthulhu), cuenta la historia de George Valentin, un actor de cine estadounidense, mitad Rodolfo Valentino, mitad Tyrone Powers y una cuarta de Errol Flynn, famoso por sus películas de acción y aventuras, con mascota inteligente incluída. Poco después de conocer a una aspirante a actriz, el cine sonoro empieza a hacer su aparición, cosa que a él no le hace ninguna gracia y no está dispuesto a decir esta boca es mía delante de una pantalla, por mucho que sus productores intenten convencerle. Mientras el protagonista, tras estrenar una película muda que fracasa estrepitosamente, ser abandonado por su mujer, y en general, acabar en la ruína, Peppy Miller empieza una carrera llena de éxitos. Un tiempo después volverán a encontrarse y….no sigo contando, porque poco más hay de argumento.



Como puede verse, The Artist es una película muy simple a nivel de guión, siguiendo unas líneas muy básicas que intentan homenajear un poco a los dramas que podían haberse filmado en los años veinte. Lo que me parece generalizar un poco porque en la época eran bastante capaces de hacer un cine más complejo de lo que puede parecer en un principio, y ahí teníamos al expresionismo alemán (por citar a los que me gustan. La cabra tira al monte) para demostrarlo. Su originalidad, y probablemente su éxito en los Oscars, es gracias a la originalidad que supone lanzar a lo grande una película en un formato que supuestamente, se quedó obsoleto en 1929. Y sobre todo, el aspecto visual: la textura envejecida, la expresión, necesariamente exagerada de los actores, la mayoría de montajes y escenas que recuerdan al cine de la época. Algún que otro truco con el sonido también hay, porque aunque muda, sí dispone de banda sonora y varias secuencias en las que se juega mucho con los sonidos reales frente al mutismo de su protagonista.

Probablemente, el principal defecto de The Artist es el exceso de simpleza con el que intenta imitar al cine de principios de siglo, pero ha tenido su mérito el mover público con una premisa tan minoritaria como es el volver a hacer cine mudo…y desde luego, entre esta, y El árbol de la vida, que no ha tenido tanta suerte con los premios, han sido unos Oscars raros, raros.