viernes, 29 de julio de 2011
Zathura (2005). Tableros, naves espaciales, y Kristen Stewart
Cosa susceptible de ser empujada por patitas: un verdadero cebo para gatos
Como esta temporada casi todas las entradas iban de lectura, ya iba siendo hora de cambiar un poco de medio, aunque fuera de una forma tan en desuso como ponerme a ver una película en la tele (y de paso, recordar lo laaargas que se hacían los anuncios).
En el espacio no se pueden oír los gritos, ni tampoco se aplica la Ley de Costas
Zathura es una película del 2005 que, aunque no esté relacionada con ella, se la considera un poco una secuela tardía de Jumanji. La historia es muy similar, ya que tenemos a dos hermanos que encuentran un juego de tablero de temática espacial que, además de tener un aspecto bastante retro-cincuentero, envía la casa al espacio y repdroduce lo que describe cada situación de este. Así, si en una casilla hay asteroides, la casa queda hecha un acerico, si en otra rescatan a un astronauta, tendrán llamando a la puerta a su equivalente...y así sucesivamente. Vamos, que menos mal que eso pasa con uno de navecitas y no con el tablero del Arkham Horror...
Ya sé qué regalarle a Hewl para navidades
En la práctica, el desarrollo es practicamente igual a Jumanji, sustituyendo cualquier situación selvática por su equivalente galáctico, o a Robin Williams por un personaje que habita dentro del juego. Aunque con situaciones medianamente entretenidas, y todos los efectos especiales que podrían esperarse, el mayor lastre de la película acaba siendo su reparto. Porque exceptuando una breve aparición de Tim Robbins al principio, la historia queda en manos de sus protagonistas infantiles, y unas cuantas apariciones de Kristen Stewart pre-Crepúsculo, de la que solo puedo decir: ¿¡Pero cómo le puedan dar un solo papel a esta tía!? ¡¡Es la cosa más inexpresiva que he visto en mi vida!!
Bueno, un gato doméstico suele tener más expresividad que ella
Los otros niños tampoco se salvan: es muy difícil que un crío cualquiera tenga mucho registro, quedando esto para casos especiales como podía ser Christian Bale o los chavales de Juego de Tronos. Pero estos, más que en la categoría de "normalitos", pasan a la de "hostiables". No es unicamente culpa de los actores ya que el guión se da mucho a esta situación, porque el tema principal es cómo los dos chavales dejan de pelearse entre sí. Pero cuando el mayor es un resabiado, y el pequeño, medio tonto, es muy difícil tenerle simpatía a ningun personaje.
Yo los hubiera dejado en el espacio
En resumen, una película para niños muy flojita, que acabé terminando porque la otra opción en la TDT era un programa de Pesadilla en la cocina, y la sempiterna presencia de Jorge Javier Vazquez en la "Cadena Amiga".
viernes, 22 de julio de 2011
Wunderkind. Cuando creímos que las sagas de magos para chavales no podían llegar más lejos...
Gaticos ¡¡Cada día se superan!!
Una semana más continúo con lecturas varias, como si ya no hubiera medios audiovisuales en el mundo. Porque por haberlos, haylos, y a estas alturas tengo una recua de películas, que todavía no he visto por tener el dvd estropeado (si algún listillo sugiere "míralas en el ordenador", informo: es de sobremesa. Y muy incómodo. Gracias).
De todas formas, desde que permiten a los frikis trabajar como bibliotecarios, la falta de series se hace bastante llevadera gracias a los préstamos. Esta vez tampoco me ha fallado, gracias a una novela que, aunque había visto semanas atrás en el estante de novedades, estuvo tantos días fuera que empecé a sospechar que el núevo catálogo está bastante solicitado. El libro en cuestión tenía una llamativa portada azul y un título en alemán que la hacía muy poco discreta: ahí estaba Wunderkind, Una Reluciente Moneda de Plata, escrita por un tal D´Andrea G. L.
El argumento parte de dos bases hoy muy comunes: la fantasía urbana, y los mundos "con magia" que se inauguraron con la saga de Harry Potter (lo siento, a día de hoy es imposible hablar de chavales magos sin mencionar a este). A partir de ahí, el argumento que ofrece la contraportada es bastante típico: un desconocido informa a un niño, algo marginado e introvertido, que es el Wunderkind. Tras lo cual, pierde a sus padres, o a quien se hacen pasar por ellos, y viaja a un barrio oculto en París donde viven los magos. El malo de turno quiere ser el mago más poderoso, los personajes que protegen al protagonista saben algo que él no sabe, y más o menos, ya nos podemos imaginar que la estructura del argumento es algo mil veces leído en los últimos años.
Como suele pasar a la hora de trabajar con un argumento tan manido, una de las opciones es intentar crear un universo algo más original que la media. En el caso de Wunderkind, el autor intenta que la magia sea diferente: en vez de magia y magos, habla de Trueques y Cambistas, personas que pueden alterar las leyes de la física a cambio de su memoria, o realizar este mismo procedimiento sobre objetos que pasan a llamarse Manufacturas. No me gustan mucho los recursos de "lo que invento yo es diferente", porque suelen consistir en un cambio de nombre e intentar esconder falta de originalidad, y aunque estos Cambistas no son otra cosa que magos, por mucho que se empeñe el autor, al menos tiene la picaresca de establecer una contrapartida que sí resulta interesante.
En una novela de fantasía urbana tampoco puede faltar el catálogo de bichos. Y es en este campo en el que D´Andrea se ha esforzado más: exceptuando un licántropo, hay todo tipo de criaturas, bastante grimosas en su descripción y características, inventadas por él: desde demonios creados a partir de elementos putrefactos hasta Cambistas que, tras haber agotado todas sus memorias, se convierten en poco menos que zombies. Las apariciones de estos son muy gráficas, mucho más cercanos a los monstruos que describía Clive Barker en los ochenta que a los que pueden aparecer en otras novelas del género. Aunque lo mucho cansa, y también es cierto que el autor abusa demasiado de pasajes en los que se dedica a lanzarle a los protagonistas todos los monstruos que pueda, mientras hace un inciso y se pone a explicar lo que es cada uno.
Aunque el autor venga de un sitio tan poco conocido a la hora de publicar fantasía, como es Italia, más raro es el que ambiente su novela en París, como si quisiera buscar una ubicación que por un lado, se alejara de lo típico en estos casos (Londres o Estados Unidos), pero por otro, ayudara a hacerle más creíble la historia a sus lectores italianos, alejándola de lugares que ellos pudieran conocer. En España hemos pasado por esto, y tampoco lo culpo. Además, el que trabaje con una localización conocida, pero poco explotada como esta, es una de las partes que más me ha gustado del libro. Junto con los monstruos. La cabra tira al monte.
Los personajes y la narración son los que salen perdiendo en Wunderkind. Porque aunque el autor se esfuerce en trabajar con un escenario que resulte atractivo, aunque sea a un público determinado, la caracterización de sus protagonistas es nula. Del tal Wunderkind, solo se sabe que un día resulta ser un niño prodigio, y se pasa el resto de la novela espantado, teniendo pesadillas, o huyendo. De sus protectores, algo de descripción, y los suelta por ahí a matar bichos: en más de una ocasión, con la cantidad de criaturas, objetos, y mitología propia aún sin desarrollar, Wunderkind parece querer ser Mundo de Tinieblas, con todo lo negativo que implica.
Lo peor sin duda, es la intención de convertir la novela en una trilogía, idea bastante mal llevada. Porque, según incluye nuevos elementos de cara a su segundo libro, no se molesta en solucionar los enigmas del primero: termina la última página y nos quedamos sin saber qué es el Wunderkind, qué pasa con la reluciente moneda de plata, ni por qué aparecieron personajes de los que no se vuelve a saber nada. Hoy las trilogías son un mal de la literatura juvenil, pero si quieren empezar una, al menos que lo hagan bien.
Pese a todo, reconozco que Wunderkind es un libro que me divirtió mucho, sin llegar a la falta de exigencias que tuve que alcanzar con Cazadores de Sombras (eso ya fue leer con el piloto automático puesto): defectos los tiene a puñados, en narración y personajes. Pero su mayor ventaja es un toque sangriento y un tanto caótico que ha acabado por convencerme.
viernes, 15 de julio de 2011
Lecturas semanales
Narrativa: la segunda mejor cama posible para un gato
Una semana más he estado disfrutando de la sección de préstamo de la biblioteca, que como pude comprobar desde hace algún tiempo, cada día es más geek y desconcertante en cuanto a catálogo. Y aunque no sean recientes, he podido encontrar varios ejemplares de la colección Última Thule, de Anaya, una propuesta que presuntamente estaba destinada a un público más joven, pero que en la práctica, eran todo novelas y relatos pulp que disfrutamos las personas más talluditas y demás gentes de mal vivir. Eso sí, las ediciones, en tapa dura, sobrecubierta, y letra con algunos arabescos, eran una delicia.
Catherine L. Moore. Jirel de Joiry. Aunque el susodicho pulp sea un género que me guste muchísimo (tengo hasta un par de libros con las novelas de Fu-Manchú. Vergüenza debería darme), este ha sido posiblemente el que menos me ha gustado. La tal Jirel es una castellana francesa, en una época indeterminada de la Edad Media, que se enfrenta a todo tipo de mercenarios y hechiceros. Como era de esperar, es una belleza pelirroja de interminables curvas y mal carácter. Aunque al género fantástico se le perdone todo, y más hoy, que sabemos que una guerrera estaría más cercana a Brienne de Tarth que a Sonia la Roja, los relatos se me hicieron muy repetitivos, ya que basicamente, consiste en que la protagonista empieza persiguiendo al mago de turno y acaba perdida por algún mundo raro. Además, una cosa es tener carácter, y otra, ser una insoportable, como es el caso de la moza esta. Lo mejor del libro acabó siendo una autobiografía de la propia autora, en la que cuenta con bastante gracia, cómo estudió empresariales (o su equivalente americano en los años veinte) y trabajó en un banco durante la crisis del 29.
Todos los que conocen ya al personaje se estarán preguntando qué pinta en un paisaje castellano
Robert E. Howard. Las aventuras de Solomon Kane. Howard ya es mucho más conocido, especialmente gracias a Conan el Bárbaro y la infinidad de comics que se hicieron sobre el personaje (además de la próxima película, que, antes de estar protagonizada por Khal Drogo, estuvieron a punto de fichar a Sam Winchester. Así anda el mundo). Sin embargo, creó muchos otros personajes, todos ellos un poco parecidos entre sí, para qué negarlo, y que cubren practicamente todas las épocas posibles de la historia, desde las reales hasta las inventadas. En este caso, Solomon Kane es un espadachín inglés del siglo XVI, que, para variar, también se enfrenta a forajidos, hechiceros y otras hierbas. En este caso, también peca un poco de repetitivo, con muchas persecuciones, magia negra y sabiendo que pase lo que pase, Kane va a salir ganando, pero no se puede pedir mucho sabiendo el tipo de formato al que tenían que ceñirse los escritores de la época. Además, como suele pasar con la mayoría de historias de Howard, acción y entretenimiento no les falta, no.
Por el momento, he tenido suficiente de préstamos extraños, y ya estoy planteándome volver a la literatura un poco más seria (o lo que pueda entender por "seria") por aquello de variar un poco. Y que las bibliotecarias dejen de mirarme raro.
viernes, 8 de julio de 2011
La frikoteca municipal (hay que ver como han cambiado los criterios de compra)
Para las bibliotecas públicas, debería ser obligatorio tener un gatico a disposición de los usuarios
Aunque las bibliotecas son una medida muy recomendable para los aficionados a la lectura, sobre todo cuando no disponemos de mucho espacio, no he sido muy asidua a ellas hasta hace un par de años. Porque una cosa es que te digan “coge los libros prestados, que así no hacen bulto”, y otra, es que tengan realmente algo que te interese. De hecho, las penúltimas veces que fui por allí, todavía tenían un sistema de armarios y ficheros para consultar el catálogo, y bastantes ejemplares desaparecidos, por lo que, en cuanto terminé de leer a Poe y Lovecraft, pasé de visitar un sitio en el que les faltaban cosas como 1984, y encima no tenían intención de reponerlo. Y para dedicarme a leer Caballo de Troya, o lo que tuvieran en catálogo de Robin Cook o Dean Koontz, no compensaba mucho dar vueltas por allí: los noventa fueron una época muy dura, e Internet, el mejor invento posible a la hora de descubrir autores interesantes.
No fue hasta más de diez años después cuando me acerqué de nuevo con Hewl, en un intento por su parte para que abandonara las lecturas raras y empezara con algo más clásico (falló. Relativamente). Entonces el salto tecnológico se había notado un montón, y donde estaban los ficheros, ahora había terminales de consulta y un lector de códigos de barras para controlar la entrada y salida de libros: ¡El siglo XXI había llegado y no me había dado ni cuenta!
Por desgracia, su experimento fracasó, y al cabo de cinco minutos, no solo había encontrado una colección de novelas de terror portuguesas, sino que el primer libro que cogí prestado fue Le Carrousel des malefices, de Jean Ray. El fallo fue relativo, ya que en el catálogo, además de clásicos, había obras menos conocidas pero igual de importantes. Y aunque no fueran Stendhal precisamente, disfruté mucho con El maestro y Margarita de Mikhail Bulgakov, o Las aventuras del valeroso soldado Svejk, de Jaroslav Hasek. También ficharon El Gran Gatsby, Olvidado Rey Gudú o Crimen y Castigo, que no va a ser solo literatura minoritaria.
Estas cosas, en mis años mozos, no las había
Sin embargo, el cambio más extraño en la biblioteca empezó hace unos meses: aunque la selección de narrativa fantástica es bastante variada, cada semana me iba fijando en que, además de las novedades de Anagrama y Espasa, aparecían libros bastante más inesperados para un sitio de préstamo, como sagas de fantasía más populares, e incluso, cosas que jamás me hubiera imaginado de ver por allí, como la Colección Zombie de la editorial Dolmen (que tiene pinta de ser mala a rabiar. Pero divertida en algunos casos), o incluso, novelas de Warhammer 40.000. De hecho, mis últimas lecturas no-serias, que van desde Jasper Fforde hasta la saga de Harry Dresden, han sido gracias a la biblioteca municipal, y fue entonces cuando empecé a plantearme si no se habría sacado la plaza de bibliotecario algún friki y se dedicaba a darle vidilla al catálogo, o si al final todo se debe a una serie de coincidencias. Sea lo que sea, desde bibliotecarios geeks, o si se trata de algo generalizado en todos los centros, a mí me está solucionando muchas lecturas.
sábado, 2 de julio de 2011
Lecturas de julio I
Jasper Fforde. Algo huele a podrido. La serie de Thursday Next es una saga de fantasía humorística, basada en el mundo literario, y bastante menos famosa que Mundodisco. Tras haber leído los tres primeros, me atrevería a decir que casi me gusta más que la obra de Terry Pratchett, pero tal y como están las cosas, me abstengo y me limitaré a señalarla como un tipo de humor algo más diferente: donde Mundodisco busca abiertamente el humor por la forma de narrar, Jasper Fforde tiende a relatar algo (en la primera persona de su protagonista) con un estilo completamente neutro, sin importar lo surrealista que sea. Da por sentado situaciones completamente extrañas, como unos años ochenta alternativos, controlados por la Corporación Goliath y el Toast Marketing Board, en el que la gente se pelea por sus autores favoritos, una protagonista que trabaja en el mundo literario, intentando que los personajes de Cumbres Borrascosas acudan a sus reuniones de control de la ira, o que los trífidos no se escapen de una reserva. Y por si faltara poco, también son viables los viajes en el tiempo. Sin embargo, el batiburrillo funciona, ya que Fforde lo dosifica muy bien y lo convierte en parte habitual del mundo en el que viven los protagonistas, dejando espacio para que el personaje pueda resolver la trama principal, que en este caso, es detener a un personaje de ficción que intenta convertirse en dictador, y conseguir deshacer la paradoja temporal que ha hecho desaparecer a su marido. Curiosamente, este penúltimo libro tiene una carga algo más dramática, incluyendo una muerte bastante realista que, por entrañable que resulte, hace que la historia tenga un sabor bastante agridulce.
David Wellington. 99 ataúdes. Después de hacer una trilogía de zombies con Monster Island (Zombie island en España, por si la gente se confunde), Wellington decidió pasar a los vampiros aunque pasados por su particular forma de escribir: series de libros con bastante acción, personajes un tanto esquemáticos, pero que funcionan, y una situación un poco distinta a lo habitual en el género. Aunque 99 ataúdes es la segunda parte de una serie, se puede leer perfectamente, porque exceptuando la presentación de la situación y de algunos personajes, no hay ningún suceso clave que el autor no recuerde brevemente para poder seguir la historia. El único fallo sería el perderse un poco el funcionamiento de los vampiros, que están más detallados en 13 balas, y que aquí no queda más remedio que recordar un poco (como el que tengan una fuerza increíble, se descompongan en los ataúdes, y unas malas pulgas que harían palidecer a los de Crepúsculo). Aunque bastante entretenida, no consigue superar su saga de los zombies, por lo que tendré que leerme Balas de Plata para ver cómo se las apaña con los hombres lobo. Sí, es que este hombre le da a todo.
Guillermo del Toro y Chuck Hogan. Nocturna. Otra novela de vampiros un poco distintos, o más bien, una trilogía, verdadera plaga del entretenimiento moderno. En este caso, Del Toro, más conocido como "ese tipo al que le chafaron En las montañas de la Locura", se asocia con un escritor para intentar renovar un poco el género de los chupasangres, o más bien, volverlos un poco más amenazadores de lo que estaban tras la aparición de Stephenie Meyer. El libro ya comienza con un guiño a Dracula, ya que si en la novela de Stoker teníamos al Demeter llegando sin tripulación a las costas de Londres, aquí tenemos un avión lleno de cadáveres que aterriza en Estados Unidos. Al margen del comienzo un poco referencial, el estilo en un principio me parece un tanto simple: la narración es muy rápida, muy de best-seller, y los personajes, caracterizados con un par de rasgos, nada más. Lo que, según se quiera llevar la novela, puede resultar en una historia de entretenimiento sin más, o una metedura de pata. Como solo llevo leídas cien páginas, le daré el beneficio de la duda. Eso sí, es uno de estos libros por los que agradezco las bibliotecas públicas: ¿22 euros por una edición en tapa blanda? ¿Pero qué invento es este?