viernes, 22 de julio de 2011

Wunderkind. Cuando creímos que las sagas de magos para chavales no podían llegar más lejos...



Gaticos ¡¡Cada día se superan!!

Una semana más continúo con lecturas varias, como si ya no hubiera medios audiovisuales en el mundo. Porque por haberlos, haylos, y a estas alturas tengo una recua de películas, que todavía no he visto por tener el dvd estropeado (si algún listillo sugiere "míralas en el ordenador", informo: es de sobremesa. Y muy incómodo. Gracias).

De todas formas, desde que permiten a los frikis trabajar como bibliotecarios, la falta de series se hace bastante llevadera gracias a los préstamos. Esta vez tampoco me ha fallado, gracias a una novela que, aunque había visto semanas atrás en el estante de novedades, estuvo tantos días fuera que empecé a sospechar que el núevo catálogo está bastante solicitado. El libro en cuestión tenía una llamativa portada azul y un título en alemán que la hacía muy poco discreta: ahí estaba Wunderkind, Una Reluciente Moneda de Plata, escrita por un tal D´Andrea G. L.



El argumento parte de dos bases hoy muy comunes: la fantasía urbana, y los mundos "con magia" que se inauguraron con la saga de Harry Potter (lo siento, a día de hoy es imposible hablar de chavales magos sin mencionar a este). A partir de ahí, el argumento que ofrece la contraportada es bastante típico: un desconocido informa a un niño, algo marginado e introvertido, que es el Wunderkind. Tras lo cual, pierde a sus padres, o a quien se hacen pasar por ellos, y viaja a un barrio oculto en París donde viven los magos. El malo de turno quiere ser el mago más poderoso, los personajes que protegen al protagonista saben algo que él no sabe, y más o menos, ya nos podemos imaginar que la estructura del argumento es algo mil veces leído en los últimos años.

Como suele pasar a la hora de trabajar con un argumento tan manido, una de las opciones es intentar crear un universo algo más original que la media. En el caso de Wunderkind, el autor intenta que la magia sea diferente: en vez de magia y magos, habla de Trueques y Cambistas, personas que pueden alterar las leyes de la física a cambio de su memoria, o realizar este mismo procedimiento sobre objetos que pasan a llamarse Manufacturas. No me gustan mucho los recursos de "lo que invento yo es diferente", porque suelen consistir en un cambio de nombre e intentar esconder falta de originalidad, y aunque estos Cambistas no son otra cosa que magos, por mucho que se empeñe el autor, al menos tiene la picaresca de establecer una contrapartida que sí resulta interesante.

En una novela de fantasía urbana tampoco puede faltar el catálogo de bichos. Y es en este campo en el que D´Andrea se ha esforzado más: exceptuando un licántropo, hay todo tipo de criaturas, bastante grimosas en su descripción y características, inventadas por él: desde demonios creados a partir de elementos putrefactos hasta Cambistas que, tras haber agotado todas sus memorias, se convierten en poco menos que zombies. Las apariciones de estos son muy gráficas, mucho más cercanos a los monstruos que describía Clive Barker en los ochenta que a los que pueden aparecer en otras novelas del género. Aunque lo mucho cansa, y también es cierto que el autor abusa demasiado de pasajes en los que se dedica a lanzarle a los protagonistas todos los monstruos que pueda, mientras hace un inciso y se pone a explicar lo que es cada uno.

Aunque el autor venga de un sitio tan poco conocido a la hora de publicar fantasía, como es Italia, más raro es el que ambiente su novela en París, como si quisiera buscar una ubicación que por un lado, se alejara de lo típico en estos casos (Londres o Estados Unidos), pero por otro, ayudara a hacerle más creíble la historia a sus lectores italianos, alejándola de lugares que ellos pudieran conocer. En España hemos pasado por esto, y tampoco lo culpo. Además, el que trabaje con una localización conocida, pero poco explotada como esta, es una de las partes que más me ha gustado del libro. Junto con los monstruos. La cabra tira al monte.

Los personajes y la narración son los que salen perdiendo en Wunderkind. Porque aunque el autor se esfuerce en trabajar con un escenario que resulte atractivo, aunque sea a un público determinado, la caracterización de sus protagonistas es nula. Del tal Wunderkind, solo se sabe que un día resulta ser un niño prodigio, y se pasa el resto de la novela espantado, teniendo pesadillas, o huyendo. De sus protectores, algo de descripción, y los suelta por ahí a matar bichos: en más de una ocasión, con la cantidad de criaturas, objetos, y mitología propia aún sin desarrollar, Wunderkind parece querer ser Mundo de Tinieblas, con todo lo negativo que implica.

Lo peor sin duda, es la intención de convertir la novela en una trilogía, idea bastante mal llevada. Porque, según incluye nuevos elementos de cara a su segundo libro, no se molesta en solucionar los enigmas del primero: termina la última página y nos quedamos sin saber qué es el Wunderkind, qué pasa con la reluciente moneda de plata, ni por qué aparecieron personajes de los que no se vuelve a saber nada. Hoy las trilogías son un mal de la literatura juvenil, pero si quieren empezar una, al menos que lo hagan bien.

Pese a todo, reconozco que Wunderkind es un libro que me divirtió mucho, sin llegar a la falta de exigencias que tuve que alcanzar con Cazadores de Sombras (eso ya fue leer con el piloto automático puesto): defectos los tiene a puñados, en narración y personajes. Pero su mayor ventaja es un toque sangriento y un tanto caótico que ha acabado por convencerme.

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