En este caso, también recae sobre el uno de los guiños: el cine moderno. Los personajes llevan apellidos tan reconocibles como el propio Cameron, Carpenter, Raimi o Cronemberg, pero las referencias no se quedan ahí, sino que se mantienen en el guion: las trama acerca de parásitos alienígenas desembocará en una situación propia del cine de zombies. Los cadáveres de los miembros de una fraternidad, mutilados en un accidente de tráfico, intentarán entrar en una residencia de forma muy similar a La noche de los muertos vivientes. Las criaturas que los animan, con el tiempo, se convertirán también en una fuente de inspiración años después, siendo imposible no recordarlas al ver Slithers de James Gunn.
jueves, 17 de abril de 2025
El terror llama a su puerta (1986). Bros zombies del espacio exterior
En este caso, también recae sobre el uno de los guiños: el cine moderno. Los personajes llevan apellidos tan reconocibles como el propio Cameron, Carpenter, Raimi o Cronemberg, pero las referencias no se quedan ahí, sino que se mantienen en el guion: las trama acerca de parásitos alienígenas desembocará en una situación propia del cine de zombies. Los cadáveres de los miembros de una fraternidad, mutilados en un accidente de tráfico, intentarán entrar en una residencia de forma muy similar a La noche de los muertos vivientes. Las criaturas que los animan, con el tiempo, se convertirán también en una fuente de inspiración años después, siendo imposible no recordarlas al ver Slithers de James Gunn.
jueves, 10 de abril de 2025
Laird Barron. The Beautiful Thing that Await us All. Puños y Primigenios
jueves, 3 de abril de 2025
Zothique (Clark Ashton Smith). Civilizaciones perdidas, decadencia y papel de pulpa
El pulp es un género capaz de provocar una sensación bastante extraña de falsa nostalgia: de la del tiempo que no se ha vivido, pero que por algún motivo, añoramos. Esa sensación de que todavía quedaban lugares d por descubrir, tanto en la geografía del planeta como en el espacio, la falta de prejuicios y de cierta libertad creativa dentro de las normas pautadas para que un relato fuera adquirido y publicado por la revista correspondiente. Pero estas historias, además de mirar en su mayoría, hacia adelante (y de las que nos ha llegado afortunadamente, solo lo bueno. Solo hace falta leer Los hombres topo quieren tus ojos de Valdemar para comprender que no todo el campo de Weird Tales era orégano), eran capaces también, de recrear un pasado mítico, tan improbable como cualquiera de los relatos ambientado en el siglo XX y siguientes. . La edad media, tan fantástica como poblada de monstruos en la que la castellana Jiriel de Joiry vivía sus aventuras surgidas de la imaginación de Catherine L. Moore. El pasado, tan brutal como admirable, en el que Robert E. Howard escribió sobre las hazañas de Solomon Kane, de Bran Mak Morn... Pero yendo, todavía más lejos, la Era Hiboria en la que Conan llegó a ser rey.
Imposible hablar de l aliteratura pul y de Howard, sin mencionar a H. P. Lovecraft, quien vivió prácticamente sumergido en esa nostalgia por el mundo clásico, por la antigua Inglaterra... y con ellos, el que sería uno de los escritores cercanos a H. P. L. cuya carrera literaria terminaría relativamente pronto, no por los motivos que cortarían en seco la de los dos primeros, sino por una deriva de sus intereses hacia las artes plásticas, pero que durante esa década sería el autor de varios ciclos de relatos. Desde su aportación a los que posteriormente se convertirían en los Mitos de Cthulhu, las historias ambientadas en el reino de Averoigne, hogar de druidas, vampiros y hechiceros...y el continente más antiguo, uno ya olvidado hace milenios y del que solo conoceremos lo que Smith escribió, formando una serie de histerias oscuras, cuya atmósfera fatalista sería muy distinta, y más retorcida, que los héroes hiborios de Howard.
Zothique, el continente perdido, un mundo muerto y enterrado hace milenios, es el hogar de nigromantes, reyes decadentes y princesas ambiciosas. Pero también de quienes olvidaron sus vidas pasadas como monarcas, de amantes condenados a la tragedia y de héroes. Cada uno, protagonista o villano de su propia historia, separado del resto por la distancia y o los siglos. Porque el eje central no son los héroes, cuya presencia solo es un instante en una historia olvidada, sino ese continente que
Este es uno de los ciclos de relatos de Clark Ashton Smith. Conocido por formar parte del círculo de Lovecraft, el autor nacido en California desarrollaría un estilo con un mayor sentido de la estética, más descriptivo (en sus últimos años se centró más en la pintura y escultura), y más cuidado que Robert E. Howard, aunque compartiera con este y con H. P. L. el interés por ese mundo pretérito imaginario. El de Smith, en cambio, bien fuera el reino medieval de Averoigne o este Zothique, se centra en narraciones ambientadas en un lugar común y no en personajes recurrentes. En este caso, un continente desaparecido, donde la magia, especialmente la nigromancia, era algo real.
Los relatos de este ciclo se caracterizan por su estilo decadente, donde las atmósferas, detalladas y sobrecargadas son lo más importante. Todo tiene un aspecto lujoso, pero a menudo excesivo, y en muchos casos, decrépito. Desde una isla donde la tortura es una diversión, un reino gobernado por nigromantes y formado por súbditos muertos y reanimados, magos y adivinos cuyos descubrimientos, por error o codicia, son conducidos a un destino terrible. Muchos de estos relatos cuentan con cierta justicia poética donde sus personajes, villanos o carentes de moral, son castigados por un destino que ellos mismos han buscado. Una fatalidad que no siempre proporciona esta sensación de justicia: varios de sus cuentos se caracterizan por el tono trágico, el del inocente cuyo descubrimiento lo lleva a la infelicidad. Como es el caso de Xeethra, la historia que abre la antología y cuya naturaleza será muy distinta a el imperio de los nigromantes, la isla de los cangrejos o El jardín de Adompha.
Los relatos, aunque cuentan con un escenario común y un estilo similar, muestran una mayor variedad y en ocasiones, concesión al pulp, medio para el que fueron escritos. El abad negro de Rothuum e su una aventura clásica, de espada y brujería, con dos héroes cuestionables y una doncella a la que salvar. El dios de los muertos, además de aparecer una deidad que se utilizaría posteriormente para juegos y pastiches relacionados con los mitos de Cthulhu, supone un desenlace feliz para unos protagonistas que son poco más que testigo de la narración.
Pero todas, en su conjunto, tienen ese tono pausado, un estilo más interesado en la atmósfera que en la acción, y esa decadencia a la que Smith era aficionado, en el que sugiere más que muestra pero que es suficiente para que el lector pueda imaginar el mundo de Zothique. Toda una rareza para el pulp, mucho más caracterizado por el dinamismo y la simpleza, donde la acción era lo primero a la hora de atraer al público. Pero al cual, es gracias entender por qué Smith sería uno de los escritores lo bastante afortunados y dotados de talento, como para ser recordado.
jueves, 27 de marzo de 2025
A. J. Raffles (E. W. Hornung). El ladrón honorable
En muchos casos, la literatura popular aguanta bastante mejor el paso del tiempo y si no, es un reflejo muy fiel de lo que preocupaba o interesaba a la gente hace ya más de cien años. Generalmente pensamos en el folletín (especialmente, en Francia y su profusión de enmascarados y túneles subterráneos), y en el optimismo y sencillez del pulp. Pero las publicaciones británicas de finales del siglo XIX supusieron un referente posterior para el género de aventuras, y la aparición de una serie de personajes que, bien, por su nombre propio o por sus características, influirían en la ficción posterior.
jueves, 20 de marzo de 2025
Manuscrito encontrado en Zaragoza (1965). El cuento gótico
jueves, 13 de marzo de 2025
Los ojos sin rostro (1960). Los límites de la ciencia
El cine evoluciona, a nivel estético y de contenido, junto con su público. El terror, el suspense, y todo aquel que se separe un poco del realismo, también. Aunque determinados elementos prevalecen, adaptándose a ese cambio y convirtiéndose en cierto modo, en un reflejo de cada época. Si los monstruos los que consideramos clásicos han sido objeto de esa adaptación al medio, también lo han hecho otros elementos presentes en el género. Uno de ellos ha sido la máscara: esta sirvió para ocultar la identidad del malhechor, pero también para esconder la monstruosidad física, no necesariamente moral…que con el tiempo se convertiría en en el rasgo más reconocible de los asesinos en serio que con los años, sustituirían a los monstruos que conocía el público.
Fue precisamente en una época en la que estos cambios empezaban a aparecer en pantalla, comenzando a olvidar los monstruos y escenarios conocidos, cuando una producción francesa recurría a estos últimos coletazos de los clásico para contar, a través de estos, una historia que quizá más más moderna, pero que se movería entre ese mundo conocido, en vías de dejar paso a lo nuevo, y el cambio que se avecinaba.
Adaptando una novela corta de Jean Redon, este guion de Boileau y Narcejac cuenta con un punto de partida que sorprende por su simpleza: el arquetipo de científico loco, quien su obsesión por conseguir restaurar una tragedia personal lo lleva a traspasar los límites de la legalidad y al ciencia. La estructura hoy conocida, en al que una sucesión de crímenes da paso a la explicación de su motivo y la consecuente detención o muerte de su autor, se reinterpreta en este caso de forma en al que se da a conocer una parte de los hechos: la película comienza con una secuencia nocturna a en al que la ayudante del doctor se deshace del cadáver que harán pasar por su hija. La trama, a partir de entonces, se centrará únicamente en el mostrar el modus operandi de la pareja formado por el Doctor Genessier y Louise para conseguir material para sus operaciones. La sucesión de victimas como parte de la historia se ve aquí sustituida por la filmación con todo detalle, del proceso de caza que ambos llevan a cabo, así como del procedimiento quirúrgico que no dudan en mostrar mediante una secuencia rodada con lentitud y detalle. Una situación, precedida por la escena en la que se muestra el rostro desfigurado de Christiane, que recrea el proceso de extracción de esa nueva cara para su hija, en una secuencia tan directa que si bien hoy parece de lo más simple, en 1960 supuso un problema con la censura. El tiempo dedicado a este proceso sirve para establecer el tono de la película, muy pausado, y que refleja lo que supone cada intervención del doctor: la captación de una víctima, un complejo procedimiento quirúrgico y el sufrimiento de su hija, para quien se supone que es todo el sacrificio pero que ella misma se reconoce d como una víctima ´más de un personaje megalómano, incapaz de asumir un fracaso personal y que establece sus relaciones mediante la jerarquía y la lealtad ciega. Christiane, dada por muerta, está sometida a un encierro del que solo podrá salir una vez su padre tenga éxito. Louise, su secretaria, le obedece ciegamente al deberle su rostro gracia a una operación exitosa, ocultando las cicatrices con un grueso collar que servirá de indicio para que la policía involuntariamente, ponga en manos del doctor una nueva víctima. incluso Jacques, novio de su hija, no es más que un médico a su servicio. Es a partir de los diálogos entre estos mediante los cuales se podrá con9ocer la situación previa, tal y como la responsabilidad del doctor en el accidente o la existencia de varios intentos previos de recomponer su rostro.
Esta película se encuentra a caballo entre lo clásico y el enfoque moderno que empezaba a verse. Era la época en la que los monstruos de la Hammer sustituirían a los de la universal, cuando Psicosis supondría un antes y un después en el cine de sus pensé pero también cuando Mario Bava presentaba su reinterpretación de la bruja con La máscara del demonio. Los ojos sin rostro juega de la misma forma con la figura del mad doctor, sin escatimar secuencias escabrosas, pero a la vez con un escenario tan clásico como la mansión en al que este lleva a cabo sus experimentos y donde transcurre gran parte de la trama. A través de escenarios decorados con muebles propios dé otra época, de grandes escalinatas, de pasadizos y espacios abiertos que contrastan con las secuencias urbanas, de planos más cerrados y escenas más bulliciosas, se mueve unos de los personajes principales: Christiane, interpretada por Edith Scob que oculta en todo momento su cara mediante una máscara que pretende reproducir sus rasgos, pero carece de expresión a haciendo que esta solo pueda manifestar su estado de ánimo mediante su minada y sobre todo, su expresión corporal. Esta, ataviada en todo momento con vestidos blancos y vaporosos, le dan un aspecto fantasmagórico (y que la fotografía en blanco y negro, muy contrastada, se encarga de resaltar), desplazándose mediante movimientos lánguidos, muy exagerados, que la convierten una criatura extraña, casi un fantasma en ese caserón pero también en una figura cargada de simbolismo: la última escena del personaje, desapareciendo en el medio de la noche acompañada de los pájaros ha los que ha liberado de su jaula, es más propia del fantastique, de un relato donde lo irreal tiene un mayor presencia, que de una película de suspense al uso donde, seguramente, al policía habría sido un poco más perspicaz que esos dos agente que no dudan en descartar cualquier pista. De este modo, la historia se salda de una forma más poética y personal, con al liberación de las dos últimas víctimas y el final del médico a manos, de forma indirecta, de su propia hija por la cual había sacrificado varias vida, así como la de ella misma.
Pese a la simpleza del argumento, al menos en apariencia, la carga simbólica de esta y el impacto de sus imágenes supusieron una influencia para el cine posterior. La máscara de su protagonista, sencilla pero inquietante en su inexpresividad, sería una referencia en la de Michael Myers. Guillermo del Toro la reconoce como una de sus películas favoritas y La piel que habito, de Almodovar, se inspira más en Los ojos sin rostro que en la novela de Thierry Jonquet que adapta. Incluso Billy idol la usaría como inspiración para su canción del mismo nombre.
jueves, 6 de marzo de 2025
Contra el imperio de la droga (1971). La policía no es tonta
Esta realidad es la que acompaña a los protagonistas, para los que la violencia es un recurso más en su trabajo diario: detener y patear a un traficante, hacer una redada con violencia en un bar donde se trafica…son simplemente cuestiones de su oficio, mostradas también de una forma imparcial. La violencia en las calles solo se combate con violencia. Algo que sus protagonistas han asumido. Estos, caracterizados únicamente a través de su trabajo y su condición de detectives, carecen en la historia de ningún trasfondo personal. Su vida se reduce a su trabajo, al que se entregan en todo momento, incluso durante el ocio. Pero que les da la personalidad necesaria para poder comprenderlo, incluso cierta profundidad (como el saber qué tipo de chicas le gustan a Doyle o su tendencia a actuar por intuición). Un trabajo llevado a cabo por Gene Hackman en el papel principal, como ese policía encallecido, sin un atisbo de vida personal pero dotado de la astucia y recursos necesarios para llevar a cabo su trabajo, así como leal a sus compañero. El papel de Roy Scheider es mucho más discreto, su personaje parece más sereno al lado de la expresividad y violencia del interpretado por Hackman, pero ambos se complementan como esa pareja de policías en las que no hay ninguno bueno, sino como mucho, uno de los dos será el menos malo.
Al tratarse de una película donde la importancia recae sobre los hechos que narra y no tanto sobre los personajes, estos apenan comparten tiempo en pantalla con sus antagonistas. El personaje de Alain Charnier, interpretado por Fernando rey, aparece n escena tras uno primeros minutos de una secuencia en Marsella, propia de un polar francés, y cuyo entorno y modales supondrá la otra cara de la moneda de un policía brusco en las calles de una ciudad al otro lado del Atlántico. Charnier es caracterizado como un personaje calmado, cómo en ese escenario mediterráneo lleno de luz y evocador de esa “vieja Europa” tan distinta al lugar donde se desarrolla la trama. Este responde más a la idea de caballero ladrón que a la de narcotraficante violento que sería habitual en los años posteriores. La secuencia de persecución en el metro, donde este da el esquinazo tranquilamente a su perseguidor para saludarlo irónicamente antes de irse, su velada en un restaurante de lujo mientras Doyle se congela en el exterior durante su turno de vigilancia, supone el retrato más profundo de dos personajes opuestos, de los que el espectador no sabe nada más allá de su vida profesional. Pero cuyo entorno y gestos son suficientes para comprender que ambos vienen de mundos muy distintos.
Ni la fuente realista ni su rodaje, directo y sin artificios, impiden que la cinta cuente consecuencias de acción memorables. Esta se convertiría en una influencia para producciones posteriores, y se nota en la ejecución de estas: desde la sencillez de una persecución a la carrera de sus protagonistas, sin más añadido que lo que aguanten los pulmones de estos, hasta la aparición de un francotirador, su huida a través de un tren elevado y la persecución por carretera en un vehículo donde vertiginoso de un trayecto en un coche cada vez más destrozado por los choques se le suma el secuestro, e inminente choque de una línea de tren llena de pasajeros. Situaciones aparatosas, cargadas de tensión y violencia, pero sorprendentemente minimalistas en un medio donde las explosiones y las lluvias de tiros se convertirían en la norma. Una espectacularidad que aquí es sustituida por la posible realidad de estas escenas donde no se esconden las consecuencias: la mujer asesinada por el francotirador que busca a Doyle, las víctimas de este en el vagón de tren, suponen consecuencias tan poco espectaculares como reales inquietantes por su posibilidad de ser una noticia más en la prensa.
jueves, 27 de febrero de 2025
Monsieur Verdoux (1947). El asesino amable
Chaplin, como una de las más influyentes desde los inicios del cine, fue partícipe de las etapas más decisivas de este. Del silencio al sonido, evolucionó desde su personaje más famoso, el entrañable vagabundo representación de la comedia gestual, a otro más oscuro, donde el humor se convertía en una herramienta de defensa contra una realidad hostil. Una personalidad tan decisiva como cuestionable en lo que se refiere a su vida personal. Una dualidad que de forma involuntaria se reflejaría en una de su últimas películas, planteada, rodada y considerada como una comedia, pero que se sustentaba en un humor mucho más oscuro que el de las aventuras de vagabundo que lo dio a conocer.
Una gran parte del metraje mantiene el tono de comedia ligera, ayudándose en la expresividad corporal y en los sketches de equívocos cuyo tono, sorprendentemente alegre y acompañado por lo luminoso de los escenarios, resalta todavía más lo siniestro de su trasfondo. La velocidad a la que Verdoux cuenta los billetes, con la práctica de un empleado de banca, el intento de seducción de una de sus víctimas, entre escandalizada y desconcertada, el duelo de bofetadas que mantiene con el estafador de una de sus esposas (demostrando que él no es el único en esta actividad comercial) o los aparatosos intentos de asesinato de esta última, el único que veremos en pantalla y que muestran consecuencias más hilarantes que catastróficas, suponen una gran parte de un metraje que irá derivando hacia un tono más desengañado, arcado por la primera aparición de la joven a la que Verdoux ofrece refugio, y que tras una secuencia final de enredos y persecuciones, verdadera conclusión de la parte cómica, dará paso al final de su protagonista, victima junto con su familia de una nueva crisis económica y al que solo le queda asumir su derrota y las consecuencias de sus actos.
Las últimas palabras de Verdoux puede que no sean tan recordadas como El gran dictador, pero su concepción de si mismo como hombre de negocios cuyo plan ha fallado, del valor de la vida como algo relativo en términos económicos y la referencia a una situación política que solo ha beneficiado a algunos afortunados, resulta mucho más realista e hiriente que el mensaje esperanzador de su personaje de 1940.