Aunque siempre empiezo con una entrada celebrando cada año del Barrilete, esta vez es de las que tiene gracia. Ya hace un tiempo me asombraba de haber llegado a los diez años , ahora son nada menos que quince. Que ya no sé si ponerle un vestido y presentarlo en sociedad, o plantearme mi capacidad de dar la tabarra por vía escrita.
Un año de los que pueden considerarse bastante movido. Una mudanza más, a la que mis gatas responden ya con indiferencia o resignación, y que con una esquina donde les dé el sol, y que la humana siga poniendo croquetas, se dan por satisfechas. Y de enfrentarse de nuevo a la realidad de todo lector: esas cajas que, en cada traslado , aumentan en número y peso. Poco aprendo: dos meses después había encontrado varios Martinez Roca Fantasy que se vinieron a mi nueva casa, y ya me preocuparía más adelante de la logística (por si acaso, he empezado a hacer pesas). La vida de los chupatintas no será apasionante, pero algo de mundo se acaba viendo: cambiamos la ría de Bilbao por la invasión de carabelas portuguesas en la costa. Y todavía dirán “qué suerte, ahora tienes playa”.
The Weird Shadow over the Sardinero
De nuevo, este estado pre apocalipsis en el que parecemos estar viviendo desde 2020 (¡ahora con un 80% más de cambio climático! ¡Y aprovechen nuestras ofertas en conflictos bélicos!) ha pasado entre lecturas y cine. Quizá la más divertida de 2023, aunque no por los motivos correctos, ha sido Michelle recuerda, ese batiburrillo ochentero de psiquiatría, terapias regresivas e histeria compartida que terminaría en la caza de brujas más absurdas de la época reciente. Al menos, eso pensábamos del Satanic Panic hasta que apareció el Pizzagate.
Como reflejo de una época, y al menos más recomendable, sería la trilogía del puente de William Gibson, mi primera lectura cyberpunk. Algo más reciente sería La marca del cuervo de Ian Mcdonald, una saga grimdark tan ligera como alocada, quizá más accesible para leer rápido que los tomos de Abercrombie, aunque sin llegar a su nivel al tratarse de una obra primeriza.
La fantasía urbana, por llamarlo de algún modo, vendría con Las fuentes perdidas, de José Antonio Cotrina, todavía más exagerado si cabe, pero del que me atrevo a decir que mucho más divertido y menos ambicioso que el Neverwhere de Neil Gaiman.
La literatura más seria vendría, como me pasa a menudo, de la Primera Guerra Mundial. Tomas el impostor y la historia y desventuras del desconocido soldado Schlump, dos narraciones de países tan opuestos como el tema de ambos. Y la biografía de Limonov, escrita por Carrère, quizá por haberme pasado la mitad del año escuchando a Pablo un Destruktion y preguntarme qué planes de gobierno tenía que discutir con semejante crápula.
Menos series que el año pasado, salvo continuar alguna, terminar Gravity Falls, ver como la segunda temporada de 30 Monedas se convertía en la partida de La llamada de Cthulhu más salida de madre de la historia y mantener la costumbre de ver alguna película los sábados por la tarde. Con Marvel definitivamente fuera de mis opciones por agotamiento, ha sido mucho más satisfactorio ver que podía hacerse algo medianamente divertido con la franquicia de Dungeons & Dragons gracias a Honor entre ladrones, aunque lo mejor ha sido volver a esa mezcla de terror físico y humor negrísimo que es Posesión Infernal: el despertar. Un edificio de pisos gigantesco puede ser tan aterrador como cualquier cabaña (aunque eso ya lo sabíamos por Demons 2).
Junji Ito y sus recopilaciones de historias cortas han supuesto gran parte de los comics de 2023, además de recordar de nuevo mis primeros años de lectora gracias a Mortadelo, o más bien, por la marcha de Ibañez, seguramente una de las pérdidas más sonadas (el otro fue Henry Kissinger. Pero espero que este señor esté en el infierno junto a Margaret Tatcher y algún otro).
Nunca pensé que llegaría a verlo
Es curioso que algunas de las cosas que más me hayan gustado no haya tenido tiempo de comentarlas. La caída de la casa Usher fue una de las últimas series que pude ver en 2023, además de un curioso mix de relatos de Poe adaptados, con un odio muy marcado, lógico y hasta saludable, a los millonarios. Pero también ha sido el año en que Tardi ha terminado Las aventuras de Adéle Blanc-Sec. Casi a trompicones, descartando tramas e ideas según la realidad iba dictándole que dibujar sobre pandemias y atentados quizá no fuera lo más adecuado, la historia de la escritora más borde de la Francia de Entreguerras se cierra con un comic atropellado, donde concluye las tramas como puede y en el que, sorprendentemente, esos personajes absurdos dejando de incordiar a Adèle, como ella llevaba pidiendo desde hacía varios tomos, y esta tiene lo más parecido a un final feliz que podemos esperar. Solo espero también que Tardi cumpla y podamos ver el desenlace de Brindavoine.
Un año más entre lecturas, cambios, incertidumbre, cine, gatos, y todo lo que en mayor o menor medida, nos permite ser felices. Y con suerte, seguir escribiendo el 9 de enero de 2020. Y, como mi abuela decía siempre: vidiña, la fin del mundo le llega a los que se mueren..