A menudo se acusa al cine de terror de ser poco original, de caer en lo derivativo o del “está todo inventado”. Una acusación un poco arbitraria al estar todo tan inventado como podría estarlo en el policiaco o en la comedia romántica, pero que también se ha utilizado como ventaja a la hora de rodar guiones que no dudan en explotar las referencias, o incluso, retorcer los tópicos para crear algo distinto. Cabin in the Woods fue esa película que consiguió dar la vuelta a todos, otras intentarían con posterioridad seguir las posibilidades que esta había abierto. Aunque el resultado acabara siendo irregular, en muchos casos, o simpático, en el mejor de estos. Pero si algo se pudo sacar de la película de Whedon es que se había inventado todo, pero no todas las alternativas de narrar, y es precisamente una producción italiana, el país que se especializó en las exploitation, en copiar todo lo posible y a la vez crear algo propio como el giallo o el spaguetti western, una de las responsables en intentar, como dice su título, hacer la clásica historia de terror.
Cinco desconocidos emprenden un viaje por el sur de Italia en un vehículo compartido. El encargado del viaje, un entusiasta del cine y las redes sociales, se encarga de llevar a su destino a una prometedora estudiante, una pareja que acude como invitada a una boda y a un médico en el peor momento de su carrera. Pero un accidente durante el trayecto los saca de la carretera y de la ruta que estaban recorriendo. Estos despiertan en medio de un claro, en un lugar desconocido donde únicamente hay una cabaña que contiene unos retablos en los que se muestra una historia: la de tres desconocidos que hace siglos, salvaron a un pueblo a cambio de un sacrificio y el alma de sus habitantes. Un extraño altar en el bosque, y una niña encerrada en el desván de la casa, apuntan a que los sacrificios rituales han continuado hasta hoy, y que ellos pueden ser los siguientes. Porque, a fin de cuentas, es lo más típico que le puede pasar a nadie cuando en una película de terror, acaba perdido en el bosque.
La película empieza, en su primera mitad, empleando referencias muy directas a varios tópicos del cine de terror: los protagonistas son todos los estereotipos reconocibles, como el friki, la pareja, el tonto que muere primero, y, sobre todo, la final girl, que se comportan en mayor o menor medida conforme a este rol asignado. Queda muy lejos, en este caso, la capacidad de darle la vuelta en menos de cinco minutos con la que Cabin in the Woods había decidido que iba a romper la baraja de los tópicos. Pero estos al menos se alejan de su versión más forzada y odiable al no buscar el retrato paródico. Destacan precisamente Matilda Lutz en el papel protagonista y Francesco Russo como conductor, y a la vez responsable indirecto de uno de los giros que tomará el guion, porque el resto, en comparación, tienen un papel de apoyo un tanto secundario y acaban sufriendo muy rápido el destino de todo personaje no principal en una película de terror. Un reparto que también es bastante variado en cuanto a nacionalidades, contando con actores italianos en su mayoría, pero también de Reino Unido o incluso de Ucrania. Un detalle que, un poco por asociación, no me ha recordado también a las producciones italianas de los setenta y ochenta, donde sus protagonistas eran a menudo un mix de actores europeos, italianos con seudónimo y algún anglosajón relativamente conocido.
¿A quien no le va a gustar un retablo de atrezzo de serie B?
Además de recurrir a estereotipos del género, el guion cuenta también con referencias recientes en su mayoría. Aunque se menciona abiertamente, y casi a gritos, a Sam Raimi y esa cabaña perdida en el bosque, la figura más reconocible es el folk horror y sobre todo, el que vino de la mano de Midsomar, quizá por ser el más reconocible (y responsable del actual debate entre el “terror elevado” y el terror de “déjame tranquilo que yo solo quiero pasar el rato”) pero también The ritual, estrenada unos años antes en la misma plataforma. Y cuyo estilo, mucho más oscuro y sangriento, se acerca a estéticas del torture porn que la película no duda en utilizar.
Aunque este último, en comparación a las salvajadas que hizo Eli Roth inaugurando el género, se queda en algo mucho más suave, pero determina dos aspectos que caracterizan a la película: el uso de referencias cinematográficas muy recientes, de las que una de ellas servirá para determinar el cambio de tono en la segunda mitad. Esta pasa a inspirarse directamente en los clichés del terror más violento, pero usándolos también con un sentido muy paródico. El tópico del entretenimiento sádico para millonarios se mezcla aquí con la parodia local, mencionando a menudo los estereotipos de Italia del Sur y la mafia calabresa como un grupo que, como cualquier organización, debe adaptarse a los cambios de mercado y a las necesidades de sus clientes ilegales, en este caso. De este modo, retorciendo con ironía esa idea de un clan mafioso reconvertido a la creación de contenidos como cualquier influencer, salvan, medianamente, una segunda parte cuyo desenlace supone una decepción para una parte del público: una parte, por no estar lo bien ejecutada que podría. Otra, por lo predecible de su resolución. Aunque para quienes se tomaran al pie de la letra el título de la película, puede limitarse a aceptar que esta era a un poco lo que podía esperarse, y disfrutar de ese enfoque más acido donde se menciona, con muy mala baba, la opinión sobre 3el cine patrio de entretenimiento y la crónica negra como forma de ocio.
En conjunto, esta es una película que queda lejos todavía de ser una producción in novadora, o algo que pueda recordarse más adelante. Más cercana a Scare Tactics que a otras aproximaciones más innovadoras o creativas, esta, bastante por encima de una gran parte del catálogo disponible en Netflix, hace honor a su título: la clásica historia de terror que veo el domingo por la tarde entre sofá, manta y gatas.
Si el propio hogar puede convertirse en el origen del terror, este tendrá un mayor peso cuando el protagonista es un niño. Estos, con la percepción propia del mundo infantil, el exceso de imaginación que se les achaca a menudo, o con una experiencia vital todavía reducida al entorno familiar y escolar perciben, a menudo, anomalías de las que los adultos no son conscientes, o en el peor de los casos, se dan cuenta que algo no marcha bien en su entorno familiar. Una historia protagonizada por un niño será muchas veces más opresiva, a veces un tanto ilógica, quizá más atmosférica y muchas veces, con una estructura o tono propios e un cuento siniestro. Un recurso que el creador de Marianne, una de esas series que pasó fugazmente por Netflix pese a su buena recepción, utilizaría en su siguiente largometraje.
Peter es un niño de ocho años que si bien no tiene el miedo a la oscuridad que menciona el título, si cuenta con algo que lo aterroriza cada noche: una serie de golpes en la parece que resuenan en su cuarto. Sus padres, pese a su carácter sobreprotector, le aseguran que no son más que imaginaciones que aumentan el ruido provocado por los ratones en una casa antigua. Sin embargo, la actitud de estos cambia cuando su profesora ve un dibujo donde Peter refleja esos terrores nocturnos. La despreocupación de estos se convierte en una actitud agresiva con la que exigen silencio a su hijo sobre lo que escucha cada noche. Con la posterior expulsión de Peter de su colegio, los actos de estos se volverán más extraños. Más violentos, mantienen conversaciones veladas acerca de lo que hay en la pared. Y los ruidos esta vez, vendrán acompañados de una voz que advierte a Peter de que sus padres no son lo que parece, y que pretenden hacer daño a ambos.
La película, en cuanto a duración, es una de esas rarezas que se asoman ocasionalmente a unos cines en los que la norma es estirar el metraje en proporcional al precio de la entrada. Unos noventa minutos escasos en los que desarrolla una historia muy oscura, atmosférica, y un tanto desoladora: la vida del protagonista transcurre en un entorno opresivo donde el gris de las paredes de su casa da paso a un aula convertida en un lugar hostil, donde el bullying es una parte más de su rutina y donde únicamente esa profesora suplente, que valora sus trabajos y muestra genuina preocupación por un dibujo que indica que algo no marcha bien. Una sensación de desprotección que choca con un hogar claustrofóbico, algo paradójico viniendo de una casa enorme y de habitaciones amplias, decorada completamente en gris oscura, empapelada y amueblada con piezas anacrónicas y habitada por unos padres cuyo vestuario es tan intemporal como fuera de lugar, tan extraño como ese comportamiento cada vez más errático y equivoco, que adoptan con su hijo. Un escenario completado con ese huerto de calabazas que presagia la semana anterior a Halloween, cuando transcurre la historia, y que tanto por su tonalidad como por su carácter anecdótico 8(es de estos guiones un tanto únicos, que no tendría sentido continuar) la convierte en una película muy estacional, una que podría perfectamente a haberse estrenado a finales de octubre y aprovechar este factor más que su lanzamiento en verano.
No me pises el sembrao
Esta primera parte, en cuanto a atmósfera y construcción de tensión, funciona perfectamente y se convierte en lo mejor de toda la película. Esta, desde el comienzo, no juega al despiste y pone claro que hay algo extraño en la casa, y sobre todo, en los padres del protagonistas. Algo que se irá desarrollando progresivamente a través de las voces que Peter escucha en su cuarto, haciendo que lo anómalo aparezca para quedarse definitivamente desde ese momento decisivo en el que Peter es encerrado en un sótano cuya puerta se esconde tras el frigorífico, sugiriendo que este elemento ha sido usado como castigo previamente y recurriendo, también , a otros elementos que sirven de indicio sobre lo que sucederá. Las arañas, el miedo de Peter a estas, así como la imagen de las telas de araña, son algo tan recurrente, y premonitorio, como la estabilidad mental de esos adultos que parece resquebrajarse por momentos.
Una gran parte de esto se debe al trabajo del reparto principal. El trío protagonista, en el que Woody Norman interpreta a un niño cuyo aspecto saludable contrasta con su palidez y una actitud introvertida, de la que es posible intuir la infancia que este está viviendo a manos de sus padres: Lizzy Caplan, una madre que oscila entre el afecto y el brote psicótico, y sobre todo, Anthony Starr, con una permanente sonrisa y una actitud entre afable y de amenaza velada que lo convierte en un personaje inquietante. Pero...¡cuando Homelander hace de padre, podemos ir suponiendo que la cosa no va a ir por la alegre comedia fantástica!
En comparación al resto, el tramo final desmerece mucho del comienzo y de un desarrollo prometedor. Este se convierte en una serie de persecuciones atropelladas, muertes rápidas de gente que en el sentido más literal, pasaba por ahí, y la revelación de un monstruo que deja de ser una presencia sutil para transformarse en una criatura mortífera cuyo trasfondo no guarda mucho sentido con su comportamiento (¿cómo suponemos que el hijo deforme al que abandonan para morir tras un tabique se expresa y desarrolla unos planes dignos de Moriarty?), que a ratos recuerda a aquel episodio mítico de la Casa árbol del terror de los Simpson, y a otros, hace que la historia pierda su lógica interna. Porque un buen relato de terror no tiene porqué ser lógico o realista, pero sí mantener cierta coherencia entre lo que se ha visto previamente y su desenlace.
Pese a tratarse de una película de terror que funciona bien, y a cuya trama consigue atrapar al espectador desde el primer momento, No tengas miedo a la oscuridad no podría considerarse como la mejor de todo el año, como tampoco fue Marianne la mejor serie de 2021 pese al hype de una semana del que disfrutó. Pero sí es una buena historia de terror infantil, con ese carácter anecdótico que le proporciona el ser un largometraje conciso, y probablemente, alejado de toda posibilidad de ser franquiciado.
Entre los formatos que se han ido convirtiendo en algo habitual dentro de las plataformas, y que han acabado por desarrollar una base de seguidores muy sólida, se encuentra el true crime. Un reportaje donde se sigue y analiza algún asesinato, o suceso especialmente sórdido, y al que se recurre a la hora de encontrar material hasta el punto en el que es habitual bromear diciendo que “en un par de años, hay miniserie de Netlix respecto de cualquier noticia de sucesos escabrosa. Esta fascinación no es nueva. La crónica negra siempre ha estado ahí (y si no, que se lo digan a los lectores de El caso), aunque esta sea una evolución de esa crónica de sucesos. Y esa mezcla entre lo periodístico y la reconstrucción ficcionada ha servido para dar lugar a una fusión de formatos como podría serlo con el metraje encontrado, dando lugar a una forma de falso reporta que, en muchos casos, permite que su realización sea algo más profesional mientras se mantiene dentro de los presupuestos ajustados.
Horror in the Hight Desert es la crónica de los días previos a la desaparición de Gary Hinge, aficionado al senderismo y la actividad al aire libre, cuyo rastro se perdió en 2017. Una vez abandonada su búsqueda, una periodista reactiva el caso reconstruyendo, a través de los testimonios de la hermana y compañera de piso del joven, sus circunstancias personales y ala anomalías que rodean su desaparición. Las últimas grabaciones que este llevará a cabo antes de que no volviera a saberse de él, además de la recuperación de su cámara en extrañas circunstancias, son solo los antecedentes de las desapariciones que tendrían lugar, tiempo después, en esa misma región del Alto Desierto en Nevada. Una desapariciones, que, según los testimonios de los escasos vecinos, y las grabaciones que las víctimas dejaron tras de sí, viene acompañado por circunstancias extrañas: sonidos similares a cánticos o aullidos en el medio de la noche, siluetas que merodean las casa y las tiendas de campaña de esta, sí como una ruinosa construcción en el desierto, donde se pierde la pista de Gary, parecen ser las únicas indicios disponibles.
La historia comienza con una primera película donde se narra, de manera muy lenta, siguiendo punto por punto los tópicos del true crime, al desaparición de este primera víctima. Esta se desarrolla de forma muy pausada, prestando atención a detalles como su trasfondo familiar, así como la relación con su hermana y su amigo y compañero de piso. Estas, tan pausadas y exhaustivas, casi parecen una parodia de este formato que muchas veces intenta forzar la conexión con el público y lo lacrimógeno. Un punto en contra si lo que se busca es terror sobrenatural, que no empezará a sugerirse hasta la mitad del metraje (la película es cortita, no llega a los noventa minutos), pero muy efectiva gracias a unas actuaciones sólidas, donde reflejan muy bien los testimonios propios de este formato: los personajes no interactúan entre sí, sino que son entrevistados de forma separada y aparecen tan envarados como podría esperarse de cualquier persona no profesional ante una cámara.
Una herramienta que sirve para marcar un ritmo lento, más alejado el estilo un tanto tramposo del found footage, pero que sirve, en su desenlace, para plantear el enigma final y lo que sería una secuela: los últimos minutos de la cámara de Gary, con una figura tambaleándose en los alrededores de una casa en ruinas, actúa como desenlace, puerta hacia la secuela, y guiño hacia uno de los tics típicos del true crime: la legión de seguidores que intentan resolver el caso por su cuenta, teorizando o acercándose al lugar de los hechos.
Al fin un sitio con alquileres asequibles
Su segunda parte, titulada Minerva Project, no es tanto una secuela como una entrega de ese entorno extraño que se describe en la primera película. Recuperando las referencia a la desaparición de la primera víctima, y utilizando como hilo conductor y el escenario y a la periodista encargada de investigar este, la película recoge no una, sino dos nuevas desapariciones, desarrollando un poco más el entorno de esta. En este caso, no se presta tanta atención al trasfondo de los desaparecidos (una estudiante y una madre de la que solo se encuentra su vehículo), sino a los testimonios de los vecinos acerca de lo que ellos han visto o escuchado durante las noches. De nuevo, estos hablarán de siluetas, sonidos y elementos propios del relato de terror, pero en este sentido, esta secuela es más visual y lo que puede haber en el desierto aparecerá brevemente, en más de una ocasión, en forma de fotografías nocturnas o formas que, vistas y no vistas, se mueven en grabaciones de Gopro o teléfonos móviles.
En esta entrega se busca abiertamente lo extraño, pero también hace que el tiempo que dedica a esto se haga corto. En comparación a lo que se narra respecto de Minerva, la desaparecida titular, la mención a otra de las víctimas es mucho más breve, buscando más el efecto directo y mostrando durante más tiempo lo que puede estar detrás de ambos casos pero que hace que este último sea más escaso, como un añadido donde dicen “sí, que aquí esta pasando algo raro, raro, y está relacionado fijo”.
Siguiendo el hilo de desapariciones, testigo, pruebas audiovisuales, y sobre todo, el tener un lugar tan vasto y enigmático como es el desierto del Mojave, Horror in the High Desert recrea mediante falso reportaje una historia de terror, que en el fondo, es muy deudora de elementos tan clásico como el terror a la naturaleza y lo desconocido, y donde la sencillez de su realización permite una vez más plantear una posible tercera parte: el proyecto Minerva se cierra con la declaración de un youtuber que asegura haber encontrado la cabaña donde tuvieron lugar los primeros sucesos y disponer de información decisiva para poder desentrañar el misterio. Pero, con lo que dispone ya el público, es probable que Horror in the High Desert 3 a la periodista Gal Roberts le toque hacer un reportaje sobre un youtuber del que no se han encontrado ni los restos.
Una vez más, los ochenta siguen siendo la década de referencia a la hora de buscar cine fantástico. En este caso, de lo que se denominaría fantasía urbana, donde lo sobrenatural irrumpe de algún modo en entornos reales y en la mayoría de los casos, reflejado de una forma mucho más oscura que en otros escenarios. Nueva York, hace cuarenta años, podría resultar más peligrosa que cualquier laberinto poblado por monstruos. esta mezcla, además de convertirse en una referencia para la ficción, serviría para sacar adelante proyectos con un presupuesto limitado como serían Warlock o, en este caso, un guion primerizo, pero ambicioso, sobre el enfrentamiento de unos seres sobrehumanos a lo largo de los siglos.
Conocidos simplemente como inmortales, algunos humanos, muy pocos, tienen el don de no envejecer ni morir. Ocultos entre la sociedad durante siglos, estos han sido testigos de sus cambios, mientras mantienen una lucha entre ellos. Nadie sabe muy bien cuál es su origen ni el de sus creencias, pero todos saben que, cuando solo quede uno de ellos, puesto que estos solo mueren definitivamente al ser decapitados, este recibirá el Premio: una serie de dones sobrenaturales cuya naturaleza ignoran, pero por los que están dispuestos a luchar. Han pasado más de cuatrocientos años desde que Connor McLeod descubriera su condición de inmortal y fuera entrenado por uno de los más antiguos de su raza para poder, al menos, tener una oportunidad en el enfrentamiento que el Kurgan, un violento guerrero, busca desde hace siglos para convertirse en el único y más poderos. Ahora, bajo la identidad de Nash, un anticuario, aguarda en Nueva York la batalla de la que solo quedará uno.
La película no llegaría a ser un éxito en las salas de cine pero sin que funcionaría muy bien en los videoclubs, donde el boca a boca hizo su trabajo y se convertiría en una saga que forma parte, una vez más, de todo lo que nos hace pensar en los ochenta. Su mayor particularidad es su narración mediante flashbacks, donde el protagonista recuerda su pasado y se desarrolla un poco la mitología de esta. No mucho, en ambos casos: estas secuencias del pasado están muy dosificadas y se limitan, en su mayoría, a recrear las Highlands y la primera época de Connor Mcleod. La historia tras los inmortales también es muy breve, muy abierta a que el espectador teorice lo que quiera: se habla de los poderes que estos adquieren, que, salvo no morirse, pocos se ven, de las normas por las que se rigen y cierta mitología con un final concreto, en la que todos creen, pero que una vez explicada, se convierte en uno de los puntos más flojos.
Lo cierto es que la cinta, en muchos aspectos, no ha llegado a envejecer del todo bien. A veces, más que sugerir, parece que el guionista no tiene claro en qué consisten los poderes de sus personajes, y en más de una ocasión parecen unas cuentas ideas lanzadas en un guion que tuvo la suerte de ser filmado por un estudio importante. Algunos diálogos, en varias ocasiones, suenan ridículos, y las escenas de peleas, en más de una ocasión, sería mejor olvidarlas: el primer enfrentamiento entre Nash y Fassan, uno de los inmortales, donde una pelea ejecutada correctamente deriva en uno de los adversarios haciendo volteretas múltiples por un parking, son un ejemplo que esta no era la mejor idea para demostrar esas supuestas habilidades centenarias. Incluso el atuendo icónico de Mcleod, en la actualidad, compuesto de gabardina y deportivas, hoy resulta un poco chocante. Aunque no voy a decir nada porque a ver qué opinan los chavales dentro de cuarenta años de los abrigos de vinilo negro que se popularizaron con Matrix…
En cambio, esta cuenta con muchos más aciertos. No solo el uso de los flashbacks sino las interpretaciones. Tanto la brevísima aparición de Sean Connery como caballero español, cuyo rodaje duró solo una semana y pese a esto, se convirtió en un personaje central de la saga, como Cristopher Lambert, en el que sería su papel más conocido. Si había compensado a destacar a partir de su tarzán en Greystoke, su actuación, primero como Connor y después como Nash, este último mucho más austero y casi inexpresivo por comparación, el particular acento de este (aprovechado para definirlo como alguien que ha vivido en muchos sitios), supondría también que este estuviera al borde del encasillamiento, y que sus apariciones posteriores, como Mortal Kombat o Beowulf, no ayudaran. Pero de Fortaleza infernal no voy a decir nada, que me lo pasé muy bien con esa película.
Hoxe son un punk e maña xa verei..
Y, como no hay historia épica sin villano que se precie, esta sería una de las actuaciones más recordadas de Clancy Brown como el Kurgan, caracterizado primero con una armadura más propia de la fantasía que de un periodo histórico, y en la segunda parte como un violento punk (porque eran los ochenta ¿qué iba a haber más chungo que eso?). si bien su personaje sufrió cierta falta de trasfondo por algunas modificaciones de guion, este, alternando una actitud entre la de un guerrero implacable y un villano enloquecido, ero concierto sentido del humor, sería el contrapunto perfecto para el dúo protagonista formado por Lambert y Connery.
Y por supuesto, la banda sonora de Queen. Que, desde Princes of the Universe hasta Who wants to live forever, son una parte inseparable de la saga…tanto, que es uno de estos casos en los que la música es tanto o más conocida que el largometraje al que acompaña, de una forma similar a lo que hicieron con el tema principal de Flash Gordon.
Los inmortales se convertiría con el tiempo, en un pequeño clásico. Sin el renombre de otras sagas, pero que llegaría a dar lugar a una franquicia compuesta de unas cuatro películas, no precisamente coherentes entre sí, además de una serie de televisión. Una película, que, pese a lo irregular vista a día de hoy, su influencia se notaría en El último cazador de brujas de Vin Diesel, El único de Jet Li, o incluso en el Beowulf que el propio Lambert protagonizaría años después, y que le deben, al menos en parte, algo a esta serie de inmortales en la que solo puede quedar uno.
Desde que dejé de preocuparme por cuestiones de espacio y logística de mudanzas, he retomado definitivamente las librerías de segunda mano y es inevitable que salga de allí con alguna compra. Esta es aleatoria y depende de lo que haya disponible, aunque si que últimamente es relativamente más fácil encontrar ejemplares que antes era imposible de localizar, como las colecciones de fantasía de Martínez Roca o alguna edición de Círculo de Lectores. Quien también va apareciendo en más de una ocasión es la extinta Factoría de Ideas, que salvo excepciones, su catálogo no se puede comparar con las anteriores, peor no decir la mala fama de sus traducciones y edición, pero al menos supone contar con alguna que otra lectura y pensar con muy poca nostalgia “madre mía las que nos colaban en los dosmiles”.
Barbara Hambly. Cazadores nocturnos. Cuando James Asher, profesor universitario y espía retirado regresa a su casa, encontrando a sus ocupantes sumidos en un profundo sueño, no imaginaba que la existencia de los vampiros en la Inglaterra del rey Jorge fuera algo real, y mucho menos, que estos necesitaran su ayuda para encontrar ala asesino que ha comenzado a destruir a todos los no muertos de Londres. Acompañado por Ysidro, un vampiro centenario, quizá el más antiguo de la ciudad, y con la promesa de que su ayuda supondrá la salvaguarda de su esposa, recurre a sus conocimientos de antropología, así como los de espía, descubriendo la existencia de una pequeña sociedad vampírica que vive oculta en Europa, siguiendo sus propias normas de caza y creación de nuevos pupilos, pero también que ese misterioso asesino puede ser algo similar a ellos, y más poderoso.
La novela es parte de una serie de historias autoconclusivas donde repetiría como protagonista el trío formado por el profesor Asher, su esposa y el Vampiro Ysidro, de la que Timun Más únicamente publicaría el primer tomo (corrió mejor suerte su primera trilogía del reino de Darwath, que sí fue publicada entera). Esta desarrolla una trama detectivesca con el punto de partida de “algo está matando a los vampiros” y que si bien no es lo más rutinario del libro, con su recopilación de pistas e información, a provecha bien el salirse de la época victoriana y ofreciendo un giro con científicos locos y alguna referencia l ambiente prebélico que se gestaba.
Sin embargo, el libro es un tanto lento para su brevedad, dedicando más tiempo a desarrollar las características de los vampiros que, aquí se alejan mucho del estilo romántico que se estaba convirtiendo en la norma y deriva hacia unas criaturas que niegan cualquier similitud con la especie humana y se definen como cazadores, siendo su capacidad de seducción únicamente una herramienta para atraer a sus presas. La investigación de Asher lleva también a describir la organización de estos en pequeños grupos, los lazos existentes que no son amistades o el amor humano, y también algo de su biología, dejando de ser estos inmortales para estar sujetos a cierto deterioro provocado por el paso de los siglos.
Una mitología que acaba convirtiéndose en lo verdaderamente atractivo de la historia y que, sin llegar al nivel de influencia de las crónicas vampíricas de Rice, se convertiría en un referente posterior para el universo de vampiro la Mascarada, que no duda en incluirla como referencia bibliográfica directa…y a su vez, el juego se convertiría también en una referencia para gran parte de la narrativa de vampiros y la fantasía urbana de los siguientes años.
David Morrell. Allanadores. Aunque el término más habitual para los personajes de este libro sea el de explorador urbano, el grupo que un periodista de investigación contacta para llevar a cabo un reportaje sobre esta actividad se denomina a si mismo allanadores (creepers en el original, aunque tampoco está demasiado bien traido): personas lo bastante audaces como para saltarse la prohibición y las normas de seguridad de lugares ruinosos, pero con valor histórico, y que exploran su interior con una norma clara: no puede alterarse nada, ni llevarse nada. Estos, un profesor de universidad a punto de retirarse y tres antiguos alumnos acompañan al periodista al hotel Paragon, construido por un millonario recluso en la época dorada de Jersey y actualmente abandonado sin más medidas de seguridad que una exigua vigilancia. La historia de su fundador, su particular miedo a salir al exterior y su obsesión por observar las vidas de sus huéspedes, así como su pasado como uno de los escondites de un gangster de los años veinte, hace sospechar que este oculta mucho más que antigüedades y pertenencias de sus clientes. Pero, al igual que el hotel, los allanadores que atraviesan los túneles de entrada del hotel, no son lo que parece.
De nuevo, el libro es en realidad el primero de una serie, cuyo protagonista, antiguo detective y ex marine, está más cercano al thriller que se estilaba en la década del dos mil que al terror. Y aunque la portada anuncia que ganó el premio Stoker en 2006, su lectura hace pensar que como debía estar entonces la cosa para que le dieran un premio a esto: lo mejor que se puede decir es su similaridad con una película d sus pensé de la época, donde es muy fácil imaginarla como un largometraje de no más de noventa minutos, actores más o menos populares y algo de infografía (no sé si Morrell tendría lo mismo en la cabeza, porque se nota a la legua), y quien espere una resolución sobrenatural se va a ir decepcionado. Esta, después de ir descartando varias posibilidades a base de giros sorpresa, en el que el siniestro propietario hace suponer una presencia espectral, los gatos mutantes albinos sugieren la existencia de criaturas monstruosas viviendo en un ecosistema cerrado, y la revelación de que ese reportero no es otro que un ex marine contratado para recuperar los lingotes de oro ocultos en el hotel, todo acaba con un asesino en serie con una motivación cuyo origen se encuentra en el pasado del edificio. Parece que el truco de Morrell consistía en ir incluyendo giros inesperados que descartaban de un modo a otro lo narrado previamente, hasta el desenlace donde decide prescindir del elemento sorpresa y recurrir al otro tópico de la literatura de kiosco: las explosiones. Porque no vas a tener a un protagonistas con experiencia militar si no haces que escape con la chica en el último momento de un edificio que va explotando e inundándose por partes.
Todo ello, con un estilo muy de novela de bolsillo, recurriendo a escenarios que se han visto previamente, desde Relic a el coleccionista, y donde, la posible diversión que podría ofrecer se desvanece al recurrir a un desenlace típico del thriller. Y en el que cualquier fantasma, habitante del subsuelo, o posible tópico de la serie B resultaría mucho más creíble que un desfile de mercenarios y asesinos en serie por la costa de Jersey.
El término caza de brujas se utiliza actualmente para definir cualquier persecución infundada por motivos ideológicos, políticos o religiosos. Su significado implica cierta irracionalidad y odio ciego al objeto de esta, similar a la idea sugerida en buscar algo que evidentemente, no existe. Sin embargo, durante finales de los setenta y principios de los ochenta tuvo lugar una ola de pánico muy similar a esta. Aunque se extendería posteriormente a Estados Unidos (que, si no se buscan enemigos imaginarios, se aburren), esta, conocida como el Satanic Panic, tuvo su origen en la localidad canadiense de Victoria, cuando un psiquiatra, en una sesión de terapia regresiva practicada a una de sus pacientes, descubre que esta fue víctima en su infancia de todo tipo de maltrato por parte de …nada menos que una secta satánica que actuaba con impunidad en la ciudad.
Michelle recuerda, escrito por Lawrende Pazder en colaboración con su paciente Michelle Smith, recopila estas sesiones en las que Michelle rememora la ordalía (definida así por su psiquiatra) a la que fue sometida durante una año de su infancia. Los recuerdos reprimidos salen a la luz y Michelle, a través de la terapia regresiva, recrea como fue entregada por su madre a una secta satánica oculta en la ciudad de Victoria, como fue víctima y testigo de sus rituales donde eran sacrificados por igual niños y animales, para ser finalmente repudiada por el culto y devuelta a su familia. Este periodo es desenterrado por el doctor de la mano del subconsciente de Michelle, que regresando a los cinco años, describe las sesiones que presenció.
El libro, todo un éxito de ventas, tiene hoy el dudoso honor de haber sido el instigador de la ola de pánico moral que sacudiría Norteamérica, y su valor actual es únicamente el ser el reflejo de esa paranoia compartida. Porque el contenido, en realidad, podría resumirse en una colección de despropósitos en los que cada página el lector actual encontrará una situación que, o bien no tiene sentido, o en la que el psiquiatra titular sobrepasa descaradamente los límites de la relación entre paciente y terapeuta…no sorprende descubrir que posteriormente ambos abandonarían a sus respectivas parejas para irse juntos. A lo largo de este, se describe como las sesiones se desarrollan con la paciente apoyando la cabeza sobre el hombro de su doctor “por su comodidad”, como este, conmovido ante el sufrimiento de esta, recita una oración o se la lleva a la iglesia, recomendando bautizarla, y como las sesiones van ocupando cada vez más tiempo en su vida diaria de una forma en la que empieza a verse un poco esa especie de delirio compartido y excusa para mantenerse juntos el mayor tiempo posible.
A medida que avanza la narración de la terapia, por llamarla de algún modo, esta acaba por abandonar cualquier pretensión de credibilidad para lanzarse de cabeza a un escenario que parece sacado de una serie B. Desde la foto, incluida en el libro, donde presuntamente aparece la Virgen y el niño al lado de una hoguera donde queman un símbolo satánico, o el enfrentamiento final de la, ahora sí, protagonista, contra el mismo Lucifer, que se manifiesta en una misa negra y en la que de nuevo, participa también Jesús y la Virgen. Además de un ritual que entre sacrificio y sacrificio, se dedican a recitar una serie de canciones sobre el mal y la oscuridad que parecen sacadas de un libro de poemas para niños.
Con este contenido, salvo el factor de comedia involuntaria que pueda encontrar el lector, resulta muy difícil comprender como alguien pudo tomárselo en serio, e incluso a que al Doctor Pazder se le consultara en temas de ocultismo y sectas. Ya entonces muchas voces señalaban las incongruencias del testimonio de Michelle, y no solo por el desvarío final, sino por los registros disponibles: no constan ausencias escolares durante el año que esta fue presuntamente víctima de la secta, ni registros del accidente de tráfico que esta asegura haber sufrido (porque ser satanista no está reñido con tener vehículo propio) o la total omisión a sus hermanos, con los que actualmente, no tiene contacto. Todo termina de poner en evidencia un libro que, salvo su papel en una de las olas de pánico moral recientes más influyentes de la cultura popular, carece de valor. El estilo es básico, no es una obra de divulgación ni una, al menos intencionadamente, de ficción. La transcripción de los testimonios de la paciente, que en sus supuesta regresión habla como una niña de cinco años, resultan repetitivos y su desenlace cae en el ridículo más absoluto. Ayuda en su lectura su vocación de texto para todos, que hace que su lectura sea rápida. Pero no es un libro recomendable para nadie salvo que esté muy interesando en el satanic pánic tenga el sentido del humor necesario para afrontar todos esos capítulos como una curiosidad.
Sin más propósito que este, Michelle recuerda es una curiosidad macabra, un reflejo de que la histeria colectiva solo necesita una pequeña chispa para encenderse y una buen complemento a la hora de acercarse al contexto del documental Satan Wants you, pendiente de estreno y donde se describe el caso, o para conocer un poco más las raíces de las olas de histeria colectiva que, de la mano de Q anon y del Pizzagate, llegarían décadas después.
Cuando un proyecto viene descrito como “la obra de una vida” o “tarea titánica”, se piensa en lo exagerado de la afirmación. Nada llega a alcanzar esa categoría sino es más bien que su autor lo percibe así. Aunque a veces no es del todo cierto, y cuando se dedica tanto tiempo como el empleado por Phil Tippet en sacar adelante una película de animación, esta es la mejor descripción posible: precedida por una de las citas bíblicas más violentas, en un escenario de miniaturas aterradoras, asistimos al trabajo desarrollado a lo largo de treinta años
Las palabras del Levítico, el único lenguaje que podrá comprenderse en toda la historia, anuncian la llegada de una cápsula aérea que entre disparos, desciende hacia el interior de una ciudad fortificada. Ocultándose de los habitantes de esta, criaturas monstruosas, prisioneros de un laboratorio y trabajadores de una fábrica creados con la misma indiferencia con la que son destruidos, se dirige al que parece ser su objetivo: destruir el lugar mediante la detonación de una carga de explosivos. La misión, como puede esperarse desde el principio, fracasa, y lo que sucederá tras su captura es algo cuya comprensión quedará en manos del espectador.
Tippett es animador y su trabajo previo puede verse en los diseños de Star Wars o Parque Jurásico. Conocidos por todos, que enseguida a evocan el cine más familiar con el que crecimos y que queda muy lejos del escenario de pesadilla, orgánico, y la mejor palabra para describirlo, viscoso, que se muestra en Mad DGod. Una producción desarrollada durante tres décadas mediante tiempo, cortometraje y financiación por micromecenazgo en la que experimenta distinta técnicas de animación y donde puede verse la evolución de esta. El stop motion, que ocupa gran parte del metraje, se mezcla con secuencias de actores reales, fondos superpuestos, marionetas y distintas técnicas visuales en la que el argumento se convierte en algo secundario o es una deseas cosas en las que, o bien es necesario que su autor eche una mano a la hora de comprender lo que está pasando, o queda a juicio del espectador. Y que, en este caso, no va a ser un viaje agradable ni esperanzador.
Los escenarios y títeres empleados para la historia, parecen creados a partir de trozos de carne, materia orgánica, puro instinto y egoísmo. Estos son poco menos que animales hostiles y víctimas, o seres creados en masa desechables en todo caso. Incluso el escenario más luminoso, un terrario de colores que rozan lo lisérgico, se convierte en un lugar hostil en el que su propietario, otro de esos demiurgos que aparece en la trama, decide con indiferencia quien vive o quien muere. La figura protagonista, ese asesino sin rostro pero con figura humana, también carece de la humanidad necesaria: en la primera parte, también la más comprensible, este obcecado en su misión, desecha la posibilidad de ayudar a distintos personajes, sugiriendo posteriormente que esta falta de empatía la que lo lleva a fracasar 8en una de las secuencias posteriores, quizá en otro mundo que recrea la película, se muestra como esta tiene éxito, gracias a la participación de dos persona.). algo que el propio Tippett pone de manifiesto en alguna de las aclaraciones que proporciona.
¿Todo bien en casa?
El resto de lo que pretende narrar se desarrolla de forma muy subjetiva y a través de metáforas visuales de interpretación libre. La película carece de diálogo, siendo los únicos sonidos que pueden escucharse gruñidos de distintos animales o gemidos de un bebé, haciendo que este entorno sea incomprensible si no es a través de lo que pueda verse e interpretarse. Tippett, a fin de cuentas es animador y se nota en su trabajo: es una obra muy visual, en la que el hilo argumental resulta escaso, deliberadamente incomprensible y donde el cuidado en cada uno de los escenarios, por repulsivo que sea, resulta evidente. Los monstruos y las ciudades quedan muy lejos del sentido de la maravilla que podría evocarse en otros trabajos (aunque, en una muestre de humor negro, en una de las secuencias puede verse la silueta polvorienta de un R2D2), y esto hace que sea también una película de visionado muy difícil: lo que muestra no es agradable. En algún momento se la ha comparado con un viaje al infierno de Dante, algo comprensible dada la distribución en círculos subterráneos de la ciudad adonde abunda el gore, la suciedad y una textura orgánica de las criaturas que aparecen. No es una producción para todos, y en alguno de los momentos más oscuros podría resumirse en “un videoclip de Tool dirigido por animadores de Europa del Este de los 80, y con HR Giger hasta arriba de laxante, como consultor artístico”.
Aunque el proyecto se realizara a lo largo de mucho tiempo, adaptándose a las mejoras técnicas, esta conserva un aspecto un tanto arcaico. En todo momento el stop motion, la mezcla de animación y actores reales hace recordar precisamente a la animación experimental de hace cuarenta años, donde lo importante era no tanto la coherencia sino el qué podía llegar a hacerse con los medios y la libertad artística de recrear lo que se quisiera. Un proyecto muy personal, más pensado como lo que su autor quería hacer que como una producción para que le guste al público. Esto último, algo difícil, debido a la potencia y capacidad de sus imágenes de provocar una reacción, positiva o negativa. Estas hacen que se convierta en una película que pueda gustar o no, fascinar o repeler, pero de la que no puede apartarse la mirada preguntarse ¿qué es lo que querido contar? O más bien ¿Qué es lo que he entendido?
El metraje encontrado como formato dentro del cine ha supuesto varias cosas. entre ellas, el abaratamiento de la realización de muchos proyectos, donde una cámara digital se convierte en el medio para narrar, pero también la evolución del formato paralelo a la de la tecnología doméstica. La cámara vhs que se utilizaba como apoyo en El proyecto de la Bruja de Blair dio paso a loas cámaras del teléfono, la gopro, y sobre todo, a las aplicaciones de videollamadas. Y es que, no solo a Rob Savag se le ocurrió mostrar una sesión de espiritismo por zoom sino que otras producciones de pequeño tamaño optarían por reducir no solo el encuadre, sino también la amplitud de los escenarios, reduciéndolo a lo que el espectador puede ver en el encuadre de una videollamada. Un recurso que además de poder contar d historias de una manera poco ambiciosa y con cierta libertad, también permite dar el salto y romper la cuarta pared.. Y en el caso de la película dirigida por Nick Simon, de hacer mofa de varios de los tópicos asociados a este formato.
Después de todo, un guion pensado para ser filmado con el móvil por los actores protagonistas es la mejor idea que se le ocurre a Kip, miembro del reparto de una serie juvenil que corre el riesgo de ser cancelada, como proyecto alternativo en caso de que estos se quedaran en la calle. El guion, improvisado y discutido por los participantes en cada reunión de zoom, sería lo de menos. Alguna historia sobre demonios que persiguen a los personajes y una invocación sacada de algún foro de reddit puede servir para ponerla en el mercado, y de ahí, las referencias al lenguaje cinematográfico y los tópicos que vayan funcionando harán el resto. Con este material, la Película de terror sin título de Kip y sus compañeros se pone en marcha. pero el conjuro que estos utilizan como referencia para recitar sus líneas también. Y las cámaras de sus móviles grabarán hasta el último detalles de lo sucedido.
La película se plantea como una comedia explotando gran parte de los tópicos del metraje encontrado más reciente: la presencia continua de las cámaras de móvil, y sobre todo, el uso de la videollamada como medio par contar la historia. Algo a lo que hacen referencia abiertamente durante todo el guion, hablando sin problemas de lo sencillo de montar un largometraje así o que "2022 es el año del found footage", así como el exceso de referencias metacinematográficas que se emplean como parodia. Después de todo, la trama gira en torno a unos actores que quieren rodar una película de terror en ese formato...y hablando directamente de las ventajas de usar ese mismo lenguaje, buscando lo absurdo de la situación, y por qué no, la falta de esfuerzo que supone recurrir a ello de forma excesiva.
El resultado, más que una comedia de terror, es una visión muy irónica de todos los tópicos más actuales y explotados del género. Se muestra, con bastante sorna, la inexistencia de los guiones, improvisados de un día para otro y donde solo se busca llamar la atención, el uso de lo meta como excusa para ocultar la falta de creatividad y sobre todo, la sausencia de talento de sus protagonistas. EStos son caracterizados de la forma menos amable posible y cada uno de ellos parodia un perfil determinado: la joven promesa con problemas de alcohol, la veterana, con algo, muy poco, de talento en comparación al resto, la tontorrona ,la pragmática, el aspirante a actor y el guionista en ciernes al que no sería difícil imaginarlo recurriendo a chatgpt. Ninguno de ellos despierta la más mínima simpatía y están pensados para que su final provoque una carcajada por parte del espectador que un mínimo de pena. Unos personajes que no dudan en alegrarse de que su proyecto haya sido adquirido por Neflix aún cuando acaban de presenciar la muerte en directo de una de sus compañeros, que no dudan en pasar la maldición a alguien de su entorno a que esto salga mal de una forma que recuerda a los comics con moraleja de la EC y donde no importa mucho porque todos son igual o peor que ellos. Sin duda lo más divertido d ela película es la parodia que llevan a cabo, metiendose tanto con lo barato y repetitivo del formato, con el enfoque de la creación audiovisual como un producto destinado a la venta o las referencias a las decisiones de las plataformas de streaming.
Esto acaba funcionando más como parodia que como comedia de terror, porque en realidad el argumento es tan flojo como los tópicos de los que se burlan. Este no es más que un grupo de gente bastante horrible a la que le pasan cosas igual de horribles, y que solo que da reírse de ellos, siendo conscientes de cómo una y otra vez, emplean los mismo tópicos de los que hacen mofa. Pero queda muy lejos de la originalidad de Host de Rob Savage e incluso del nivel de locura que consiguió alcanzar con Dashcam. Si se debe hablar de cine de pandemia ,estas serían los más indicados, y Película de terror sin nombre se limita a recoger el testigo, poner en la mesa los defectos más evidentes de este tipo de producciones y decir, un poco entre risas "bueno, esto es lo que hay, a ver si nos movemos un poco que de aquí no hay nada más que sacar".
Esta película de terror sin nombre es tan poco original como las producciones a las que pretende parodiar. No puede aportar gran cosa, pero compensa esa imposibilidad con con un enfoque muy ácido y centrándose en el humor negro, sin explayarse, por suerte, en lo poco que tiene que contar.
Todas las culturas tienen a sus asustaniños. Esas criaturas abstractas que actúan a modo de control, pero a la vez, de herramienta de protección. Si salen solos durante la noche, juegan cerca de un estanque profundo, deambulan por los caminos… puede pasarles algo malo, pero es más sencillo aglutinar ese conjunto de peligros en una sola figura dispuesta a llevarse a aquellos que desobedecen estas normas. Pero que también sirven para mantener un poco de orden entre los más revoltosos: una de las tareas de estos seres será hacer desaparecer a aquellos que se porten mal. El boogeyman, el coco, o una criatura con un trasfondo posiblemente real como el que Javier Prado recu8iladba en su libro Monstruos ibérico y que sirve a Ángel Gomez Hernandez para hacer una versión nacional, más orientada al público joven, de ese encargado de deshacerse de todos los niños que desafían a sus padres.
A principios de siglo, el pueblo de Gador tuvo a su propio monstruo de la crónica negra: un curandero, aquejado de tuberculosis, creía que la grasa de niño era el mejor remedio para una enfermedad mortal, y no dudo en procurarse materia prime para una cura. Capturado poco después, y sentenciado al garrote vil, su leyenda fue extendiéndose con el paso de los años para convertirse en el hombre del caso con el que se ha amenazado más de una vez a los niños de todo el país. Los que han nacido en el pueblo, todavía conocen el origen de esta historia, de la que hacen partícipe a los recién llegados: tres hermanos, que acaban de perder a su padre, trasladados con su madre buscando un cambio de aires. Aunque el pueblo al que llegan dista mucho de ser un lugar apacible: una serie de desapariciones de niños que ha comenzado hace pocos días, tiene al borde de la desesperación a todos los padres de la comarca. Aunque algunos están convencidos que el responsable de las desapariciones tiene su origen en esa ejecución del asesino, que, antes de morir, juró que volvería para vengarse.
La película sigue la estela de una parte del cine de terror producido en España y del que es fácil encontrar su origen en el estreno de Verónica: una trama sobrenatural, con la aparición de un espectro o monstruo, protagonistas jóvenes o adolescentes , que enfrentan un trauma, y una ambientación situada en el pasado o bien que busca la atemporalidad, donde cualquier secuencia puede recordar a los noventa que al 2020. La principal diferencia es que este hombre del saco está mucho más orientada al público juvenil que las anteriores. En este caso, el protagonismo recae sobre un grupo de cinco chavales de distintas edades, siendo la presencia de los adultos secundaria y prácticamente destinada a resultar un obstáculo o desatar la aparición del monstruo. El tono también es más suave y más cercano al terror juvenil del que podría existir en Malasaña 32 o en La niña de la comunión. Y, en este caso, los tópicos y situaciones son la principal referencia. Especialmente de la estética que trajo consigo Stranger Things, y a la que aquí se recurre hasta extremos que rozan la imitación.
En este caso, la figura de los niños recorriendo en bici los parajes locales se traslada al único escenario en el que últimamente, esto es posible, como seria un pueblo en el que estos disponen de cierta seguridad y libertad de movimiento. Pero este, junto con el trasfondo de leyenda local, será el único aporte original con el que cuentan. El resto es mucho, quizá demasiado deudor de la serie de Netflix, hasta el extremo de emplear una banda sonora de sintetizadores que recuerda mucho a esta, pero poco tiene que ver con el escenario en e que se desarrolla el guion. E incluso la caracterización monstruosa del hombre del saco es muy parecido al Vecna que tuvo en vilo al público el verano pasado, así cómo el limbo en el que descansa, muy parecido también al mundo del revés. De este modo, el pueblo malagueño de la historia se queda en un escenario meramente reconocible (las dehesas, los chalés abandonados, el centro del pueblo) e el que se mueven unos personaje en situaciones, y con actitudes, muy genéricas, llenas de de tópicos que se han convertido en algo habitual dada vez que se quiere rodar una historia de terror protagonizada por niños.
Javier Botet con un gatete. Que de fantoche ya lo tenemos muy visto
La actuación de estos está dentro de lo aceptable salvo situaciones en los que les cuesta resultar creíbles, rozando ese estilo un tanto repelente en el que por desgracia, caen muchos niños actores en sus primeros papeles. Las caras más reconocibles son las de Macarena Gomez, que lleva haciendo de persona nerviosa aproximadamente desde 2012, aunque al menos, es buena en lo que hace, y sobre todo, Javier Botet, que pese a haber pasado toda su carrera cubierto de maquillaje y prótesis, se ha convertido en el monstruo más reconocible de nuestro cine, y que aquí interpreta a la versión sobrenatural del hombre del saco. Aunque, quizá por el tono juvenil de la historia, su presencia no es todo lo que se hubiera esperado para tratarse de uno de los nombres principales.
El hombre del saco se queda, en el mejor de los casos, en un Stranger Things trasladado a la actualidad donde usan al máximo todos los tópicos de este, desde el monstruo titular hasta piezas de la banda sonora. Sin llegar al extremo de La niña de la comunión, este se salva como una producción juvenil que entretiene, pero se pierde en la falta de originalidad y que no hace justicia al potencial que podría sacarse de la mitología local.