jueves, 31 de agosto de 2023

Dragón de guante blanco. Sergio S. Morán. El descanso de la detective.

 


Hace ya varios años, una investigadora privada comenzaba su carrera por las calles de Barcelona. Verónica Guerra, más conocida  en el mundo de los seres sobrenaturales como Parabellum, se encargaba de resolver todos aquellos casos en los que la policía, ni el sentido común, tenían mucho que hacer: desde ojáncanos deambulando por las carreteras de la España Vaciada, promotores inmobiliarios que utilizaban zombies  como mano de obra barata, pasando  por una red de tráfico de ambrosia , el primer caso con el que el lector conoció a la detective, esta ha pasado no solo por un cambio editorial tan drástico como  la salida de una división de Penguin a la edición (con éxito en todos los casos) por Verkami, además de un  punto de inflexión que ponía fin, en el último de sus libros, a su carrera como detective.


En Dragón de guante blanco, Parabellum ya no  es detective. Ni siquiera  es ya Parabellum, sino Verónica Guerra a secas, camarera del Rainbow´s arse, el garito  preferido por todas las criaturas fantásticas de Barcelona. Tras haber superado su dicción a la ambrosía, poner en peligro a sus  amigos, y  estar a punto de convertirse en una asesina, ha decidido retirarse y llevar una vida más tranquila sirviendo copas a una clientela compuesta por xanas, hombres lobo, algún que otro  vampiro, y aguantar a su jefe, un clurichaun que trasiega más cerveza de la que despacha. Salvo por la ocasional incursión ayudando a alguno de sus parroquianos, o recuperando objetos mágicos de las manos equivocadas, Verónica está satisfecha con una vida lejos del peligro. Aunque  muchos recuerdan a la detective y todavía acuden a ella: Alex, el  hijo  de la Gorgona al que ayudó hace ya varios años, intenta  ahora hacerse un  hueco como detective investigando a un grupo de ladrones conocido como los Dragones. El líder de l  orden de San Jorge  solicita su ayuda para recuperar el huevo de dragón, custodiado por ellos, y que ha sido robado. Y, por si fuera poco, la propia Verónica sufre un robo: su pistola, quien la acompañó durante su carrera de detective, ha desaparecido de la caja de seguridad de su casa y antiguo despacho. Y las pistas, como su naturaleza de investigador a la que intenta acallar le indican,  apuntan a que el medio utilizado es el mismo  que el de la banda de ladrones que ha sido vista en la ciudad hace poco.

Algunos extras del verkami 

La cuarta entrega de la saga, siete años después del primer caso con El dios asesinado en el servicio de caballeros, presenta a un personaje principal que ha evolucionado: más cerrado, y que intenta dar un giro a su vida. Pero también retoma el punto de inflexión que supuso el anterior libro, en el que  rompía los lazos que mantenía  Parabellum con su rutina y la ponía  al límite de sus capacidades y creencias. Esto también supone que  la historia sea un poco más in dependiente del resto, casi  un comienzo nuevo, pudiendo empezar la serie  desde la novela de Verónica la detective retirada y no Parabellum la detective: el libro da bastante información sobre los secundarios recurrentes y los que  no van a aparecer, se mencionan de pasada.


La trama viene a retomar las dudas que  planteaba la protagonista en su último caso, con un lapso de tiempo de dos años (curiosamente, el mismo que transcurre  en la escritura y salida de ambos libros) y en el que recurre, en gran parte de este, a la reticencia al la hora de retomar su anterior profesión o incluso su vida. Durante muchos capítulos esta se niega a volver a ser detective, a abrirse a  los demás o enfrentarse a si misma, aunque se acaba  viendo arrastrada, en más de una ocasión, voluntariamente, hacia todo lo que está pasando.

Salvo por este punto de inflexión, la estructura es similar a las aventuras anteriores: varios casos que tienen lugar de forma simultánea y que acaban relacionados entre sí, mientras que  cada pieza va encontrando su lugar en el desenlace. Una estructura  que también es habitual en el género de los detectives   sobrenaturales y la fantasía urbana , como lo son también los recursos que ha utilizado en esta entrega:   hacer que un protagonista toque fondo al final de una de sus aventuras para ofrecer la posibilidad de que todo mejore en la siguiente. Algo que aquí también sucede: verónica no solo consigue un equilibrio entre su vida y su profesión sino que encuentra un lugar, tanto físico como emocional, estable, algo que puede llamar hogar…e incluso  una mascota y una vivienda propia, algo que teniendo en cuenta que la historia transcurre en Barcelona, si que es más fantástico que todo lo de los dragones y las sirenas.




Es difícil  en este género esperar algo novedoso o exigir que un personaje se salga de una serie de tramas  que se han leído previamente, pero la Parabellum de Moran ha conseguido su público, y lo mantiene gracias a un personaje muy  pragmático que, salvo un arsenal conseguido por sí misma, no  esconde ningún pasado misterioso ni ningún poder oculto. Verónica, como explica  varias veces, es autónoma, tiene que pagar un alquiler y Hacienda le da más miedo que un vampiro. Tampoco tiene un trasfondo extraordinario, sino que a su familia, bastante normal, se la va conociendo en persona o por referencias, en cada libro. N en este, el turno  ha sido de su padre, quien se supone que ha sido su mentor a la hora de convertirse en detective y que, tras  su encuentro, es fácil imaginar  por qué la protagonista no ha hablado de él hasta ahora. Pero también  tiene un sentido del humor que continúa presente, y sin que  la narración se convierta  abiertamente en una comedia, hace que esta no resultar excesivamente dramática. Los antagonistas pueden ser ambiciosos o sociópatas despiadados, pero no están libres de  tener  los mismos errores absurdos que cualquier otra persona o cometer los mismos que estas.

Si Se vende alma suponía  un cierre de las anteriores aventuras de Parabellum, Dragón de guante blanco es un nuevo comienzo para esta.  Morán describía esta historia como “el abrazado  que necesitaba el personaje”, y es una buena analogía  para una cuarta parte donde Parabellum  sigue recibiendo tantos golpes como en las entregas anteriores, pero esta vez puede esquivarlos.

jueves, 24 de agosto de 2023

Oz, un mundo fantástico (1985). Totó, me parece que ya no estamos en un musical de los años cuarenta

 


Si a Disney se le achaca entre otras cosas, la producción continuada de live actions  con la excusa de no perder los derechos de sus obras, es curioso que en una de sus épocas más extrañas (pero de las mejores  para los que nos gustaba ese tono oscuro), aprovechaba una obra ya libre de derechos para saltar por encima de una película tan conocida como El mago de Oz de 1939. Con la intención, en principio, de ser la continuación de las aventuras de Dorothy Gale una vez derrotada la malvada Bruja del Este, el resultado quedaba muy lejos de aquel musical  que aparentemente continuaba y del favor del público, pero se convertiría en una de esas  rarezas que la compañía estrenó  durante una década que podría considerarse la menos "disney". 


Han pasado meses desde que un tornado destruyera la granja en la que Dorothy y Totó  vivía con sus tíos Em y Henry. La construcción de la nueva casa apenas avanza, Dorothy   casi no duerme y tía Em, preocupada por la salud de una niña que continua hablando de un lugar imaginario llamado Oz, decide llevarla a un centro médico conocido por e uso de una moderna terapia basada en la electricidad. Una tormenta interrumpe el tratamiento y aprovechando el desconcierto de los empleados del hospital, es salvada por una niña que deambula por los pasillos del centro. Su fuga la llevará una vez más a acabar en medio de las fuerzas de la naturaleza: esta vez, arrastrada por una riada que la devuelve a Oz, donde apenas queda nada del país que recorrió junto a sus amigos. El camino de baldosas amarillas ha sido destruido, los habitantes del palacio esmeralda convertidos en piedra, el espantapájaros ha desaparecido y unos extraños seres montados en ruedas se mueven entre las ruinas cumpliendo las ordenes de la princesa Mombi, ahora al mando del palacio desde que el rey Nome atacara la ciudad, Sin sus amigos para ayudarla, Dorothy tampoco estará sola esta vez: Tik Tok, el guardia mecánico, Jack la calabaza parlante, un Gump, o al menos, la cabeza disecada de este, reanimada magicamente y Billina, una de las gallinas de la granja, dotada de la capacidad de hablar, la acompañarán  en búsqueda del espantapájaros y de una forma de salvar Oz. 



La película adapta  libremente las siguientes libros de la serie de L. Frank Baum, de los que toma varios elementos (no se hasta que punto de literal, solo leí el primer libro íntegro, y las continuaciones en la versión adaptada de Cuenta Cuentos de Salvat), destaca especialmente por un tono bastante más siniestro que  su predecesora o oficial y en el que el mundo real resulta desolador: en este, la actitud de Dorothy, ojerosa y recordando Oz, es más parecido a alguien con estrés post traumático tras perder su casa que el de la aventura que vivió la encarnación de Judy Garland. Sin recurrir al juego entre blanco y negro y color, los paisajes de Kansas resultan mucho más apagados, ayudados por las secuencias  de páramos abiertos, de lo que serán los escenarios de Oz, aún que estos queden lejos de su brillo anterior. Y sobre todo, los pasillos de un hospital de principios de siglo, donde si bien la orientación  para todos los públicos hace que Dorothy  se salve por muy poco de una sesión de Electroshock, pero del que el público puede imaginarse la peor situación posible  que una niña podría sufrir a manos de aquella medicina moderna. Esta primera parte, que  muestra esa realidad tan poco  acogedora  de la que su protagonista desea escapar, utiliza como recurso la dualidad en el reparto: el doctor y la siniestra enfermera que aseguran poder curarla no son otros que los antagonista de Oz, una princesa con una colección de cabezas que intercambia a su antojo, y dispuesta a añadir la de la protagonista en el futuro, y un rey despiadado hecho de piedra que ansía convertirse en humano. 




El regreso a Oz tampoco va a ser una visión más acogedora. Este está más cerca de los escenarios de Dentro del laberinto que de la película de 1939. Aún salvando las  distancias con los decorados y marionetas de Henson, y que pese al presupuesto que contaba la película, esta última es superior, los personajes que acompañan a Dorothy oscilan entre lo entrañable y lo siniestro, y si bien un guardia de latón a cuerda, o un  espantapájaros con una calabaza por cabeza resultan curiosos, lo es todavía más que uno de sus acompañantes sea la cabeza disecada  de un animal  al que han animado mediante una fórmula mágica. Unos personajes y decorados que se mueven en esa línea tan fina entre lo amable y lo siniestro, o que conducen directamente a secuencias que pondrían los pelos de  punta a muchos niños, como una mujer sin cabeza eligiendo una de una vitrina, los rostros  de los espías del rey Nome que se deslizan en las paredes de las montañas, o unas criatura cuyas extremidades son ruedas... y desde luego, han sido una adición mucho más inquietante que los monos alados. 




Esta cinta fue una de los desastres de la compañía, y para Fairuza Balk, en su primer papel, sin duda una lacra al ser la protagonista de esa película que "no se parecía al Mago de Oz". Esta, a quien se recordaría durante mucho tiempo por su papel en Jóvenes y brujas, desempeña una labor adecuada junto al resto de un reparto en el que hay caras reconocibles como Piper Laurie, pero en el que  la ambientación y las criaturas diseñadas para la historia acaban siendo más recordados que sus protagonistas.

Este regreso a Oz fue una de esas ocasiones en las que se cumple lo de que el tiempo pone a todos en su sitio. Considerada un fracaso, hoy se la recuerda con el mismo cariño  que a Taran y el Caldero mágico o  El dragón del lago de fuego. Y empiezo a pensar   que la época oscura de Disney fue  la de Hannah Montana y High School Musical, y no los ochenta. 




jueves, 17 de agosto de 2023

Venus en las tinieblas. Las señoras victorianas no lloran, las señoras victorianas escriben

 


La presencia femenina en el terror ya no es, ni fue, algo minoritario. La voz de autoras como Mariana Enríquez, Catriona Ward, Lisa Tuttle o Elizabeth Engstrom son solo las más recientes de muchas voces que  han  comenzado a ser recordadas con más fuerza o en muchos casos, recuperadas. En colecciones como Damas Oscuras se recopilaban varias ghost stories de autoría femenina, en Reinas del abismo, también de Impedimenta,  ampliaba  la temática hacia la época contemporánea y el pulp. Y Valdemar  hace lo mismo con una colección donde intenta recoger, de manera lo más amplia posible,  un recorrido al fantástico escrito por mujeres que comienza con los primeros blue books o folletines y termina en los primeros años veinte del siglo pasado. Aunque la selección se limite únicamente al fantástico anglosajón, sí, la antología incluye señoras victorianas. Porque nunca se tienen bastantes señoras victorianas (ni señores de entreguerras). 



La colección  comienza con un prólogo, muy detallado y necesario, que concluye la universalidad de terror  y que no puede hablarse de temas femeninos o masculinos en este. Todos los humanos temen a lo mismo: a lo desconocido, la muerte, la soledad, el plazo de pago del IRPF...Una universalidad que parecía  ser negada  por la vinculación, en el siglo pasado, de las autoras hacia el relato de fantasmas, y de la tendencia a ningunear, durante  muchos años, a la labor de estas. Resulta curioso la mención a un ensayo de los ochenta que incluye a VC Andrews en  el género fantástico, reduciendo la aportación de las escritoras a los dramas familiares (por lo visto el responsable debía pensar que Tanith Lee tenía una churrería). Un prólogo  que además de detalles  curiosos como el anterior, expone bien el criterio a la hora de seleccionar los relatos: no todos, pero sí una variedad en la que se puede dar una visión general a lo largo de este siglo, y, como suele pasar  por suerte en casi todas las antologías de Valdemar, encontrar relatos repetidos o leídos previamente, es muy poco probable. 


La antología presenta unos veintitrés  autoras, por orden cronológico en cuanto a la época en la que se escribieron los textos,  y entre los que  los nombres más  reconocibles serían Edith Warton, Nesbitt, y especialmente, Mary Shelley y Charlotte Brönte, esta última con uno de sus cuentos más conocidos en los que mezcla el humor con una de las figuras más detestadas en la pérfida Albión: Napoleón.  Esta comienza con un cuento de Sarah Wilkinson, uno de los blue books que mencionan en el prólogo y que narra con mucha sencillez una historia de almas en pena y recompensas   para los actos de justicia llevados a cabo hacia estas, muy propio del romanticismo.  Este es uno de los relatos de fantasmas que se incluyen, junto con Los ojos de Edith Warton, pero que pronto se alejan  de los cánones fantasmales clásicos para  tratar temas como  el doppelgangër narrado por Dinah Mullock, la aproximación casi naturalista al espectro vengativo de  de Elizabeth  Stuart Phelps o el falso fantasma descrito por Charlotte Ridell. 



Los espectros serán solo una parte de los cuentos seleccionados, entre los que también aparecen la recopilación de hechos sobrenaturales, supuestamente verídicos, que Catherine Crowe lleva a cabo acerca de las posesiones demoniacas, la licantropía  narrada en La mujer lobo de Clemence Husman o  el relato sobre satanismo de Mirs Hugh Fraser. Y sobre todo, por su modernidad, El empapelado amarillo de Charlotte Perkins, con una importante carga psicológica y una atmósfera claustrofóbica, si el cuento de Fraser  no desentonaría en cualquier novela de los ochenta que pretenda explotar el satanic panic, la mujer encerrada en una habitación por motivos terapéuticos de Perkins  tampoco estaría fuera de lugar en una historia de terror psicológico de esa década, o de la actualidad. 

Estos son solo un ejemplo de una antología mucho más amplia  que, no abarca todo lo que podría, al ser necesario  una mayor extensión o al menos, un Venus en las tinieblas tomo II, pero sí aporta una selección de cuentos muy variados y que van más allá de las apariciones espectrales. 

jueves, 10 de agosto de 2023

La Bella y la Bestia (1946). Érase una vez el fantastique

 


"Si prefiero los gatos a los perros es porque no hay gatos policía. "J. Cocteau

Los cuentos de hadas fueron para muchos las primeras lectura y las primeras películas. Tanto de la mano de Disney, inevitablemente, como de otros estudios que recurrían a ella para producir una cinta animada (ahora mismo me estoy acordando de cintas muy flojitas, pero también de una versión de Doctor Jeckyll y Mr Hyde de lo más macabra, emitida hace muchos años en TVG). Pero las fábulas no fueron patrimonio exclusivo de la animación infantil ni mucho menos, de la productora especializada en comprar franquicias y sacar reboots de sus clásicos, sino de creadores  que  recurrirían a los cuentos de hadas: las enseñanzas morales que habían transmitido, en las que debían evitarse a los extraños, la inteligencia y la bondad eran recompensadas, o que la belleza estaba en el interior, se enfocaban desde una perspectiva a veces más oscura o desengañada, o queriendo recuperar esa aparente inocencia del mundo infantil. Una decisión creativa adoptada por Jean Cocteau en 1946 después de que una guerra más asolara Europa  superando los horrores de la anterior. Este  planteaba un cuento con el que  aparentemente  pretendía recuperar ese enfoque de la maravilla propio de estas historias, pero también  una en que las segundas lecturas resultaban mucho mas inquietantes.



Érase una vez un comerciante con muy mala fortuna. Los negocios no marchaban, sus  dos hijas exigían  caprichos y su hijo era un holgazán. Solo la menor, y también la más bonita, llamada Bella, parecía ser la única preocupada por él y por encargarse del hogar. Cuando, en un desafortunado viaje de negocios este  se pierde en el bosque, encuentra refugio en un palacio vacío. Allí, además de cobijo y comida encuentra lo único que podría traer de vuelta a casa: una rosa, que Bella había pedido como regalo. Pero al arrancarla, una terrible bestia aparece, enfurecida por haber traicionado su hospitalidad al atreverse a robar de su jardín. Esta, exigiendo compensación, reclama  a su hija menor, que deberá acudir al palacio y ser su prisionera. A lo que Bela accede como único modo de salvar a su padre.


La narración, tan conocida como podría serlo Blanca nieves o Cenicienta (con la que guarda similitudes en su papel de criada e hija), es una adaptación muy fiel del cuento original, un texto del siglo XVIII cuyos orígenes y modificaciones  se analizan con mucho más detalle en la entrada de La mano del extranjero. Y del que Cocteau  manifiesta desde un principio su intención de mantener,  apelando a lo que rodea el mundo de los niños: una pizarra escolar anuncia en tiza los nombres principales. Cocteau, Jean Marais y Jossette Day. A  partir de la aparición del escenario y los personajes se adoptará es formalidad propia de los cuentos en las que se establece con claridad el papel de cada uno. Olas hermanas vanidosas, el hermano holgazán y su amigo, en a apariencia interés romántico de Bella, pero ciertamente agresivo, pendenciero, y una figura paterna incapaz de afrontar su papel, al que  bella sacrifica  cualquier aspiración  salvo la de cuidarlo. Es en estos momento cuando la película resulta un tanto teatral  y envarada, donde la Bella de  Jossette Day se excede con  las miradas lánguidas y una actitud estática.


Sin duda lo más memorable es su recreación de ese mundo mágico donde transcurre  la trama: como la Bestia explica a Bella, su palacio y lo que contiene se encuentra  fuera del mundo corriente. Es un espacio al que se accede por azar, como  el padre de esta,  o voluntariamente, una vez  admitido, como  Bella. Y en el que los recursos del teatro  y cierto surrealismo están presentes: los candelabros, sujetos por brazos que se mueve iluminando  las estancias, las estatuas que decoran y vigilan, de las que se pueden apreciar sus ojos recorriendo el escenario o moviéndose con lentitud y los objetos que  conectan con el mundo real: un espejo, a través del que  la protagonista ve a los dos seres que más ama (su padre y Bestia) y un guante, aunque en el cuento era un anillo, con el que moverse entre mundos. Su primer regreso a este, atravesando una pared, así como sus primeros paso s en ese castillo similar a las piezas de un teatro, marcan la separación con los escenarios reales, más simples y costumbristas.


También es fácil reconocer  las referencias que Disney utilizaría en su película de 1991: prácticamente todo.  El castillo sin sirvientes, atendido únicamente por magia y objetos animados, la Bestia similar a un lobo o  a un oso, o incluso la figura que se convertiría  en el cazador Gastón, cuyo diseño   guarda un parecido más que notable con Jean Marais y en el que es posible reconocer en las escenas junto al hermano de Bella, las secuencias cómicas que cuarenta años después representarían Gastón y Lefou.

Hay una diferencia importante en esta inspiración: el enfoque de Cocteau respecto a la Bestia y Avalant, el antagonista, es mucho más sutil. Este último, a quien Bella no rechaza, es un  personaje ambiguamente negativo  y del que es fácil imaginar como acabaría un matrimonio con su protagonista. Pero en el desenlace, con la muerte de este, el aspecto exterior de ambos se intercambia, siendo ya Marais caracterizado como principie quien abraza a una sorprendida Bella, que reconoce ese rostro familiar. Su partida final, hacia ese “otro lugar” del que habla el príncipe, donde tanto ambos como el padre de Bella, excluidos esos hermanos que no han demostrado ser dignos, parten, queda envuelto en un enigma y lo aleja de la imagen tradicional del final feliz a la que han quedado finalmente adaptados muchos cuentos.


jueves, 3 de agosto de 2023

José Antonio Cotrina. Las fuentes perdidas. Solo estamos de paso

 



Lo fantástico no tiene que reducirse a cuatro paredes. A menudo, y en la fantasía urbana es un recurso habitual, es aquello que no puede verse, aunque esté a s simple vista. Quizá una versión llevada al extremo de todo lo que no nos enteramos a  nuestro alrededor, o una respuesta al deseo de que este fuera un poco menos gris ¿ y si hubiera un callejón que condujera a una ciudad paralela, donde convive la magia y lo sobrenatural? ¿y si una línea de Rodalies condujera a esos lugares? Bueno, este último, según la hora  y la línea, puede ser  bastante sobrenatural…en todo caso, este escenario, del que Neverwhere sería  uno de los mejores ejemplos y que aparece en otras ficciones (que se lo digan a la generación de niños que creció esperando encontrar el andén 9 ¾) fue también el elegido por José Antonio Cotrina en 2003 para  su primera novela.





Las fuentes perdidas son, para todo los iniciados en la magia y  conocedores de los Lugares de paso, el origen de todos los anhelos  humanos. Aquellos manantiales de los que se pueden obtener la eterna juventud, la inmortalidad o la riqueza y que, como todos los misterios,  se encuentran perdidos incluso para los hechiceros más  experimentados. Algunos dicen que partir en su búsqueda es una locura, hasta para  un mundo donde loa nigromancia es una realidad y el uso de las dimensiones paralelas como  atajos es algo habitual, pero no ha impedido que un grupo de exploradores comience lo que el resto no duda  en calificar de Cruzada Apostata: encontrar esas fuentes. El papel de Delano Gris, que se gana la ida como mercenario a su pesar, es la de  hacer de guía para esa expedición compuesta por un estudioso  organizador del viaje, una espiritista, un nigromante, un genio  que, aunque no conceda deseos es experto in probabilidad y excelente cocinero, un lector y su remedo, un grotesco homúnculo con corma de peluche. Cada uno tiene sus razones para llegar al origen de todos los  deseos humanos, aunque no son lo únicos: Delano, no es solo un guía a sueldo, sino un agente contratado previamente para evitar que esta cruzada llegue a buen puerto. Aunque, como suele pasar en los lugares de paso, la lealtad es  algo cambiante, y este deberá decidir de qué parte está.


Reacción tras las primeras veinte páginas


Siendo una primera novela, esta se nota en muchos aspectos: no solo  el de ser el punto de partida de una ambientación que utilizaría en La canción secreta del mundo, sino por los excesos  que pueden verse  como se van puliendo según desarrolla cada capítulo: la presentación de los personaje, a modo de prólogo, roza lo exagerado  (me atrevería a calificarlo de edgy) en el que planta al lector ante caballos zombie, nigromantes muy chungos que temen a otros todavía más chungos, gente con nombres muy raros y muy intensos y donde cada esquina tiene que tener algo extraño, y a ser posible, oculto y con connotaciones sobrenaturales retorcidas. La impresión  que da es de ser ante todo, cosa   de los fallos de un primer texto largo, que todavía está buscando el equilibrio, y de los tópicos dela estética oscura de los primeros 2000, especialmente de Underworld  y su tono tremendamente siniestro y dramático. Un exceso que  parece reducirse, o conseguir que el lector se acostumbre (en ambos casos, es un punto a favor) a medida que  la trama abandona el mundo real y se adentra en el entorno paralelo descrito por Cotrina, esos lugares de paso, puntos de conexión entre realidades alternativas que  forman la ruta de los protagonistas y que   es una mezcla de mundos y criaturas, que en ningún momento transmite sentido de la maravilla sino la impresión de ser una escenario peligroso, que a veces los personajes preferirían no conocer. Es aquí donde el autor se explaya con  el trasfondo del mundo que describe y aparecen criaturas monstruosas, especialmente en lo que a los nigromantes se refiere, hechas a base de retazos  humanos y que parecen sacados de los primeros relatos de Barker.



Respecto al mundo de las fuente perdidas, Cotrina opta por describirlo mediante nombres que evocan una idea y alguna explicación: algo llamado Lugar de paso hace pensar en su naturaleza,  mientras que la mención a los Ganaderos hace que el lector no tenga ni idea de la que se le va a venir encima, que no va a ser bonito. Tampoco se complica demasiado desarrollando un sistema de magia ni explicando esta, sino que es algo que está ahí, forma parte de ese mundo, y aspectos tan interesantes como las huestes   de las que se proveen los nigromantes  es algo que se muestra sobre la marcha.  Es curios también que este mundo fuera algo que quizá estuviera  rondando en su cabeza previamente, dado que uno de los personajes es el protagonista de Entre Lineas, un relato donde comienza a describir la magia de los Lectores pero que ni  de lejos anunciaba lo que alcanzaría en su novela.

El desarrollo de los personajes  favorable: superado  el exceso de intensidad de la primera página, estos  son una versión sobrenatural de un grupo de aventureros sin escrúpulos, de los que se sospecha que muy pocos van a sobrevivir. Incluso se permite añadir algún toque de humor, como el genio experto en cocina o sobre todo, esa comicidad negrísima proporcionada por uno de los secundarios, un peluche masoquista que se pasa todo el libro siendo apuñalado.

Ilustración de Javier Prado, responsable de que la novela me durara tres días

El avance, por desgracia es desigual, siendo protagonistas como  Charlotte el genio o Gema la espiritista los que pasan sin pena ni gloria hasta ser asesinados en favor del resto, a los que se presta mucha más atención. Y de la que como buenos antihéroes, no podrán llevar a cabo ningún acto heroico sin consecuencias ni alcanzar en principio, una redención: el tono, y ese es uno de los aspectos que hace que la historia sea más que una fantasía urbana estándar, es  muy pesimista, las fuentes que buscan solo les llevarán a su final y a mezclarse en un enfrentamiento que comenzó hace siglos y el protagonista no conseguirá la venganza  que ansía, sino ser consciente que su enemigo es  un objetivo inalcanzable...además de revelar algo sobre su pasado que cambiará su vida. 

Las fuentes perdidas es una nivela de fantasía oscura, siniestra, urbana o como se prefiera llamarla, que, pese a contar con los efectos típicos de la primera narración larga, y a ratos parezca que se la puede resumir en "un cruce entre Neverwhere, Clive Barker, y la final de Traitors", va mucho más lejos: es tremendamente imaginativa y abre la puerta para desarrollar más historias en el mundo inventado por Cotrina. De momento, el que haya  incluido  La canción secreta del mundo entre las próximas lecturas, es una buena señal.