E logho ti, ¿de quen ves sendo?
Me cuesta volver a los clásicos, y más a los que había olvidado desde mis años escolares, con todavía más ahínco que a Baroja o Valle Inclán, pero lo que tenía con algunos autores era algo más que una cuenta pendiente. varios de ellos se atrevieron a utilizar un idioma entonces mal visto, el de los labradores y los que se veían obligados a emigrar lejos. y que, encontraran en el fantástico una vía de escape en un entorno opresivo, pero también una forma de poder llevar a cabo una crítica al sistema impuesto. Mi deuda es con ellos. Con la ironía, con sus desfiles de aparecidos y sus referencias más que evidentes a los caciques, a la injusticia, a la resignación. Y no con los docentes que, en intento de convertirlos en una parte mas del programa académico, los redujeron a un listado de fecha, biografías y a una calificación arbitraria.
Álvaro Cunqueiro. Las crónicas del sochantre. Este libro recoge las andanzas del sochantre de Pontivi, un hidalgo a quien sus problemas de salud lo abocan a un a carrera en el coro eclesiástico en lugar del ejército, durante los convulsos años de la revolución francesa. Este, contratado para tocar en el entierro del señor de Quelven, emprende un viaje acompañado por el resto de asistentes del cortejo fúnebre. Pero para sobresalto del sochantre, esta comitiva no son otros que un cortejo de difuntos, condenados a vagar por la tierra como parte de su penitencia, y durante la noche, a recuperar su verdadera forma de esqueleto animado. Durante el viaje conocer la historia de cada uno de ellos, relatos marcados por la muerte, la codicia o el orgullo, e irá descubriendo a través de estos, los particulares normas por las que se rigen las almas en pena y los agentes del diablo que, sin que la gente común lo sepa, deambulan por el mundo.
La novela está ambientada en la Bretaña Francesa, descrita por Cunqueiro como un lugar muy similar a Galicia donde la frontera entre los vivos y muertos es muy difusa, y donde las leyendas sobre aparecidos y huestes del demonio forman parte de la vida cotidiana, sin que estas tenga que ser necesariamente malvados. Los muertos, descubre el sochantre, se rigen por sus propias reglas (como explican al comienzo de su viaje, no pueden tomar sal, trigo o entrar en una casa), lo que no les impide llevar una...bueno, una no vida. Del mismo modo el diablo, o varios de sus criados, hacen su aparición pero su actitud está muy lejos de un Mefistófeles y más cerca de la de un pícaro. Incluso la condena a vagar por el mundo de los vivos por parte de los compañeros de viaje del sochantre es asumida con naturalizad, como un trámite más que debe cumplirse.
Cunqueiro se inspira en fuentes populares, recurriendo a una mitología muy similar a la de Galicia pero también en el teatro y la novela picaresca, a la que recurre para llevar a cabo una critica muy velada: la historia transcurre durante la Revolución, los personajes han sido condenados a vagar por causa de algún vicio, bien por envidia, codicia, o soberbia, y la compañía prosigue su viaje entre rumores de guillotina y traiciones. El estilo, que recurre a lo costumbrista, buscando a una cercanía con esos personajes de otro mundo que son compañeros de carruaje del protagonista vivo, vienen influenciados por el uso de Cunqueiro del idioma original: el gallego no había sido objeto de normativización lingüística (creo que por una vez lo que aprendí en clase me ha servido para algo), por lo que este emplea giros y expresiones hoy suprimidas o modificadas. y que resulta muy distinto de los textos que podrían escribir Vicente Risco o Anxel Fole.
El viaje del sochantre de Pontivi no es solo una de las piezas clave del fantástico nacional, algo imprescindible en una época en la que este resulta minoritario, o una vía de escape o una forma de crítica soterrada. una crítica de la que solo se puede echar en falta saber que fue de esa mentora del joven Charles Anne Mathieu de Crozon, futuro sochantre y compañero de los muertos que, consternada al descubrir que su pupilo no elegiría la vida militar, decidía regresar al frente disfrazada de soldado.
Alfonso Rodriguez Castelao. Un ojo de vidrio (Memorias de un esqueleto) Castelao comienza, antes de transcribir una s notas encontradas en una tumba, con unas situación que podría resumirse como "el muerto al hoyo, y el vivo al bollo". El narrador, tras comprar un ojo de cristal y un fajo de papeles garabateados a un enterrador, relata las memorias de un esqueleto, que al ser enterrado con su prótesis cuenta con una capacidad de la que carecen sus compañeros de camposanto: la de poder ver, y por tanto, escribir su día a día. Las normas de etiqueta cadavérica según las cuales, no se pueden presentar ante el resto hasta que sus huesos no se encuentren mondos, el día a a día (perdón, noche a noche) de unos cadáveres que, según su observador, no son muy listos, igual que los vivos, y poco más hacen que bailar al ritmo de Saint Saens. Para algunos, la llegada de la muerte ha sido inesperada, perdiendo lo que valoraban en vida. Para otros, esta ha sido un alivio o incluso algo buscado por su propia mano. Aunque el cementerio, como descubrirá este esqueleto observador, también tiene otros habitantes, tan improbables como estos difuntos que se reúnen cada noche, pero más nocivos para los vivos.
A través de escenas muy breves, Castelao describe con mucha sorna lo que podría ser una ciudad cualquiera: avaros, señoritos, criadas caídas en desgracia, suicidas y con ellos, una crítica a todos estos personajes; el protagonista no duda en señalar lo absurdo de muchos comportamientos cuando el final de todos es ser un montón de huesos, o que los enterrados en un cementerio urbano sean despojados de su ropa y piezas valiosas mucho más a menudo que en un cementerio rural. Y sobre todo, el ser que hace su aparición en el último acto: el vampiro como versión sobrenatural de ese personaje que abunda en muchos pueblos y parece inherente a Galicia (José Luis Baltar, no miro a nadie): el cacique, ante cuyas tropelías este esqueleto no puede sino plantearse que es un problema que deberían resolver los vivos.
El estilo, en ambas partes de la historia, es la de una narración muy pasiva: comienza con los hechos relatados por su protagonista, como un habitante más del cementerio, y termina con ese ojo de cristal, entregado como testigo por el transcriptor de las notas a un amigo cercano, ya fallecido, con la esperanza de que pueda relatar sus impresiones. Conociendo la retranca de Castelao, es probable que su sucesor sus vecinos descarnados le parecerían igual de necios que los vivos.
La turra que me dieron con el Lazarillo de Tormes xD. Lectura obligatoria todos los años en el colegio y en el instituto. A lo mejor por eso, porque con haberlo leído una vez ya ibas tirando año año, al Lazarillo no le cogí la tirria que sí le cogí a Peter Pan y Pinocho, lecturas que por edad, entre diez y doce años, debería de haber disfrutado y a las que no me he vuelto a acercar. Que te obliguen a leer El sí de las niñas de Moratín debería de estar penado con cárcel xD.
ResponderEliminarHabiendo nacido y estudiado en Salamanca, los planes de estudios siempre incluían a muchos señoros asociados a la universidad, que hacían que lejos de apreciar ese pasado, lo acabaras aborreciendo. Y por su puesto, ni papa de otras lenguas cooficiales.
Me apunto los libros. El de Cunqueiro ambientado en la Bretaña buena no lo conocía.
Los programas de estudio de la literatura son complicados. Se critica "obligar a leer", pero cuando no se hace, o se hace poquísimo (como ahora, en que en Bachillerato ya no existe una asignatura específica de Literatura como tuvimos en el BUP-COU), se critica que no se haga. Entonces es justo cuando el aprendizaje en algo tan absurdo como aprenderse listas de nombres y obras que no significan nada. Lógicamente, yo prefiero aquel sistema. Es algo parecido al arte: sin clases prácticas que muestren las obras, es otro listado incomprensible. Ahora bien, aquí es fácil enseñar el "producto" porque es fácil poner imágenes, explicarlas y (más o menos) asimilarlas. En literatura, no: o se lee o no se lee. Y leer lleva tiempo y si no gusta lo que lees, pues te irritas, claro.
ResponderEliminarAl menos, que me hicieran leer "La Celestina", las "Cartas marruecas" o "Tiempo de silencio" sirvió para conocerlas y, en algunos casos, redescubrirlas cuando ya los releí por gusto (o al revés: "La colmena" me gustó mucho en COU y se me desmontó bastante hace pocos años). En cualquier caso, es el tiempo el que nos convierte en lectores o nos distancia definitivamente de los libros. Y hacerlo con conocimiento de causa no viene mal.
En cuanto a "Las crónicas del sochantre", de los libros de esa época que Cunqueiro escribió en gallego, es el único que él mismo no tradujo (en realidad, sus traducciones siempre fueron bastante libres: no lo he comprobado yo personalmente, claro, pero he leído artículos sobre el mismo, con ejemplos comparativos). Fue su amigo, y eminente figura de las letras gallegas, Francisco Fernández del Riego, y al parecer no quedó muy conforme, porque desde entonces no volvió a dejar en otras manos su traslado al castellano.
Anacrusa: en literatura española pasamos por los clásicos básicos XD. Lazarillo, El camino, Galdós y Becquer, y un intensivo de lecturas que entraban a examen en COU, que quizá fue lo más difícil de llevar por ser realismo puro y duro, y de lo que estaba más lejos entonces (ese año alterné entre La colmena, Tiempo de silencio, y por mi cuenta, las crónicas de Elric de Michael Moorcock y las novelitas de Harry Dickson. Por suerte, en los exámenes hablé de los libros correctos. Creo). En los años anteriores al instituto sí que leíamos mucho más en gallego que clásicos de universidad, aunque me seguían produciendo rechazo: había salido lectora de serie y tener que leer algo contrarreloj, preparando un trabajo, me tiraba para atrás. Aún así, además de los más conocidos, sí que recuerdo un par de obligatorias que me gustaron: no hace mucho releí A sombra cazadora, de Suso de Toro, y me hizo pensar que con su idea se había adelantado varios años a muchos tópicos del young adult. Aunque él se conformaba con una buena novela juvenil de 200 páginas y no tres tomos.
ResponderEliminarJosé Miguel García: hoy reconozco la dificultad de plantear un programa de lectura dentro del plan educativo, y sobre todo, con gente a la que no le gusta leer, no le interesa, o le cuesta, más el problema de ser algo impuesto como tarea escolar, o limitarlo a una lista de nombres y títulos. En mi caso, vi un poco de ambos: por un lado, en la clase recurrían a elegir novela infantil y juvenil, quizá más orientada al rango de edad (y en el caso del idioma, escritas ya en el gallego normativo que estudiábamos), pero por otro lado, memorizar los títulos que habían escrito Castelao, Cunqueiro, Celso Emilio Ferreiro o Curros Enriquez, de una forma tan mecánica que hacía pensar un poco en la lista de los reyes godos del chiste. Eran más cosas de como el claustro había organizado la docencia más la tendencia a seguir igualando memorización con aprendizaje, y desde hace algún tiempo he recuperado algunos. Nada de Laforet, o el Silvestre Paradox de Baroja, se leen de forma distinta con unos años más encima..y sin una fecha límite.