Será que están las fiestas locales y todas las calles cortadas con atracciones de feria, o porque hace poco me he leído un par de novelas sobre ferias ambulantes. Pero hoy la cosa viene circense. Más que circense, sobre atracciones itinerantes, aquellos espectáculos en los que lo diferente era expuesto como un fenómeno, o directamente, magnificado como uno, y donde toda aquella cultura ajena y móvil se configuraba como un mundo que transcurría de forma paralela a la vida ordinaria de sus visitantes. En ambos casos, los dos libros transcurren en una época tan necesitada de aire fresco como lo fue la Gran Depresión, y el enfoque de ambas es una visión acida de las personas. Aunque el desarrollo de cada una es muy distinto.
Charles G. Finney. El circo del Doctor Lao. En la pequeña localidad de Abalone, Texas, se anuncia la llegada de un circo ambulante. Este, presentado por el enigmático Doctor Lao, promete mostrar prodigios como sirenas, medusas, un fauno, e incluso un perro verde (que, aunque hoy todo lo somos un poco, no se refiere a lo raro, sino a un fenómeno botánico). Y tambi-en la presencia del mago Apolonio de Tiana , capaz de resucitar a los muertos, y de un espectáculo solo para adultos, donde se mostrarán las ceremonias más salvajes del corazón de África. Pero solo con intención didáctica, obviamente. Los habitantes de Abalone acudirán al espectáculo. Una maestra de escuela, una solterona, un empleado de banca aquejado por todo tipo de achaques, un periodista, familias numerosa e incluso un par de miembros de la Yvy League que no están dispuestos a perderse el espectáculo didáctico. Todo ellos se enfrentan a lo maravilloso con distintas actitudes. Desde el encuentro con un fauo salvaje, una entrevista con una serpiente marina de tiempos prehistóricos, o tener la oportunidad de ser resucitado por un mago, y tras un breve agradecimiento, salir disparado a atender asuntos urgentes.
El libro, más que una novela con un hilo narrativo, de una colección de situaciones en las que lo fantástico es puesto frente a las actitudes más anodina, que pueden ir desde comentarios pedantes hasta contemplarlo todo con inocencia. No hay un nexo más allá de la presentación de cada una de las quimeras del circo y la reacción de quienes lo ven. Ninguna conclusión, ni resultado o lección moral, más allá de lo anecdótico y de una observación irónica de ese público que deambula por las pistas del espectáculo llevando la contraria al doctor Lao o sin tener claro, como sucede a menudo, si lo que hay en una de las jaulas es un oso o un ruso.
Este, tras la presentación del espectáculo que pone final a la historia, termina sin más explicaciones con un anexo donde se describe a modo de bestiario todas las criaturas que forman parte del circo…pero también de los habitantes de Abalone que han acudido a visitarla, y en cierto modo, forman parte de otro circo más grande, pero quizá más aburrido.
William Lindsay Gresham. El callejón de las almas perdidas. El argumento de esta novela resultará familiar, por la película de 1947 o la versión de Guillermo del Toro: un hombre se incorpora a una feria ambulante, en los peores años de la Depresión, como chico par todo. En una época en la que lo grotesco, los números con bailarinas ligeras de ropa, e incluso un hombre devorando una gallina viva son espectáculos tan aplaudidos por el público como criticados por las autoridades morales, Stanton Carlisle, sin más habilidades que su ambición , irá sustituyendo sus pequeños trabajos en la feria por el número que Zeena y Peter, la adivina y el mago que han conocido tiempos mejores durante los años del vodevil, deslumbraba al público mediante un ingenioso truco de mentalismo. Con Molly, una de las artistas de la feria como amante y asistente, Stan cambia la pista de serrín por los escenarios, haciendo suyo el espectáculo de mentalismo, pero a la vez, cayendo presa de la codicia: es muy fácil obtener más beneficios cuando se hace que creer al público que ese número es una conexión con el más allá, aunque ello suponga improvisar una nueva identidad como reverendo, estafar a los más afligidos, e incluso aliarse con una psiquiatra poco escrupulosa que le proporcionará al cliente que podrá hacerlo rico, su juega bien sus cartas.
La novela de Gresham constituye la historia de todo un villano: un personaje abiertamente amoral cuyo objetivo en la vida es obtener la mayor fortuna posible, sin importar a quien se lleva por delante. Amigos, amantes o víctimas de su engaño. El estilo es mucho más realista y sórdido que la visión planteada por Guillermo del toro, en la que se dotaba de cierto sense of wonder al mundo del carnaval itinerante que aquí hace realmente justicia a las almas perdidas del título.
El Stan Carlisle de Gresham es desde su primer momento, un personaje ambicioso, sin una sola cualidad que lo redima y movido por el deseo de progresar pese a todo. No hace falta inventarle un crimen con el que cargar a sus espaldas, ni un magnate irredimible al que engañar arriesgando todo, porque la codicia más simple es suficiente para que alguien sea capaz de dar ese paso del que no es posible recular.
El estilo empleado es muy directo, sin adornos, y muy noir: las cosas se cuentan como son, sin eufemismos, y no hay más lugar para la fantasía que la tramada por su protagonista para obtener lo que quiere. Y donde finalmente, todos sus actos llevan a una consecuencia esperada: la historia empieza y termina con la explicación de cómo una feria ambulante puede conseguir un geek para su espectáculo, y es lo que parece profetizado para su protagonista. Un final, que por otro lado, no tiene ninguna lectura moral, ni siquiera parece satisfactorio: solo es una exposición de cómo, en el mundo, algunas personas ganan y otras pierden. Y Carlisle, en este caso, no ha sido tan astuto como la doctora Ritter.
En mi librería de confianza agradecen tus aportaciones para pagar la matrícula universitaria del niño xD.
ResponderEliminarLos años treinta del siglo pasado, esa década maravillosa xD.
Cuando termine el de Nazareth Hill de Ramsey Campbell le daré al Doctor Lao, que es el que más me llama de los dos. Por lo que cuentas, tiene un punto de el callejón del gato: la feria ambulante como visión distorsionada y esperpéntica de la realidad. Así de últimas recuerdo La feria de las tinieblas de Bradbury, que me gustó pero no me entusiasmó. Creo que hay algo distinto entre el concepto de feria anglosajón y el nuestro, más de cómico de la legua como en El viaje a ninguna parte. Tiene un punto de patetismo que no existe en su contraparte anglosajona.
De El callejón de las almas perdidas tengo pendiente todo, el libro y las películas. El protagonista se parece al personaje de Leonardo DiCaprio en El lobo de Wall Street xD. O a Conrad, el prota de El cocinero.
Dos libros estupendos, que descubrí, para variar, gracias a las películas. La adaptación de "El circo del Dr. Lao" no le hace honor y es una pena porque el director, George Pal, había hecho poco antes la inolvidable adaptación de "La máquina del tiempo" de Wells (con el título en España de "El tiempo en sus manos"). En cuanto a la segunda, la primera versión, la de Tyrone Power es magnífica, aunque como es natural ni de lejos tiene la dureza del libro. (No he visto la segunda, y la veré, pero miedo me da el personaje en manos de Bradley Cooper, aparte de que, una vez más, el remake acaba durando una hora más que la primera versión).
ResponderEliminarPor cierto, que el apellido Gresham, cuando lo leí, se empeñó en recordarme algo. Y resultó que procede de una película que me había gustado mucho en su día, "Tierras de penumbra", con Anthony Hopkins como el escritor C. S. Lewis (el de Narnia) y Debra Winger, como su mujer Joy Gresham, una divorciada americana que hablaba de la mala vida que le había dado su primer marido. Este era Joy Gresham, el cual, como se dice en la presentación del libro, acabó completamente destrozado.
De momento los años treinta del siglo pasado siguen teniendo mejor pinta que los treinta que nos esperan este XD.
ResponderEliminarEl libro de Finney tiene una intención bastante crítica, describiendo cada uno de los comportamientos de unos personajes con una actitud muy cerrada y reconocible, desde la solterona hasta la familia numerosa, incluso esos dos estudiantes de universidad bien. Nada que ver con el enfoque de La feria de las tinieblas, que aunque me gustó, siempre me pareció más fascinante ese carnaval ambulante, que promete y condena, que unos personajes muy marcados por su moral. El mundo de las ferias ambulantes para un lector no estadounidense es, desde luego, mucho más sorprendente por lo ajeno que nos resulta. Aquí esa idea me hace pensar en los coches de choque, el saltamontes y la orquesta Panorama llenando una plaza...
No es una mala comparativa Stan Carlisle con El lobo de Wall Street o Conrad: un personaje muy despiadado y ambicioso, aunque a diferencia de estos, no lo fue lo suficiente como para poder triunfar. A mí me daba más miedo la Doctor Lilith Ritter que este emprendedor de lo magufo XD.
Jose Miguel García: este año vi la película de del Toro, unos meses después cogí el libro (de momento tengo pendiente la versión de 1947) y sí que el tiempo que media entre ambas ha hecho que la película nueva me parezca más artificiosa: del Toro busca esa visión un tanto fantástica de las ferias ambulantes, y esa atmósfera irreal lo impregna todo. En la novela de Gresham, todo es mucho más duro, menos trágico como trasfondo pero sí muy directo, y el personaje de Stanton es uno de los más despiadados que he leído en lo que va de año. En este caso, la letra impresa sirve para meterse en la cabeza de un personaje completamente amoral y ambicioso.
No conocía que había sido de la mujer de Gresham, aunque en el prologo sí comentaban el final del autor pese al éxito del libro. La verdad que descubrir su segundo matrimonio es una sorpresa..no podía haber escritores más opuestos.