jueves, 19 de marzo de 2020

Dean R. Koontz: Fantasmas (1.983). Parafraseando a The Specials: This town is coming like a ghost town



Durante la época en la que editoriales publicaban autores de terror fuera de colecciones específicas (estos días me estoy reconciliando con algunos ejemplares de Gran Super Terror), había tres nombres que siempre resonaban en enormes letras en cada portada, y casi podría decirse que en este orden: Stephen King, Dean R. Koontz y Anne Rice. La última, en lo de terror, es bastante discutible, pero como salían vampiros, quedaba incluída en el mismo saco. Koontz, en cambio, venía a ser el segundo dentro del ranking de popularidad, bastante similar a la hora de abarcar temática fantástica y con una producción bastante amplia entre novelas independientes, relatos, unas cuantas series y varias décadas de producción literaria a sus espaldas.



Fantasmas no es su primera novela, pero sí hoy una de las más antiguas y según varias críticas, una de las mejores. Todo comienza con la llegada de una médico y su hermana menor a un pequeño pueblo de montaña donde ejerce su actividad. Un lugar apacible pero que en ese momento, lo es demasiado: las calles se encuentran desiertas de toda presencia humana, animal, e incluso de cualquier sonido que anuncie la existencia de vida. Sus habitantes parecen haberse esfumado, salvo por unos cuantos desafortunados, muertos de manera horrible y con expresión de páníco en sus rostros deformados. Las comunicaciones, todavía activas, solo sirven para que el grupo de policías que acude quede recluido junto a ellas, en un pueblo donde una presencia desconocida, y capaz de tomar forma de los miedos más profundos de sus víctimas. Y de la que quizá solo un académico, caído en desgracia por sus particulares teorías, tenga tenga el conocimiento suficiente como para poder detenerla.



De Koontz no tenía una opinión demasiado buena. Unas tres o cuatro novelas, publicadas durante los noventa, como única alternativa disponible en una ciudad pequeña, y poco después de haber terminado la bibliografía de Lovecraft, se habían saldado con un conjunto de argumentos, tirando a rutinarios, y sobre todo, con una manera de caracterizar a los personajes que resultaba simplista: sus héroes intachables, sin un solo defecto moral ni debilidad, se oponían a unos antagonistas que eran todo lo contrario, y en cuya acumulación de rasgos negativos y caracterización “malvada” no había posibilidad, no solo de empatizar, sino de creérselos como personaje. Tras el tiempo, y la variedad editorial suficiente como para volver a recordarlo y darle una oportunidad nueva, e incluso descubrir que también había tenido su incursión en el mundo del cine: la saga de Odd Thomas había tenido una adaptación, y al menos la película, había tenido también su gracia. Y lo mismo había pasado con Fantasmas. Que, al menos, contaba con una premisa más interesante que la de un nazi viajando en el tiempo y enamorándose de una heroína sacada de un telefilme.

En este caso comienza con un título engañoso, aunque sea la traducción directa del inglés: y es que Fantasmas no hay ninguno, salvo lo que creen ver los personajes en algún momento. Lo que sí hay es una historia propia de cualquier serie B, para lo bueno y para lo malo. Aunque por suerte, el primer caso se da más: un escenario más o menos acotado como el de un pueblo, un grupo de personajes en el que destacan una serie de rasgos de personalidad (la protagonista con un pasado que debe superar, el policía heroíco, el desagradable que se muere pronto, los majos que se mueren más tarde, el científico...), un interés romántico por ahí en medio, y una criatura monstruosa con los suficientes rasgos de personalidad identificables como para que se convierta en un enemigo más cercano a algo malvado que a uno de los horrores indiferentes de H. P . Lovecraft. Pero, como en toda narración con estas características, mantener el interés es difícil, y junto a un punto de partida que promete, se añaden una serie de situaciones muy propias de la época. Secundarios, como el lider de una banda de moteros llamada Los demonios del Cromo (Los satanases del infierno lo había cogido antes Los Simpson) o un psicópata en ciernes parecen un poco perdidos y recuperados hacia el desenlace. Y sobre todo, una forma de intentar explicar la trama donde acaba mezclando como puede teorías científicas y una mitología que solo hace pensar “bueno, de acuerdo. De todas formas de algún modo tenía que resolver esto, pero no es lo más brillante”.

Fantasmas no podría calificarse como una buena novela de terror. Ni tampoco una sorpresa oculta entre libros de saldo. Pero sí como una buena forma de hacer las paces con un autor al que, puede que no tuviera unas narrativas revolucionarias, pero sí resulta más fácil apreciar su tarea y estilo cuando queda claro lo que va a ofrecer y lo que se quiere leer en ese momento.  

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