Si bien H. P. Lovecraft no ha tenido
muy buena suerte como adaptación directa en el cine durante varias
décadas, si ha sido posible ver aproximaciones a su obra bastante
efectivas. En la boca del miedo fue (y es, de momento), una de las
mejores versiones de los mitos que podemos ver en pantalla. The Void
fue todo un homenaje a la literatura lovecraftiana y al mejor terror
de los ochenta...Y a principios de los noventa, la HBO se atrevió a
sacar un telefilme de fantasía urbana que se adelantaba unos cuantos
años no solo a la literatura que haría popular este género, sino a
algunas producciones de Netflix donde quisieron hacer, alguna vez con
mejor suerte, en otras, no tanto, lo mismo. Con la diferencia, de que
en este caso el propio H. P. L. tiene un papel protagonista. O no.
En la década de los cuarenta del Los
Ángeles de Hechizo letal, o El sello de Satán como también se
tituló en España (que, aunque válido, no termina de convencerme
¿Para qué, si Cast a Deadly Spell contaba ya con una traducción
directa?), la magia es algo habitual. De un modo u otro, aunque los
personajes mencionan que su uso es algo relativamente reciente, los
hechizos están a la orden del día, lo sobrenatural convive con lo
cotidiano, y, si bien es posible utilizar la magia en la vida diaria,
también es algo normal en los bajos fondos. Los zombies han
sustituido a los matones, cualquier mafioso que se precie cuenta con
un hechicero en nómina, y el departamento de policía sufre los
peores turnos durante las noches de luna llena, aunque también se
valgan de la magia como recurso. Solo un antiguo agente, ahora
convertido en detective privado, se niega a utilizar cualquier medio
sobrenatural para llevar a cabo su trabajo. Howard Philips Lovecraft
sobrevive, como puede, en un minúsculo despacho aceptando casos más
bien corrientes en la carrera profesional de un investigador, aunque
es su fama de no recurrir a la magia la que le sirve para obtener un
caso bastante prometedor: un coleccionista quiere recuperar un tomo
de magia que le ha sido robado. Tratándose de la época dorada de
los detectives y el noir, las traiciones, mafiosos y mujeres fatales
no se harán esperar. Aunque, cuando el libro desaparecido es el
Necronomicon, es muy probable que cualquier detective necesite algo
más que un revólver y unas cuantas respuestas ingeniosas para salir
vivo.
Aunque el guión cuente con nada menos
que el detective privado Howard Phillips Lovecraft, la presencia del
escritor como tal se queda en el nombre. No se trata en este caso de
una versión ficcionada del autor sino más bien un guiño a sus
obras y al material que han utilizado en el guión, del mismo modo
que aparecen personajes llamados Bradbury o Borden. En cambio, esta
decisión, además de ser un truco un poco rastrero para atraernos a
unos cuantos a la película, cuenta con su punto ingenioso:
Lovecraft, ateo y racionalista, no creía en lo sobrenatural del
mismo modo que su tocayo en la película se niega a utilizar
cualquier medio mágico en su vida y trabajo.
El guión acaba siendo un cruce muy
efectivo entre el género negro, quizá un tanto tópico, y el
fantástico. El Lovecraft detective no resulta precisamente original
como protagonista, ya que viene a ser el arquetipo de investigador en
este tipo de ficción: de vuelta de todo, con una respuesta ácida
para todo, la impresión de que todo caso que resuelva va a terminar
en tragedia, y unas finanzas tirando a penosas, suplidas, en este
caso, por un secundario bastante interesante y que sirve de enlace
con el mundo de Los Ángeles en el que se mueve: una hechicera, que,
si bien tiene muy poca presencia en el metraje, su caracterización
le aporta el toque cotidiano y pintoresco a la parte sobrenatural. No
es posible buscar demasiada originalidad en este escenario y
personajes, porque tanto el protagonista, como sus secundarios,
resultan un tanto estereotipados: detective, mafioso, matones, mujer
fatal y policías con dudosa moral. Estos, en cambio, están muy bien
llevados y encajan perfectamente en la historia: no aportan nada, no
renuevan, pero ayudan al guión, e incluso aportan una dosis de humor
negro muy adecuada, con recursos tan sencillos como ganarse el
interés del público: ¿como es posible que no se sienta pena por la
hija adolescente de un millonario? Convirtiéndola en una cría
insufrible que, a pesar de dicha caracterización, su aparición en
la pantalla resulte soportable.
Pese a tratarse de un telefilme,
cuentan con todos los medios de los que podría disponerse en la
televisión de principios de los noventa para hacer una producción
de corte fantástico. Si la parte de vestuario para la época es
adecuada, y en algunos casos poco tiene que envidiar a producciones
mayores, también sucede lo mismo con los escenarios: se nota a
veces su condición, pero los decorados interiores son lo bastante
minuciosos e incluso cuentan con la atención necesaria para mezclar,
en un mismo entorno, lo que podría haber en una producción realista
con todo tipo de elementos del fantástico. La infografía estaba muy
lejos, pero el metraje coloreado y esos mismos decorados hacen el
servicio necesario. Y las marionetas. Las marionetas, los maquillajes
y los monstruos de goma que aquí aparecen con toda su sencillez,
dejando entrever a menudo que se tratan de un actor enterrado en
varios kilos de latex pero que siguen siendo lo mejor que se podía
ofrecer y que, cada vez que aparecen, demuestran el carácter
artesano de la producción...Para lo bueno y para lo malo: y es que
a veces la falta de medios propia de la producción hace que algunas
situaciones donde se deberían evitar los efectos especiales se
solucionen con unas cuantas chispas eléctricas y un bicho de goma
pegando botes.
La crítica que podría hacerse a
Hechizo letal vendría por exceso de purismo: tenemos a Lovecraft, al
necronomicón y unas referencias a los Mitos de Cthulhu correctas, se
nota que los guionistas conocen el material con el que trabajan. En
cambio, no es una historia de horror cósmico, y cualquier purista
confirmaría que a Cthulhu le da un poco igual que le sacrifiques una
virgen o que lo invoques cada 666 años o mañana por la tarde.
Simplemente, no es una historia lovecraftiana, sino una de fantasía
noir con guiños lovecraftianos. Y muy bien traídos.