jueves, 23 de agosto de 2018

Patient Zero (2018). Infectados, discos de vinilo y exceso de revoluciones



Debo reconocer que con el tema de los zombies me he vuelto mucho más selectiva. Algo sencillo, teniendo en cuenta que llevamos unas ocho temporadas de Walking Dead, cuatro de Z Nation y, lo que hasta hace poco había sido una rareza, un montón de novelas y antologías sobre muertos vivientes y derivados. Quizá por eso el radar de películas de zombies no lo tenga tan afinado como cuando se empezaron a oír noticias sobre una cuarta entrega de la saga de Romero o la publicación en España de los comics de Robert Kirkman. Pero un zombie es un zombie, o en su defecto, un infectado. Y un tráiler donde no solo aparecen varios, sino también uno de los últimos actores que encarnaron a Doctor Who, la película en cuestión pasó por el radar.

 

Patient Zero describe una situación que no es nueva: una epidemia desconocida, de la que solo se sabe que es una cepa muy virulenta de la rabia, ha afectado a un porcentaje importante de la humanidad. Los pocos supervivientes, entre los que se cuentan civiles y personal militar, se ocultan en un refugio nuclear mientras los científicos intentan encontrar una cura. Es uno de los supervivientes, quien fue contagiado pero no muestra síntomas de la infección, el único que parece capaz de comunicarse con unos infectados que han perdido toda capacidad de raciocinio e intenta encontrar las pistas necesarias para dar con el paciente cero y con él, una posible cura. Y cuando una de esas víctimas, claramente afectado por la enfermedad, parece dar las mismas muestras de control y racionalidad, la esperanza de encontrar una solución crece. Pero también el temor a una posibilidad muy distinta: la mutación del virus y la inexistencia de ese paciente originario.


La película intenta en todo momento no entretenerse con nada. El comienzo es muy directo, de esos que se han visto en otras producciones modestas y que recurre a voces en off, imágenes de archivo y un narrador para explicar lo sucedido. Un recurso muy útil cuando se dispone también de un tiempo limitado y donde lo necesario es ir al meollo de la trama. Y que hasta donde se ha visto, siempre funciona. Y que en este caso, sirve para poder dedicar tiempo a los aspectos más importantes del guión, como darle profundidad a los personajes e intentar que la trama sobre la infección ofrezca algo distinto a otras producciones: algo tan simple como relacionar la música como un sonido que los infectados no pueden soportar, y que la ocupación anterior del protagonista hubiera sido precisamente el tener una tienda de discos. Si bien en un principio toda la idea del virus de la rabia recuerda un poco a 28 días después, realizan un gran esfuerzo en alejarse de la parte más básica e intentar distinguirse dando, dentro de lo posible, una dimensión a la enfermedad un tanto más compleja: los afectados, lejos de ser el infectado estándar que se vio después de la película de Danny Boyle, conservan, en mayor o menor medida, capacidad de actuación, haciendo que el protagonista todavía conserve una dinámica con su esposa contagiada. Y, en lugar de quedarse con la idea de antagonistas de un montón de infectados que atacan en bloque, intentan individualizarlo de forma bastante interesante creando un trasfondo para este.
 
Precisamente la falta de medios se nota en lo limitado de los escenarios: en todo el metraje solo se ven los decorados interiores, muy cerrados, que justifican con situar a los personajes principales en un refugio nuclear. Los primeros planos y las secuencias en pasillos y laboratorios pequeños hacen el resto de forma muy resultona. Y en lugar de ofrecer una factura más vistosa, invierten, o lo intentan al menos, en un guión muy de serie B, y sobre todo, en unos protagonistas, muy escasos (poco más que cuatro, el resto son figurantes) cuyas caras son muy reconocibles en televisión: Natalie Dormer, John Bradley West y Matt Smith…o lo que es lo mismo: Margaery Tyrell y Samwell Tarly investigan una virulenta cepa de rabia mientras los ayuda el Doctor Who. Es difícil quejarse de un reparto así tratándose de unos actores que han demostrado ser bastante competentes, y que en realidad, su principal problema acaba siendo el propio guión.
 
El fallo de este ha sido en realidad querer abarcar demasiado en un metraje que se hace a todas luces escaso: en menos de noventa minutos intentan meter una trama sobre el embarazo de uno de los personajes, la anterior relación del protagonista con su esposa infectada, la inevitable presencia del militar autoritario y cierta referencia a la comunicación entre infectados, que por desgracia, incluyen en el último momento y esta acaba pareciendo salir de la nada, para volver a la nada. Especialmente cuando los últimos diez minutos se corresponden con la inevitable secuencia de aparición de infectados a cascoporro y huida del entorno, que hace que todo lo que empezaron a lanzar en el guión durante la primera parte, o bien se solucione de forma brusca.
Lo peor de Patient Zero es quizá el exceso de ambición para unos medios, especialmente, temporales, tan limitados. La impresión es la de querer ofrecer más que la típica película de zobmies de bajo presupuesto, de modo que, aunque la intención es buena, la impresión es la de haber empezado a lanzar cosas potencialmente interesantes al guión y después, salvar las que pudieran. El final, recuperando la voz en off del comienzo e intentando solucionarlo todo con una especie de final abierto, produce el efecto contrario: ¿Es que va a haber secuela, lo que hemos visto es el piloto de una serie, o directamente, terminaron como pudieron? Si se trata del primer caso, es probable que le diera una oportunidad: la impresión general que ha terminado dando es, que al menos, la intención era buena.

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