jueves, 2 de agosto de 2018

Ghost Stories (2017). Parapsicología y humor negro por capítulos

 


Hace una década, un grupo de actores y guionistas que se hacían llamar The League of Gentlemen crearon bajo el mismo nombre un grupo de personajes y escenarios con intención cómica, pero enfocados desde la óptica del suspense y el terror británico. El resultado fue una mezcla muy peculiar de personajes fijos, que se movían, vivían y hacían cosas raras en general en el pueblo de Royston Vasey, y de un humor extrañísimo en el que a veces no quedaba muy claro si era una parodia del terror, un esperpento, o un ejercicio de simpatía por unos personajes grotescos. Tras tres temporadas, una película y una obra teatral, La liga de los caballeros terminó, el grupo fue disolviéndose y una parte de estos haría un programa similar con Psychoville. Después, Steve Pemberton y Reece Shearsmith seguirían su carrera como actores. A Mark Gatiss lo reconoceríamos después como Mycroft Holmes y el director del Banco de Hierro, pero Jeremy Dyson, la cara menos visible del grupo, quien siempre se limitó a tareas de guión, continuaría escribiendo. Sin llegar a separarse del género y un enfoque de este un tanto irónico, se convertiría en el autor de no un guión, sino una obra de teatro de temática sobrenatural.

 

Ghost Stories es su versión cinematográfica, y la forma que todos aquellos que no pueden acercarse a un teatro británico tienen de conocer la pieza original. Tres historias sobre distintos encuentros con lo sobrenatural, unidas por la figura de un investigador de lo paranormal, o más bien, un investigador especializado en desenmascarar y encontrar una explicación lógica a todos esos fenómenos, quien hereda, de un parapsicólogo desaparecido durante varios años, un dossier que contiene los tres casos que no pudo explicar. El vigilante de un antiguo psiquiátrico se encuentra con una figura de su pasado. Un joven sufre un extraño accidente de tráfico en el bosque y un abogado  presiente el final de su esposa antes de que esta se produzca. Historias que, para un escéptico como el profesor Goodman tienen una explicación lógica, pero que también le harán enfrentarse con aspectos de su pasado que intenta olvidar.


Es difícil no ver una película británica formada por historias independientes sin acordarse de las antologías de la Amicus. Una idea que, teniendo en cuenta las influencias y trabajos previos de su guionista, es mucho más sencillo percibir e incluso pensar si estas no fueron una influencia o un homenaje hacia este formato. Coinciden, quizá también por partir de un medio tan limitado como es el teatro, por unos escenarios muy escasos o que no necesitan demasiados recursos para llevarse a cabo: un bosque o un campo desierto, la inexistencia total de figurantes y a menudo planos cercanos para centrarse únicamente en los personajes y una pequeña porción del entorno que los rodea, sin que el exterior, o lo que exista más allá de unos pocos metros donde estos se mueven, carezca de importancia. Un sistema que funciona especialmente bien en la primera historia, donde la localización se reduce a un pequeño cubículo, unos pocos metros iluminados por una linterna y la oscuridad donde presuntamente, se esconde un edificio ruinoso.
 
 

La estética, además de muy austera, ha optado por una visión clásica. La falta de luz asociada al clima del reino unido, o cuando esta está presente, parece fría y filtrada por las nubes. Y sobre todo, cierto aspecto un tanto anacrónico, introducido con la premisa de relatar hechos pasados, y que, por el vestuario, o la tecnología presente, da la impresión de estar sucediendo en algún momento de los ochenta o principios de los noventa. Un vestuario, decorados e historias que, de no ser por contar con unos actores muy capaces, y con un trasfondo que va más allá del mero testimonio sobrenatural, no habría desentonado en las dramatizaciones que pueden verse en Cuarto Milenio. Y que acaba haciendo que estas puedan verse de una forma más irónica que, si bien estaba presente en el guión original, es probable que ni su autor hubiera imaginado este guiño.
 
 

Como buen film antológico, el hilo conductor es una historia más. Con todo lo bueno y lo malo que esto implica: si bien el punto de partida comienza dándole a su protagonista una mayor profundidad, y relacionando cada caso con aspectos de su carácter, acaba dependiendo de un giro sorpresa que, de tanto usarse previamente, es algo que se acaba temiendo. En otras producciones, los desconocidos encerrados en un lugar resultan estar muertos, esperando el purgatorio, o ser internos en un psiquiátrico…Y en este caso, los indicios que van apareciendo a lo largo de la película hacen sospechar que su protagonista tiene un destino parecido. Y que el espectador, al encontrárselo, en vez de encontrarlo sorprendente, acaba pensando “¿otra vez?”.

En el fondo, de Ghost Stories se acaba disfrutando la puesta en escena en su conjunto. Los personajes, las historias, un giro que se ve venir desde hace mucho, pero sobre todo, un reparto en el que Martin Freeman aprovecha una aparición relativamente breve para ofrecer una interpretación histriónica y ser capaz de convertirse en la cara visible del tráiler y de uno de los posters. Además, para los no habituales al teatro, supone una fuente de preguntas: ¿Cómo se pudo llevar a cabo en un escenario en vivo una obra que, por escasos que fueran, necesitaba efectos especiales? Quizá como película no sea una producción memorable, pero como obra de teatro debe resultar toda una curiosidad.

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