La nostalgia ha pasado de ser una
referencia en la ficción a algo habitual. Si hace unos años tenía
su gracia encontrar guiños a los ochenta en Historias Corrientes u
Hora de aventuras, acabamos por encontrarnos un verano en que la
serie más comentada fue una hecha completamente a la manera de esa
década. En lugar de desaparecer y dar paso a añorar la década
siguiente, esta acabó acumulándose a una especie de morriña por
cualquier cosa que sucedió hace como mínimo 20 años (y no me
extraña, porque ¿quien va a extrañar los primeros años del 2000?
Fueron un tostón de aquí a Lima), convirtiéndose no en un añadido,
sino en una forma más de contar historias. Aunque, igual que con los
superhéroes, con la reactivación en el cine de Star Wars, y con
cualquier tendencia, esta puede acabar agotando o volviéndose en un
aluvión de referencias sin contenido. Y, dos temporadas de Stranger
Things pudieron conseguir el éxito, pero una película cuyo mayor
reclamo era hacer aparecer el mayor número de imágenes reconocibles
de los últimos 40 años, lo iba a tener un poco más difícil. O por
lo menos, tendría que trabajárselo más.
Tiene su gracia que la novela de Ready
Player One fuera adaptada al cine por alguien tan vinculado al cine
de entretenimiento de los ochenta como lo fue Spielberg. Porque esta
es una parte importante de la historia: dentro de unos 30 años, el
empobrecimiento de la sociedad y el poder de las empresas de
comunicaciones son cada vez mayores. Aunque a la gran mayoría no le
amarga mucho la vida al pasarse gran parte de esta en
interne...digo...en Oasis, un universo virtual donde se puede hacer y
ser cualquier cosa, y donde el protagonista, al igual que muchos
otros usuarios se han enfrascado en el juego diseñado por su difunto
creador, que ha prometido su porcentaje de la compañía a quien
supere las pruebas. Con un botín millonario en juego, el responsable
de la principal compañía de información no duda en poner a miles
de empleados como jugadores a tiempo completo a fin de completar las
pruebas antes que nadie y convertirse en la corporación más
poderosa del planeta. Ah, y de paso, freir la interfaz de los
usuarios a base de anuncios. Porque salvo cotizar en bolsa y ser los
antagonistas, tampoco queda muy claro su objeto social.
Como era de esperar, el peso de la
película lo lleva el aspecto visual, siendo este en un 99% la
recreación infográfica: los actores la mayor parte del tiempo se
limitan a prestar su voz a sus avatares hechos por ordenador, donde
transcurre la mayor parte de la trama y donde juegan bastante con lo
que pueden ser o no en el mundo real. De hecho, uno de los aspectos
más interesantes es que no llegue a conocerse la identidad de uno de
los secundarios. El resto, muy vistoso, no es ya nada que vaya a
sorprender al público porque se sabe que no es imposible recrear las
discotecas aéreas, los planetas los icebergs o incluso las batallas
entre robots y dinosaurios que se pueden ver en pantalla. Quizá
llame más la atención el diseño de los personajes principales,
donde sí sorprende bastante la textura que llegan a alcanzar estos,
olvidándose en muchas ocasiones que quien está apareciendo en la
pantalla está hecha por ordenador, sin que su aspecto produzca esa
incomodidad que podía sentirse hace algunos años cuando intentaban
hacerse diseños muy realistas: Parzival o Artemisa resultan más
expresivos que lo que pudieron ser los protagonistas de la película
de Final Fantasy. Bien porque no pretenden ser reproducciones reales,
y todavía conservan cierto punto irreal, o bien porque el público
se ha acostumbrado ya a la infografía.
Es precisamente la parte virtual de la
trama la que mejor funciona. Esta, en el fondo, es una historia de
aventuras muy deudora de la época a la que homenajea, en la que los
protagonistas superan una serie de retos, consiguen detener a unos
villanos, y aprenden una lección sobre lo que han vivido. Unos giros
que se han rodado mil veces pero que en el fondo, seguirán
funcionando siempre que estos se utilicen bien, y sobre todo,
mantengan la trama activa pasando de una situación a otra, un poco
como el videojuego que los protagonistas intentan superar.
En este caso, las referencias no
podrían haber tenido lugar de no haber contado con los derechos
necesarios para hacer aparecer a practicamente todos los personajes y
situaciones de la cultura popular del último siglo, desde DC, a Star
Trek, pasando por King Kong, u otros, que directamente son una parte
necesaria de esta como la presencia del Gigante de hierro o el
resplandor de Kubrick. Estas caban convirtiéndose también en un
exceso, algo de esperar cuando la película descansa sobre ellas, y
cuando el guión, para asegurarse que nadie se pierda, se dedica a
explicar cosas al dedillo de la forma más inoportuna: una gran parte
de los guiños se limitan a estar ahí, reconocibles o no. Pero
resulta bastante chocante que los protagonistas se pongan a explicar
quien escribió El resplandor, de que serie era tal o cual nave, o el
nombre completo de un diseñador de videojuegos, como si en todo
momento quisieran darlo masticado y asegurarse que nadie se pierda
por el camino.
Al final en el futuro no nos vestimos de papel albal, pero chatarra tenemos para un rato
En cambio, la parte real de la historia
es la más floja. Al igual que los protagonistas, al centrarse tanto
en el mundo virtual, se olvidan del real, quedando este dibujado de
una forma muy simplona y donde las cosas se resuelven de una forma
bastante peregrina: aunque ahorren tiempo a la hora de describir el
mundo real gracias a la falta de interés que muestran sus habitantes
por este, las partes más importantes de la trama que deben
resolverse en él rozan el absurdo: No hay demasiada diferencia entre
las habilidades físicas de los protagonistas en el mundo virtual y
en el real, siendo todos poco menos que artistas marciales expertos.
La corporación malvada no duda en usar métodos ilegales para
conseguir sus fines, pero allí todo quisque entra y sale del
despacho del jefe y de las instalaciones como pedro por su casa.
Tampoco queda muy claro a qué se dedican pero obligan a sus deudores
a trabajar para ellos como esclavos...Vamos, es como si no pagas una
factura a Movistar y te ponen de teleoperador hasta que cubras el
importe. Tampoco es que este mundo sea una recreación distópica que
cuide el realismo hasta el mínimo detalle, pero también resulta
poco probable que un astuto ejecutivo decida saldar cuentas con un
adolescente persiguiéndolo por ahí con un revólver. Se echa mucho
en falta el haber pulido aspectos que en el fondo son muy básicos,
pero que parecen haber quedado olvidados al querer centrarse en lo
más vistoso.
Ready Player One no pretendía ser una
producción donde la trama fuera lo más importante, ni siquiera una
de ciencia ficción seria o compleja. Está más cercana al cine de
aventuras, sin demasiadas complicaciones, y sobre todo, al
espectáculo y a enfocar el tema de la nostalgia con un poco más de
profundidad del que parecía al principio. Una forma de verlo que a
menudo funciona y esta no parece tan vacía como se temía en los
trailers.
“Ready Player One” me ha despertado sentimientos muy sorprendentes. A ver: no me gustan las aventuras propias de videojuegos, nunca he mitificado el cine de entretenimiento de los 80 (comenzando por el del propio Spielberg), no aguanto “El resplandor” (la clásica película de género que, por ser de Kubrick, alaban todos aquellos que detestan las películas de género) y las últimas películas del director me hacían pensar que ya había caído en la pura inercia. Pues bien, menuda delicia ha supuesto para mí esta película, rodada tan magníficamente que solo el contemplar la estupenda escena de apertura (el protagonista descendiendo de su casa en lo alto de la torre hasta el suelo) debería hacer que más de un especialista en blockbusters se retirara para siempre. Y volviendo a Kubrick, ya he descubierto para qué merece la pena la existencia de “El resplandor”: para permitir la mejor secuencia de “Ready Player One” .
ResponderEliminarA mí me sorprendió por esperar un festival de referencias a los ochenta encadenadas, y en su lugar, encontré una historia de fondo. Un tanto irregular, con esa parte en el mundo real muy simplona, pero con la trama "ficticia" muy bien ejecutada. En ese sentido casi me atrevería a decir que me parece más cuidada que Stranger Things, que parece unicamente creada para demostrar que se puede filmar algo como en los ochenta (y eso ya lo hicieron con mucha sorna y más gracia en Garth Marenghi´s Darkplace).
ResponderEliminarTambién fue un punto a favor la cantidad de giros que consiguieron sacarle a practicamente la única escena de corte sobrenatural que aparecía en el resplandor....y que el baile de los zombies parecía directamente sacado de una avetura gráfica de los ochenta.