jueves, 30 de marzo de 2017

The Good Neighbor (2016). Cámaras ocultas y una serie de catastróficas coincidencias



Las cintas de metraje encontrado, o sin que haga falta encontrarlo (porque ahora ya no se usa el recurso de hacerlas pasar por reales), sino las que se han filmado desde el punto de vista de los protagonistas han encontrado una forma muy particular de adaptarse a los nuevos tiempos: la tendencia marcada por los vídeos virales y el éxito que pueden alcanzar, unido a  la disponibilidad de una cámara en cualquier momento y el abaratamiento de la tecnología hacen que muchos argumentos giren entorno al interés  de los personajes, y sobre todo, de recuperar el enfoque un tanto obsesivo, y ahora, también, ambicioso, que se había establecido en El proyecto de la bruja de Blair y que con la masificación de este formato fue perdiéndose. De nuevo, sigue siendo un género marcado por el aspecto barato de su rodaje y una forma rápida de sacar un estreno, pero por el momento la aproximación reciente sirve para frenar el agotamiento que caracteriza este formato.



The Good Neighbor es una mezcla de estas dos características: algo tan propio como unos adolescentes dotados de cámaras que no despiertan ninguna simpatía, y la intención de estos de obtener, en principio, un vídeo viral, algo que no queda bastante claro porque se va volviendo más confusa: obtener un éxito, realizar un experimento sociológico a costa de alguien, o como se sospecha también,  una broma pesada muy cara que un adolescente y su amigo gastan a su vecino. El primero aporta la víctima o sujeto experimental, un anciano huraño y de trato desagradable que vive solo y a quien atribuye todo tipo de actitud y maldades que puedan llevarse a cabo en una urbanización. El segundo, el dinero para adquirir las cámaras y la electrónica necesaria con la que a lo largo de varias semanas, filmarán a su vecino mientras le hacen creer, mediante distintos trucos, que su casa está embrujada. Pero si las intenciones que tenían  a la hora de llevar a cabo no son lo que parecen en un principio, tampoco lo será la reacción que su víctima tendrá una vez empiece a ver cómo en su casa se producen todos los fenómenos típicos de cualquier película de fantasmas. 


La intención de la película es bastante engañosa: en un principio todo apunta al lío en que dos personajes pueden meterse cuando intentan gastarle una broma a alguien que esconde un secreto. Cosa que en cierto modo es verdad, pero que dicho secreto es muy distinto al típico que podía esperar el público. Desde un principio también se descarta todo giro sobrenatural a favor de una resolución no fantástica, y que utiliza los trucos del suspense para llegar al giro final. No solo en la actitud sospechosa del anciano al que graban, quien muestra una actitud desagradable y parece empeñado en que nadie entre en su casa, sino también en los protagonistas. El carácter del autor de la broma, obsesionado por seguir con ella ante todo, su insistencia en caracterizar a su objetivo como poco menos que un mal bicho (aunque no podía serlo tanto: tiene un gatico la mar de rollizo. Y esa forma de ser gruñona era bastante más simpática que dos mocosos con una WebCam, vaya), se complementa con el de su amigo, quien se deja arrastrar por la idea y responde bastante bien al retrato de alguien un poco desesperado por mantener una amistad y no sentirse excluido: adquiere el dinero sin rechistar y sus protestas ante la situación son cada vez más débiles.



El desarrollo de esta trama y de los personaje intenta apoyarse en la propia filmación: la idea es presentar la historia en tres tiempos, a través de las cámaras que filman todo el proceso, las que posteriormente van reflejando entre distintos momentos de la historia lo que sucede después, e incluso lo que sucede en el pasado, mediante flashbacks que emplean el rodaje tradicional. En principio la idea funciona, al menos en los dos primeros, pero es al combinar los tres cuando se hace más confusa. El cambio brusco de formato en una película rodada de una manera muy específica, que no resulta adecuado y hace que el cambio de línea temporal no quede claro.


Los protagonistas, también conocidos como Gilipollas y Gilipollas y Medio 


The Good Neighbor es una muestra más, no solo del género de metraje encontrado, sino de cómo las características de este se han ido adaptando a los cambios de público y tecnología. Tampoco es una película destacable, y de hecho, el énfasis que hacen en la parte lacrimógena para potenciar lo opuesto del giro final respecto a lo que esperaba el público hace que resulte un poco traicionera. Pero al menos, sí ha resultado una historia de suspense un tanto curiosa, y al menos, como parte de la Muestra Syfy, tuvo mejor fortuna que Worry Dolls: sin aplausos ni voces, pero también sin pitidos y con más atención por parte del público. O lo mismo alguno aprovechó también para echarse una siesta. 

jueves, 23 de marzo de 2017

Lecturas de la semana. Humor, los noventa y las principales capitales españolas


 
De todo lo que suelo leer, lo menos habitual son autores españoles. En los últimos años esto ha cambiado bastante y ahora asoman más de lo que lo hacían al principio. Lo segundo sería narrativa humorística…bueno, técnicamente el puesto se lo llevaría el género romántico, con una novela (Cumbres borrascosas, para más señas) en ocho años del blog. Pero el humor tampoco es que salga mucho. Quizá porque este va mezclado con otros temas, o porque las comedias al uso no terminaban de hacerme gracia, pero lo más cerca que estaba de un texto cómico era gracias a Terry Pratchett. Otra costumbre que va cambiando muy poco a poco, y que esta vez se debe precisamente a dos escritores españoles que  abordan el género de forma muy distinta: uno desde el puro absurdo y otro, desde una aproximación mucho más ácida.

 


Eduardo Mendoza. Sin noticias de Gurb. Mendoza perfectamente podía sonar gracias a La verdad sobre el caso Savolta (o sufrir sudores fríos recordando su bachillerato según el plan de lecturas que le tocara), aunque Gurb abandona el género policiaco e incluso la narración más complicada a favor de una muy particular: el diario de un extraterrestre, recién llegado a la tierra, que en un intento de contactar con los terrícolas pierde a Gurb, su compañero. A partir de ese momento, tendrá que salir a buscarlo, cruzando todos los lugares que solo podían encontrarse en la Barcelona previa a la celebración de los Juegos Olímpicos: obras interminables, alquileres disparados, tascas de toda la vida que conviven con discotecas de lo más moderno…y unos habitantes entre los que el protagonista intentará camuflarse gracias a su avanzada tecnología y bastante desconocimiento del concepto del concepto de discreción. O quizá no. Porque la gente de una ciudad grande está demasiado enfrascada en sus asuntos como para fijarse en que acaban de cruzarse con el Conde Duque de Olivares.

La novela comenzó casi como una broma, un experimento de ciencia ficción escrita por entregas para un periódico, por lo que la estructura de diario es bastante útil: no hay separación específica de capítulos, sino que cada pasaje se numera por días u horas, sirviendo para delimitar el tiempo transcurrido en la historia y haciendo que la lectura, como columna o incluso recopilada en libro, sea muy sencilla y muy rápida. Y que también case muy bien con el tipo de humor que mantiene, que además de tirar hacia el total absurdo, recuerda mucho a los sketches de Faemino y Cansado o a las viñetas de Mortadelo y Filemón: los momentos en los que el protagonista recurre a los disfraces, completamente fuera de lugar e inútiles, son muy deudores de los trucos a los que el personaje de Ibáñez utilizaba en sus historietas. Además de cierto punto ácido donde se hace mención a la picaresca y a la chapuza que aparecen en toda la ciudad.

Pero el que más abunda es el toque absurdo, el de jugar con las palabras y buscar lo más chocante y fuera de lugar que pueda conseguirse en un párrafo: Los primeros momentos disfrazado de Conde Duque de Olivares, el convertirse en un momento dado, y porque sí, en Gilbert Becaud disfrazado de ninja  o el describir con la mayor naturalidad como un alienígena realiza tareas tan anodinas como ponerse el pijama se apoyan mucho en el surrealismo de esas situaciones para conseguir la comicidad, que funciona para cualquiera que tenga debilidad por este tipo de humor y que ha aguantado muy bien el paso del tiempo. No ha sido el caso de las referencias temporales, que son muy concretas y, con dos décadas de diferencia, habrá un público más joven que se quede un poco perdido al hablarle de Marta Sanchez, de la locura que supusieron las olimpiadas en Barcelona o de los locales que entonces se consideraban modernos. Aunque en cierto modo, el paso del tiempo también hace que estas se vean hoy de una forma mucho más irónica y con una perspectiva distinta.

 

 
Antonio Muñoz Molina. Los misterios de Madrid. Al igual que Mendoza, Molina suena principalmente por El jinete polaco. Y, del mismo modo que Sin noticias de Gurb, Los misterios de Madrid también fue publicado por entregas en El País. Las similitudes terminan ahí porque aunque la trama de este último también emplee un género muy popular, es el del misterio y más en concreto, el de los folletines antiguos. Estilo que está muy presente en toda la novela, aún a modo de parodia, para narrar las aventuras de Lorencito Quesada, un reportero aficionado a quien se le encarga descubrir el paradero del Santo Cristo de la Greña, una imagen muy querida en la Semana Santa de su localidad y que ha sido presuntamente robada y trasladada a Madrid. Sin preguntarse mucho por qué el dependiente de un comercio y periodista a ratos debe resolver un delito, Lorencito se traslada a un Madrid propio de película de quinquis y donde irá desgranando un misterio protagonizado por personajes tan rancios y variopintos como cantaores de tablao, trepas, modernos y famosos de medio pelo.

El estilo que usa la narración es muy anticuado, recordando mucho al de las novelas populares de misterio y del que Molina se sirve para caracterizar a unos personajes muy anacrónicos y que, en el caso del protagonista, parecen fuera de lugar respecto del escenario en el que se mueven: Quesada, un solterón que vive con su madre en Magina, parece sacado directamente de un pueblo de los años cincuenta, con la intención de que este no sea consciente del cambio de década (ni de sistema político en más de una ocasión). Su actitud en Madrid es casi una parodia de la de Paco Martinez Soria en La ciudad no es para mí, pero una muy ácida, cambiando el lado más amable por el aspecto más amenazador y siniestro de la ciudad. Su candidez también lo convierte en un personaje muy entrañable, alguien muy perdido y del que se hace muy evidente su posterior evolución. La caracterización de los secundarios es mucho más crítica, estos son más ambiciosos, hipócritas, e incluso hace alguna referencia muy bien traída a determinadas figuras intocables: sus guiños a personajes que no pueden nombrarse por afectar a determinados estratos sociales sigue siendo hoy perfectamente válido.

La descripción de estas situaciones, desde el punto de vista más sarcástico, se complementa con algunos momentos y antagonistas sacados directamente de una película de espías o de un folletín: peligrosos asesinos asiáticos, secuestros, el robo de una reliquia que roza lo ridículo e incluso un villano con un afán de coleccionismo que hace que el trasfondo se convierta, de forma intencionada, en una farsa, en una situación demasiado novelesca para ser cierta y tratada con cierta comicidad, que acaba sirviendo para rebajar un poco el cinismo  con el que se retrata al resto de personajes.

jueves, 16 de marzo de 2017

Worry Dolls (2016). Los muñecos de la discordia



De todos los objetos malditos que podemos encontrar en una película, los muñecos son los más socorridos. Se puede incluir no solo a una de porcelana siniestra como Annabelle (aunque su contrapartida real sea una pepona de aspecto inofensivo), sino incluso a a los hombres de ramas que anunciaban la presencia de la bruja de Blair...o también, parecido a estos, algo tan diminuto que puede caber en una caja, como las muñecas quitapenas. Unos bichitos que no recordaba desde los noventa, cuando aparecieron en broches, prendedores y adornos parecidos (era una época muy rara. Hasta unos redondeles de plástico que venían en las bolsas de patatas hacían furor) y de los que desde lueo, su ridículo tamaño e hilos de bonitos colore hacían pensar en todo salvo en horrores. Pero si un guionista hace una historia hasta con la cortina de una ducha ¿qué no va a hacer con cuatro miniaturas?



Worry Dolls  comienza pocoi después de que un asesino en serie haya sido abatido por un atrublado policía, quien durante años investigó el caso. Entre las pruebas se encuentra una caja con unas pequeñas figuras hechas de  palos y cuerda, que el policía olvida y poco después son encontradas por su hija. A partir de entonces, los asesinatos  volverán a producirse, cometidos esta vez por personajs muy dispares e incljuso llegando a convertirse en un peligro par su hija. Solo hay un nexo en común entre esos nuevas muertes: en todas ellas aparece el símbolo que el anterior asesino dibujaba obsesivamente.

Resumiendo un poco, la película es una especie de refrito entre los planos fijos de la primera temporada de True Detective, el típicio de los objetos con poderes y las posesiones, y un guión con tan pocas ganas de esforzarse que parece sacado  de un telefilme de media tarde. Los personajes son una colección de tópicos: policía obsesivo y con matrimonio fracasado, ex mujer, niña que no se entera de mucho, y una trama sobrenatural metida con calzador para justificar situaciones bastante ilógicas.



El caso más lamentable es el del protagonista, que no para de cometer fallos garrafales que sirven abiertamente para hacer avanzar la trama: esta comienza con algo tan absurdo  como olvidar la prueba de un crimen en el coche y que sea recoido por una niña...vamos, a mitad de pelicula este tipo tendría que estar  más que expedientado por mala praxis. TAmbién es bastante improbable qeu a una cría le hagan gracia unas muñecas bastante polvorientas y tirando a horribles, o que directamente, le parezca una buena idea hacerse un colgante con semejantes bichos. La trama sobrenatural  viene introducida por un secundario, caracterizada como bruja vudú de manual, que sale de no se sabe donde y comienza a hablar sobre maldiciones y leyendas varias. En conjunto, el guión y los personajes se limitan a ir de un paso al siguiente, recitar frases trilladas en el mejor de los casos, y absurdas en el peor, y terminar en una escena post créditos de esas pensadas para ver si suena la flauta y hay secuela.

Tampoco hay mucho que aportar en cuanto a la filmación. Entre correcta y normalita, con unas cuantas secuencia muy deudoras del policiaco tirando a siniestro que siempre aseguran un poco más de interés pero que malamente salvan una producción floja. El resto se limita a escenariois comunes, bien casas, hospitales o la cabaña de la bruja, y uas cuantas subidas de volumen para asegurarse los sustos.



Lo mejor  que puede decirse de Worry Dolls ha sido en realidad las circunstancias de la proyección: ha sido una de las primeras películas emitidas en la Muestra Syfy, donde además de pagar una entrada más que razonable, el pase fue todo un espectáculo:  comentarios caráctiso sobre la mala cabeza de los personajes, ovaciones ei ncluso un aplauso de lo más sentido a un plano de la luna lena que no terminé de pillar, pero que al parecer es una tradición en este ciclo. Un estreno  donde lo divertido no era lo que pasaba en pantalla sino el buen humor con el que el público se lo tomaba. Porque, lo que es la película, mala mente hubiera dado para una siesta.

jueves, 9 de marzo de 2017

Lecturas de la semana. Volviendo a los clásicos II. De capa y espada




A menudo lo que hoy llamamos clásicos, y no solo de la literatura más seria, sino dentro del género de evasión, se han quedado más como títulos de referencia que como unos habituales entre los lectores (sobre todo en mi caso, que suelo andar perdida entre folletines, pulps y novelas de terror). Es más fácil acordarse de ellas cuando se las encuentra de frente, o más bien, en un estante, al igual que estaban los primeros libros que pude empezar después de trasladarme. Esta vez, más que variedad, ambos tenían una temática similar, la de aventuras más típica como podían ser los espadachines, las traiciones y las doncellas en apuros.



Anthony Hope. El prisionero de Zenda. El prisionero del título hace referencia al rey de Ruritania, un pequeño país en Centroeuropa que ha sido secuestrado por otro de los aspirantes al trono y a quien el protagonista, debido a su extraordinario parecido, debe suplantar hasta que este sea liberado. El doble, un inglés, guarda por ironías de la genética un gran parecido con el monarca debido a la indiscrección de uno de sus antepasados hace algunas generaciones. Y junto a sus labores como rey deberá también salvar al verdadero, así como no cometer el error de enamorarse de la futura reina.

La historia, narrada de forma bastante breve, es una mezcla muy curiosa entre el género de aventuras típico, donde no faltan traiciones, villanos y duelos, con el de la comedia de enredos. Porque Rudolf, el protagonista, es en apariencia la oveja negra de su familia, sin oficio conocido ni ganas de honrar un apellido que se toma con bastante sorna e indiferencia. Y donde sorprende que se trate el tema de la infidelidad y de los descendientes ilegítimos de una forma bastante abierta y enfocada a sus resultados más cómicos. Debido también a lo corto de la novela, esta es muy dinámica, todo sucede de forma rápida para poder llegar al desenlace y el enfrentamiento final, haciendo que en cierto modo, las partes más pausadas o las más melosas sean algo más anecdótico frente a la importancia del personaje principal, planteado como alguien cuya indolencia no es lo que parecía. Y a quien, teniendo en cuenta el tono de la historia anterior, sorprende un poco el encontrarlo con un final un tanto agridulce, pero que hace pensar que no podía ser de otro modo y que, en cierta manera, cierra el ciclo que el lector conoció cuando se le narran los orígenes de su personaje principal.



Rafael Sabatini. Scaramouche. El nombre que da título al libro es solo el de uno de los personajes que en un momento dado interpreta André Louis Moreau, el protagonista e hijo ilegítimo de un noble que debe huir de Bretaña tras presenciar como uno de ellos asesina a sangre fría a su mejor amigo. A partir de entonces vivirá todo tipo de peripecias como comediante y actor, a lo que le ayudará su carácter un poco cínico y un tanto calculador, y durante la cual interpretará al personaje de Scaramouche, como maestro de esgrima e incluso como político, siendo testigo de los primeros pasos de la Revolución Francesa y a menudo, atrapado entre los dos mundos representados por el Antiguo Régimen y el Tercer Estado.

Es fácil entender por qué se la considera como una de las novelas de capa y espada por excelencia, al aportar uno de los escenarios más reconocibles,y donde abundan las referencias históricas, y por suponer la caracterización de un tipo de personaje que sería reconocible en obras posteriores. Este se caracteriza por su astucia, cierta picaresca, casi, y por un carácter con el que casi se le podría considerar un antihéroe: desconfiado, sarcástico, cuyas acciones a menudo no tienen la nobleza ni altruismo que interpreta su entorno y que su desarrollo con la trama implica un mayor conflicto entre sus orígenes y sus creencias. Scaramouche no es tanto un héroe como alguien que se mueve en dos mundos opuestos, sin pertenecer a ninguno. Esta caracterización hace también que tenga uno de los defectos que posteriormente serían habituales en muchos héroes: su asombrosa capacidad para que todo le salga a la primera, sea arengar a las masas a la revuelta, escribir comedias de éxito y convertirse en el mejor espadachín de toda Francia..¿Hay algo que este tipo no sepa hacer bien? Un carácter tan infalible y con tanto exceso de carisma que hace pensar que el Kvothe de Patrick Rothfuss tiene aquí a su antepasado. Tampoco salen muy bien parados los personajes femeninos, de los que algunos están muy bien caracterizados y sus rasgos negativos los hacen muy humanos, pero el resto se limita a los papeles que le corresponden por lógica debido a la ambientación histórica, en el mejor de los casos, o a ser un componente romántico de lo más caprichoso y estereotipado en el peor. Y es que es un poco difícil comprender por qué un personaje como es Scaramouche puede acabar mostrando interés por uno cuyo hobby es enfurruñarse o desmayarse (actividad habitual en las féminas de entonces, parece. Debía ser cosa de los corsés). Una de las tramas menos satisfactorias pero que por suerte, no afecta a la calidad del resto y que, ante cualquier duda, hay que reconocerle que cuenta con uno de los mejores comienzos que pueden encontrarse en una novela de aventuras: “Nació con el don de la risa y la intuición de que el mundo estaba loco. Y ese era todo su patrimonio”.

jueves, 2 de marzo de 2017

Resident Evil: Capítulo final (2017). Despedida y cierre

 
Sí, se que el traje es de Fallout y no de Resident Evil, pero es una monada

Cuando hace quince años se estrenó una película basada en Resident Evil, era impensable que los zombies se fueran a poner de moda y que una adapción más que correcta de un videojuego acabara convirtiéndose en una franquicia tan duradera. Aunque esta consistiera en pasarse por el forro cualquier similitud con el argumento original para convertirlo en una saga de ciencia ficción apocalíptica donde una agente, espía o categoría profesional no determinada lucha contra los zombies, contra una corporación malvada y se dedica entre una entrega y otra a ser clonada o a adquirir o perder los poderes más descacharrantes. Con una secuela cada dos o tres años, demostró tener una buena salud y aprovechar muy bien a nivel de recaudación los huecos que quedaban entre el estreno de un blockbuster y otro. Pero seis entregas repartidas en una década y media eran más que suficientes para terminarla.



Capítulo final demuestra que el poner títulos sugestivos no es uno de los fuertes de la saga: después de apocalipsis, extinción, venganza, este debe haber sido el único que anuncia un poco lo que se espera del guión. El cierre, definitivo, en principio, en el que Alice, la protagonista, debe volver a la colmena, el laboratorio subterráneo aparecido en la primera entrega y recuperar una cura para el virus que ha devastado la tierra. Pero dispone de un tiempo muy limitado, solamente 48 horas tras las cuales el sistema de inteligencia artificial que dirige el complejo eliminará a los supervivientes de la tierra. Y todavía quedan algunos miembros de Umbrella, la corporación causante del desastre, dispuestos a impedir que Alice encuentre el antídoto.




En esta serie es una costumbre el terminar cada secuela con un cliffhanger de cara a la siguiente. Como también lo es saltarse a la torera ese mismo final abierto, contar lo que se les ocurra, y rematar de una forma similar. Por eso no sorprende que el anterior desenlace haya desaparecido de un plumazo, junto con los pocos secundarios que pudieron llegar, para volver a presentar a Milla Jovovich como protagonista absoluta hasta bien entrada la mitad de la trama. Esto también había quedado establecido desde la segunda secuela, pero resulta mucho más excesivo, al limitarse a mostrar a la protagonista recibiendo la información necesaria sobre la historia de esta entrega, desplazándose y figurando en distintas escenas de acción donde también se presenta al que será el antagonista en el cierre. La falta de personajes, secundarios o no, se hace tan evidente que cuando aparecen estos, se limitan a ser un grupo de supervivientes genéricos a los que ni se molestan en dar un nombre o más de un par de líneas de diálogos: para qué, si van a morir uno detrás de otro en las siguientes secuencias. Incluso la referencia a los personajes del juego original es casi una broma, saliendo unicamente Claire Redfield de manera testimonial y casi como el único vestigio de una saga donde los secundarios van, vienen, son mencionados y olvidados rapidamente en unos guiones que prefieren los tiros a la coherencia a largo plazo. Un fallo bastante gordo cuando se pretende hacer una franquicia duradera, pero a estas alturas...¡Esta es la última! ¡Poco importa!



Comparada con la anterior, también aporta bastante más a la historia, o al menos, se la ve algo más cuidada que el llevar al cine los zombies y disparos de rigor cada tres años. Intentan, al menos, darle un cierre a la historia de su protagonista, de la que precisamente por culpa del guión, nunca queda claro qué demonios pintaba ahí desde el principio, salvo el tratarse de una espía, o algo igual de ambiguo. Las tramas sobre clones, mutaciones genéticas y poderes todavía lo volvían más confuso, y es ahora cuando intentan aportarle un trasfondo donde se le da todavía más importancia a una heroina que practicamente se come las películas ella sola. También intentan aportar un poco más de coordinación entre cada una recuperando al personaje del doctor Isaacs como villano, que, salvo hacer que Ian Glen salga más en pantalla que en las cinco películas anteriores (y de paso cobre, que solo quedan dos temporadas de Juego de Tronos y hay que pensar en el porvenir), no sirve de mucho el intentar darle ahora una caracterización de malvado apresurada y destinada a resolver algunas tramas sueltas.





El montaje también demuestra cierto agotamiento en la serie y que esta conclusión era bienvenida: practicamente se limita a ser una serie de secuencias de acción variadas de las que se van saltando una a otra. Luchas contra un monstruo, peleas contra los soldados de Umbrella (me pregunto, con esto del apocalipsis, como les pagan ¿tendrán planes de jubilación?), persecuciones en moto y un desenlace en unos escenarios conocidos que remiten directamente a la primera película. Esta sucesión no parece fluida, sino que va de una escena movida a otra sin más hilo que el llevar a la protagonista a su parada final. Aunque si bien poco innovadoras y repetitivas, son más que correctas. Un aspecto positivo de la serie es que siempre conoció sus limitaciones y se las arreglaban bien para aprovechar al máximo la aparición de criaturas hechas con cgi sin que cantaran demasiado, unos zombies resultones y un aspecto en general de no ser una peli de las de mover millones, pero tampoco una de dos pesetas. Salvo en la anterior, donde se veía que andaban más justos de tiempo y dinero, todas han cumplido. Esta no ha sido una excepción, aprovechando muy bien los medios, las secuencias e incluso los zombies, que no podían faltar y que aquí los hay en número más que suficiente, e incluso con una caracterización bastante mejor que la que se podría ver en un Z Nation. Bueno, aunque decir que algo está mejor hecho que los zombies de Z nation tampoco puede considerarse un cumplido.

 
 
Todo villano que se precie debe tener varios jerseys de cuello vuelto en su fondo de armario

Lo bueno que se puede decir del Capítulo final de Resident Evil es que era lo que se esperaba: el cierre de una saga que poco tenía que ver con el videojuego que la inspiró, donde Milla Jovovich se convirtió en la estrella absoluta y donde el conjunto, si se contaba con algo más, es flojo. Nunca fueron buenas películas, pero al menos tenían la intención de ofrecer más calidad y entretenimiento de lo que puede verse en algo que dirige Uwe Boll (de nuevo, creo que comparar para bien a alguien con Uwe Boll tampoco es positivo) y que en todo este tiempo cubrieron más que bien un nicho dentro de la serie B con medios. Después de todo, nos hemos divertido.