jueves, 29 de diciembre de 2016

The Light is the Darkness. Laird Barron, primigenios, espías...y gladiadores


 
H. P. Lovecraft sigue siendo una fuente de inspiración en el fantástico, aunque la manera de emplear como referencia el horror cósmico puede variar mucho: desde un uso directo de los mitos de Cthulhu presente en muchas ficciones (y que en mayor o menor medida, todos disfrutamos en algún momento por morriña), a la presencia más sutil que puede suponer Thomas Ligotti. Y después está Laird Barron.



Poco hay disponible en castellano de este autor del que empezó a hablarse algo más desde el estreno de True Detective (en concreto, el relato More Dark). Pero es uno de esos escritores cuya biografía poco tiene que envidiar a un Ambrose Bierce: nacido en Alaska, competidor en carreras de trineos, y ahora, escritor cuyas influencias reconocidas son el pulp, el western y el género negro clásico.

Estos están muy presentes en The Light is the Darkness, su primera novela. Protagonizada por nada menos que un gladiador moderno, un luchador en torneos ilegales para los más privilegiados que intenta encontrar a su hermana, agente del FBI, quien desapareció siguiendo la pista del científico responsable de su hermano hace años, y de la posterior pérdida de sus padres. Lo que sigue después es una mezcla vertiginosa de agentes de la CIA, mad doctors, peleas donde todo vale, los bares más cutres de Estados Unidos y los entornos más lujosos, elixires de la inmortalidad e incluso un par de primigenios bastante más habladores y malintencionados que los que pudo imaginar H. P. L. Y alcohol. Alcohol a raudales. Porque como buen tipo duro, el protagonista trasega vodka como si fuera agua.



De lejos, ha sido una de las novelas más inclasificables que he leído. La forma más aproximada de describirla sería como si H. P. L. y Robert E. Howard vivieran en los ochenta y escribieran a cuatro manos un guión de la Canon. El primero pudo aportar los horrores cósmicos, el segundo los personajes salvajes, la acción, y lo último, porque la sensación general, entre los capítulos ambientados en islas tropicales privadas, los agentes del gobierno y los científicos malvados, era que perfectamente podría haber aparecido por ahí Michael Dudikoff como protagonista.

En principio, con un planteamiento tan variopinto, y lo vertiginoso de la historia, daría la impresión de que el resultado iba a ser malo, aunque divertido. Pero ha sido lo contrario: Barron puede mezclar muchas situaciones pero su estilo está muy lejos del de un Brian Lumley. Es rápido y conciso, muy propio del pulp, pero también trabaja hábilmente elementos lovecraftianos como una idea abstracta del horror y las divinidades. Estos, en cambio, los adapta a su forma de narrar, describiendo criaturas que se mueven perfectamente entre lo sobrenatural y lo mundano.

No resulta una obra redonda, algo normal teniendo en cuenta que era su primera novela. A los personajes, salvo el presentarlos con unas características muy extremas (como la determinación, o la obsesión por la venganza), no brilla precisamente el desarrollo de ninguno de ellos. Además, el estilo conciso del principio se vuelve muy atropellado hacia el desenlace, incluyendo todo tipo de peleas, revelaciones de ultima hora de las que nadie se sorprende mucho y unas luchas entre monstruos que en un momento dado casi parecen sacadas de una película de Godzilla. Defectos que en cambio, no hacen perder calidad al conjunto: en ningún momento pretende ser una novela de terror sutil y compleja, sino una aproximación más directa y visceral. Una idea que , solo por lo desconcertante, me ha convencido: cuando menos, El rito se queda en mi lista de próximas lecturas.

jueves, 22 de diciembre de 2016

Pesadilla antes de Navidad (1993). El esqueleto que robó las navidades


Cuando se piensa en películas navideñas la primera que debe venir a la cabeza, es Qué bello es vivir, aunque sea más bien por la de veces que aparece de fondo como lo que los personajes de otra ven en televisión. La segunda sería Sólo en casa, un auténtico bombazo en su época y que en España sí se convirtió en una habitual para cubrir parrilla en estas fechas...y bueno, en la última década, el Señor de los anillos. Desde hace cinco o seis años no faltan unas vacaciones sin ella y sin que muchos nos echemos la siesta post-comilona con Frodo y Sam de fondo.



Y después está Pesadilla antes de Navidad, que es otro cantar. No solo lo mismo sirve para Navidad que para Halloween sino porque es de esas películas que, al igual que Gremlins y más recientemente, Krampus, la utiliza como trasfondo para una historia menos melosa y con menos buenas intenciones que los clásicos habituales. Además, tiene monstruos, y a raudales. En concreto, todos los habitantes de la ciudad de Halloween y Jack Skellington, el rey de la festividad, quien parece haberse hastiado de dedicarse a buscar, año tras año, nuevas formas de asustar. Tras descubrir que tras Halloween hay una nueva fiesta, donde no hay gritos ni miedo, sino regalos e ilusión, decide embarcarse en un propósito muy distinto: sustituir a Santa Claus, encargándose de la Navidad y convertirla en algo inolvidable. Pero pese a sus esfuerzos y buenas intenciones, la manera que tendrán de entenderla una ciudad poblada por esqueletos, vampiros, fantasmas y resucitados será muy distinta de la que los niños esperan.



Lo más paradójico de una película como esta, que puede considerarse parte de la mejor época de Tim Burton, fuera producida por Disney, quien durante muchos años tuvo el sambenito de sacar producciones muy blancas y muy para todos los públicos. Algo muy alejado de lo que puede verse en las primeras secuencias donde se presentan los escenarios, personajes principales,secundarios y sobre todo, la estética que entonces era la característica habitual de Burton: espirales, gusanos a rayas, más dientes de los que uno pueda contar y un desfile de todo tipo de monstruos, desde algo tan reconocible como un vampiro a otros que no tienen más referencias aparentes que todo aquello que da miedo. Cada uno de los personajes se ha diseñado al detalle, y precisamente las escenas que transcurren en la ciudad de Halloween sirven para disfrutar de todos los decorados que se han creado, y para fijarse en todos y cada uno de sus habitantes. Estas secuencias, donde prevalece el gris y el sepia, contrastan de forma muy efectiva con la ciudad de la Navidad y sus personajes, donde la luz es mucho más cálida, e incluso con los escenarios realistas que aparecen, donde esta tiene un tono más apagado y corriente. Aunque no se ha descuidado el guión, toda la filmación es una obra de artesania donde el stop motion brilla por sus propios méritos, algo que no se había vuelto a recordar hasta las estrenadas por el Estudio Laika, quienes siguen manteniendo esta tradición. Y también con una brevedad de la que hoy se consideraría un mediometraje: unos setenta minutos, que hicieron que en el estreno se completara la producción con alguno de los cortos de Burton, como Vincent o Frankenweenie (de las que pude ver ambas en su día. Porque sí, fui dos veces a verla...eh, en los noventa el cine era mucho más barato).



Es precisamente el guión el que también está a la altura del trabajo visual: planteada como un musical, las canciones son una parte muy amplia del metraje y todo un logro dentro de la banda sonora: hoy la pieza Esto es Halloween es tan tarareable como podría serlo cualquiera de Cantando bajo la lluvia. Pero para quien fuera esperando ver unicamente monstruos que querían robar la navidad, se encontró con algo muy distinto: unos personajes entrañables, entre los cuales, Jack, su protagonista, actúa buscando algo que vuelva a darle un sentido de nuevo a su vida, añadiendo con él y el resto de personajes de Halloween, una trama muy curiosa sobre la sensación de encontrarse perdido, la naturaleza de cada uno, o de aceptarla y sacar lo mejor de esta. A la manera de Tim Burton, claro. Pero tampoco falta un hilo romántico e incluso un antagonista, aunque quizá este último sea el que queda menos claro que hace ahí si no es para darle tensión al último tercio de la película, y sobre todo, de ofrecer una de las mejores secuencias visuales de esta.
 

Aunque las canciones fueron dobladas al castellano, y de manera muy fiel, también es uno de estos casos en los que verla en versión original es un añadido que le aporta más matices. El sentido de algunas frases se pierde al tener que buscar la rima adecuada, y por el camino se han quedado detalles que en cierto modo son importantes como que Jack Skellintgon no es el Rey del Mal, sino el Rey de las Calabazas, el símbolo de Halloween. Que, como cantan los monstruos en un momento dado, no son malos, sino que es su forma de ser, o que Oogie Boogie es el boogey man (el hombre del saco anglosajón). La historia sigue ahí, se comprende perfectamente, pero, una vez conocida, casi es una novedad descubrir estos pequeños detalles que en su momento se perdieron.


Breve, pegadiza y con unos personajes inolvidables, Pesadilla antes de Navidad es una de esas películas que hacen pensar “ya la he visto”, que con su simpleza parece difícil no olvidar su argumento, a grandes rasgos, pero que en algún momento, es imposible no volver a perderse por las calles de ciudad Halloween y fijarse en todos y cada uno de los detalles que ofrece. Además, hoy era un día tan bueno como cualquier otro, o incluso más. A fin de cuentas, pocos días más anteriores a navidad puede haber más que este.






jueves, 15 de diciembre de 2016

Channel Zero: Candle Cove (2016). La tele (imaginaria) de nuestra infancia


Desde Battlestar Galactica, Syfy no ha brillado especialmente con sus series: tiene una producción abundante, algunas de las cuales por encima de la media, pero nada que de demasiado que hablar. Bueno, en mi caso sí que incluiría aquí Z Nation por sus propios y alocados motivos. Por eso cuando anunció una serie antológica basada en en distintos creepypastas (historias de terror breves que circulan por la red), la idea era muy llamativa...aunque solo fuera por unas cabeceras publicitarias que recordaban un montón a American Horror Story.



Candle Cove fue la historia que sirvió para inspirar la temporada de estreno. En ella, un grupo de de personas distintas descubren en una conversación cualquiera que un programa infantil que apenas recordaban tenía un matiz mucho más extraño y su existencia resultaba todo un enigma. El relato, muy breve y ligado a un giro final donde radicaba su efecto, se ve ampliado y levemente modificada en el guión: ahora es una parte más de la infancia de Mike Painter, un psicólogo infantil que tras sufrir una crisis nerviosa, regresa a su antiguo hogar, un pequeño pueblo marcado por el asesinato de varios niños hace décadas y donde desapareció el hermano del protagonista. Y también, el único pueblo donde los habitantes más jóvenes veián entonces un programa infantil llamado Candle Cove. Pograma que ahora, al poco de la llegada de Mike, aparece de nuevo en las pantallas, provocando en los niños un comportamiento muy extraño.




Uno de los principales atractivos de la idea era basarse en una historia con la que se podrían centrar mucho en lo macabro o lo irreal. Y en un género que al menos en televisión no se prodiga demasiado: Walking Dead es de supervivencia. American Horror Story solo tiene de horror el título y aunque Outcast estaba más centrada en lo terror, adolecía de una lentitud excesiva. Una miniserie más breve y con un objetivo más definido parecía una opción con muchas posibilidades. El resultado fue curioso, pero también muy irregular.

Por un lado, la atmósfera es un poco extraña, y a menudo parece como si el propio Channel Zero hubiese sido filmado hace varios años: las secuencias son muy estáticas, y los escenarios y situaciones más sutiles compensan la falta de espectacularidad. Algo tan sencillo como una fábrica abandonada o una máscara de papier maché sustituye con creces los efectos especiales y es muy adecuada para ilustrar un punto de partida como el proporcionado por le misterioso programa de tv.



Por otro, los aciertos que pudiera tener quedan muy lastrados por una trama y unos personajes muy erráticos. Estos últimos se limitan a moverse por los escenarios con una total indiferencia ante situaciones que desafían toda lógica. Especialmente el protagonista, quien supera al resto en cuanto a inexpresividad y en la capacidad de asistir a cualquier choque emocional con cara de poker: ¿Que aparece el cadáver de su hermano? Cara de poker ¿que su hija desaparece? Como si tuviera horchata en las venas ¿Que ve cosas raras? Como quien oye llover..así durante seis episodios en los que este mantiene una impasibilidad digna de Chuck Norris. Y ojalá hubiera empleado los métodos de este. Habría sido más divertido.

La trama es también el aspecto más flojo: más que un punto de partida para el desarrollo de un guión, Candle Cove se queda en un añadido, a veces muy forzado, para una historia más tópica sobre niños siniestros con poderes. En la que a menudo hay que meter con calzador referencias al programa, aumentando la sensación de que el guión hubiera funcionado perfectamente sin que este formara parte del título o de lo que querían contar. Lo de perfectamente es un decir, porque el desarrollo también es bastante flojo y donde todos los elementos parecen un tanto artificiosos. No solo con las referencias al programa, mediante situaciones como el protagonista sacando dicho tema en una conversación, o que de repente todo el pueblo tenga claro que un programa de televisión malvado esté controlando a sus niños. Sino con la trama principal en sí, donde se limitan a que los personajes acepten lo sobrenatural a pies juntillas o inventarse algo para justificar la presencia de alguna criatura de aspecto raro. Que por aportar no aporta, pero da mal rollo y luce mucho.




Como primera temporada, Candle Cove ha resultado decepcionante: no llega a aprovechar la historia de base y tampoco ofrece un buen guión, pero los resultados no debieron ser tan malos si hay firmada una segunda entrega (o eso, o que la serie tampoco era muy cara), con un nuevo creepypasta sirviendo como inspiración. En todo caso, si algo bueno tiene estas antologías es la independencia entre cada temporada, y tal vez el segundo intento salga mejor. Por lo pronto, las secuencias donde recreaban el siniestro programa sirvieron también para hacerme recordar a los Aurones. Que también eran unas marionetas muy cutres, pero no daban mal rollo. Y creo que estas sí que existían..
 

jueves, 8 de diciembre de 2016

The Day (2012). El hombre es un lobo para el hombre. O por lo menos, alguien poco fiable




Aunque en muchas películas de corte postapocalíptico se intente dar un trasfondo más o menos explicado, la trama central suele reducirse a una situación muy parecida en todos los casos: un rupo de personas intentando sobrevivir en un entorno hostil. La mayoría tienen tantas similitudes que acaba siendo indiferente la causa de dicha situación, y lo importante, en este caso, es la pericia con la que se narre, o las características de sus personajes.



The Day optó por saltarse el paso previo y presentar directamente a un grupo, del que se sabe que han perdido ya a algunos miembros, que avanza sin rumbo aparente por un pasaje desolado. Sin que se sepa qué ha sucedido, estos se limitan a buscar provisiones, cada vez más escasas, y un lugar seguro del que esconderse de algo que los persigue. Y que no tardará mucho en encontrarlos. A partir de entonces su refugio, convertido en una trampa, será el único lugar donde, con un poco de suerte, puedan permanecer vivos. Y quizá descubrir algo desolador sobre ellos mismos y su condición de supervivientes.




Tras haber visto como la civilización se caía de madura por los motivos más variopintos (desde zombies hasta virus pasando por vampiros) el desconocimiento o el obviar lo que lo ha provocado se convierte en una premisa muy interesante a la hora de sugerir conceptos como la fragilidad de la sociedad, sus valores o...bueno, directamente rodar una serie b de terror, ciencia ficción y algo de acción. En este caso han optado por lo último, al haber pensado el guión como una narración en la que prima la supervivencia y algo de paranoia, aunque con cierta carga moral que empieza a plantearse en la segunda parte. El concepto de lo diferente, de lo que hace a uno humano, y sobre todo, de la venganza como parte de esta condición se desarrolla de forma paralela a la aparición de los antagonistas. Que, de una manera muy ingeniosa, se hacen esperar.



Este recurso ha sido muy efectivo: por un lado, supone un ahorro de medios de los que no se disponían, limitándose a filmar en espacios abiertos, y por otro supone reducir el guión a un mínimo de sencillez, evitando tener que devanarse los sesos inventándose un trasfondo, darle lógica o incluso una referencia temporal. Pero también sirve para hacerlo más interesante: las primeras secuencias, apenas sin diálogos, el laconismo de estas, donde no se aporta información, y la atmósfera de miedo en la que se mueven los personajes resulta enigmática y capta enseguida la atención,aunque solo sea para poder encontrar en alguna escena un punto de orientación sobre lo que sucede o sucederá.



Lo básico del guión se apoya mucho en la estética del la filmación: lo más llamativo son los colores del metraje, que se mantienen en una escala de grises muy fríos que, o bien pueden servir como un indicio a la historia previa (quedando a discrección del público), o para jugar con determinadas escenas donde esta monocromía se rompe con la aparición de algún personaje vestido con un color más vivo.



Si la primera parte la dedican a crear atmósfera y plantear enigmas no resueltos, es en la segunda donde la trama toma un caríz más movido, presentando a los antagonistas que, además de suponer una sorpresa, están muy relacionados con las ideas que los personajes formulan previamente. La aparición de estos, aunque muy marcada por las secuencias violentas (apenas da tiempo de identificarlos), es muy interesante. En concreto, un personaje que con un par de escenas desborda carísma, especialmente comparado con los protagonistas, y del que se echa de menos una mayor presencia.



Al haberse centrado en la concesión la simpleza del guión, la falta de explicaciones, de diálogo, e incluso de trasfondo no supondría ningún problema. Pero una vez planteada la trama principal, esta empieza a acelerarse demasiado con una secuencia final en la que optan directamente por acabar con todo lo que se mueve, de una forma bastante apresurada, y finalizar de una manera que, en principio quiere conservar el laconismo del principio, pero que resulta un poco insatisfactoria.



The Day es una de esas películas que hacen que el público se quede pensando “Jesús...horas y media para que no quede ni el apuntador”, pero que durante ese tiempo mantiene muy bien al atreverse a contar una historia empezada por la mitad: salvando las distancias, podría ser una versión de La carretera de Cormac McArthy con más tiros.

jueves, 1 de diciembre de 2016

Lecturas de la semana. Esto me suena...


 
Después de terminar un par de libros, me di cuenta que lo que contaban me recordaba mucho a otras historias. En realidad no era la impresión de leer una copia, porque poco tenían que ver, sino que las situaciones resultaban familiares: otros libros, alguna película...Nada que resulte al final poco original, sino más bien desconcertante al encontrarse algo de lo que no me había acordado desde hacía mucho.



Mike Carey. Melanie. Gracias al trailer de la película donde se adaptaba, descubrí este libro. En el que, también gracias a los documentales de la TV2, y en concreto al Cordyceps unilateralis, la existencia de los zombies (al menos entre las hormigas), parecía mucho más real. Solo era cuestión de tiempo que se utilizara como premisa en alguna ficción. En el caso de la novela de Carey, una mutación en este hongo desencadena una pandemia que diezma a la humanidad, convirtiendo a sus víctimas en poco más que huéspedes de esporas que han cubierto el planeta. Treinta años después, lo que queda de Inglaterra sobrevive como puede, y los escasos científicos que quedan han descubierto un cambio aún más extraño: algunos niños parecen relativamente inmunes al Cordyceps, si bien la agresividad hacia los humanos no infectados permanece. Desesperados por encontrar una cura, en un laboratorio se estudia el comportamiento de varios de ellos. Entre los cuales, Melanie es consciente de la situación que vive: atada la mayor parte del tiempo y rodeada por soldados que la temen. Y ella, su monitora la señorita Justineau y unos pocos soldados, acaban siendo una vez más los únicos supervivientes de un ataque al laboratorio que fue su hogar.

Desde el enfoque que se dio en Guerra Mundial Z, no había leído un escenario tan particular y detallado: por un lado, desarrolla muy bien el tratamiento de los zombies, o infectados más bien, que admite un enfoque distinto e incluso más desolador debido a su naturaleza. La epidemia que describe no solo afecta a los humanos sino que ha cubierto las ciudades y la vegetación, haciendo que el entorno sea tan hostil como pudo serlo en La carretera de Cormac McArthy. Por otro, las referencias, muy breves, a la situación de los protagonistas, son también interesantes: la última ciudad sometida a un régimen fascistas, en las que viven ya varias generaciones de jóvenes nacidos en una situación similar a la de una posguerra, o las bandas de saqueadores que sobreviven como tribus en el exterior hacen que el escenario sea mucho más desesperanzador...Bueno, tampoco ayuda al panorama que en un momento el autor decida que la protagonista utilice a un gatico como desayuno..¿No se podía haber comido un humano?

Pese a lo original, la historia acaba teniendo un fallo habitual cuando se recurre a un elemento real: la solución proporcionada por la propia naturaleza acaba siendo un deus ex machina, muy pensada para asegurar un final algo menos negro que el que se auguraba. De todas formas, la historia ha confirmado que el género zombie puede ser tan innovador como quiera el escritor que lo maneje en ese momento. Aunque muchas de sus ideas, como los niños salvajes, o la referencia a los hongos, me recordó mucho, para bien, a El juego de los niños de Juan José Plans.



Tom Piccirilli. Clase nocturna. En el libro no hay ninguna clase nocturna, ni tampoco hace falta, porque la historia ya es lo bastante extraña: el protagonista, un estudiante de universidad, regresa a su dormitorio para saber, mediante muchas medias verdades y alusiones veladas, que una de las alumnas de los cursos de invierno ha sido asesinada allí. Cada vez más obsesionado con ella, su tesis, sus horas de estudio y sus preocupaciones comienzan a girar entorno a la joven asesinada. Un comportamiento un poco morboso que según se conoce al protagonista y sus allegados, resulta comprensible: este, huérfano, vive atormentado por las premoniciones que sufre desde la muerte de su hermana. Su novia comparte un carácter obsesivo y perfeccionista, intendando huir de una situación familiar desestructurada. Sus colegas, pese a parecer arquetipos reconocibles como el cachas de gimnasio o el vago, parecen tener algo a su alrededor, al igual que el profesorado de un campus donde en todo momento se produce una sensación de absurdo y de estar sucediendo algo qu estos apenas llegan a intuir.

La historia, muy condensada, es más bien una novela corta donde se aprovecha muy bien esa atmósfera malsana y de no saber muy bien que sucede: no es un policiaco porque ahí nadie investiga nada. Tampoco es psicológica aunque hay bastantes quebraderos de cabeza...y el componente sobrenatural no llega a quedar claro, debido al cáracter de un personaje principal muy desequilibrado. En cambio, va incluyendo de una forma muy fluida los rasgos de este, como las visiones, los personajes que aparecen en ella y sobre todo, el escenario, donde un campus se convierte en un entorno muy cerrado y bastante ambiguo, donde los personajes parecen un poco confusos sobre su papel como estudiantes (una sensación de “¿qué demonios estoy haciendo?” que seguramente han tenido todos los universitarios en su último año) y que, de una forma bastante inesperada, abandona la premisa de thriller para llegar a un desenlace que recuerda muchísimo a Society de Brian Yuzna, donde plantea una situación muy similar.
Sin embargo la estructura de novela corta juega muy en su contra: en todo momento da la impresión de que hubo cosas que se quedaron fuera, que tuvieron que desarrollarse, o directamente personaje que aparecen en un momento dado para no hacer nada en concreto, como si se hubieran descartado tramas. Y sobre todo, aunque esto no sea cosa del autor, la traducción parece jugar mucho en su contra: hay frases que resultan incomprensibles, otras donde parece que no se ha elegido la palabra correcta y el sentido de estas resulta raro, y en algún momento resulta confuso. Teniendo en cuenta que el libro fue editado por La factoría de ideas, que en su día era bastante infame por la mala calidad de sus traducciones, sospecho que esta puede ser la causa.