Aunque al género de los zombies se le
acuse de ser repetitivo, poco original, y desde hace algún tiempo,
de estar agotado, siempre es posible salir por alguna situación
distinta, un escenario poco trillado, o por unos personajes por los
que uno se preocupa. Por eso tampoco sorprende que, cuando una
película aporte algo más que cuatro clichés, o bien que los
maneje con una mayor soltura, esta consiga mucha más fama y una
mayor proyección. Incluso viniendo de un país tan poco habitual en
los circuitos comerciales como puede serlo Asia.
Este ha sido el caso de Train to Busan,
de la que se habló, y bien, durante casi todo el verano. La historia
de un padre, un ocupado analista financiero, a la que su hija pide
una única cosa por su cumpleaños: ir a Busan a visitar a su madre.
Pero el viaje tiene lugar el mismo día en el que comienza a estallar
una epidemia cuyos síntomas el público conoce muy bien: las
víctimas se vuelven agresivas, más rápidas y adquieren la nefasta
costumbre de morder a los no infectados, propagando la enfermedad
entre aquellos que no son devorados. Un escenario bastante
pesadillesco para unos viajeros tan dispares como los que podría
haber en cualquier trayecto: un equipo de baseball, una pareja que
espera a su primer hijo y un hombre que ha decidido salvar su pellejo
aún a costa de la vida de los demás asisten a la aparición de los
primeros infectados en los vagones, mientras reciben noticias muy
vagas del exterior e intentan, con el único medio del que disponen,
llegar a una de las ciudades que ha logrado aislarse de la epidemia.
El conjunto no llega a resultar tan
redondo como hacían pensar las críticas: la presentación de la
infección resulta bastante innecesaria, un prólogo sin el que el
guión podría funcionar unicamente por la referencias que se
incluyen durante el resto de la trama y que en algún momento parece
un poco confuso, al intentarlo relacionar de una forma bastante
arbitraria con el trabajo de la empresa en la que trabaja el
protagonista. Este no parece tener otro fin que el de ir avisando al
público que ahí va a haber infectados, al que después le espera un
comienzo muy pausado dedicado a presentar la relación entre el padre
y la hija protagonista.
La lentitud inicial se compensa con un
mayor dinamismo una vez empezada la trama principal, algo que
sorprende teniendo en cuenta que el escenario inicial es muy
limitado: el movimiento que pueden permitir los vagones de un tren se
convierte aquí en una serie de oportunidades, pero también una
forma muy marcada de separar las distintas partes del guión. El
grueso de las dos horas no resulta lento y demasiado largo, pero sí
permite marcar partes de la narración muy diferenciada: el comienzo
de la infección, el intentar llegar al primer punto seguro, y un
desenlace, una vez perdido el medio de transporte y la mayor parte de
personajes principales, resultan unos cambios de situación muy
bruscos y que casi podrían servir para marcar los capítulos de una
miniserie, pero también evita que el escenario caiga en la
monotonía.
Este año se llevan mucho los bates para luchar contra los zombies
Esta limitación de espacio inicial
sirve también para ofrecer una presentación muy creativa de los
peresonajes: los travellings sirven tanto como para conocer al resto
de personajes de mano de la niña protagonista como para ofrecer las
primeras secuencias donde aparecen los infectados y mostrar de una
forma muy efectiva lo claustrofóbico del escenario, además de las
posibilidades que este ofrece mediante el ingenio de sus
protagonistas.
Estos últimos son al mismo tiempo uno
de los mejores puntos de la película, pero también un fallo
importante: estos cuentan con una caracterización inicial
excesivamente plana. Especialmente la niña, quien resulta en muchas
situaciones increíble por su generosidad ante cualquier situación y
una entereza a prueba de bomba, donde se nota demasiado que este ha
sido creado un poco como brújula moral y motivo de evolución del
protagonista. Los secundarios, al tener menos peso, se salvan algo
más de este exceso, siendo precisamente dos de ellos los que acaban
generando una mayor simpatía. En cambio, es en el más negativo
donde el catálogo de reacciones ante una situación límite resulta
mucho más efectiva. Este, un personaje que apenas tiene peso durante
la primera parte, destina todo su tiempo a ser probablemente el más
odioso: grita, manipula y llega a cometer asesinatos para salvarse.
Para, al final, revelar un motivo para esto tan comprensible y humano
como el de los personajes cuyo retrato es mucho más amable.
El balance general de Train to Busan es
muy bueno: una variación al tema zombie (infectados, en este caso)
y un manejo muy dinámico de un escenario tan limitado como un tren.
Aunque lo de hacer virguerías con un vagón y una máquina no es
nuevo para el país: en Snowpiercer también filmaron el viaje
ferroviario más extraño que se ha visto en mucho tiempo.
¡Cómo está la Renfe! xD A mí me pareció una película entretenida, quizá con un excesivo metraje para lo que cuenta. También parte de un planteamiento inicial bastante original: que te pille el inicio del apocalipsis zombi en el tren.
ResponderEliminarPor si no fuera poco la reducción de los horarios de trenes, ahora con zombies XD. A mí me gustó, en algún momento noté que era mucho metraje pero mantiene muy bien el dinamismo con los cambios de situacion. Y lo del escenario le añade originalidad.
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