Hace unas semanas me sorprendió mucho encontrar un libro en
un escaparate: el pop up de The Walking Dead. Primero, porque es un formato que
tenía muy asociado con los primeros textos que manejan los niños muy pequeños,
y los más llamativos (algunos, hasta el extremo de la originalidad y
vistosidad). Después, porque yo todavía seguía llamándolos “desplegables” y
también hace un montón de tiempo, había tenido algunos. De estos, recuerdo uno
bastante bonito sobre astronautas y naves espaciales, perdido hace mucho y que por desgracia, destrocé en mi curiosidad
de párvulo a ver como demonios funcionaban aquellas solapas. No fuera a ser que
hubiera unos enanitos detrás de la cartulina moviendo el decorado. Otro se
mantiene más o menos maltrecho, y ese desplegable sobre el abecedario tiene
ejemplos de las letras tan particulares como Dragón, Serpiente quebrantahuesos
o Vampiro, que era mi dibujo favorito por cierto. El último, por suerte, lo conservo
como el primer día. Quizá por ser ya un poco más cuidadosa con los libros, o
quizá porque era mi preferido. El tema, por si quedaba alguna duda, eran los
monstruos.
La casa embrujada era uno de los primeros libros en los que
figuraba el nombre de su autor. Entonces Jan Pienkowski no me sonaba de nada,
salvo a revuelto de letras para alguien a quien tener que poner “qu” antes de
la e y la i era toda una novedad. Y si no llega a ser por esta entrada, no
sabría que es un autor e ilustrador de libros infantiles entre los que se
cuentan varios desplegables. Este, pese a la escasez de texto, con solo una
frase por cada página, contaba una historia breve que acompañaba a las
imágenes: la visita de un doctor a una casa donde su paciente cree que es todo más
o menos normal. Unas poquitas letras servían para presentar las distintas
estancias de una mansión embrujada en toda regla: cuadros con ojos que se
mueven, esqueletos en el armario, un enorme gorila que despliega los brazos al
abrir su página y unos cuantos fantasmas deslizándose entre las cartulinas con
solo tirar de una pestaña.
En realidad, la casa y sus habitantes no daban tanto miedo
como podría parecer, y sí tenían bastante gracia: todos los monstruos parecen
bastante contentos, desde el cocodrilo que se da un baño tranquilamente hasta
el esqueleto saleroso. Y donde hay un humor muy peculiar y hasta un retrete tiene su correspondiente
solapa y sorpresa: en este caso, un gato bastante contento. Porque ese es otro
punto a favor: el libro, de dibujos de mininos negros, va bien servido. Como
toda casa encantada que se precie.
Solo entonces había una cosa que no me gustaba nada: era muy
corto. De buena gana habría pasado más tiempo con las habitaciones que
aparecían dibujadas y animadas en el libro, donde pese a aquella portada los
monstruos no daban ningún miedo y en unas páginas donde era capaz de perder
varios minutos embobada tirando de una solapa. Hoy, en cambio, me parece un
ejemplar precioso. Tanto a nivel de ilustraciones, de inventiva y de humor. Y
que junto a la colección de Cuenta Cuentos, y El libro secreto de los gnomos
(al que algún día tendría que dedicarle también una entrada), conservo como mis
primeros libros.
¡Hala! Yo tenía este libro de pequeño. Ya ni me acordaba de su existencia. Lo de los desplegables es un género en sí mismo asociado a las primeras lecturas que luego olvidamos.
ResponderEliminarYo lo tengo en la estantería, entre los comics europeos porque disimula bien XD. Pero es precioso, la verdad. Además, ¿Cómo resistirse a tantos gaticos?
ResponderEliminarLo de los desplegables también me choca mucho, porque los tenía asociados con los primeros libros que tienen los niños. Por eso ver el de Walking Dead me desconcertó mucho. Ahora, si incluyen un pop up del bate Lucille, hasta me lo pillo y todo XD.