lunes, 9 de mayo de 2016

Lecturas de la semana. Hoy, la prehistoria lectora (Los años mozos VIII)


Hace unas semanas me sorprendió mucho encontrar un libro en un escaparate: el pop up de The Walking Dead. Primero, porque es un formato que tenía muy asociado con los primeros textos que manejan los niños muy pequeños, y los más llamativos (algunos, hasta el extremo de la originalidad y vistosidad). Después, porque yo todavía seguía llamándolos “desplegables” y también hace un montón de tiempo, había tenido algunos. De estos, recuerdo uno bastante bonito sobre astronautas y naves espaciales, perdido hace mucho y  que por desgracia, destrocé en mi curiosidad de párvulo a ver como demonios funcionaban aquellas solapas. No fuera a ser que hubiera unos enanitos detrás de la cartulina moviendo el decorado. Otro se mantiene más o menos maltrecho, y ese desplegable sobre el abecedario tiene ejemplos de las letras tan particulares como Dragón, Serpiente quebrantahuesos o Vampiro, que era mi dibujo favorito por cierto. El último, por suerte, lo conservo como el primer día. Quizá por ser ya un poco más cuidadosa con los libros, o quizá porque era mi preferido. El tema, por si quedaba alguna duda, eran los monstruos.

 


La casa embrujada era uno de los primeros libros en los que figuraba el nombre de su autor. Entonces Jan Pienkowski no me sonaba de nada, salvo a revuelto de letras para alguien a quien tener que poner “qu” antes de la e y la i era toda una novedad. Y si no llega a ser por esta entrada, no sabría que es un autor e ilustrador de libros infantiles entre los que se cuentan varios desplegables. Este, pese a la escasez de texto, con solo una frase por cada página, contaba una historia breve que acompañaba a las imágenes: la visita de un doctor a una casa donde su paciente cree que es todo más o menos normal. Unas poquitas letras servían para presentar las distintas estancias de una mansión embrujada en toda regla: cuadros con ojos que se mueven, esqueletos en el armario, un enorme gorila que despliega los brazos al abrir su página y unos cuantos fantasmas deslizándose entre las cartulinas con solo tirar de una pestaña.

 


En realidad, la casa y sus habitantes no daban tanto miedo como podría parecer, y sí tenían bastante gracia: todos los monstruos parecen bastante contentos, desde el cocodrilo que se da un baño tranquilamente hasta el esqueleto saleroso. Y donde hay un humor muy peculiar  y hasta un retrete tiene su correspondiente solapa y sorpresa: en este caso, un gato bastante contento. Porque ese es otro punto a favor: el libro, de dibujos de mininos negros, va bien servido. Como toda casa encantada que se precie.

 


Solo entonces había una cosa que no me gustaba nada: era muy corto. De buena gana habría pasado más tiempo con las habitaciones que aparecían dibujadas y animadas en el libro, donde pese a aquella portada los monstruos no daban ningún miedo y en unas páginas donde era capaz de perder varios minutos embobada tirando de una solapa. Hoy, en cambio, me parece un ejemplar precioso. Tanto a nivel de ilustraciones, de inventiva y de humor. Y que junto a la colección de Cuenta Cuentos, y El libro secreto de los gnomos (al que algún día tendría que dedicarle también una entrada), conservo como mis primeros libros.  

 

2 comentarios:

  1. ¡Hala! Yo tenía este libro de pequeño. Ya ni me acordaba de su existencia. Lo de los desplegables es un género en sí mismo asociado a las primeras lecturas que luego olvidamos.

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  2. Yo lo tengo en la estantería, entre los comics europeos porque disimula bien XD. Pero es precioso, la verdad. Además, ¿Cómo resistirse a tantos gaticos?
    Lo de los desplegables también me choca mucho, porque los tenía asociados con los primeros libros que tienen los niños. Por eso ver el de Walking Dead me desconcertó mucho. Ahora, si incluyen un pop up del bate Lucille, hasta me lo pillo y todo XD.

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