Si hay algo de lo que no puedo quejarme sobre mi género
preferido es la cantidad de buenas películas de terror que he podido ver en los
últimos años. Y que esta abundancia no se componga exclusivamente de secuelas
de una franquicia (bueno, Saw y Paranormal Activity son los Viernes 13 del
siglo XXI, pero estas me las he saltado). En el resto de casos, o bien se
trataba de historias cerradas o sin interés para continuarlas, o bien estas sí
daban pie a una segunda entrega que realmente aportaba algo, sin quedarse en un
sacacuartos. Con la impresión de que ahora la norma era el carácter un poco más
cuidado de estas segundas partes, creí que con Sinister podrían inventarse un
buen motivo con el que continuar un guión que, en la primera película, había
quedado más que cerrado. Pero en realidad sirvió para demostrar otra cosa: que
hoy sigue siendo posible hacer las cosas mal. Y si hace falta, se recurre a los
fallos del cine de hace años para que el resultado sea todavía peor.
Sinister no había sido una gran película. Quería ser una de
casas encantadas en las que se combinaban trucos muy tópicos, como los sustos
predecibles o el comportamiento absurdo de los personajes, con ideas tan peregrinas
que la hacían memorable, como el elemento central de la historia que era…un
demonio cuya maldición se transmitía a través de la imagen en cintas de super 8
(el demonio, por supuesto, babilonio. Porque Mesopotamia lleva exportando
clichés para guionistas desde los comienzos del cine). Un planteamiento muy
raro, unos recursos tópicos para crear atmósfera pero que, como guión
independiente, funcionaba como funcionan en algunos caso los relatos de terror:
se salía de la norma y para que algo resulte inquietante, no puede buscársele
el sentido. En la segunda parte, la maldición de Baguul, esta criatura,
continúa, ya que no está sujeta a ningún lugar específico. Un policía, testigo
de los hechos anteriores, se dedica a localizar todas aquellas casas donde se
ha manifestado para quemarlas y acabar con su rastro. Pero en una de ellas es
el hogar temporal de una mujer y sus dos hijos. Esta, intentando escapar de su
marido, no es consciente del comportamiento extraño de estos, quienes desde su
llegada a la casa, han encontrado a un grupo de niños y una colección de cintas
antiguas en el sótano.
Si la primera parte intentaba aportar todo lo posible para
que el público suspendiera su credibilidad y se metiera en aquel planteamiento
tan extraño, esta entrega se carga cualquier logro que hubieran conseguido. Las
escenas de los niños fantasmales sentados entorno a un proyector funcionaban
entonces, pero ahora son estropeadas al querer enfocar esta trama desde el
punto de vista de estos niños. Que hablan, que recuerdan demasiado a otras
películas anteriores sobre niños siniestros, especialmente a Los chicos del
maíz y que por exceso de exposición, hace que todo lo macabro y extraño que
pudiera tener su aparición pierda esta característica y haga mucho más patente
su absurdo. La atmósfera terrorífica intentan mantenerla a base de una banda
sonora machacona, de apariciones fortuitas del monstruo principal y con otros
trucos similares, que fueron casi la norma en el cine de terror de principios
del 2000.
El guión adolece también de un montaje muy torpe: por un
lado, todas las apariciones de los niños y de las cintas que intentan
recordarle al público que están viendo una película de terror, y por otra, la
trama de los personajes, sobre una mujer luchando por la custodia de sus hijos,
un marido maltratador y malvado sacado en la última media hora, para poder
justificar un asesinato, y un protagonista, por decirlo de algún modo, que no
genera ninguna simpatína. Ni antipatía, ni interés, ni características propias,
salvo una especie de estado de tembleque contínuo por aquello de que parezca un
personaje y no un monigote. El efecto final es el de una película rompecabezas:
una historia de fantasmas que va por un lado, y otra, propia de un telefilme de
sábado por la tarde, que va paralela y en un momento determinado, coinciden en
la parte final. Un final también propio de un telefilme, con una especie de
susto a modo de cierre que no termina de quedar claro ¿es un final abierto? ¿Es
un giro? ¿O es un screamer como en los videos de youtube?
Sinister 2 consigue una cosa: cargarse ella sola un amago de
franquicia. Sin mucho sentido, ni personajes, ni en el fondo, necesidad de
secuela, en cierto modo, hay que agradecerle que se llegara a producir: así
queda comprobado que las cintas terroríficas y las maldiciones sirven para una
sola película, y que estirar la historia es un error.
La primera me gustó mucho, y esta segunda pensé (todavía no la he visto) que sería parecida. Por lo que dices, no es así. A veces lo que se supone que es la continuación de una franquicia se convierte en una parodia.
ResponderEliminarLa primera también me gustó, aunque es de esos casos en los que la historia es un poco como The Ring: se disfruta, sin buscarle la lógica a lo que sucede (o eso, o empiezas a imaginarte al terrible demonio buscando todas las tiendas de revelado donde todavía trabajen con Super 8).
ResponderEliminarEsta secuela, directamente, es un desastre. Nada que ver con, por ejemplo, Insidious, donde era parte de una historia y se mantenía muy bien. El camino que tomaron no es el de la repetición, ni siquiera la parodia...simplemente, es guión es malo. De esos casos en los que puedes saltarte la secuela perfectamente.