Si escribo Wes Craven, a muchos el nombre no les sonará de nada. Si escribo Pesadilla en Elm Street, o siendo más recientes, Scream, la cosa cambia. Lo que también cambia es que una de las primeras noticias de esta semana ha sido su fallecimiento hace unas horas.
Junto a John Carpenter y George A. Romero, fue uno de los
directores que entre finales de los setenta y casi todos los ochenta, se
encargó de diseñar gran parte del cine comercial de la década, para bien y para
mal. Porque si bien es responsable de producciones tan duras como La última
casa a la izquierda, o clásicos como La serpiente y el arcoiris, que hoy es un
referente en cuanto al cine sobre los zombies haitianos, su personaje más
emblemático Fred Krueger el asesino de los sueños, Freddy Krueger después, se
convirtió a lo largo de los ochenta en casi una estrella de la comedia a ratos
negra, a ratos absurda, que era en lo que con el tiempo, se convirtió su saga
más famosa.
Por mucho que me cueste, también debería mencionar Scream. Y
me cuesta porque el slasher o películas de asesinos es uno de los géneros que
más aburrido me resulta. Pero esta, con sus cuatro entregas y una miniserie en
camino, hizo que en los noventa se viviera un nuevo interés por el cine de
terror dentro de esa vertiente. Una vertiente que aportaba un elemento nuevo:
los guiños referenciales, la consciencia de los clichés del cine de terror y
las secuelas y en cierto modo, el no tomarse aún menos en serio las películas
de adolescentes asesinables. Unos años después este estilo se perfeccionaría
mucho más de lo que él planteó, y películas como Cabin in The Woods le dan mil
vueltas en ese tema, pero al menos hay que reconocerle el ser en cierto modo,
el primero, y que consiguiera que durante un par de años, películas con
premisas tan simples como el recuento de asesinatos volvieran a ser productos
de interés para el público.
Eran otros tiempos, y perfectamente normal que los monstruos rapearan
Pero es imposible hablar de Craven sin dedicarle más tiempo
a Pesadilla en Elm Street. Y más ahora que se habla, otra vez, de un nuevo
remake, después del poco interés que despertó el del 2010. Él fue el creador de
Freddy Krueger, primero un nuevo hombre del saco, y después, una especie de
showman especializado en muertes todo lo creativas que le permitían los sueños,
campo en el que este asesino de niños que buscaba venganza (al menos en la
primera película. El resto debía ser ya por afición), asesinaba a los
protagonistas, para los que la posibilidad de dormirse se convertía entonces en
una muerte segura. Aunque hoy no me parezcan especialmente buenas sus secuelas,
por ceder demasiado al humor un tanto payaso y precisamente, potenciar esta
característica en su personaje principal, a su personaje sí le reconozco el
haber sido todo un icono por meritos propios. Uno con mucha más astucia de la
que podía tener, por ejemplo, el soso de Jason Vorhees, y más ingenio que El
hombre alto de Phantasma (aunque este útlimo, por el contrario, tenga una
naturaleza mucho más pesadillesca que este asesino de los sueños).
No fue una carrera redonda: tuvo películas buenas, algunas
que se consideran clásicas, una temporada de menor actividad, otras
producciones malas con avaricia, como La maldición, y otras en las que optaba
por separarse del terror y acercarse al suspense, como en la curiosa Vuelo nocturno.
Pero con todo ello, y aún siendo muy crítica con su carrera, solo puedo darle
las gracias. Por el miedo, por el vudú, y sobre todo, por habernos tenido en
vilo durante una década con las garras de cuchilla de Freddy Krueger.
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