La semana pasada el mundo del humor recibió malas noticias:
un día después al fallecimiento de Lina Morgan en España, Les Luthiers perdían
a uno de sus miembros: Daniel Rabinovich, quien formó parte desde su fundación
hace más de cuarenta años.
El funcionamiento de sus números cómicos podría ser similar
al de otras formaciones que cuentan con canciones humorísticas en su
repertorio, había algo en Les Luthiers que los hacía únicos en cierto modo: su
nombre se refiere a quienes fabrican instrumentos musicales, algo que ellos
llevaban a cabo. En sus espectáculos podían verse aparatos hechos con tubos y
piezas que tenían cualquier otro uso menos el artístico y que sin embargo, eran
capaces de tocar melodías completas que no envidiarían a un concierto clásico.
Unido a la música también estaba una concepción del humor
muy propia: recurriendo principalmente a los juegos de palabras, la fonética, y
en alguna ocasión, pero muy poca, al absurdo, su principal fuente de inspiración
era lo que hoy se considera la cultura clásica, especialmente la ópera. Ellos
crearon a Johann Sebastian Mastropiero, compositor que, en realidad, nunca fue
interpretado por ningún miembro del grupo, sino que se limitaban a narrar su
vida e interpretar alguna de las piezas. Autor que, según explicaban ellos
mismos, ha vivido en todas las épocas, cultivado todos los estilos, y del que contaban
su biografía, llena de descalabros, desfalcos, infidelidades y todo tipo de
plagios a cada cual más descacharrante. Todo ello con una gravedad que no
desentonaría en cualquier emisión de Radio Nacional Clásica.
No puedo hablar de Les Luthiers sin añadir algo propio: ¡una de vampiros!
El mundo de la música no fue el único objeto de sus
sketches. Desde la filosofía hasta el canto religioso, acabaron por hacer
referencias a casi toda la cultura general. Incluso la menos estirada, por así
decirlo, porque llegaron a atreverse, con éxito, a hacer toda una parodia de
determinados formatos televisivos, de la música popular, e incluso en los últimos
años, de la política, donde sin mencionar a nadie, reflejaban de una forma muy
irónica todos y cada uno de los defectos y tópicos de los políticos populistas.
Aunque Mastropiero nunca apareciera como tal, ni tuvieran
personajes fijos, cada integrante solía interpretar papeles con rasgos específicos.
Si unos, como Marcos Mundstock era la voz y biógrafo del compositor imaginario,
o Jorge Maronna, solía dar bien a la hora de papeles eclesiásticos, Daniel
Rabinovich se encargaba, en general, de los momentos en los que un diálogo rompía
la aparente seriedad del sketch. Era el personaje algo despistado, en alguna
ocasión, el simple, y en más de una, el más pícaro. Características que era
capaz de mantener magistralmente, para, en cualquier otro momento, saltar a un
registro distinto e interpretar, dentro de su personaje, a otro nuevo: un
tenor, otro músico, un profesor, o de nuevo, un miembro de Les Luthier.
Como a tantos otros, hoy quedan, por suerte, muchas de sus
actuaciones grabadas y remasterizadas. De las cuales, la que mejor podría
despedirlo, y resumir su vis cómica, sería papel como Daniel el Seductor en la ópera
La hija de Escipión. De Johann Sebastian Mastropiero, claro ¿ha habido alguna
vez algún otro compositor?
Precioso homenaje a Rabinovich y, por extensión, a los geniales Les Luthiers. He tenido el honor de verlo en directo una vez en mi vida en Málaga y casi otra ocasión en que, compradas las entradas y con ganas enormes de recuperarlos, el fallecimiento de un familiar se interpuso en el reencuentro. Ya solo nos quedará recuperarlo en las grabaciones, que estos días nos han recordado tanto, sobre todo, su capacidad para la "lectura" delirante de los programas musicales de Mastropiero. Junto a Mundstock y su voz de terciopelo, era el miembro del grupo que reconocía siempre a la primera: verlo aparecer con sus "apuntes" en la mano ya era comenzar a reír.
ResponderEliminarDescanse en paz.
Gracias, yo también tuve la ocasión de verlos en directo, aunque por desgracia ese espectáculo se ha quedado como el último en que podré ver a Rabinovich con sus apuntes en la mano, sus expresiones y su genial levantamiento de cejas. Nos queda al menos Mastropiero, su biografía y las horas que han conseguido sacar al público una carcajada.
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