La literatura hecha en España no es ajena a los pastiches lovecraftianos. Desde
el enfrentamiento entre Sherlock y los primigenios, gracias a Rodolfo Martinez,
hasta otras más posmodernas (y bastante fallidas) como El club Lovecraft de
Antonio Lázaro. Casi todas ellas cuentan con un elemento en común: la capacidad
de los humanos puede, en un momento dado, enfrentarse a unas criaturas que no
tienen ningún sentido. Pero, ¿y si esta vez no hubiera investigadores que
valga, y todo el mundo fuese ajeno a los intentos de estos por acabar con la
tierra? ¿Y si el mundo fuera ya un lugar bastante malo sin tener que ver por ahí
bichos con tentáculos?
El escritor Emilio Bueso decidió dar una nueva visión a los
Mitos de Cthulhu con su novela. Solo toma como elemento común Egipto, un lugar
que muchos aventureros de otros libros visitaron en algún momento dado. Pero el
Egipto moderno, donde los planes de desarrollo urbanístico y las políticas de
bienestar social se saltan a la torera, y donde un mausoleo abandonado es un
lugar tan bueno como cualquier otro para tener un domicilio. Es ahí donde viven
los protagonistas: una banda de niños sin hogar, de otros tantos miles que
recorren las calles del Cairo viviendo del robo y de la mendicidad, y que no
cuentan más que con la comida que pueden conseguir durante el día y el
pegamento con el que se colocan durante la noche. Es una de esas noches cuando
ven algo que en principio, atribuyen a haber inhalado demasiada cola de
carpintero: un mercedes sin motor se aproxima a uno de los mausoleos más
antiguos. En él entran un orondo sacerdote negro y dos figuras aparentemente
normales…excepto por las trompas que se enroscan en su boca. A partir de
entonces, empiezan a pasar cosas raras en el Cairo. Cientos de niños
desaparecen de sus calles, como hipnotizados por el sonido de una flauta. Pero la
policía no va a preocuparse por unos problemas de menos. Mientras, en España,
un hombre descubre que todo lo que ha quedado en herencia de su abuelo es el título
de propiedad de un mausoleo en Egipto.
Las ideas principales de esta novela quedan muy claras desde
un principio. Primero, la intención de plantear un relato lovecraftiano desde
un punto de vista distinto y desde una perspectiva moderna. Pero moderna, en su
versión más negra: el Egipto de los faraones se plantea como un decorado para
los turistas, que no interesa en absoluto. La verdadera acción se encuentra en
el corazón de la ciudad, ese que apenas se conoce por los documentales y que
implica una realidad mucho más cruda. De hecho, los protagonistas no llegan a
hacer más cosas que seguir con su vida, deambular de un lado a otro, chocarse
por puro azar con lo sobrenatural, y darse cuenta de que algo malo está pasando
cuando esto les afecta de cerca. En este caso, que varios de sus amigos
comiencen a desaparecer. Gran parte de la novela se dedica más bien a describir
la crudeza de la vida de estos personajes: Benipé, el cabeza de familia
involuntario, y ahora aterrado por su próxima paternidad. Tata, su novia
embarazada, y con ellos, un niño que sobrevive prostituyéndose en una casa de
baños y el más pequeño, un niño copto perdido cuyos padres no pudieron
encontrar. Lo sobrenatural en la mayoría de los casos está muy poco presente,
solo en determinadas situaciones donde sí se hace referencia a todas las ideas
sobre física extraña que en su día planteó H. P. L. No es hasta el final cuando
se hacen más presentes, y estas, de una forma tan cruda como la vida de los
protagonistas, y muy extraña.
La otra intención, y que quizá es la que más falla, es la de
oponerse completamente a los estereotipos propios del género, que son los
investigadores. Y especialmente, a los típicos personajes que, tras heredar
papeles varios, acaban luchando aguerridamente contra la amenaza primigenia de
turno. En este caso, salen, pero su aparición es tan anecdótica y condenada a
sufrir una muerte rápida que se nota enseguida que esta se debe más al humor
negro que al avance de la trama. En un principio llegan a funcionar, aunque
estos personajes son tan pateables que la parodia dura muy poco y pasan a ser
unos secundarios irritantes. La sensación de impotencia y desesperación que
deberían haber transmitido no es demasiado amplia.
En cambio, funciona mucho mejor su recreación de los Mitos. Planteados
de una forma caótica, ajena a los asuntos humanos, y a la vez con una maldad
muy distinta a la que puede verse en la vida cotidiana de los protagonistas. Si
en este caso no hay investigadores que valgan, tal y como se han caracterizado,
lo único que les ha impedido hacer nada es azar en cualquiera de las
actuaciones que llevan a cabo.
Como variación del tema lovecraftiano, Extraños eones ha
sido un intento bastante acertado. Es mucho más inquietante y desolador que
cualquier pastiche que leí en los últimos años, y su brevedad hace que escape
de cualquier tipo de relleno y se centre lo justo en cada uno de los aspectos. Aunque,
en algunos casos, la trama realista y cierta intención documental absorbe
demasiada atención: tras páginas y páginas describiendo la vida cotidiana de
los niños sin techo, llega un punto, hacia la mitad del libro, en que podría
haberse sustituido la amenaza de los primigenios por cualquier otra más mundana,
y que ese Nyarlatothep encarnado en sacerdote, como en tantas otras novelas, ha
llegado ahí de casualidad.
No la conocía, me la apunto, gracias por la recomendación :)
ResponderEliminarYo la encontré de chiripa en la biblioteca. Es una aproximación muy curiosa a los Mitos de Cthulhu
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