jueves, 28 de agosto de 2014

El pequeño Nicolás. El colegio visto por Goscinny



Hay algunos libros para, y protagonizados por niños, que tienen un origen muy particular: además de narrar en primera persona la vida cotidiana de sus protagonistas, nacen en medios más dispares como programas de radio o tiras en un periódico. Y pese a lo específico de sus protagonistas, esto hace que muchas de sus anécdotas estén también pensadas como parodia de determinadas situaciones reconocibles para los adultos…o de las tonterías que estos dicen, y se ven obligados a aguantar a menudo. En España vive  Manolito Gafotas y su familia, Inglaterra vio crecer a Adrian Mole desde los años Tatcher a la actualidad, y Francia, mucho antes, tenía al pequeño Nicolás.


 Este nació como un comic, creado por Goscinny (sí, el de Astérix, Iznogud, Lucky Luke y mejor no sigo) para convertirse después en una serie de textos acompañados por una ilustración. Estos serían los capítulos de cinco libros que recopilan varias de sus aventuras, terminadas a mediados de los sesenta, más un par de tomos posteriores que incluyen las historietas no compiladas. En ellas Nicolás, un niño de siete u ocho años, cuenta las historias que le suceden a él y a sus amigos durante la el colegio, el recreo, o las vacaciones. Cosas tan simples como discusiones en el patio y las regañinas del conserje,  una revisión médica organizada por su colegio, una visita al museo, sus vacaciones en una colonia de verano o los regalos que le hace su abuela. Regalos que cualquier niño de 1961 envidiaría, como un reloj de pulsera o una cámara de fotos. Esto último hoy suena un poco anacrónico y absurdo..¿pero no es lo mismo que plantarle un Ipad a un niño de primaria?

Precisamente el ingenio a la hora de retratar los defectos del mundo adulto, lo que aportan más valor a sus historias. Aunque este se hubiera escrito para una revista de comics destinada a los niños, a menudo sorprende por la ironía con la que Nicolás narra de forma muy inocente situaciones que siguen siendo reconocibles a lo largo de los años: esos jarrones de regalo que a todos parecen horribles, pero que cuando Nicolás lo rompe accidentalmente, recibe un castigo. La idea de comprar cosas para alardear de ellas y no para disfrutarlas, o las mentirijillas que los padres cuentan para llevar a sus hijos por el buen camino y que sean personas de bien en el futuro. Y sobre todo, el mundo de Nicolás y sus compañeros, donde una clase es una sociedad en miniatura y cada uno tiene su propio lugar. Los compañeros de Nicolás son tan reconocibles como él mismo: Alcestes, el mejor amigo del protagonista y del que siempre indica que es “el gordo que come todo el tiempo”. Geoffroy, el niño malcriado, Eudes el matón del colegio o Agnan, el preferido de la maestra y más. No hay mucho más que decir sobre ellos, porque son personajes claramente reconocibles tanto dentro del libro como en las aulas en las que cualquier lector ha echado unos años. No se trata de tramas fantásticas ni de aventuras imposibles para un niño de esa edad, sino situaciones reconocibles fácilmente, narradas de una forma tan ingeniosa y con tal candor y sencillez por parte de su protagonista que es imposible no reírse.



Aún siendo de esos libros a los que se le guarda cariño con el tiempo, hoy es imposible no encontrar defectos que saltan a la vista. Especialmente, su estructura como episodios para una revista. Se nota que estos se habían pensado para lectores que podían ser habituales, o directamente, adquirir el ejemplar por primera vez, de forma que estas, además de ser autoconclusivas, recuerdan en todos y cada uno de los textos quien es quien y qué hace. Y en recopilados en un libro, sobre todo siendo tan breve, es un poco aburrido leer unas cinco o seis veces que Agnan es el pelota de la clase, que Alcestes come y por qué al conserje del colegio le llaman el Caldo. Otros se deben simplemente a la época en la que se escribieron. El medio siglo se nota muchísimo cuando se trata de historias cotidianas en las que el padre vuelve de la oficina tras un duro día de trabajo y la madre se dedica a la educación de los hijos y a la economía doméstica, o donde la segregación de sexos en la enseñanza es algo perfectamente normal.

Pero hay algunas situaciones, que con todo su anacronismo, son tan puntuales y muestran tal genialidad que se convierten practicamente los mejores momentos de toda la serie. Es imposible no tomarse a broma los discursos del monitor de la colonia de verano, sobre como el aire libre y la camaradería hará convertirá a Nicolás y sus amigos en hombres de provecho, o cómo el director del colegio, ante la visita de un político, comenta despreocupadamente “Qué pena que no tengamos niñas en el colegio..podrían ir vestidas de rojo, azul y blanco y ofrecerle un ramo al ministro. Quedarían muy monas”.

Es precisamente en estos detalles, pero especialmente, en cómo el pequeño Nicolás recrea el mundo de los niños, por lo que sus historietas se quedan en la memoria y se convierten en una lectura que un lector adulto puede disfrutar con una sonrisa cómplice..Por lo menos, por mi parte, me he quedado con ganas de ver la película que se hizo sobre el personaje. La serie de animación no tanto, porque esas infografías no pegan ni con cola.




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